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LIBRO I

IX

Llega Periquillo a su casa y tiene una larga conversación con su padre sobre materias curiosas e interesantes

Llegamos a mi casa, donde fui muy bien recibido de mis padres, especialmente de mi madre, que no se hartaba de abrazarme, como si acabara de llegar de luengas tierras y de alguna expedición muy arriesgada. El señor don Martín estuvo en casa dos o tres días mientras concluyó su negocio, al cabo de los cuales se retiró a su hacienda, dejándome muy contento porque se había quedado en silencio mi desorden.

El señor mi padre un día me llamó a solas y me dijo:

- Pedro, ya has entrado en la juventud sin saber en donde dejaste la niñez, y mañana te hallarás en la virilidad o en la edad consistente, sin saber cómo se te acabó la juventud. Esto quiere decir, que hoy eres muchacho y mañana serás un hombre; tienes en tu padre quien te dirija, quien te aconseje y cuide de tu subsistencia: pero mañana, muerto yo, tú habrás de dirigirte y mantenerte a costa de tu sudor o tus arbitrios, so pena de perecer, si no lo haces así; porque ya ves que yo soy un pobre y no tengo más herencia que dejarte que la buena educación que te he dado, aunque tú no la has aprovechado como yo quisiera.

En virtud de esto, pensemos hoy lo que ha de ser mañana. Ya has estudiado gramática y filosofía; estás en disposición de continuar la carrera de las letras, ya sea estudiando teología o cánones, ya leyes o medicina.

Esto es decirte, hijo mío, que tienes, cuatro caminos que te ofrecen la entrada a las ciencias más oportunas para subsistir en nuestra patria; pues aunque hay otras, no te las aconsejo, porque son estériles en este reino, y cuando te sirvan de ilustración, quizá no te aprovecharán como arbitrio. Tales son la física, la astronomía, la química, la botánica, etc.; que son parte de la primera ciencia que te dije.

Tampoco te persuado que te dediques a otros estudios que se llaman bellas letras, porque son más deleitables al entendimiento que útiles a la bolsa. Supongamos que eres un gran retórico y más elocuente que Demóstenes: ¿De qué te servirá si no puedes lucir tu oratoria en una cátedra o en unos estrados?, que es como decirte, si no eres sacerdote o abogado. Supón también que te dedicas al estudio de las lenguas, ya vivas, ya muertas, y que sabes con primor el idioma griego, el hebreo, el francés, el inglés, el italiano y otros, esto solo no te proporcionará subsistir.

Conque de todo esto sacamos en conclusión que un pobre como tú, que sigue la carrera de las letras para tener con qué subsistir, se ve en necesidad de ser o sacerdote teólogo o canonista; o siendo secular; médico o abogado; y así ya puedes elegir el género de estudio que te agrade, advirtiendo antes que en el acierto de la elección consistirá la buena fortuna que te hará feliz en el discurso de tu vida.

Yo no exijo de ti una resolución violenta ni despremeditada. No, hijo mío, ésta no es puñalada de cobarde. Ocho días te doy de plazo para que lo pienses bien. Si tienes algunos amigos sabios y virtuosos, comunícales las dudas que te ocurran, aconséjate con ellos, aprovéchate de sus lecciones, y sobre todo consúltate a ti mismo; examina tu talento e inclinación, y después que hagas estas diligencias, resolverás con prudencia la carrera literaria que pienses abrazar.

Y así, hijo mío, si no te agradan las letras, si te garece muy escabroso el camino para llegar a ellas, o si penetras que por más que te apliques has de avanzar muy poco, viniendo a serte infructuoso el trabajo que emprendas en instruirte, no te aflijas, te repito. En ese caso tiende la vista por la pintura o por la música o bien por el oficio que te acomode. Sobran en el mundo sastres, plateros, tejedores, herreros, carpinteros, batihojas, carroceros, canteros y aun zurradores y zapateros que se mantienen con el trabajo de sus manos: Dime, pues, qué cosa quieres ser, a qué oficio tienes inclinación y en qué giro te parece que lograrás una honrada subsistencia; y créeme que con mucho gusto haré porque lo aprendas, y te fomentaré mientras Dios me diere vida; entendido que no hay oficio vil en las manos de un hombre de bien, ni arte más ruin, oficio o ejercicio más abominable que no tener arte, oficio ni ejercicio alguno en el mundo.

Por esto no me cansaré de repetirte, hijo mío, que antes de abrazar ésta o la otra facultad literaria, ésta o aquella profesión mecánica, etcétera, lo pienses bien, veas si eres o no a propósito para ello; pues aun cuando tengas sobre inclinación, si te falta talento, errarás lo que emprendas sin ambas cosas, y te expondrás a ser objeto de la más severa crítica.

Fuese mi padre y yo me quedé como tonto en vísperas, porque no percibía entonces toda la solidez de su doctrina. Sin embargo, conocí bien que su merced quería que yo eligiera un oficio o profesión que me diera de comer toda la vida; mas no me aproveché de este conocimiento.

En los siete días de los ocho concedidos de plazo para que resolviera, no me acordé sino de visitar a los amigos y pasear, como lo tenía de costumbre, apadrinado del consentimiento de mi cándida madre, pero en el octavo me dio mi padre un recordoncito, diciendome: Pedrillo, ya sabrás bien lo que has de decir esta noche acerca de lo que te pregunté hoy hace ocho días. Al momento me acordé de la cita, y fui a buscar un amigo con quien consultar mi negocio.

En efecto, lo hallé; pero ¡qué amigo!, como todos los que yo tenía, y los que regularmente tienen los muchachos desbaratados, como yo era entonces. Llamábase este amigo Martín Pelayo, y era un bicho punto menos maleta que Juan Largo. Su edad sería de diecinueve a veinte años; jugadorcillo más que Birján; enamorado más que Cupido; más bailador que Batilo; más tonto que yo, y más zángano que el mayor de la mejor colmena. A pesar de estas nulidades, estaba estudiando para padre, según decía, con tanta vocación en aquel tiempo para ser sacerdote como la que yo tenía para verdugo. Sin embargo, ya estaba tonsurado y vestía los hábitos clericales, porque sus padres lo habían encajado al estado eclesiástico a fuerza, lo mismo que se encaja un clavo en la pared a martillazos, y esto lo hicieron por no perder el rédito de un par de capellanías gruesas que había heredado. ¡Qué mal estoy y estaré toda mi vida con los mayorazgos y las capellanías heredadas!

Pero de cualquier modo, éste fue el eximio doctor, el hombre provecto y el sabio virtuoso que yo elegí para consultar mi negocio, y ya ustedes verán qué bien cumpliría con las buenas intenciones de mi padre. Así salió ello.

Luego que yo le informé de mis dudas y le dije algo de lo que mi padre me predicó, se echó a reír y me dijo:

- Eso no se pregunta. Estudia para clérigo como yo, que es la mejor carrera, y cierra los ojos. Mira: un clérigo es bien visto en todas partes, todos lo veneran y respetan aunque sea un tonto, y le disimulan sus defectos; nadie se atreve a motejarlos ni contradecirlos en nada; tiene lugar en el mejor baile, en el mejor juego, y hasta en los estrados de las señoras no parece despreciable; y, por último, jamás le falta un peso, aunque sea de una misa mal dicha en una carrera. Conque así estudia para clérigo y no seas bobo. Mira tú: el otro día, en cierta casa de juego, se me antojó no perder un albur, a pesar de que vino el as contrario delante de mi carta, y me afiancé con la apuesta, esto es, con el dinero mío y con el ajeno. El dueño reclamaba y porfiaba con razón que era suyo; pero yo grité, me encolericé, juré, me cogí el dinero y me salí a la calle, sin que hubiera uno que me dijera esta boca es mía, porque el menos me juzgaba diácono, y ya tú ves que si este lance me hubiera sucedido siendo médico o abogado secular, o me salgo sin blanca, o se arma una campaña de que tal vez no hubiera sacado las costillas en su lugar. Conque otra vez te digo que estudies para clérigo y no pienses en otra cosa.

Yo le respondí:

- Todo eso me gusta y me convence demasiado, pero mi padre me ha dicho que es preciso que estudie teología, cánones, leyes o medicina; o la verdad no me juzgo con talentos suficientes para eso.

- Pues no le hace -prosiguió él-; ordénate a titulo de idioma; ello es malo, porque los pobres vicarios son unos criados de los curas, y tales hay que les hacen hasta la cama; pero esto es poco, respecto a las ventajas que se logran; y por lo que toca a lo que dice tu padre de que es necesario que estudies teología o cánones para ser clérigo, no lo creas. Con que estudies unas cuantas definiciones del Ferrer o del Lárraga, te sobra, y si estudiares algo de Cliquet o del curso Salmaticense, ¡oh!, entonces ya serás un teólogo moralista consumado, y serás un Séneca para el confesionario, y un Cicerón para el púlpito, pues podrás resolver los casos de conciencia más arduos que hayan ocurrido y puedan ocurrir, y predicarás con más séquito que los Masillones y Burdalúes, que fueron unos grandes oradores, según me dice mi catedrático, que yo no los conozco ni por el forro.

Despedime de mi amigo, y me fui para casa, resuelto a ser clérigo, topara en lo que topara, porque me hallaba muy bien con la lisonjera pintura que me había hecho Martín del estado.

Llegó la noche, y mi buen padre, que no se descuidaba en mi provecho, me llamó a su gabinete y me dijo:

- Hoy se cumple el plazo, hijo mío, que te di para que consultaras y resolvieras sobre la carrera de las ciencias o de las artes que te acomode, para dedicarte a ellas desde luego; porque no quiero que estés perdiendo tanto tiempo. Dime, pues, ¿qué has pensado y qué has resuelto?

- Yo, señor -le respondí-, he pensado ser clérigo.

- Muy bien me parece -me dijo mi padre-, pero no tienes capellanía, y en este caso es menester que estudies algún idioma de los indios, como mexicano, otomí, tarasco, mazagua u otro para que te destines de vicario y administres a aquellos pobres los santos sacramentos en los pueblos. ¿Estás entendido en esto?

- Sí, señor -le respondí, porque me costaba poco trabajo decir que sí, no porque sabía yo cuáles eran las obligaciones de un vicario.

- Pues ahora es menester que también sepas -añadió mi padre- que debes ir sin réplica adonde te mandare tu prelado, aunque sea al peor pueblo de la Tierra Caliente, aunque no te guste o sea perjudicial a tu salud, pues mientras más trabajo pases en la carrera de vicario, tantos mayores méritos contraerás para ser cura algún día. En los pueblos que te digo, hay mucho calor y poca o ninguna sociedad, si no es con indios mazorrales. Allí tendrás que sufrir a caballo y a todas horas en las confesiones, soles ardientes, fuertes aguaceros, continuas desveladas o vigilias. Batallarás sin cesar con los alacranes, turicatas, tlalages, pinolillo, garrapatas, jejenes, zancudos y otros insectos venenosos de esta clase que te beberán la sangre en poco tiempo. Será un milagro que no pases tu trinquetada de tercianas que llaman fríos, a los que sigue después ordinariamente una tiricia consumidora; y enmedio de estos trabajos, si encuentras con un cura tétrico, necio y regañón, tendrás un vasto campo dónde ejercitar la paciencia; y si topas con un flojo y regalón, cargará sobre ti todo el trabajo, siendo para ello pingüe de los emolumentos. Conque esto es ser sacerdote y ordenarse a título de idioma o administración. ¿Te gusta?

Quédeme callado un corto rato, y mi padre, advirtiendo mi turbación me dijo:

- Cuando resolviste dedicarte a la Iglesia, ya preveniste la clase de estudios que habías de abrazar, y así no debes detener la respuesta. ¿Qué, pues, estudias? ¿Cánones o teología?

Yo, muy fruncido, le respondí:

- Señor, la verdad, ninguna de esas dos facultades me gusta, porque yo creo que no las he de poder aprender, porque son muy difíciles; lo que quiero estudiar es moral, pues me dicen que para ser vicario, o cuando más un triste cura, con eso sobra.

Levantose mi padre al oír esto, algo amohinado, y paseándose en la sala decía:

- ¡Vea usted! Esas opiniones erróneas son las que pervierten a los muchachos. Así pierden el amor a las ciencias, así se extravían y se abandonan, así se empapan en unas ideas las más mezquinas y abrazan la carrera eclesiástica, porque les parece la más fácil de aprender, la más socorrida y la que necesita menos ciencia. De facto, estudian cuatro definiciones y cuatro casos los más comunes del moral, se encajan a un sínodo y si en él aciertan por casualidad, se hacen presbíteros en un instante y aumentan el número de los idiomas con descrédito de todo el estado y encarándose a mí, me dijo:

- En efecto, hijo, yo conozco varios vicarios imbuidos en la detestable máxima que te han inspirado de que no es menester saber mucho para ser sacerdote, y he visto, por desgracia, que algunos han soltado el acocote para tomar el cáliz, o se han desnudado la pechera de arrieros para vestirse la casulla, se han echado con las petacas y se han metido a lo que no eran llamados; pero no creas tú, Pedro, que una mal mascarada gramática y un mal digerido moral bastan, como piensas, para ser buenos sacerdotes y ejercer dignamente el terrible cargo de cura de almas.

Todo lo contrario; siempre ha deseado que los ministros del altar estén plenamente dotados de ciencia y virtud. El sagrado Concilio de Trento manda: que los ordenados sepan la lengua latina, que estén instruidos en las letras; desea que crezca en ellos con la edad el mérito y la mayor instrucción; manda que sean idóneos para administrar los sacramentos y enseñar al pueblo, y, por último, manda establecer los seminarios; donde siempre haya un número de jóvenes que se instruyan en la disciplina eclesiástica, los que quiere que aprendan gramática, canto, cómputo eclesiástico y otras facultades útiles y honestas; que tomen de memoria la Sagrada Escritura, los libros eclesiásticos, homilías de los santos y las fórmulas de administrar los sacramentos, en especial lo que conduce a oír las confesiones, y las de los demás ritos y ceremonias. De suerte que estos colegios sean unos perennes planteles de ministros de Dios (Ses. 23, caps.: 11, 13, 14 Y 18). Conque ya ves, hijo mío, cómo la santa Iglesia quiere, y siempre ha querido, que sus ministros estén dotados de la mayor sabiduría, y justamente; porque ¿tú sabes qué cosa es y debe ser un sacerdote? Seguramente que no. Pues oye: un sacerdote es un sabio de la ley, un doctor de la fe, la sal de la tierra y la luz del mundo. Mira ahora si desempeñará estos títulos, o los merecerá siquiera, el que se contenta con saber gramática y medio moral y mira si para obtener dignamente una dignidad que pide tanta ciencia, bastará o salvará con tan poco, y esto suponiendo que se sepa bien. ¿Qué será ordenándose con una gramática mal marcada un moral mal aprendido?

Aquí sacó mi padre su reloj, y me dijo:

- Ha sido larga la conferencia de esta noche; mas aún, no te he dicho todo cuanto necesitas sobre un asunto tan interesante; sin embargo, lo dejaremos pendiente para mañana, porque ya son las diez, y tu madre nos espera para cenar. Vámonos.

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