Federico Nietzsche


Poesías


Primera edición cibernética, diciembre del 2002

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés




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Indice

Presentación.

Mi hogar.

Las olas.

Consejo.

A la melancolia.

¿Ya nunca hacia atrás?.

Después de una noche de tempestad.

Habla el solitario.

El caminante.

En el ventisquero.

Verdades.

Sé lámina de oro.

El otoño.

El arroyo.

¿Será ...?.

Crepúsculo.

La aplicación envidio ....

Silencio férreo.

A la amistad.

Al ideal.

El pino.

El árbol en otoño.

¡Oh, dicha...!.

El nuevo Colón.

Soledad.

Quien tiene ....

La señal de fuego.

El sol va al ocaso.

¿Cuánto tiempo...?

Ante la noche.

Canto de Zaratustra.

El caminante.

Al mistral ..

Consejo.

Ecce Homo.

Sin envidia.

A una estrella.

¡Oh, dicha!

Hacia nuevos mares.

¡La verdad ...!

Aforismo.



Presentación

Federico Nietzsche es conocido por sus obras filosóficas pero pocos saben que también escribió poesía.

En efecto, el afamado filósofo, autor del Nacimiento de la Tragedia, plasmo sus sentimientos en varias poesías, cosa que no es de extrañar puesto que muchos trozos de sus obras filosóficas, bien podrían así leerse.

Nacido en el poblado de Röcken el 15 de octubre de 1844, el célebre autor de El anticristo cursaría sus primeros estudios en Pforta, para, posteriormente, estudiar filología en las Universidades de Leipzig y Bonn.

Para 1869 impartiría cátedra en la Universidad de Basilea. Como maestro adquirió prestigio y fama, pero abandonaría la cátedra en 1879 por problemas de salud.

Para librarse de su enorme padecimiento de insomnio, Federico Nietzsche optó por el consumo de determinado tipo de narcóticos, lo que le ocasionaría una serie de malestares aún peores que el insomnio, y que finalmente le conducirían a la locura. Fue entonces internado en un sanatorio psiquiátrico en Jena en donde parcialmente se recuperaría para ir a vivir al lado de su madre; una vez muerta su madre, le tocaría a su hermana el cuidarlo. Pero el fallecimiento de su madre propició un acelerado desarrollo de su enfermedad mental. Finalmente moriría en Weimar a la edad de 55 años, el 25 de agosto de 1900.

El autor de Así hablaba Zaratustra definió su poesía como una llama, esto es, la simbolización del fuego eterno. Y es mediante ese simbolismo que deben leerse cada una de las poesías que comprenden la presente edición virtual.

El fuego consumiéndolo todo, el fuego alzándose majestuoso, mostrando su poder y su grandeza: he ahí la representación de Federico Nietzsche, ese filósofo aclamado por unos, rechazado por otros e incomprendido por la inmensa mayoría.

Esperamos que la presente edición sea apreciada por todo aquel que la lea.

Chantal López y Omar Cortés

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Mi hogar

Tengo mi hogar y patria en las alturas;

Por esto de subir no siento anhelo

Ni mis ojos levanto nunca al cielo.

Desde arriba yo miro las honduras.

Yo soy uno que debe bendecir,

y todo el que bendice mira al suelo.

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Las olas

¡Bien! ¡Olas caprichosas! ¿Irritadas

Contra mí os levantáis? ¿Y con rugidos

De sorda cólera asediáis mi barca?

¡Ah, necias! Con mi remo

Vuestra cerviz aplasto; y esa barca,

Con tan ciego furor vosotras mismas

A la inmortalidad la vais llevando.

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Consejo

No quieras ser jamás e! timbalero

De tu propio destino.

Abandona el camino

De todo ese bum-bum de falsa gloria.


Alégrate no sea difundido

Con rapidez tu nombre;

y sepas ser un hombre

Que ahorrar su propia fama ha conseguido.

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A la melancolía

No lo tomes a mal, Melancolia,

Que yo aguce la pluma en tu alabanza

E inclinando la frente pensativa,

Ardiendo en tus loores, yo me siente

Solitario en un tronco. ¡Tantas veces!

Tu me viste -era ayer, bien lo recuerdo-

Bañado en los fulgores matutinos

Del sol ardiente! Allá en el hondo valle

Graznaba el buitre de botín sediento ...

Es que soñaba en un cadáver yerto

Allá en el yerto tronco abandonado.


¡Ah, cómo te engañabas, ave tétrica,

Aun cuando yo, cual una momia, inmóvil,

Seguía allí en mi tronco! No veías

Mis ojos, no; los ojos que extasiados

Aquí y allá rodaban, fulgurantes

De altivez. Y por más que a tus sublimes

Alturas remontarse no podían,

Donde acceso las más lejanas nubes

No tienen, tanto más profundamente

En el abismo de la vida hundíanse

Para dejarlo todo iluminado

Con la divina luz de sus relámpagos.


Así sentado en medio las profundas

Soledades, pasaba yo las horas

Rudamente encorvado, a semejanza

Del bárbaro presente al sacrificio,

Pensando siempre en ti, Melancolía.

¡Tan joven todavía y penitente!

Así yo me gozaba en el magnífico

Vuelo del buitre, en el rodar tronante

De los aludes que la selva aplastan;

Y allí me hablabas tú, deidad que ignoras

La ruindad tan humana del engaño;

Allí me hablabas íntima y sincera

Aunque con faz severa, aterradora.


Y tú, ruda deidad, que del granito

Posees la firmeza, oh tú, mi amiga,

Gustas a mí cercana aparecerte;

Con gesto de amenaza tú me muestras

El siniestro volar del buitre hambriento

Y el desplomarse del alud gigante,

Deseoso de aplastarme. En torno mío

Respira jadeante y rechinando

Un anhelo feroz de sanguinaria

Crueldad, con un deseo obsesionante

De arrancar por doquier vida a zarpazos.

La solitaria flor por mariposas

Suspira tentadora allá en la peña.


Yo soy todo esto -siéntolo temblando-

Enamorada mariposa, dulce

Flor solitaria, el buitre carnicero

Y el arroyuelo helado y el terrible

Rugir de la borrasca -todo, todo

Para tu gloria y en tu prez perpetua;

Oh tú, diosa feroz, a quien postrado

Y humillada la frente, entre gemidos

Mi temerosa voz levanta un himno

Gimiente, suplicando me concedas

De vida, vida, vida, estar sediento

Súfreme ahora, oh tú, deidad maligna,

Que con gentiles rimas te corone.

Si tiembla todo aquel a quien te acercas,

Si se estremece aquel a quien alargas

La despiadada diestra, en tu presencia

Temblando balbuceo este mi canto

Y me estremezco en mis convulsos ritmos;

La tinta fluye, viva centellea

La aguda pluma; ahora oh, diosa, diosa,

Déjame libre y libre me gobierne.

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¿Ya nunca hacia atrás?

¿Ya nunca hacia atrás?

¿Ni avanzar jamás?

Así yo aquí espero

Y obstinado cojo

Lo que asir me dejan la mano y el ojo.

Cinco pies de lierra y la aurora en suerte,

Y bajo mis plantas ... Hombre, Mundo, Muerte.

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Después de una noche de tempestad

Hoy asomas tu rostro a mi ventana

Como una niebla informe, triste diosa;

El pálido sudario se devana

Medrosamente al viento;

Prorrumpe en melancólico lamento

Del arroyo la vena hoy caudalosa.


Entre el relampagueo y el salvaje

Bramar del trueno.

Envuelto en los girones

De negros nubarrones,

Has preparado con mortal veneno

Oh, terrible hechicera, tu brebaje.


A media noche oí tu voz siniestra

Aullando de placer y de dolor,

Vi fulgurar tus ojos, vi tu diestra

Esgrimiendo, convulsa de venganza,

Cual titánica lanza,

El rayo asolador.


Y toda armada así, a mi pobre encierro

De noche te has querido acercar hoy;

Llamando a mis cristales con el hierro

De tus armas radiantes

Me has dicho: ¡No te espantes!

¡Quiero decirte ahora quién yo soy!


Yo soy la grande, la eterna amazona,

Jamás débil, ni muelle, ni mujer;

Cuando en la lucha mi furor se encona,

Impávida me bato

Con viril arrebato;

¡Soy la Tigresa de infernal poder!


Siempre sobre cadáveres camino;

Cruel es mi destino;

Teas arrojan mis airados ojos;

Mi cerebro ponzoñas elabora.

Mortal, cae de hinojos;

A mi presencia adora

O púdrete al momento, vil gusano,

¡Extínguete por siempre, fuego vano!

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Habla el solitario

¿Tener yo pensamientos?

¡Buenol Ya sé que por señor me quieren.

¿Pero hacerse uno mismo pensamientos?

¡Cuán gustoso olvidara yo tal arte!

A aquel que se fabrica psnsamientos

Sus mismos pensamicntos le dominan;

Y no quiero servir ahora ni nunca.

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El caminante

A través de la noche el caminante

A buen paso camino va adelante,

Y va dejando atrás sin pesadumbre

El hondo valle, la escarpada cumbre.

La noche es bella, pero ¿qué le importa?

Por nada su ligero paso acorta,

Aunque no sepa, pobre peregrino,

A donde ha de llevarle su camino.


De pronto un ave canta. Oh, ave, dime:

¿Qué es lo que haces? Dí, ¿por qué me oprime

Tu voz mi corazón y me detienes?

Dime por qué derramas en mis sienes

Ese sopor tan dulce que asi liga

Mis sentidos y, oyéndote, me obliga

A suspender mi marcha. ¿A qué me llamas

Con tu trinar, oculto entre las ramas?


El buen pájaro calla, y dice así:

No, caminante; no te llamo a ti;

Desde esta cumbre, en trémulos gorjeos

La hembra llamando estoy de mis deseos.

¿Qué te importa? Soñando siempre en ella,

Para mi solo no es la noche bella.

¿Qué te importa? En el mundo siempre errante,

No te has de detener un solo instante.

¿Aún inmóvil estás? ¡Ah, peregrino!

¿Qué se te da de mi cantar divino?


Calló el buen pájaro y pensó entre si;

¿Qué le importa mi dulce melodía?

¿Qué hace aqui

Sin moverse todavia?

No te detengas, pobre caminante;

Siempre adelante ve, siempre adelante.

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En el ventisquero

A medio día, cuando ya comienza

A escalar las montañas el estío,

El muchacho de ardientes y cansados

Ojos se pone a hablar; pero tan sólo

Vemos su hablar. Exhálase su aliento

CuaI de un enfermo el respirar se exhala

Una noche de fiebre. Y los abetos,

Y la fuente, y también el ventisquero

Su respuesta le dan; pero tan sólo

Esa respuesta vemos. Pues más raudo

Desde la abrupta peña se derrumba

La pujante cascada, dibujando

Un saludo profundo y se despliega

Como una blanca y trémula columna,

Rígida y tensa en un vibrante anhelo;

Y como nunca íntimamente obscuro

Y erguido, al rededor mira el abeto,

Y entre el hielo y la muerta peña parda

Estalla un resplandor súbitamente ...

Tal resplandor yo vi que el alma aclara.


Ah, los ojos también del hombre muerto

Una vez todavía se iluminan

Cuando su hijito cíñele en sus brazos,

Cuando le besa el labio de su niño.

Aun brota entonces una vez la llama,

Mas para ir a ocultarse en los adentros;

Y aun ardiendo los ojos del difunto

Hablan así: ¡Ay niño, pobre niño!

Tú bien lo sabes como yo te amo!


Todo habla con ardor ... El ventisquero,

El abeto, la fuente ... Todo exhala

Una misma palabra: Pobre niño,

Te amamos, sí, te amamos, bien lo sabes!

Y él, el muchacho que contempla el mundo

Con ojos encendidos y cansados,

Le envía fervoroso y melancólico

Un beso de pasión, y no quisiera

Nunca jamás partir de su presencia

Y es su palabra en su ardoroso labio

Cual un velo invisible y balbucea:

Mi saludo ha de ser de despedida;

Mi venir es partir; yo muero joven.


Todo parece que en redor escuche,

Todo parece reprimir su aliento.

Ningún pájaro pía. Mas de pronto

Un resplandor encima de los montes

Rasga el cielo dejando escalofríos.

Todo parece meditar en torno,

Todo calla ...

A medio día, cuando ya comienza

A escalar las montañas el estío,

Aquel muchacho contemplaba el mundo

Con sus ojos ardientes y cansados.

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Verdades ...

Verdades que jamás sonrisa alguna

En su oro haya bañado ... ¡cuán indómitas,

Cuán verdes y cuán ásperas verdades!

En torno mío aguardan impacientes.


Verdades quiero para nuestros pies,

Verdades que a la danza nos inviten.

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Sé lámina de oro

Sé lámina de oro ...

De este modo verás como se graban

En letras de oro en ti todas las cosas.

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El otoño

Otra vez el otoño, otra vez la estación

Que te destroza aún el corazón ...

Huye lejos de aquí, ¡huye volando!

Ya va avanzando el sol hacia los montes

Y sube, y sube, y sube,

Y descansa, descansa en cada nube.


¡Oh, qué marchito está ya el mundo!

El viento va tañendo su canción

En cuerdas fatigadas de tan tensas.

La esperanza voló ...

Vuela tras ella el viento

Con un nostálgico lamento.


Otra vez el otoño, otra vez la estación

Que despedaza aún tu corazón

Huye lejos de aquí, ¡huye volando!

Fruto del árbol,

Tú tiemblas. Di, ¿tal vez vas a caer?

Di, ¿qué secreto te contó la Noche?

¿Por qué una palidez mortal mancilla

Tu encendida mejilla?

Tú callas; ¿no respondes?

¿Quién habla todavía?


Otra vez el otoño, otra vez la estación

Que te destroza aún el corazón

Huye lejos de aquí, ¡huye volando! ...

No soy hermosa,

-Tal la flor estrellada ha susurrado-,

Pero yo amo a los hombres,

Yo a los hombres consuelo.

Los hombres han de ver aún más flores,

Se inclinarán para cogerme

Y acabarán sus manos por romperme

Y brillará en sus ojos un recuerdo,

Recuerdo de algo, de algo más hermoso

Aún que yo misma ...

Lo veo, ya lo veo ...

Y muero de deseo ...


Otra vez el otoño, otra vez la estación

Que despedaza aún tu corazón

¡Huye lejos de aquí, huye volando!

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El arroyo

Un arroyo danzante, centelleante,

Que en tortuoso lecho de peñascos

Rebulle aprisionado ...

¿Qué es lo que puede hacerle otra vez libre?

Entre las negras rocas

Fulgura su impaciencia y se extremece.


Tortuoso es el camino

De todo grande hombre, de toda gran corriente,

Pero incesantemente

Marchan y avanzan hacia su destino.

¡Oh, supremo valor! No son miedosos

De caminos tortuosos.

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¿Será ...?

¿Será nuestra caza de la verdad

Una caza de la felicidad?

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Crepúsculo

Ya que el día cansado está del día,

Ya que el ansia anhelante del arroyo

Esperanzas susurra de consuelo,

Ya que la esfera pálida del cielo

En finas blondas de oro suspendida,

¡Descansa! al oído dice al fatigado ...

¿Por qué, mi corazón, tú no descansas?

¿Qué te espolea en tu incesante huida

Que los pies te ensangrienta?...

Dí, ¿qué esperas?

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La aplicación envidio ...

La aplicación envidio al aplicado;

Dorado siempre igual le pasa el día;

Un día y otro día, siempre iguales,

Van a hundirse en el negro mar del Tiempo ...

Y de su tienda en derredor floreces,

Tú que a las almas, ágiles conservas,

Sacra flor del Olvido.

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Silencio férreo

Yo escuchaba con todos mis sentidos ...

Ni el más leve rumor Ilegaba a mi.

El mundo estaba mudo ...


Yo escuchaba con el vivaz oído

De mi curiosidad. Por cinco veces

Por encima de mi tiré el anzuelo;

Sin ningún pez lo retiré otras cinco ...

Pregunté ... No cayó respuesta alguna

En mis redes vacias ...


Yo escuchaba

Con el vivaz oído de mi Amor.

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A la amistad

Yo te saludo, Amistad,

Oh, primera claridad

De mi suprema esperanza

Ah, muchas y muchas veces

Esa noche, ese camino

De mi trágico destino

Pareciéronme sin fin;

y toda, toda la vida

Sin objeto y maldecida,

Digna de mi odio y ruín

¡Ah, vivir quiero dos veces.

Ahora que tú me apareces,

¡Oh, mi más cara deidad!

Pues la victoria y la aurora

Tus ojos he visto ahora

Inundar de claridad.

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Al ideal

¿A quíén he amado más que a ti, querida sombra?

A mí y en mí yo te he acercado, y desde entonces

Me he convertido casi en sombra y tú en un cuerpo.

Pero mís ojos aprender nunca pudieron

Por su costumbre de mirar todas las cosas

fuera de sí: tú seguirás siendo el eterno

fuera de mí ... ¡Ay, esos ojos

Que siempre a mi fuera de mi me están llevando!

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El pino

Aquí crecí por encima

Del hombre y del animal;

Yo hablo, pero, ¡ay! conmigo

No había ningún ser mortal.


Demasiado solitario

Y alto en exceso crecí.

Yo espero, pero me digo:

¿Qué estoy esperando aquí?


Demásiado cerca el solio

De las nubes de mí está;

Sólo espero el primer rayo

Que aquí me derribará.

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El arbol en otoño

Venís a sacudirme,

Imbéciles, preciso en el momento

En que en un inefable arrobamiento

Iba ya a sumergirme.

Jamás un sobresalto tan fatal

En mi vida he sentido;

Mi sueño de oro, mi ideal

¡Se me ha desvanecido!


Con vuestras torpes trompas de elefante

Me queréis husmear, sin previo aviso.

¿Más cortés no sería y más galante

Solicitar primero mi permiso?

Del susto os he arrojado la corteza

De mis frutos de oro en la cabeza.

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¡Oh dicha ...!

¡Oh, dicha! Ansiada dicha,

Oh tú, suprema presa

Que siempre estás cercana

Mas no bastante cerca;

Que siempre eres mañana,

Mas nunca en el hoy llegas.

¿Quizá en exceso joven,

Joven sin experiencia,

A este cazador tuyo

Que te persigue, encuentras?

¿Eres tú del pecado

En realidad la senda,

De entre todas las culpas

Oh, culpa, la más bella?

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El nuevo Colón

En genovés, amiga, Colón dijo,

No vuelvas a poner tus esperanzas;

Siempre el azur está mirando fijo

Y le atraen las vagas lontananzas.


Hoy caro para mi es lo más lejano.

¡Génova ... A mis espaldas ya te hundiste!

¡Arriba, corazón! ... Empuña, oh, mano,

Con fuerza el gobernable; sólo existe

Para mi el mar que el infinito encierra ...

¿Y tierra? ... ¿Y tierra? ... ¿Y tierra? ...


Que en un retroceder jamás confíen

Los que alargan la mano a la victoria;

Alla lejos nos llaman y sonríen

¡Una Muerte, una Dicha y una Gloria!

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Soledad

Las cornejas, con lúgubres graznidos

En denso vuelo a la ciudad ya tornan.

¡Bien pronto nevará! ¡Feliz mil veces

Quien tiene patria!


Y ahora tu estás aquí rígido y solo;

Siempre detrás de ti con dolor miras.

¿Por qué, oh, necio, a las puertas del invierno

Al mundo huiste?


Oh, el mundo, esta glacial y muda entrada

¡A miles de desiertos desolados!

Jamás sosiego tiene el que perdiera

Lo que perdiste.


Ahora aquí estás con pálido semblante,

Peregrino lanzado al cruel invierno,

Tal como el humo que sin tregua busca

Más fríos cielos.


Pájaro, vuela y con voz ronca entona

Tu canción de los fúnebres desiertos.

Oculta, oh, necio, el corazón sangrando

En hielo y mofa.


Los cornejos, con lúgubres graznidos

En denso vuelo a la ciudad ya tornan.

¡Bien pronto nevará! ¡feliz mil veces

Quien tiene patria!

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Quien tiene ...

Quien tiene mucho para enseñar

Largo silencio debe guardar;

Y quien el rayo debe encender

Por largo tiempo nube ha de ser.

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La señal de fuego

Aquí donde del seno de los mares

La isla surgió, cual ara gigantesca

De peñascos enormes fabricada,

Aquí ha encendido bajo el hosco cielo

Zaratustra la hoguera de las cumbres ...

Signo de fuego para los navíos

Perdidos en el mar, interrogante

Para aquellos que tienen la respuesta.

Esta gran llama de grisáceo vientre

Golosa lame frías lontananzas

Y su cuello cimbrea hacia regiones

Más, puras cada vez y más sublimes.

¡Misteriosa serpiente enderezada

Ante mis ansias, signo interrogante

Que yo me puse un día ante mí mismo!


Mi alma, mi alma misma es esta llama.

Insaciable hacia nuevas lontananzas,

Hacia más alto, siempre hacia más alto

Lanza los dardos de su ardor sereno.

¿Por qué huyó de los hombres y animales

Zaratustra? ¿Por qué pasó de largo

Por toda tierra firme y habitada?

Seis soledades son las que él conoce ...

Pero el mar mismo para él no era

Bastante solitario, y esta isla

Le convidó a echar pie; subió a la cumbre;

Llegó a la culnbre y convirtióse en llama;

Y buscando en la altura una quimérica

Séptima soledad, su arpón arroja

Al éter por encima su cabeza.


¡Naves perdidas en las olas! ¡Ruinas

De ya antiguas estrellas! ¡Oh, vosotros, Mares del porvenir! ¡Inexploradas

Esferas celestiales! Hacia todo

Lo solitario lanzo el arpón mío.

¡Ah! Da respuesta al impaciente anhelo

De la llama, aprisiona entre tus redes

Al pescador que mora en altas cumbres,

Séptima soledad de mis ensueños,

¡Ah, soledad postrera de mi vida!

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El sol va al ocaso

1

Tu sed dentro de poco va a apagarse,

Corazón abrasado. Por los aires

Una promesa flota; ya la siento

Resbalar por mi rostro como un hálito

Expirado por labios invisibles.

El gran frescor ya viene ...


Abrasaba mi sol al medio día.

Ah, bienvenidos fuisteis,

Inesperados vientos, oh, vosotros,

Refrigerantes genios de la tarde.


Extraño y puro el aire se desliza.

¿No me miran los ojos de la noche

Con guiño tentador entre el crepúsculo?

Corazón animoso, no desmayes,

Y el por qué no preguntes.

2

¡Oh, día de mi vida!

El sol se hunde.

Oro a raudales en la lisa, inmóvil

Llanura de la mar, del cielo fluye.

Hálito abrasador la tierra exhala.

¿Quizás, quizás, la dicha, al medio día,

Durmió su siesta en su serena cumbre?

En reflejos verdosos aun la dicha

Está jugando encima el negro abismo.


¡Oh, día de mi vida!

Desciendes ya al ocaso.

Arde ya tu pupila medio hundida.

Ya brota sin cesar el parleante

Rocío de tus lágrimas; ya cubre

La palidez del mar la roja púrpura

De tu amor abrasado, tu postrera

Beatitud desmayada y vacilante.


3

¡Serenidad dorada, ven, te imploro!

Tú que eres el más intimo, el más dulce,

Anticipado goce de la muerte!

¿He recorrido acaso mi camino

Con demasiada rapidez? Tan sólo

Ahora que me rinde la fatiga,

Todavía me busca tu mirada,

Todavia me busca tu ventura.


Alrededor de mi el eterno juego

De las olas prosigue. Lo más grávido

Por siempre hundióse en el azul olvido.

Desde hoy ociosa y quieta está mi barca.

Travesías, borrascas ... ¡Cuán remotas

Las cubre el horizonte del pasado!

Naufragaron deseos y esperanzas,

Lisas la mar y el alma están tendidas.


¡Séptima soledad! Jamás sintiera

Seguridad tan dulce en torno mio,

La mirada del sol jamás tan cálida

¿Aun no está ardiendo el hielo de mi cumbre?

Ascua de plata, leve, centelleante.

Mi barca va flotando mar adentro.

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¿Cuánto tiempo ...?

¿Cuánto tiempo hará ya que estás postrado

Llorando tu desgracia?

Ah. ten cuidado,

Que incubando tú estás, sin que lo sepas,

Un huevo, un huevo atroz de basilisco,

Al calor de tus lágrimas.


¿Por qué allá Zaratustra se desliza

A lo largo del monte?


Huraño, desconfiado, melancólico,

Acechador eterno ...

¡Pero un rayo, de pronto,

Clarísimo, terrible, un latigazo

Del abismo crujiendo contra el cielo! ...

Hasta los montes sienten sacudidas

Sus profundas entrañas ...


Alli do el odio en rayos estallara

Desatando tonantes maldiciones,

En las sublimes cumbres ora habita

La cólera feroz de Zaratustra,

Sigilosa avanzando, arrebujada

En nubes de bvrrasca.

¡Escóndase quien tenga

Un último escondrijo!

¡Id a embozaros, hombres pusilánimes,

En vuestras muelles sábanas!

Ahora los truenos ruedan retumbando

Por los abismos, ahora bambolea

Todo lo que es pared y lo que es viga,

Y palpitan relámpagos y estallan

Espantosas y lividas verdades ...

Zaratustra maldice ...

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Ante la noche

1

Silencio ...

Veo lo grande; de las cosas grandes

Es preciso callar o hablar sublime.

¡Habla sublime, oh, mi sabiduría,

Oh, mi sabiduría alborozada!


Miro hacia el alto ...

Océanos de luz allá dilátanse ...

¡Oh, la noche ... oh, silencio, voces hondas

Del silencio mortal que el mundo llena!

Vislumbro un signo ...

Allá en las más remotas lontananzas

Húndese lentamente en los espacios

Una estrella fugaz ante mis ojos ...


2

¡Oh, frente sublime del ser!

¡Cuadro en que obras eternas resplandecen!

¿Vienes a mi?

Lo que nadie ha mirado ni entrevisto,

-De tu muda belleza el sacro arcano-

Oh, prodigio, no huye ante mis ojos?


¡Oh, escudo de la Necesidad!

¡Cuadro en que obras eternas resplandecen!

Pero tú ya lo sabes:

Lo que todos odian

Es lo que yo amo.

¡Ah, porque eres eterno yo te amo!

¡Porque eres necesario yo te amo!

Mi amor se inflama solamente

En la Necesidad eternamente!


¡Escudo de la Necesidad!

¡frente eterna del ser,

Inaccesible a todos los deseos,

Que negación ninguna contamina,

Afirmación eterna de la vida!

Yo soy tu afirmación eternamente,

¡Porque yo te amo a ti, Necesidad!

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Canto de Zaratustra

Hombre, ¿no escuchas con atento oído

Lo que te dice la profunda noche?

Yo dormía, dormía, mas de pronto

Me desperté de mí profundo sueño ...

El mundo es muy profundo, más profundo

De lo que te parece al ser de día.

Profundo es su dolor. Oh, la alegría

Es más profunda aún que todo duelo.

¡Pasa!, dice el dolor; mas la alegría

Siente el ansia inmortal de una profunda

Eternidad y aspira a ser eterna.

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El caminante

¡No más caminos! En deredor tan sólo

Hondos abismos y quietud de muerte!

Tú lo quisiste asi; de toda senda

De grado te alejaste. ¡Ve a tu suerte!

¡Vista clara y serena! ¡Atento oído!

Si temes el peligro, estás perdido.

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Al mistral

Viento mistral, oh, cazador de nubes,

Matador de aflicciones, despejador del cielo,

Viento fogoso, ¡con qué ardor te amo!

¿Nosotros no somos las primicias

De un único regazo? ¿Ambos no somos

Hijos predestinados

De una suerte común, eternamente?


Aquí por los caminos que se pierden

Entre las calvas peñas, a ti corro,

Danzando al ritmo de tu necio canto

V tu silbido poderoso. ¡Oh, viento

Que de la libertad siendo el más libre

Hermano, por encima de las olas

De salvajes océanos galopas!


Oí, despierto apenas, tus bramidos;

Y a la carrera lánzome a los muros

De enormes peñas sabre el mar enhiestos.

Y al momento, cual fiero torbellino,

Arrollando diamantes, tú viniste

Con clamor de victoria de las cumbres.

Y por la inmensidad del firmamento

Vi cruzar al galope tus corceles

Y vi el carro triunfal que te conduce;

Y vi tu propia mano estremecida

Cuando en el lomo de tus nobles brutos

Cual un rayo tu látigo restalla.


Saltar te vi de tu fulgente carro,

Y rápido volar hacia la tierra,

Y veloz cual un dardo sumergerte

En la profundidad de los abismos;

Tal un rayo de oro entre las rosas

De la aurora palpita un breve instante.


¡Oh, danza ahora encima las espaldas

De las olas rebeldes y malignas,

Oh, creador de siempre nuevas danzas!

De mil maneras a danzar enséñanos;

Haz libre eternamente a nuestro Arte,

Haz a la humana ciencia siempre alegre.


De toda planta arrebatar sepamos

Una fragante flor para la gloria

Y algunas hojas para nuestra frente.

Dancemos cual alegres trcvadores

Entre los santos y los pecadores;

Ruede entre Dios y el mundo nuestra danza.


Quien no pueda danzar al par del viento,

Quien haya de ceñirse ligaduras,

Espíritus decrépitos, ancianos prematuros,

El gazmoño, el hipócrita, el farsante,

Huyan de nuestro alegre paraiso.


Arrojemos el polvo del camino

A las narices del enfermo; a golpes

La nidada espantosa de los tristes.

Y disipe en la costa nuestro aliento

El aire infecto que su pecho expira

Y el opaco claror de sus míradas.


Guerra al que enturbe el cielo, al que ennegrezca

El mundo, a todo aquel que arrastre nubes;

Despejemos los ámbitos celestes.

Ruja nuestro furor. Sublime espíritu

De los libres espíritus, contigo

Ruge cual tempestad mi noble dicha.


Y para eternizar esta memoria

De mi alta dicha, arranquen tus bufidos

La corona de poeta de mis sienes;

Y hacia lo aIto, cada vez más alto,

Arrójala a los cielos más remotos ...

Y préndela en los rayos de una estrella.

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Consejo

De altas cumbres no seas ambicioso,

No te quedes tampoco en la llanura;

Desde mediana altura

Es como se ve el mundo más hermoso.

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Ecce homo

Ah, ya sé cual es mi origen ...

Insaciable cual la llama

Me consumo, ardiendo estoy.

Luz es todo cuanto toco,

Es ceniza cuanto dejo ...

Ciertamente llama soy.

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Sin envidia

¡Sí! Sin envidia él mira. ¿Le veneráis por esto?

De vuestro ruín orgullo no hay en sus ojos huellas.

El tiene ojos de águila para las lontananzas.

No os ve a vosotros. Sólo ve estrellas, sólo estrellas.

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A una estrella

A tu órbita fatal predestinada,

¿Qué se te da la inmensidad obscura?

¡Rueda feliz por los espacios, lejos

Muy lejos de la humana desventura!

Al mundo más remoto tus destellos

Diriges, la piedad allá en tu altura

Pecado debe ser. Sólo un precepto

Rige constante para ti: ¡Sé pura!

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¡Oh, dicha!

Las palomas de San MarcosVuelvo a verlas; en la plaza,

Reposa en dulce sosiego

La luminosa mañana.

Ocioso envío mis cantos

A la bóveda azulada;

Como vuelos de palomas

Siento el latir de sus alas.

Luego deseo que tornen

Y mi ansiosa voz las llama

Para engarzar otra rima

En sus finas plumas blancas.

¡Oh, mi dicha!


¡Oh, tú, bóveda celeste

Tan azul, sedosa y clara,

Cómo fulguras en torno

De estas piedras matizadas!

¡Cómo te amo y te temo!

¡Cómo le envidio! Tu alma

De buen grado sorberia

Para jamás exhalarla!

¡Oh, mi dicha!


Con qué empuje y fuerza brava

Te erguiste aqui victoriosa

Hacia la luz soberana!

Tú la plaza, amante, abrigas

Bajo el son de tus campanas.

Eres el acento agudo

De luminosa palabra ...

Siéntome enzarzado en una

Caricia aterciopelada ...

¡Oh, mi dicha!

Pero aun no suenes, música;

Del cielo espera que caigan

Velos de sombra y la noche

Tienda su negra mortaja.

Es aún harto temprano

Para el canto; a la rosada

Vespertina luz no brilla

El oro de las arcadas;

Aun quedan horas de sobras

Para rimar mis estancias,

Para entretejer mis versos

En mi alma solitaria ...

¡Oh, mi dicha!

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Hacia nuevos mares

¡AI mar! ¡AI mar! ... Ya parto; y me confío

A mi suerte y agárrome al timón.Abierlo el mar reposa, y mi navío

Del azul insondable

Siente la irresistible tentación


Todo fulgura alrededor; reposa

En el tiempo y espacio Mediodia.Tan sólo tu pupila monstruosa,

Oh, Infinito, yo siento que me espía.

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¡La verdad!

¡La Verdad, la Verdadl ... Sólo una hembra,

Nada más que una hembra artera, astuta,

En su mismo rubor; lo que más quiere

Odiarlo disimula, y con las manos

Lejos de si lo aparta. ¿A quién se rinde?

Solamente a la fuerza. La violencia

Es lo que necesita. ¿Lo oís, oh, sabíos?

¿Lo oís? Sed duros. Debe ser forzada

La verdad ruborosa. NecesitaDe la violencia para ser dichosa ...

¡Nada más que una hembra, la Verdad!

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Aforismo

El poeta que, a sabiendas,

Puede en sus versos mentir.

Es el único que en todo

La verdad puede decir.

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