Índice de la ORESTIADA de EsquiloLAS COÉFORAS -Primera partePERSONAJES DE LAS EUMÉNIDESBiblioteca Virtual Antorcha

LA ORESTIADA

LAS COÉFORAS
Segunda parte

ESQUILO


Electra en el palacio. Orestes y Pilades se alejan por la puerta izquierda.


CORO
Muchos, terribles azotes de terror nutren la tierra, y los senos del mar, monstruos enemigos de los hombres, entre cielo y tierra surgen brillantes meteoros, y todo ser que vuela o anda puede contar la furia procelosa de los huracanes. Pero ¿quién será capaz de decir la audacia sin límites del espíritu del hombre, y las violentas pasiones, compañeras de desastres para los mortales, de las mujeres de insolente corazón? Las uniones matrimoniales son quebrantadas por el imprudente deseo que se apodera de las hembras, en las bestias y en los hombres. Sépalo aquél que no tiene una mente olvidadiza, recordando el designio incendiario que concibió la miserable Testíada, matadora de su hijo, cuando lanzó a las llamas del rojo tizón, compañero dado a su hijo desde su primer vagido al salir del seno materno y que debía medir su paso a través de la vida hasta el día decretado por el destino. Otra mujer hay de recuerdo abominable, la sanguinaria Escila, que en favor de los enemigos sacrificó a un ser querido y, seducida por los collares de oro cretenses, presente de Minos, arrancó -¡corazón de perra!- el cabello inmortal de Niso, mientras éste confiadamente dormía, y Hermes lo alcanzó. Y ya que he recordado infortunios tan amargos, ¿no es hora de que el palacio maldiga la vil unión, la conspiración de un corazón de mujer contra el guerrero, contra un varón violento, terror de los enemigos? Yo admiro un hogar doméstico sin pasiones, un corazón de mujer sin audacia. Mas, entre todos los crímenes el de Lernnos ocupa el primer lugar, según cuenta. El pueblo proclama la vileza del hecho y todo horror nuevo se compara al crimen aborrecido por la calamidad de Lemnos. Por este los dioses, la raza desaparece en el menosprecio de los hombres; nadie venera lo que es odioso a los dioses. ¿Cuál de estos ejemplos no aduzco con razón? Pero ya la aguda espada está cerca del pecho y lo atraviesa en nombre de la justicia. Es de rigor contra los que, quebrantando todo derecho, han ultrajados pisoteado por tierra, la plena majestad de Zeus. La base de la justicia está firme y la Moira, forjadora de espadas, martillea ya el hierro. Al hijo que ha de vengar, por fin, la abominación de los antiguos homicidios, introduce en palacio la ilustre Erinis de profundos designios.


Orestes y Pilades entran por la izquierda y se dirigen hacia palacio. Les siguen algunos siervos que llevan los equipajes.

ORESTES
Esclavo, esclavo, escucha que llaman a la puerta del patio. ¿Quién hay dentro, en el palacio? Esclavo, esclavo, de nuevo llamo. Por tercera vez grito que alguien salga de la casa, si se practica la hospitalidad bajo el gobierno de Egisto.

ESCLAVO
Sí, escucho. ¿De qué país es el extranjero? ¿De dónde procede?

ORESTES
Anuncia a los señores de la casa que por ellos vengo y traigo noticias; pero date prisa, que el carro tenebroso de la noche se acerca y es hora de que los viajeros echen el áncora en las moradas acogedoras de los huéspedes. Que salga alguien con autoridad de la casa, la dueña, o mejor un hombre, porque entonces en la conversación ningún pudor empaña las palabras: un hombre habla a otro con confianza y manifiesta sin reserva su objeto.


La reina sale del palacio.

CLITEMNESTRA
Extranjeros, decid si necesitáis algo, pues tenemos todo lo que se puede esperar de una casa como ésta: barros calientes, un lecho que es descanso de las fatigas y la presencia de unos ojos leales. Pero si habéis de tratar algo de mayor reflexión, esto es un asunto de hombres y lo consultaremos.

ORESTES
Soy extranjero, de Daulia, en la Fócide. Había iniciados ya mi viaje hacia Argos, cargado con el bagaje de mi propio negocio, cuando, sin conocernos, se me aproxima un hombre y después de haber averiguado mi viaje y manifestado el suyo, me dice Estrafio de Fócide -pues en la conversación conocí su nombre-: Puesto que, en todo caso, extranjero, vas a Argos, acuérdate, sin falta, de decir a sus padres que Orestes está muerto; no lo olvides. Ya sea que prevalezca entre los suyos la opinión de llevarlo a su casa, o de enterrarlo, huésped para siempre, en la tierra donde habitaba, transmíteme de regreso sus órdenes. Ahora, los flancos de una urna de bronce guardan las cenizas de un hombre llorado como se debía. Lo que oí te lo digo. Si por casualidad hablo con los parientes y allegados, lo ignoro; pero su madre debe saberlo.

CLITEMNESTRA
¡Ay de mí! Lo que acabas de decir nos ha arruinado del todo. ¡Oh invencible maldición de este palacio! ¡Cómo todo lo vigilas aunque esté bien guardado lejos del camino, y con tus certeros dardos me despojas privándome de los míos, desgraciada! Y ahora, Orestes -que con tan buen consejo había sacado el pie del funesto lodazal-, ahora la única esperanza de una bella alegría, sanadora de esta mansión, la borra tan pronto surge.

ORESTES
Verdaderamente hubiera deseado, con buenas noticias, darme a conocer a unos huéspedes tan nobles y ser por ellos acogido. ¿Qué cosa hay más favorable que un huésped para sus huéspedes? Pero hubiera tenido en mi corazón por una impiedad no haber coronado esta obra para unos amigos, después del juramento realizado y recibimiento dispensado.

CLITEMNESTRA
No por ello obtendrás un trato menos digno ni serás menos que un amigo para esta casa: otro igualmente hubiera venido a anunciar estas cosas. Pero es hora de que unos extranjeros, al final de la jornada, obtengan los cuidados apropiados a un largo camino. (Dirigiéndose a un esclavo). Llévalo a las habitaciones reservadas a los huéspedes con sus servidores y compañeros de viaje; y que allí encuentren lo que conviene a nuestro palacio. Te encargo hacer esto considerando que debes rendir cuentas. Nosotros iremos a comunicarlo todo al señor de la casa y, como no carecemos de amigos, decidiremos sobre este acontecimiento.


Clitemnestra entra en palacio, Orestes y Pilades le siguen.

CORO
¡Ea! leales servidoras del palacio, ¿cuándo enseñaremos la fuerza de nuestras bocas en defensa de Orestes? ¡Oh augusta tierra, augusto túmulo que estás puesto sobre el cuerpo del jefe de las naves, del rey, escúchanos, ayúdanos! Ahora es el momento en que la dolorosa persuasión baje con ellos a la lid, que Hermes subterráneo y nocturno dirija los combates de la espada homicida.


La nodriza sale del palacio.

CORIFEO
Creo que el extranjero está preparando un mal golpe: Veo a la nodriza de Orestes deshecha en lágrimas. ¿Adónde vas, Cilicia, fuera del palacio? Tu pena es un compañero sin paga.

NODRIZA
Que los huéspedes llaman a Egisto -me mandan decir cuanto antes la dueña- para que más claramente de hombre a hombre venga a informarse de la reciente noticia. Delante de la servidumbre ha mostrado una actitud sombría, pero en el fondo de los ojos ocultaba una sonrisa, porque todo ha terminado bien para ella; pero, para esta casa todo es desventura por el mensaje que los extranjeros han anunciado de una manera inequívoca. Aquél, al escuchar esta noticia, alegrará su corazón cuando la sepa. ¡A y desgraciada de mí! Los antiguos dolores intolerables acumulados sobre esta casa de Atreo, ¡cómo han afligido mi corazón en el pecho! pero todavía no había tenido que sufrir una pena. como ésta: los otros males, pacientemente, podía soportarlos. Mas, ¡mi Orestes, el desvelo de mi vida, que recibí del seno de su madre, que yo crié ...! ¡Y los gritos agudos que me hacían vagar toda la noche y las penas que soporté, todo lo habré sufrido inútilmente! Un niño que no tiene conocimiento se ha de criar como un animalito, ¿no es verdad?, según el criterio de la nodriza. Una criatura todavía en pañales no habla, tenga hambre, sed o ganas de orinar; su joven vientre se basta por sí mismo. Yo bien intentaba adivinar sus necesidades, pero muchas veces, en verdad, me mentía y había de lavar los pañales; entonces hacía a la vez de lavandera y nodriza. Yo, que tenía esta doble tarea, recibí a Orestes de su padre. Ahora, desgraciada, me entero de que está muerto. Voy a encontrar al hombre que es la ruina de esta casa; de buen grado se enterará de la noticia.

CORIFEO
Y bien, ¿cómo quiere la mujer que venga él preparado?

NODRIZA
¿Cómo dices? Repítelo para que lo entienda mejor.

CORIFEO
¿Con su guardia o solo?

NODRIZA
Quiere que traigan su escolta de lanceros.

CORIFEO
Más tú no comunicas este encargo al amo odioso, sino dile con corazón alegre que venga solo, cuanto antes, para que escuche calmadamente un relato. Pues en el mensajero radica que triunfe un plan oculto.

NODRIZA
Pero ¿es que todavía estás alegre después de tales noticias?

CORIFEO
¿Y si Zeus decide al fin cambiar esta tormenta de males?

NODRIZA
¿Cómo? Orestes, la esperanza de la casa, está muerto.

CORIFEO
Aún no; un mal profeta podría pensar así.

NODRIZA
¿Qué estás diciendo? Sabes algo aparte de lo que han dicho?

CORIFEO
Vete, date prisa, lleva el mensaje que te ha encargado: los dioses se preocupan de lo que es menester.

NODRIZA
Iré, pues, y obedeceré tus palabras. Que todo suceda lo mejor posible con ayuda de los dioses.


La nodriza se retira por la derecha.

CORO
Ahora yo te conjuro, Zeus, padre de los dioses olímpicos, concédenos ver la felicidad magníficamente establecida en la casa, concédelo a las que se esfuerzan por el buen orden. Todo lo que proclamo está de acuerdo con la justicia. Oh Zeus, tómala bajo tu protección. ¡Ay, ay! Pon a los que nos son enemigos en la mano del que está en la casa, ¡oh Zeus porque si lo engrandeces de buen grado te pagará una recompensa doble y triple! Mira al potro, huérfano de un héroe querido, uncido en su carro de penas. Regula su carrera y haz que se le vea lanzado en la llanura manteniendo el ritmo en sus esfuerzos para alcanzar la meta. ¡Ay, ay! Pon a los que nos son enemigos en la mano del que está en la casa, ¡oh Zeus! porque si lo engrandeces de buen grado te pagaré una recompensa doble y triple. Vosotros que en el interior del palacio administráis un espléndido recinto de tesoros, escuchadme, dioses benignos. Lavad la sangre de las antiguas desgracias con una pronta justicia, que el viejo crimen no engendre ya más en la casa. Tú que habitas en la espléndida y bella morada, haz que la casa de un héroe levante la cabeza y contemple con sus leales ojos la brillante luz de la libertad después de este velo de tinieblas. Que el hijo de Maya le ayude justamente. Porque nadie como él puede hacer soplar un viento propicio cuando quiere. Muchas cosas ocultas revela en sus veredictos, pero cuando pronuncia una palabra oscura, extiende delante de los ojos, tinieblas nocturnas que ni de día se disipan. Tú que habitas en la espléndida y magnífica morada, haz que la casa de un héroe levante la cabeza y contemple con sus leales ojos la brillante luz de la libertad después de este velo de tinieblas. Así por fin emitiremos un solemne canto por la liberación de la casa, canto mujeril, de soplo favorable, de tono penetrante, a cuyo conjuro proclamaremos: ¡Victoria! Para mí crece la ganancia cuando Ate está lejos de los que amo. Y tú, lleno de coraje, cuando llegue tu parte en la obra, si ella grita: ¡Hijo!, tú a tu vez grítale tu palabra: ¡Padre!, y cumple la venganza irreprochable. Llevando en tu pecho el corazón audaz de Perseo actúa en favor de tus amigos, muertos y vivos. Estableciendo dentro del palacio una Ate sangrienta, aniquila al causante del crimen.


Llega Egisto por la derecha.

EGISTO
Vengo, no sin ser llamado, sino por un mensaje que he recibido. Una reciente noticia, de ninguna manera deseada, me entero que han traído unos forasteros que acaban de llegar: la muerte de Orestes. Soportar también esto sería un peso terrible para la casa, estando ya lacerada y mordida por una muerte anterior. ¿Cómo puedo asegurarme si esta noticia es verídica y visiblemente creíble? ¿O más bien es uno de esos rumores medrosos de mujeres que saltan por el aire y mueren sin realizarse? ¿Qué puedes decir me que aclare mi mente?

CORIFEO
Nosotras hemos oído la noticia, pero tú entra e infórmate por los extranjeros. No hay mensajero que valga cuando uno puede ir personalmente al lugar a enterarse.

EGISTO
Sí, quiero ver e interrogar al mensajero si estaba cerca cuando murió Orestes o si habla por un vago rumor que ha oído. No podrá engañar a un espíritu clarividente como el mío.


Entra en palacio.

CORO
¡Zeus, Zeus!¿Qué he de decir?¿Por dónde empezaré mi oración, mi invocación a los dioses? ¿Cómo la terminaré diciendo palabras que igualen mi buen deseo? Pues ahora las puntas de las espadas asesinas van a mancharse de sangre o para consumir para siempre la ruina de la casa de Agamenón o, encendiendo fuego y luz de libertad, Orestes conquistará el trono legítimo y la gran riqueza de sus antepasados. Tal es la lucha que, atleta de reserva, solo contra dos el divino Orestes va a emprender. ¡Sea para él el triunfo!


Se oyen gritos que proceden del palacio.

EGISTO
¡Ay, ay, ay!

CORIFEO
¡Eh, eh!, ¿Qué sucede? ¿Qué se ha consumado en el palacio? Alejémonos mientras se acaba la empresa, a fin de que no parezca que somos los culpables de estos males. Porque el resultado del combate está decidido.


El coro se aleja a un rincón. De la puerta central de palacio sale un esclavo y se dirige velozmente hacia la habitación de las mujeres.

ESCLAVO
¡Pobre de mí! Sí, ¡pobre de mí!, mi dueño está muerto. ¡Ay de .mí! De nuevo por tercera vez grito: Egisto ya no existe. ¡Ea! abrid rápidamente, quitad los cerrojos de las puertas del gineceo. Un joven vigoroso se necesita pero no para socorrer al muerto. ¿Para qué, pues? (Golpea la puerta del gineceo). ¡Eh, eh! Grito a sordos y en vano vocifero, a gentes que duermen sin cuitas. ¿Dónde está Clitemnestra? ¿Qué hace? Me parece que su cuello está ya sobre el filo de la navaja y que caerá por tierra herido por la justicia.


Clitemnestra sale del palacio.

CLITEMNESTRA
¿Qué sucede? ¿Qué son estos gritos que das en la casa?

ESCLAVO
Digo que los muertos matan a los vivos.

CLITEMNESTRA
¡Pobre de mí! Entiendo el sentido del enigma. Por la astucia moriremos tal como matamos. Que alguien me entregue un hacha asesina rápidamente. Sepamos si somos ganadores o derrotados, puesto que he llegado a esta decisión.


Se va hacia palacio. Se abre la puerta central y aparece Orestes con la espada ensangrentada. Junto a él Pilades. Al fondo se ve el cadáver de Egisto.

ORESTES
Precisamente a ti te busco; él ya tiene su parte y le basta.

CLITEMNESTRA
¡Ay! ¡Estás muerto, querido Egisto!

ORESTES
¿A ese hombre amas? Pues bien, yacerás en la misma tumba; ni siquiera muerto le traicionarás.

CLITEMNESTRA
Detente, hijo mío. Respeta, criatura, este pecho sobre el que tantas veces, adormecido, chupabas con tus labios la leche nutricia.

ORESTES
Pílades, ¿qué haré? ¿He de temer matar a una madre?

PILADES
¿Qué será ahora de los oráculos de Loxias dados en Delfos y de los leales juramentos? Considera que vale más ser enemigo de todos que de los dioses.

ORESTES
Reconozco que has vencido y me aconsejas bien. (A Clitemnestra). Sígueme, quiero degollarte cerca de ese hombre. Cuando vivía lo juzgaste mejor que mi padre; duerme con él una vez muerta, puesto que le amas y odias al que debías amar.

CLITEMNESTRA
Yo te crié Y quiero envejecer contigo.

ORESTES
¿Asesina de un padre, vivirías conmigo?

CLITEMNESTRA
El destino, hijo, ha tenido su parte de culpa.

ORESTES
Entonces también el destino ha preparado la muerte.

CLITEMNESTRA
¿No temes las maldiciones de una madre, hijo?

ORESTES
Que me dio a luz para lanzarme al infortunio.

CLITEMNESTRA
No, ya que te envié a una casa hospitalaria.

ORESTES
He sido vergonzosamente vendido, yo, hijo de un padre libre.

CLITEMNESTRA
¿Dónde está el precio que por ello he recibido?

ORESTES
Me avergüenzo de reprochártelo claramente.

CLITEMNESTRA
No, dilo todo, pero también las locuras de tu padre.

ORESTES
No acuses al que pasa fatiga mientras tú estás sentada en casa.

CLITEMNESTRA
Es triste para una mujer estar alejada del marido, hijo.

ORESTES
Sí, pero el trabajo del marido las mantiene reposadas en casa.

CLITEMNESTRA
Pareces decidido, hijo, a matar a tu madre.

ORESTES
Tú, no yo, te matarás a ti misma.

CLITEMNESTRA
Mira, guárdate de las perras vengadoras de una madre.

ORESTES
¿Y cómo huiré de las de mi padre si renuncio a ello?

CLITEMNESTRA
Me da la impresión de que viva dirijo vanamente mis plegarias a una tumba.

ORESTES
La suerte de mi padre determina esta muerte para ti.

CLITEMNESTRA
¡Pobre de mí!, engendré y nutrí esta serpiente.

ORESTES
¡Ah, qué profeta tan verídico el terror que te inspiraban tus sueños! Mataste a quien no debías, sufre ahora lo que no debía ser.


Orestes, seguido de Pilades, arrastra a su madre dentro del palacio. La puerta se cierra. El coro vuelve a la orquesta.

CORIFEO
También de éstos lloro su triste destino. Ya que el valiente Orestes ha coronado tantas empresas de sangre, lo preferimos así: que el ojo de la casa se haya abierto para siempre.

CORO
Llegó la justicia a los Priámidas, con el tiempo: un castigo abrumador. Ha llegado también al palacio de Agamenón un doble león, un doble Ares. Ha ido hasta el fin el desterrado anunciado por Pitón, estimulado por los sabios consejos de un dios. Emitid, ¡oh! un grito de júbilo. La casa de los señores está libre de los males y de la disipación de la riqueza a manos de la pareja denigrante, hado de mortal camino. Ha venido aquel a quien, en lucha secreta, incumbe castigar el crimen por la astucia. En la batalla ha tocado el brazo de Orestes la verdadera hija de Zeus -la que los mortales, acertando el nombre, llamamos Justicia-, respirando sobre sus enemigos una funesta ira. El oráculo proclamado por Loxias desde el gran templo del Parnaso ataca con una astucia sin perfidia el crimen inveterado. La voluntad divina triunfa siempre negando socorro a los malvados. Es justo venerar el poder del cielo. La luz, ahora, puede verse: la casa se liberó del freno opresor. ¡Levántate, pues, palacio! Demasiado, demasiado tiempo estuviste siempre caído en el polvo. Pronto el tiempo que todo lo cumple atravesará el vestíbulo de este palacio cuando del hogar toda mancha habrá sido quitada por los ritos purificadores que ahuyentan la calamidad. Los extranjeros que residen en la casa caerán a su vez. La luz, ahora, puede verse: la casa se liberó del freno opresor. ¡Levántate, pues, palacio! Mucho, mucho tiempo estuviste siempre caído en el polvo.


Se abre la puerta central de palacio y se ven los dos cadáveres de Clitemnestra y Egisto. Frente a ellos está Orestes. Unos siervos traen el peplo en que murió Agamenón. Va llegando gente de Argos.

ORESTES
¡Ved la doble tiranía del país, los asesinos de mi padre, los devastadores de este palacio! Augustos, estaban hace poco sentados en sus tronos; ahora todavía son amantes -como se puede juzgar por su muerte- y permanecen fieles a su juramento. Juntos juraron dar muerte a mi desgraciado padre, y morir juntos: también esta promesa se ha realizado. Mirad, ahora, los que sois testigos de estos males, el ardid, la cadena de mi infortunado padre, las esposas de las manos, los grilletes de los pies. (A los siervos). Desplegad, mostrad de cerca a todos el velo que cubre al héroe para que el padre, no el mío, sino aquél que todo lo vigila, el Sol, vea las obras impías de mi madre, y un día sea testigo justamente de que conseguí la venganza hasta la muerte de mi madre. Porque aquí no hablo de la muerte de Egisto: ha tenido, de acuerdo con la ley, el castigo del adúltero. Pero ella, que meditó aquel crimen contra un hombre cuyos hijos había llevado debajo de la cintura -peso de amor un tiempo, pero ahora bien se ve, de odio mortal-, ¿qué te parece?, serpiente marina o víbora, que envenena todo lo que toca, sin morderlo, con sólo su audacia y su perfidia maternal. Y este velo, ¿cómo acertaré llamarlo, aun con lengua benévola? ¿Trampa de fieras o sudario que cubre al muerto hasta los pies? No, más bien una red, un lazo dirías, peplo que traba los pies: lo que quisiera un ladrón para engañar a sus huéspedes y vivir del robo del dinero; y con esta astucia mataría a muchos y alegraría enormemente su corazón. ¡Que jamás una esposa como ella habite en mi casa! ¡Antes los dioses me hagan morir sin hijos!

CORIFEO
¡Ay, ay!, miserables acciones. Tú has sucumbido a una muerte espantosa. ¡Ay, ay! Con el tiempo también el castigo florece.

ORESTES
¿Lo hizo ella o no lo hizo? Tengo por testimonio este velo, teñido por la espada de Egisto; la mancha de sangre ayuda con el tiempo a destruir los múltiples colores del bordado. Ahora, ya me alabo a mí mismo, lamento ante vosotras, y al invocar a este tejido asesino de mi padre, me aflijo por la acción, por el castigo y por toda la raza; de esta victoria guardo una abominable impureza.

CORIFEO
Nadie entre los mortales pasará, sin castigo una existencia del todo exenta de males. ¡Ay, ay! Una tribulación llega hoy, otra mañana.

ORESTES
Pero para que lo sepáis: yo no sé adónde lleva esto; soy como un auriga llevado por los caballos fuera del camino. Vencido, me arrastra mi espíritu indomable. Próximo al corazón el temor está pronto al canto y en ruidosa danza el corazón palpita. Mientras todavía estoy cuerdo, grito a mis amigos, sí, afirmo que no sin justicia he muerto a mi madre, manchada con el asesinato de mi padre, abominación de los dioses. Y el que me destiló en el corazón el filtro de esta audacia fue el profeta de Pitón, Loxias el cual me aseguró que si hacía lo que he hecho estaría exento de culpa, pero si lo descuidaba ... no diré el castigo: no hay arco que alcance la medida de estos padecimientos. Y ahora, miradme cómo, provisto con este ramo y esta corona, me dirijo al santuario del centro de la tierra, al lugar de Loxias, donde luce una luz indestructible, para huir de esta sangre común; a ningún otro lugar me ordenó Loxias que me dirigiera. Y ruego a los argivos que recuerden siempre cómo han surgido estos males y sean mis testigos cuando Menelao regrese. Yo, errante, desterrado de esta tierra, vivo y muerto dejaré este renombre.

CORIFEO
Tú has actuado bien; no unzas tu boca a un lenguaje amargo ni te maldigas, después que has liberado a toda la ciudad de Argos, cortando felizmente la cabeza a dos serpientes.


Orestes se dispone a marchar, pero retrocede asustado.

ORESTES
¡Ah, ah! ¡Qué mujeres son éstas, como Gorgonas, vestidas de negro, enlazadas de innumerables serpientes! No, no puedo quedarme más aquí.

CORIFEO
¿Qué fantasías, ¡oh hombre que más ha amado a un padre!, te agitan? Serénate, no temas, un vencedor como tú.

ORESTES
No, no son fantasías que me atormentan. Sé bien que son las perras irritadas de una madre.

CORIFEO
Tienes todavía sangre fresca en las manos: de ahí viene la turbación que asalta tu mente.

ORESTES
Soberano Apolo, mira cómo pululan. De sus ojos destilan una sangre repugnante.

CORIFEO
Tienes un único medio de purificarse: toca a Loxias y te liberará de estos tormentos.

ORESTES
Vosotras no las veis, pero yo sí; me persiguen, no puedo quedarme aquí.


Orestes sale.

CORIFEO
Buena suerte, pues, y que un dios, mirándote con ojos propicios, te guarde para días mejores.

CORO
Ésta fue para las mansiones reales la tercera tempestad que con aire violento se ha cumplido. Primero comenzó por unos hijos devorados, penas y tormentos de Tiestes. Después alcanzó el destino a un héroe regio: asesinado en el baño murió el caudillo de los arquos. Ahora por tercera vez vino -¿qué diré?-. ¿Un salvador, la muerte? ¿Adónde irá, dónde acabará, aplacado, el furor de Ate?

Índice de la ORESTIADA de EsquiloLAS COÉFORAS -Primera partePERSONAJES DE LAS EUMÉNIDESBiblioteca Virtual Antorcha