Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimo | Principio | Segunda parte (Primer archivo) | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
Primera parte
Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.
Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía.
No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.
No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.
Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban.
Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento.
Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía aparecer el hombre.
Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos, y el nacimiento de la vida y la creación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán.
El primero se llama Caculhá-Huracán. El segundo es Chipi-Caculhá. El tercero es Raxá-Caculhá. Y estos tres son el Corazón del Cielo.
Entonces vinieron juntos Tepeu y Gucumatz; entonces conferenciaron sobre la vida y la claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el sustento.
- ¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe (el espacio), que surja la tierra y que se afirme! Así dijeron. ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado - así dijeron.
Luego la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra:
- ¡Tierra! -dijeron, y al instante fue hecha.
Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas; y al instante crecieron las montañas.
Solamente por un prodigio, sólo por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los valles; y al instante brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie.
Y así se llenó de alegría Gucumatz, diciendo:
- ¡Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo; tú, Huracán, y tú, Chipi-Caculhá, Raxá-Caculhá!
- Nuestra obra, nuestra creación será terminada - contestaron.
Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas.
Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua.
De esta manera se perfeccionó la obra, cuando la ejecutaron después de pensar y meditar sobre su feliz terminación.
II
Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras, cantiles (víboras), guardianes de los bejucos.
Y dijeron los Progenitores:
- ¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que en lo sucesivo haya quien los guarde.
Asi dijeron cuando meditaron y hablaron enseguida. Al punto fueron creados los venados y las aves. Enseguida les repartieron sus moradas a los venados y a las aves.
- Tú, venado, dormirás en la vega de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza, entre las hierbas; en el bosque te multiplicarás, en cuatro pies andarás y te sostendrás.
Y así como se dijo, se hizo.
Luego designaron también su morada a los pájaros pequeños y a las aves mayores:
- Ustedes, pájaros, habitarán sobre los árboles y los bejucos, allí harán sus nidos, allí se multiplicarán, allí se sacudirán en las ramas de los árboles y de los bejucos.
Así les fue dicho a los venados y a los pájaros para que hicieran lo que debían hacer, y todos tomaron sus habitaciones y sus nidos.
De esta manera los Progenitores les dieron sus habitaciones a los animales de la tierra. Y estando terminada la creación de todos los cuadrúpedos y las aves, les fue dicho a los cuadrúpedos y pájaros por el Creador y el Formador y los Progenitores:
- Hablen, griten, gOljen, llamen, hablen cada uno según su especie, según la variedad de cada uno.
Así les fue dicho a los venados, los pájaros, leones, tigres y serpientes.
- Digan, pues, sus nombres, alábenos a nosotros, su madre, su padre. ¡Invoquen, pues, a Huracán, Chipi-Calculhá, Raxa-Calculhá, el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, el Creador, el Formadar, los Progenitores; hablen, invóquenos, adórenos! -les dijeron.
Pero no se pudo conseguir que hablaran como los hombres; sólo chillaban, cacareaban y gramaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente.
Cuando el Creador y el Formador vieron que no era posible que hablaran, se dijeron entre sí:
- No ha sido posible que ellos digan nuestro nombre, el de nosotros, sus creadores y formadores. Esto no está bien -dijeron entre sí los Progenitores.
Entonces se les dijo:
- Serán cambiados porque no se ha conseguido que hablen. Hemos cambiado de parecer: su alimento, su pastura, su habitación y sus nidos los tendrán, serán los barrancos y los bosques, porque no se ha podido lograr que nos adoren ni nos invoquen. Todavía hay quienes nos adoren, haremos otros (seres) que sean obedientes. Ustedes acepten su destino: sus carnes serán trituradas. Así será. Ésta será su suerte.
Así dijeron cuando hicieron saber su voluntad a los animales pequeños y grandes que hay sobre la faz de la Tierra.
Luego quisieron probar suerte nuevamente; quisieron hacer otra tentativa y quisieron probar de nuevo a que los adoraran.
Pero no pudieron entender su lenguaje entre ellos mismos, nada pudieron conseguir y nada pudieron hacer. Por esta razón fueron inmoladas sus carnes y fueron condenados a ser comidos y matados los animales que existen sobre la faz de la Tierra.
Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por el Creador, el Formador y los Progenitores.
- ¡A probar otra vez! Ya se acercan el amanecer y la aurora; hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer unos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten.
Así dijeron.
Entonces fue la creación y la formación. De tierra, de lodo hicieron la carne (del hombre). Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenía entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener.
Y dijeron el Creador y el Formador:
- Bien se ve que no podía andar ni multiplicarse. Que se haga una consulta acerca de esto - dijeron.
Entonces desbarataron y deshicieron su obra y su creación. Y enseguida dijeron:
- ¿Cómo haremos para perfeccionar, para que salgan bien nuestros adoradores, nuestros invocadores?
Así dijeron cuando de nuevo consultaron entre sí.
- Digámosles a Ixpiyacoc, Ixmucané, HunahpúVuch, Hunahpú-Utiú: ¡Prueben suerte otra vez! ¡Prueben a hacer la creación!
Así dijeron entre sí el Creador y el Formador cuando hablaron a Ixpiyacoc e Ixmucané.
Enseguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba, que así eran llamados por el Creador y el Formador, y cuyos nombres eran Ixpiyacoc e Ixmucané.
Y dijeron Huracán, Tepeu y Gucumatz cuando le hablaron al Agorero, al Formador, que son los adivinos:
- Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros.
- Entren, pues, en consulta, abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Ixpiyacoc, Ixmucané, hagan que aclare, que amanezca, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados por el hombre creado, por el hombre formado, por el hombre mortal, hagan que así se haga.
- Den a conocer su naturaleza, Hunaphú-Vuch, Hunahpú-Utiú, dos veces madre, dos veces padre, Nim-Ac, Nimá-Tziís, el Señor de la esmeralda, el joyero, el escultor, el tallador, el Señor de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el maestro de la resina, el maestro Toltecat, la abuela del sol, la abuela del alba, que así serán llamados por nuestras obras y nuestras criaturas.
- Echen la suerte con sus granos de maíz y de tzité. Hágase así y se sabrá y resultará si labraremos o tallaremos su boca y sus ojos en madera.
Así les fue dicho a los adivinos.
A continuación vino la adivinación, la echada de la suerte con el maíz y el tzité.
- ¡Suerte! ¡Criatura! -les dijeron entonces una vieja y un viejo.
Y este viejo era el de las suertes del tzité, el llamado Ixpiyacoc. Y la vieja era la adivina, la formadora, que se llamaba Chiracán Ixmucané.
Y comenzando la adivinación, dijeron así:
- ¡Júntense, acóplense! ¡Hablen, que los oigamos, digan, declaren si conviene que se junte la madera y que sea labrada por el Creador y el Formador, y si éste (el hombre de madera) es el que nos ha de sustentar y alimentar cuando aclare, cuando amanezca!
Tú, maíz; tú, tzité; tú, suerte; tú, criatura; ¡únanse, ayúntense! les dijeron al maíz, al tzité, a la suerte, a la criatura. ¡Ven a sacrificar aquí, Corazón del Cielo; no castiguen a Tepeu y Gucumatz!
Entonces hablaron y dijeron la verdad:
- Buenos saldrán sus muñecos hechos de madera; hablarán y conversarán sus muñecos hechos de madera, hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra.
- ¡Así sea! - contestaron, cuando hablaron.
Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra.
Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y andaban a gatas.
Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por eso cayeron en desgracia. Fue solamente un ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni sustancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes. Por esta razón ya no pensaban en el Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y cuidaban de ellos.
Estos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la Tierra.
III
Enseguida fueron aniquilados, destruidos y deshechos los muñecos de palo, recibieron la muerte.
Una inundación fue producida por el Corazón del Cielo; un gran diluvio se formó, que cayó sobre las cabezas de los muñecos de palo.
De tzité se hizo la carne del hombre, pero cuando la mujer fue labrada por el Creador y el Formador, se hizo de espadaña la carne de la mujer. Estos materiales quisieron el Creador y el Formador que entraran en su composición.
Pero no pensaban, no hablaban con su Creador, su Formador, que los habían hecho, que los habían creado. Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados. Una resina abundante vino del cielo.
El llamado Xecotcovach llegó y les vació los ojos; Camalotz vino a cortarles la cabeza; y vino Cotzbalam y les devoró las carnes. El Tucumbalam llegó también y les quebró y magulló los huesos y los nervios, les molió y desmoronó los huesos.
Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se obscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche.
Llegaron entonces los animales pequeños, los animales grandes, y los palos y las piedras les golpearon las caras. Y se pusieron todos a hablar; sus tinajas, sus carnales, sus platos, sus ollas, sus perros, sus piedras de moler, todos se levantaron y les golpearon las caras.
- Mucho mal nos hacen; nos comían, y nosotros ahora los morderemos -les dijeron sus perros y sus aves de corral.
Y las piedras de moler:
- Eramos atormentadas por ustedes; cada día, cada día, de noche, al amanecer, todo el tiempo hacían holi, holi, huqui, huqui nuestras caras, a causa de ustedes. Éste era el tributo que les pagábamos. Pero ahora que han dejado de ser hombres probarán nuestras fuerzas. Moleremos y reduciremos a polvo sus carnes -les dijeron sus piedras de moler.
Y he aquí que sus perros hablaron y les dijeron:
- ¿Por qué no nos daban nuestra comida? Apenas estábamos mirando y ya nos arrojaban de su lado y nos echaban fuera. Siempre tenían listo un palo para pegarnos mientras comían. Así era como nos trataban. Nosotros no podíamos hablar. Quizá no les diéramos muerte ahora; pero ¿por qué no reflexionaban, por qué no pensaban en ustedes mismos? Ahora nosotros los destruiremos, ahora probarán ustedes los dientes que hay en nuestra boca: los devoraremos - dijeron los perros, y luego les destrozaron las caras.
Y a su vez sus comales, sus ollas les hablaron así:
- Dolor y sufrimiento nos causaban. Nuestra boca y nuestras caras estaban tiznadas, siempre estábamos puestos sobre el fuego y nos quemaban como si no sintiéramos dolor. Ahora probarán ustedes, los quemaremos - dijeron sus ollas, y todos les destrozaron las caras.
Las piedras del hogar que estaban amontonadas, se arrojaron directamente desde el fuego contra sus cabezas causándoles dolor.
Desesperados corrían de un lado para otro; querían subirse sobre las casas y las casas se caían y los arrojaban al suelo; querían subirse sobre los árboles y los árboles los lanzaban a lo lejos; querían entrar a las cavernas y las cavernas se cerraban ante ellos.
Así fue la ruina de los hombres que habían sido creados y formados, de los hombres hechos para ser destruidos y aniquilados: a todos les fueron destrozadas las bocas y las caras.
Y dicen que la descendencia de aquellos son los monos que existen ahora en los bosques; éstos son la muestra de aquéllos, porque sólo de palo fue hecha su carne por el Creador y el Formador.
Y por esta razón el mono se parece al hombre, es la muestra de una generación de hombres creados, de hombres formados que eran solamente muñecos y hechos solamente de madera.
IV
Había entonces muy poca claridad sobre la faz de la tierra. Aún no había sol. Sin embargo, había un ser orgulloso de sí mismo que se llamaba Vucub-Caquix. Existían ya el cielo y la tierra, pero estaba cubierta la faz del sol y de la luna.
Y decía (Vucub-Caquix):
- Verdaderamente, son una muestra clara de aquellos hombres que se ahogaron y su naturaleza es como la de seres sobrenaturales.
- Yo seré grande ahora sobre todos los seres creados y formados. Yo soy el sol, soy la claridad, la luna -exclamó-. Grande es mi esplendor. Por mí caminarán y vencerán los hombres. Porque de plata son mis ojos, resplandecientes como piedras preciosas, como esmeraldas; mis dientes brillan como piedras finas, semejantes a la faz del cielo. Mi nariz brilla de lejos como la luna, mi trono es de plata y la faz de la tierra se ilumina cuando salgo frente a mi trono. Así, pues, yo soy el sol, yo soy la luna, para el linaje humano. Así será porque mi vista alcanza muy lejos.
De esta manera hablaba Vucub-Caquix. Pero en realidad, Vucub-Caquix no era el sol; solamente se vanagloriaba de sus plumas y riquezas. Pero su vista alcanzaba solamente el horizonte y no se extendía sobre todo el mundo.
Aún no se le veía la cara al sol, ni a la luna, ni a las estrellas, y aún no había amanecido. Por esta razón Vucub-Caquix se envanecía como si él fuera el sol y la luna, porque aún no se había manifestado ni se ostentaba la claridad del sol y de la luna. Su única ambición era engrandecerse y dominar. Y fue entonces cuando ocurrió el diluvio a causa de los muñecos de palo.
Ahora contaremos cómo murió Vucub-Caquix y fue vencido, y cómo fue hecho el hombre por el Creador y Formador.
V
Éste es el principio de la derrota y de la ruina de la gloria de Vucub-Caquix por los dos muchachos, el primero de los cuales se llamaba Hunahpú y el segundo Ixhalanqué. Éstos eran dioses verdaderamente. Como veían el mal que hacía el soberbio, y que quería hacerla en presencia del Corazón del Cielo, se dijeron los muchachos:
- No está bien que esto sea así, cuando el hombre no vive todavía aquí sobre la tierra. Así, pues, probaremos a tirarle con la cerbatana cuando esté comiendo; le tiraremos y le causaremos una enfermedad, y entonces se acabarán sus riquezas, sus piedras verdes, sus metales preciosos, sus esmeraldas, sus alhajas de que se enorgullece. Y así lo harán todos los hombres, porque no deben envanecerse por el poder ni la riqueza.
- Así será -dijeron los muchachos, echándose cada uno su cerbatana al hombro.
Ahora bien, este Vucub-Caquix tenía dos hijos: el primero se llamaba Zipacná, el segundo era Cabracán; y la madre de los dos se llamaba Chimalmat, la mujer de Vucub-Caquix.
Zipacná jugaba a la pelota con los grandes montes: el Chigag, Hunahpú, Pecul, Yaxcanul, Macamob y Huliznab.
Éstos son los nombres de los montes que existían cuando amaneció y que fueron creados en una sola noche por Zipacná.
Cabracán movía los montes y por él temblaban las montañas grandes y pequeñas.
De esta manera proclamaban su orgullo los hijos de Vucub-Caquix:
- ¡Escuchen bien! ¡Yo soy el sol! -decía Vucub Caquix.
- ¡Yo soy el que hizo la tierra! -decía Zipacná.
- ¡Yo soy el que sacude el cielo y conmueve toda la tierra! -decía Cabracán.
Así era como los hijos de Vucub-Caquix le disputaban a su padre la grandeza. Y esto les parecía muy mal a los muchachos.
Aún no había sido creada nuestra primera madre, ni nuestro primer padre.
Por tanto, fue resuelta su muerte (de Vucub-Caquix y de sus hijos) y su destrucción, por los dos jóvenes.
VI
Contaremos ahora el tiro de cerbatana que dispararon los dos muchachos contra Vucub-Caquix, y la destrucción de cada uno de los que se habían ensoberbecido.
Vucub-Caquix tenía un gran árbol de nance, cuya fruta era la comida de Vucub-Caquix. Éste venía cada día junto al nance y se subía a la cima del árbol. Hunahpú e Ixbalanqué habían visto que ésa era su comida. Y habiéndose puesto en acecho de Vucub-Caquix al pie del árbol, escondidos entre las hojas, llegó Vucub-Caquix directamente a su comida de nances.
En este momento fue herido por un tiro de cerbatana de Hun-Hunahpú, que le dio precisamente en la quijada, y dando gritos se vino derecho a tierra desde lo alto del árbol.
Hun-Hunahpú corrió apresuradamente para apoderarse de él, pero Vucub-Caquix le arrancó el brazo a Hun-Hunahpú y tirando de él lo dobló desde la punta hasta el hombro. Así le arrancó (el brazo) Vucub-Caquix a Hun-Hunahpú. Ciertamente hicieron bien los muchachos no dejándose vencer primero por Vucub-Caquix.
Llevando el brazo de Hun-Hunahpú se fue Vucub-Caquix para su casa, a donde llegó sosteniéndose la quijada.
- ¿Qué le ha sucedido, Señor? -dijo Chimalmat, la mujer de Vucub-Caquix.
- ¿Qué ha de ser, sino aquellos dos demonios que me tiraron con cerbatana y me desquiciaron la quijada? A causa de ello se me menean los dientes y me duelen mucho. Pero yo he traído (su brazo) para ponerlo sobre el fuego. Allí que se quede colgado y suspendido sobre el fuego, porque de seguro vendrán a buscarlo esos demonios -así habló Vucub-Caquix mientras colgaba el brazo de Hun-Hunahpú.
Habiendo meditado Hun-Hunahpú e Ixbalanqué, se fueron a hablar con un viejo que tenía los cabellos completamente blancos y con una vieja, de verdad muy vieja y humilde, ambos doblados ya como gente muy anciana. Se llamaba el viejo Zaqui-Nim-Ac y la vieja Zaqui-Nimá-Tziís. Los muchachos les dijeron a la vieja y al viejo:
- Acompáñenos para ir a traer nuestro brazo a casa de Vucub-Caquix. Nosotros iremos detrás. Estos que nos acompañan son nuestros nietos; su madre y su padre ya son muertos; por esta razón ellos van a todas partes tras de nosotros, a donde nos dan limosna, pues lo único que nosotros sabemos hacer es sacar el gusano de las muelas -así les dirán.
- De esta manera, Vucub-Caquix nos verá como a muchachos y nosotros también estaremos allí para aconsejarles -dijeron los dos jóvenes.
- Está bien -contestaron los viejos.
A continuación se pusieron en camino para el lugar donde se encontraba Vucub-Caquix recostado en su trono. Caminaban la vieja y el viejo seguidos de los dos muchachos, que iban jugando tras ellos. Así llegaron al pie de la casa del Señor, quien estaba gritando a causa de las muelas.
Al ver Vucub-Caquix al viejo y a la vieja y a los que los acompañaban, les preguntó el Señor:
- ¿De dónde vienen, abuelos?
- Andamos buscando de qué alimentarnos, respetable Señor -contestaron aquéllos.
- ¿Y cuál es su comida? ¿No son sus hijos éstos que los acompañan?
- ¡Oh, no, Señor! Son nuestros nietos; pero les tenemos lástima, y lo que a nosotros nos dan lo compartimos con ellos, Señor -contestaron la vieja y el viejo.
Mientras tanto, se moría el Señor del dolor de muelas y sólo con gran dificultad podía hablar.
- Yo les ruego encarecidamente que tengan lástima de mí. ¿Qué pueden hacer? ¿Qué es lo que saben curar? -les preguntó el Señor.
Y los viejos contestaron:
- ¡Oh, Señor, nosotros sólo sacamos el gusano de las muelas, curamos los ojos y ponemos los huesos en su lugar.
-
- Muy bien, Señor. Un gusano es el que lo hace sufrir. Bastará con sacar esos dientes y ponerle otros en su lugar.
- No está bien que me saquen los dientes, porque sólo así soy Señor y todo mi ornamento son mis dientes y mis ojos.
- Nosotros les pondremos otros en su lugar, hechos de hueso molido. Pero el hueso molido no eran más que granos de maíz blanco.
- Está bien, sáquenlos, vengan a socorrerme replicó.
Le sacaron entonces los dientes a Vucub-Caquix; y en su lugar le pusieron solamente granos de maíz blanco, y estos granos de maíz le brillaban en la boca. Al instante decayeron sus facciones y ya no parecía Señor. Luego acabaron de sacarle los dientes que le brillaban en la boca como perlas. Y por último le curaron los ojos a Vucub-Caquix reventándole las niñas de los ojos y acabaron de quitarle todas sus riquezas.
Pero nada sentía ya. Sólo se quedó mirando mientras por consejo de Hunahpú e Ixbalanqué acababan de despojarlo de las cosas de que se enorgullecía.
Así murió Vucub-Caquix. Luego recuperó su brazo Hunahpú. Y murió también Chimalmat, la mujer de Vucub-Caquix.
Así se perdieron las riquezas de Vucub-Caquix. El médico se apoderó de todas las esmeraldas y piedras preciosas que habían sido su orgullo aquí en la tierra.
La vieja y el viejo que estas cosas hicieron eran seres maravillosos. Y habiendo recuperado el brazo, volvieron a ponerlo en su lugar y quedó bien otra vez.
Solamente para lograr la muerte de Vucub-Caquix quisieron obrar de esta manera, porque les pareció mal que se enorgulleciera.
Y enseguida se marcharon los dos muchachos, habiendo ejecutado así la orden del Corazón del Cielo.
VII
He aquí ahora los hechos de Zipacná, el primer hijo de Vucub-Caquix.
- Yo soy el creador de las montañas, decía Zipacná.
Este Zipacná se estaba bañando a la orilla de un río cuando pasaron cuatrocientos muchachos, que llevaban arrastrando un árbol para sostén de su casa. Los cuatrocientos caminaban después de haber cortado un gran árbol para viga madre de su casa.
Llegó entonces Zipacná y dirigiéndose hacia donde estaban los cuatrocientos muchachos, les dijo:
- ¿Qué están haciendo, muchachos?
- Sólo es este palo -respondieron-, que no lo podemos levantar y llevar en hombros.
- Yo lo llevaré. ¿A dónde ha de ir? ¿Para qué lo quieren?
- Para viga madre de nuestra casa.
- Está bien -contestó, y levantándolo se lo echó al hombro y lo llevó hacia la entrada de la casa de los cuatrocientos muchachos.
- Ahora quédate con nosotros, muchacho -le dijeron-. ¿Tienes madre o padre?
- No tengo -contestó.
- Entonces te ocuparemos mañana para preparar otro palo para sostén de nuestra casa.
- Bueno -contestó.
Los cuatrocientos muchachos conferenciaron enseguida y dijeron:
- ¿Cómo haremos con este muchacho para matarlo? Porque no está bien lo que ha hecho levantando él solo el palo. Hagamos un gran hoyo y echémoslo para hacerla caer en él. Baja a sacar y traer tierra del hoyo, le diremos, y cuando se haya agachado para bajar a la excavación le dejaremos caer el palo grande y allí en el hoyo morirá.
Así dijeron los cuatrocientos muchachos y luego abrieron un gran hoyo muy profundo. Después llamaron a Zipacná.
- Nosotros te queremos bien. Anda, ven a cavar la tierra porque nosotros ya no alcanzamos -le dijeron.
- Está bien -contestó.
Enseguida bajó al hoyo. Y llamándolo mientras estaba cavando la tierra, le dijeron:
- ¿Has bajado ya muy hondo?
- Sí -contestó, mientras comenzaba a abrir el hoyo, pero el hoyo que estaba haciendo era para librarse del peligro.
Él sabía que lo querían matar; por eso, al abrir el hoyo, hizo, hacia un lado, una segunda excavación para librarse.
- ¿Hasta dónde vas? -gritaron hacia abajo los cuatrocientos muchachos.
- Todavía estoy cavando; yo los llamaré allí arriba cuando esté terminada la excavación -dijo Zipacná desde el fondo del hoyo.
Pero no estaba cavando su sepultura, sino que estaba abriendo otro hoyo para salvarse.
Por último, los llamó Zipacná; pero cuando llamó ya se había puesto a salvo dentro del hoyo.
- Vengan a sacar y llevarse la tierra que he arrancado y está en el asiento del hoyo, porque en verdad lo he ahondado mucho. ¿No oyen mi llamado? Y sin embargo, sus gritos, sus palabras, se repiten como un eco una y dos veces, y así oiga bien dónde están -esto decía Zipacná desde el hoyo donde estaba escondido, gritando desde el fondo.
Entonces los muchachos arrojaron violentamente su gran palo, que cayó enseguida con estruendo al fondo del hoyo.
- ¡Que nadie hable! Esperemos hasta oír sus gritos cuando muera -se dijeron entre sí, hablando en secreto.
Y cubriéndose cada uno la cara, mientras caía el palo con estrépito. (Zipacná) habló entonces lanzando un grito, pero llamó una sola vez cuando cayó el palo en el fondo.
- ¡Qué bien nos ha salido lo que le hicimos! Ya murió -dijeron los jóvenes-. Si desgraciadamente hubiera continuado lo que había comenzado a hacer, estaríamos perdidos, porque ya se había metido entre nosotros, los cuatrocientos muchachos.
Y llenos de alegría dijeron:
- Ahora vamos a fabricar nuestra chicha durante estos tres días. Pasados estos tres días beberemos por la construcción de nuestra casa, nosotros los cuatrocientos muchachos.
Luego dijeron:
- Mañana veremos y pasado mañana veremos también si no vienen las hormigas entre la tierra cuando hieda y se pudra. Enseguida se tranquilizará nuestro corazón y beberemos nuestra chicha -dijeron.
Zipacná escuchaba desde el hoyo todo lo que hablaban los muchachos. Y luego, al segundo día, llegaron las hormigas en montón, yendo y viniendo y juntándose debajo del palo. Unas traían en la boca los cabellos y otras las uñas de Zipacná.
Cuando vieron esto los muchachos, dijeron:
- ¡Ya pereció aquel demonio! Miren cómo se han juntado las hormigas, cómo han llegado por montones, trayendo unas los cabellos y otras las uñas. ¡Miren lo que hemos hecho! -así hablaban entre sí.
Sin embargo, Zipacná estaba bien vivo. Se había cortado los cabellos de la cabeza y se había roído las uñas con los dientes para dárselos a las hormigas.
Y así los cuatrocientos muchachos creyeron que había muerto, y al tercer día dieron principio a la orgía y se emborracharon todos los muchachos. Y estando ebrios los cuatrocientos muchachos, ya no sentían nada. Enseguida Zipacná dejó caer la casa sobre sus cabezas y acabó de matarlos a todos.
Ni siquiera uno, ni dos se salvaron de entre los cuatrocientos muchachos; muertos fueron por Zipacná, el hijo de Vucub-Caquix.
Así fue la muerte de los cuatrocientos muchachos, y se cuenta que entraron en el grupo de estrellas que por ellos se llama Motz, aunque esto tal vez será mentira.
VIII
Contaremos ahora la derrota de Zipacná por los dos muchachos Hunahpú e Ixbalanqué.
Ahora sigue la derrota y muerte de Zipacná, cuando fue vencido por los dos muchachos Hunahpú e Ixbalanqué.
El corazón de los dos jóvenes estaba lleno de rencor porque los cuatrocientos muchachos habían sido muertos por Zipacná. Y éste sólo buscaba pescados y cangrejos a la orilla de los ríos, que ésta era su comida de cada día. Durante el día se paseaba buscando su comida y de noche se echaba los cerros a cuestas.
Enseguida Hunahpú e Ixbalanqué hicieron una figura a imitación de un cangrejo muy grande, y le dieron la apariencia de tal con una hoja de pie de gallo, del que se encuentra en los bosques.
Así hicieron la parte inferior del cangrejo; de pahac le hicieron las patas y le pusieron una concha de piedra que le cubrió la espalda al cangrejo. Luego pusieron esta (especie de) tortuga, al pie de un gran cerro llamado Meauán, donde lo iban a vencer (a Zipacná).
A continuación se fueron los muchachos a hacerle encuentro a Zipacná a la orilla de un río.
- ¿A dónde vas, muchacho? -le preguntaron a Zipacná.
- No voy a ninguna parte, sólo ando buscando mi comida, muchachos -contestó Zipacná.
- ¿Y cuál es tu comida?
- Pescado y cangrejos, pero aquí no los hay y no he hallado ninguno; desde anteayer no he comido y ya no aguanto el hambre -dijo Zipacná a Hunahpú e Ixbalanqué.
- Allá en el fondo del barranco está un cangrejo, verdaderamente un gran cangrejo y ¡bien que te lo comieras! Sólo que nos mordió cuando lo quisimos atrapar y por eso le tenemos miedo. Por nada iríamos a cogerlo -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.
- ¡Tengan lástima de mí! Vengan y enséñenmelo, muchachos -dijo Zipacná.
- No queremos. Anda tú solo, que no te perderás. Sigue por la vega del río y llegarás al pie de un gran cerro, allí está haciendo ruido en el fondo del barranco. Sólo tienes que llegar allá -le dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.
- ¡Ay, desgraciado de mí! ¿No lo pueden encontrar ustedes, pues, muchachos? Vengan a enseñármelo. Hay muchos pájaros que pueden tirar con la cerbatana, y yo sé dónde se encuentran -dijo Zipacná.
Su humildad convenció a los muchachos. Y éstos le dijeron:
- Pero ¿de veras lo podrás atrapar? Porque sólo por causa tuya volveremos; nosotros ya no lo intentaremos porque nos mordió cuando íbamos entrando boca abajo. Luego tuvimos miedo al entrar arrastrándonos, pero en poco estuvo que lo cogiéramos. Así, pues, es bueno que tú entres arrastrándote -le dijeron.
- Está bien -dijo Zipacná, y entonces se fue en su compañía. Llegaron al fondo del barranco, y allí, tendido sobre el costado, estaba el cangrejo mostrando su concha colorada. Y allí también, en el fondo del barranco, estaba el engaño de los muchachos.
- ¡Qué bueno! -dijo entonces Zipacná con alegría-. ¡Quisiera tenerlo ya en la boca!
Y era que verdaderamente se estaba muriendo de hambre. Quiso probar a ponerse de bruces, quiso entrar, pero el cangrejo iba subiendo. Se salió enseguida y los muchachos le preguntaron:
- ¿No lo atrapaste?
- No -contestó-, porque se fue para arriba y poco me faltó para cogerlo, Pero tal vez sería bueno que yo entrara para arriba -agregó. Y luego entró de nuevo hacia arriba, pero cuando ya casi había acabado de entrar y sólo mostraba la punta de los pies, se derrumbó el gran cerro y le cayó lentamente sobre el pecho.
Nunca más volvió Zipacná y fue convertido en piedra.
Así fue vencido Zipacná por los muchachos Hunahpú e Ixbalanqué; aquel que, según la antigua tradición, hacía las montañas, el hijo primogénito de Vucub-Caquix.
Al pie del cerro llamado Meauán fue vencido. Sólo por un prodigio fue vencido el segundo de los soberbios. Quedaba otro, cuya historia contaremos ahora.
IX
El tercero de los soberbios era el segundo hijo de Vucub-Caquix, que se llamaba Cabracán.
- ¡Yo, derribo las montañas! -decía.
Pero Hunahpú e Ixbalanqué vencieron también a Cabracán. Huracán, Chipi-Caculhá y Raxa-Caculhá hablaron y dijeron a Hunahpú e Ixbalanqué:
- Que el segundo hijo de Vucub-Caquix sea también vencido. Ésta es nuestra voluntad. Porque no está bien lo que hace sobre la tierra, exaltando su gloria, su grandeza y su poder, y no debe ser así. Llévenlo con halagos allá donde nace el sol -les dijo Huracán a los dos jóvenes.
- Muy bien, respetable Señor, contestaron éstos, porque no es justo lo que vemos. ¿Acaso no existes tú, tú que eres la paz, tú, Corazón del Cielo? -dijeron los muchachos mientras escuchaban la orden de Huracán.
Entre tanto, Cabracán se ocupaba en sacudir las montañas. Al más pequeño golpe de sus pies sobre la tierra, se abrían las montañas grandes y pequeñas. Así lo encontraron los muchachos, quienes preguntaron a Cabracán:
- ¿A dónde vas, muchacho?
- A ninguna parte -contestó-. Aquí estoy moviendo las montañas y las estaré derribando para siempre -dijo en respuesta.
A continuación les preguntó Cabracán a Hunahpú e Ixbalanqué:
- ¿Qué vienen a hacer aquí? No conozco sus caras. ¿Cómo se llaman? -dijo Cabracán.
- ¿De veras han visto esa montaña que dicen? ¿En dónde está? En cuanto yo la vea la echaré abajo. ¿Dónde la vieron?
- Por allá está, donde nace el sol -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.
- Está bien, enséñenme el camino -les dijo a los dos jóvenes.
- ¡Oh,no! -contestaron éstos-. Tenemos que llevarte en medio de nosotros: uno irá a tu mano izquierda y otro a tu mano derecha, porque tenemos nuestras cerbatanas, y si hubiere pájaros les tiraremos.
Y así iban alegres, probando sus cerbatanas; pero cuando tiraban con ellas, no usaban el bodoque de barro en el tubo de sus cerbatanas, sino que sólo con el soplo derribaban a los pájaros cuando les tiraban, de lo cual se admiraba grandemente Cabracán.
Enseguida hicieron un fuego los muchachos y pusieron a asar los pájaros en el fuego, pero untaron uno de los pájaros con tizate, lo cubrieron de una tierra blanca.
- Esto le daremos -dijeron-, para que se le abra el apetito con el olor que despide. Este nuestro pájaro será su perdición. Así como la tierra cubre este pájaro por obra nuestra, así daremos con él en tierra y en tierra lo sepultaremos.
- Grande será la sabiduría de un ser creado, de un ser formado, cuando amanezca, cuando aclare -dijeron los muchachos.
- Como el deseo de comer un bocado es natural en el hombre, el corazón de Cabracán está ansioso -decían entre sí Hunahpú e Ixbalanqué.
Mientras estaban asando los pájaros, éstos se iban dorando al cocerse, y la grasa y el jugo que de ellos se escapaban despedían el olor más apetitoso. Cabracán sentía grandes ganas de comérselos; se le hacía agua la boca, bostezaba y la baba y la saliva le corrían a causa del olor excitante de los pájaros.
Luego les preguntó:
- ¿Qué es esa su comida? Verdaderamente es agradable el olor que siento. Denme un pedacito -les dijo.
Le dieron entonces un pájaro a Cabracán, el pájaro que sería su ruina. Y en cuanto acabó de comerlo se pusieron en camino y llegaron al oriente, adonde estaba la gran montaña. Pero ya entonces se le habían aflojado las piernas y las manos a Cabracán, ya no tenía fuerzas a causa de la tierra con que habían untado el pájaro que se comió, y ya no pudo hacerles nada a las montañas, ni le fue posible derribarlas.
Enseguida lo amarraron los muchachos. Le ataron los brazos detrás de la espalda y le ataron también el cuello y los pies juntos, Luego lo botaron al suelo, y allí mismo lo enterraron.
De esta manera fue vencido Cabracán tan sólo por obra de Hunahpú e Ixbalanqué. No sería posible enumerar todas las cosas que éstos hicieron aquí en la Tierra.
Ahora contaremos el nacimiento de Hunahpú e Ixbalanqué, habiendo relatado primeramente la destrucción de Vucub-Caquix, la de Zipacná y la de Cabracán aquí sobre la Tierra.
Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimo | Principio | Segunda parte (Primer archivo) | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|