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IX

Las muchachas se quedaron un poco perplejas al echar de menos uno de los sacos.

-No importa; tenemos bastante con éste -opinó Oksana.

Y entre todas lo cargaron en el trineo.

El alcalde decidió aguantarse, calculando que si daba un grito para que abriesen el saco y le pusieran en libertad, las asustadizas muchachas huirían y quedaría abandonado en medio de la calle quizá hasta el día siguiente.

Entre tanto, las chicas, cogidas de las manos, echaron a correr como en torbellino, tirando del trineo, que resbalaba por la nieve crujiente. Muchas se sentaron sobre él, y alguna hasta llegó a echarse sobre el alcalde, quien decidió soportar todo.

Al fin llegaron a la cabaña y, abriendo la puerta de par en par, arrastraron el saco al interior sin dejar de reír.

-Veamos lo que hay en él -gritaron a coro, apresurándose a desatarlo.

Entonces se acentuó el hipo, que tanto molestó al alcalde en su alojamiento, y se hizo tan fuerte, que hasta le produjo tos, una tos tan fuerte como el hipo.

-¡Ay, aquí hay alguien! -exclamaron todas asustadas, precipitándose hacia la puerta.

-¡Qué diablos! ¿Adónde corréis como locas?- dijo Chub entrando en la cabaña.

-¡Ay, padre -exclamó Oksana-; dentro del saco ese hay alguien metido!

-¿En qué saco? ¿Dónde lo habéis encontrado?

-¡El herrero lo dejó abandonado en la carretera! -dijeron todas a una.

-Bueno, ¡y qué! -dljo Chub y luego, para sus adentros-: ¿No lo decía yo? ...

Y volviendo al tono natural dijo de nuevo a las muchachas:

-¿Y por qué os habéis asustado? Vamos a ver, ¡hombre!, y perdona si no te llamo por tu nombre: ¡sal del saco, anda!

Y vieron salir al alcalde.

-¡Oh! -exclamaron las mozas.

-¿Pero también al alcalde? -se dijo Chub, quedando perplejo y mirándole de pies a cabeza- ¡Vaya! ¡Ea! -dijo en voz alta, y le fue imposible decir más.

El alcalde por su parte estaba no menos turbado y sin saber qué decir. Por fin dijo, dirigiéndose a Chub:

-¿Verdad que hace frío?

-Sí lo hace -contestó éste, diciendo a renglón seguido-: Y dime, hazme el favor: ¿con qué te untas las botas, con alquitrán o con manteca de cerdo?

Sin duda quería haber dicho otra cosa, o preguntarle más bien: ¿Cómo, alcalde, estabas escondido en este saco?; pero sin saber por qué le salió cosa bien distinta.

-Lo más práctico es el alquitrán -contestó el alcalde-. Bueno -dijo luego-, ¡conque adiós, Chub!

Y salió de la cabaña después de encasquetarse el gorro.

-¡Qué tonto fui! ¡Mira que haberle preguntado con qué se limpia las botas! -exclamó Chub, mirando hacia la puerta por donde se había marchado-. ¡Vaya con la señora Soloja! ¡Cuidado con la ocurrencia que tuvo de esconder a semejante hombre dentro de un saco! ¡Qué bruja está hecha! ¡Tonto de mí! ¿En dónde está el maldito saco ese?

-Lo he tirado a aquel rincón, puesto que está vacío -le dijo Oksana.

-¿Dices que está vacío? ¡Conozco estas artimañas! Tráemelo en seguida, no sea que haya quedado algo dentro. Sacúdelo bien. ¿Qué, no hay nada? ¡Vaya con la bruja! Y al mirarla parece una santita incapaz de probar la carne.

Pero dejemos ahora a Chub que desahogue su cólera a sus anchas, y volvamos al herrero, pues se va haciendo tarde.

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