Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimoSegunda parte (Primer archivo)Tercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Segunda parte

Segundo archivo

VII

Muy contentos se fueron a jugar al patio del juego de pelota; estuvieron jugando solos largo tiempo y limpiaron el patio donde jugaban sus padres.

Y oyéndolos, los Señores de Xibalbá dijeron:

- ¿Quiénes son esos que vuelven a jugar sobre nuestras cabezas y que nos molestan con el tropel que hacen? ¿Acaso no murieron Hun-Hunahpú y VucubHunahpú, aquellos que se quisieron engrandecer ante nosotros? ¡Vayan a llamarlos al instante!

Así dijeron Hun-Camé, Vucub-Camé y todos los Señores.

Y enviándolos a llamar dijeron a sus mensajeros:

- Vayan y díganles cuando lleguen allá: Que vengan, han dicho los Señores; aquí deseamos jugar a la pelota con ellos, dentro de siete días queremos jugar; así dijeron los Señores, díganles cuando lleguen, fue la orden que dieron a los mensajeros.

Y éstos vinieron entonces por el camino ancho de los muchachos que conducía directamente a su casa; por él llegaron los mensajeros directamente ante la abuela de aquéllos. Comiendo estaba cuando llegaron los mensajeros de Xibalbá.

- Que vengan, con seguridad, dicen los Señores -dijeron los mensajeros de Xibalbá.

Y señalaron el día los mensajeros de Xibalbá:

- Dentro de siete días los esperan -le dijeron a Ixmucané.

- Está bien, mensajeros, ellos llegarán -respondió la vieja.

Y los mensajeros se fueron de regreso.

Entonces se llenó de angustia el corazón de la vieja.

- ¿A quién mandaré que vaya a llamar a mis nietos? ¿No fue de esta misma manera como vinieron los mensajeros de Xibalbá en ocasión pasada, cuando vinieron a llevarse a sus padres? -dijo su abuela, entrando sola y afligida a su casa.

Y enseguida le cayó un piojo en la falda. Lo cogió y se lo puso en la palma de la mano, y el piojo se meneó y echó a andar.

- Hijo mío, ¿te gustaría que te mandara a que fueras a llamar a mis nietos al juego de pelota? -le dijo al piojo. Han llegado mensajeros ante la abuela de ustedes, dirás; que vengan dentro de siete días, que vengan, dicen los mensajeros de Xibalbá; así lo manda decir su abuela -le dijo ésta al piojo.

Al punto se fue el piojo contoneándose. Y estaba sentado en el camino un muchacho llamado Tamazul, o sea el sapo.

- ¿A dónde vas? -le dijo el sapo al piojo.

- Llevo un mandado en mi vientre, voy a buscar a los muchachos -le contestó el piojo al Tamazul.

- Está bien, pero veo que no te das prisa -le dijo el sapo al piojo-. ¿No quieres que te trague? Ya verás cómo corro yo, y así llegaremos rápidamente.

- Muy bien -le contestó el piojo al sapo. Enseguida se lo tragó el sapo. Y el sapo caminó mucho tiempo, pero sin apresurarse. Luego encontró a su vez una gran culebra, que se llamaba Zaquicaz.

- ¿A dónde vas, joven Tamazul? -le dijo al sapo Zaquicaz.

- Voy de mensajero, llevo un mandado en mi vientre -le dijo el sapo a la culebra.

- Veo que no caminas aprisa. ¿No llegaré yo más pronto? -le dijo la culebra al sapo.

- ¡Ven acá! -contestó.

Enseguida Zaquicaz se tragó al sapo. Y desde entonces fue ésta la comida de las culebras, que todavía hoy se tragan a los sapos.

Iba caminando aprisa la culebra y habiéndola encontrado el Vac que es un pájaro grande, al instante se tragó el gavilán a la culebra. Poco después llegó al juego de pelota. Desde entonces fue ésta la comida de los gavilanes, que devoran a las culebras en los campos.

Y al llegar el gavilán, se paró sobre la cornisa del juego de pelota, donde Hunahpú e Ixbalanqué se divertían jugando a la pelota. Al llegar, el gavilán se puso a gritar:

- ¡Vac-có! ¡Vac-có! (¡Aquí está el gavilán!) -decía en su graznido-. ¡Aquí está el gavilán!

- ¿Quién está gritando? ¡Vengan nuestras cerbatanas! -exclamaron.

Y disparándole enseguida al gavilán, le dirigieron el bodoque a la niña del ojo, y dando vueltas se vino al suelo. Corrieron a recogerlo y le preguntaron:

- ¿Qué vienes a hacer aquí? -le dijeron al gavilán.

- Traigo un mensaje en mi vientre. Cúrenme primero el ojo y después se los diré -contestó el gavilán.

- Muy bien -dijeron ellos, y sacando un poco de la goma de la pelota con que jugaban, se la pusieron en el ojo al gavilán. Lotzquic le llamaron ellos y al instante quedó curada perfectamente por ellos la vista del gavilán.

- Habla, pues -dijeron al gavilán. Y enseguida vomitó una gran culebra.

- Habla tú -le dijeron a la culebra.

- Bueno -dijo ésta y vomitó al sapo.

- ¿Dónde está tu mandado que anunciabas? -le dijeron al sapo.

- Aquí está el mandado en mi vientre -contestó el sapo.

Y enseguida hizo esfuerzos, pero no pudo vomitar; solamente se le llenaba la boca como de baba, y no le venía el vómito. Los muchachos ya querían pegarle.

- Eres un mentiroso -le dijeron, dándole de puntapiés en el trasero, y el hueso del anca le bajó a las piernas.

Probó de nuevo, pero sólo la baba le llenaba la boca. Entonces le abrieron la boca al sapo los muchachos y una vez abierta, buscaron dentro de la boca. El piojo estaba pegado a los dientes del sapo; en la boca se había quedado, no lo había tragado, sólo había hecho como que se lo tragaba. Así quedó burlado el sapo, y no se conoce la clase de comida que le dan, no puede correr y se volvió comida de culebras.

- ¡Habla! -le dijeron al piojo.

Y entonces dijo el mandado:

- Ha dicho su abuela, muchachos: Anda a llamarlos; han venido mensajeros de Hun-Camé y Vucub-Camé para que vayan a Xibalbá, diciendo: Que vengan acá dentro de siete días para jugar a la pelota con nosotros, que traigan también sus instrumentos de juego, la pelota, los anillos,los guantes, los cueros, para que se diviertan aquí, dicen los Señores. De veras han venido, dice su abuela. Por eso he venido yo. Porque de verdad dice esto la abuela de ustedes y llora y se lamenta su abuela, por eso he venido.

- ¿Será cierto? -dijeron los muchachos para sus adentros, cuando oyeron esto. Y yéndose al instante llegaron al lado de su abuela; sólo fueron a despedirse de su abuela.

- Nos vamos, abuela, solamente venimos a despedirnos. Pero ahí queda la señal que dejamos de nuestra suerte: cada uno de nosotros sembraremos una caña, en medio de nuestra casa la sembraremos: si se secan, ésa será la señal de nuestra muerte. ¡Muertos son!, dirás, si llegan a secarse. Pero si retoñan: ¡Están vivos!, dirás, ¡oh abuela nuestra! Y tu, madre, no llores, que ahí os dejamos la señal de nuestra suerte -dijeron.

Y antes de irse, sembró una (caña) Hunahpú y otra Ixbalanqué; las sembraron en la casa y no en el campo, ni tampoco en tierra húmeda, sino en tierra seca; en medio de su casa las dejaron sembradas.


VIII

Marcharon entonces, llevando cada uno su cerbatana, y fueron bajando en dirección a Xibalbá. Bajaron rápidamente los escalones y pasaron entre varios ríos y barrancas. Pasaron entre unos pájaros y estos pájaros se llamaban Molay.

Pasaron también por un río de podredumbre y por un río de sangre, donde debían ser destruidos según pensaban los de Xibalbá; pero no los tocaron con sus pies, sino que los atravesaron sobre sus cerbatanas.

Salieron de allí y llegaron a una encrucijada de cuatro caminos. Ellos sabían muy bien cuáles eran los caminos de Xibalbá: el camino negro, el camino blanco, el camino rojo y el camino verde. Así, pues, despacharon a un animal llamado Xan. Éste debía ir a recoger las noticias que lo enviaban a buscar.

- Pícalos uno por uno; primero pica al que está sentado en primer término y acaba picándolos a todos, pues ésa es la parte que te corresponde, chupar la sangre de los hombres en los caminos -le dijeron al mosquito.

- Muy bien -contestó el mosquito.

Y enseguida se internó por el camino negro y se fue directamente hacia los muñecos de palo que estaban sentados primero y cubiertos de adornos. Picó al primero, pero éste no habló; luego picó al otro, picó al segundo que estaba sentado, pero éste tampoco habló.

Picó después al tercero; el tercero de los que estaban sentados era Hun-Camé.

- ¡Ay! -dijo cuando lo picaron.

- ¿Qué es eso, Hun-Camé? ¿Qué es lo que te ha picado? ¿No sabes quién te ha picado? -dijo el cuarto de los Señores que estaban sentados.

- ¿Qué hay, Vucub-Camé? ¿Qué te ha picado? -dijo el quinto sentado.

- ¡Ay! ¡Ay! -dijo entonces Xiquiripat.

Y Vucub-Camé le preguntó:

- ¿Qué te ha picado?

Y dijo cuando lo picaron, el sexto que estaba sentado:

- ¡Ay!

- ¿Qué es eso, Cuchumaquic? -le dijo Xiquiripat-. ¿Qué es lo que te ha picado?

Y dijo el séptimo sentado cuando lo picaron:

- ¡Ay!

- ¿Qué hay, Ahalpuh? -le dijo Cuchumaquic-. ¿Qué te ha picado?

Y dijo, cuando lo picaron, el octavo de los sentados:

- ¡Ay!

- ¿Qué es eso, Chamiabac? -le dijo Ahalcaná-. ¿Qué te ha picado?

Y dijo, cuando lo picaron, el noveno de los sentados:

- ¡Ay!

- ¿Qué es eso, Chamiabac? -le dijo Ahalcaná-. ¿Qué te ha picado?

Y dijo, cuando lo picaron, el décimo de los sentados:

- ¡Ay!

- ¿Qué pasa, Chamiaholom? -dijo Chamiabac-. ¿Qué te ha picado?

Y dijo el undécimo sentado cuando lo picaron:

- ¡Ay!

- ¿Qué sucede? -le dijo Chamiaholom-. ¿Qué te ha picado?

Y dijo el duodécimo de los sentados cuando lo picaron:

- ¡Ay!

- ¿Qué es eso, Patán? -le dijeron-. ¿Qué te ha picado?

Y dijo el décimotercero de los sentados cuando lo picaron:

- ¡Ay!

- ¿Qué pasa, Quicxic? -le dijo Patán-. ¿Qué te ha picado?

Y dijo el décimocuarto de los sentados cuando a su vez lo picaron:

- ¡Ay!

- ¿Qué te ha picado, Quicrixcac? -le dijo Quicré.

Así fue la declaración de sus nombres, que fueron diciéndose todos los unos a los otros; así se dieron a conocer al declarar sus nombres, llamándose uno a uno cada jefe. Y de esta manera dijo su nombre cada uno de los que estaban sentados en su rincón.

Ni uno solo de los nombres se perdió. Todos acabaron de decir su nombre cuando los picó un pelo de la pierna de Hunahpú que éste se arrancó. En realidad, no era un mosquito el que los picó y fue a oír los nombres de todos de parte de Hunahpú e Ixbalanqué.

Continuaron su camino (los muchachos) y llegaron a donde estaban los de Xibalbá.

- Saludad al Señor, al que está sentado -les dijo uno para engañarlos.

- Ése no es Señor, no es más que un muñeco de palo -dijeron, y siguieron adelante.

Enseguida comenzaron a saludar:

- ¡Salud, Hun-Camé! ¡Salud, Vucub-Camé! ¡Salud, Xiquiripat ¡Salud, Cuchumaquic! ¡Salud, Ahalpuh! ¡Salud, Ahalcaná! ¡Salud, Chamiabac! ¡Salud, Chamiaholom! ¡Salud, Quicxic! ¡Salud, Patán! ¡Salud, Quicré! ¡Salud, Quicrixcac! -dijeron llegando ante ellos.

Y enseñando todos la cara les dijeron sus nombres a todos, sin que se les escapara el nombre de uno solo.

Pero lo que éstos deseaban era que no descubrieran sus nombres.

- Siéntense aquí -les dijeron, esperando que se sentaran en el asiento (que les indicaban).

- Éste no es asiento para nosotros, es sólo una piedra ardiente -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué, y no pudieron vencerlos.

- Está bien, vayan a aquella casa -les dijeron.

Y a continuación entraron en la Casa Oscura. Y allí tampoco fueron vencidos.


IX

Ésta era la primera prueba de Xibalbá. Al entrar allí (los muchachos), pensaban los de Xibalbá que sería el principio de su derrota. Entraron desde luego en la Casa Oscura; enseguida fueron a llevarles sus rajas de pino encendidas y los mensajeros de Hun-Camé le llevaron también a cada uno su cigarro.

- Éstas son sus rajas de pino - dijo el Señor-; que devuelvan este acote mañana al amanecer junto con los cigarros, y que los traigan enteros - dice el Señor.

Así hablaron los mensajeros cuando llegaron.

- Muy bien -contestaron ellos.

Pero, en realidad, no (encendieron) la raja de acote, sino que pusieron una cosa roja en su lugar, o sea unas plumas de la cola de la guacamaya, que a los veladores les pareció que era acote encendido. Y en cuanto a los cigarros, les pusieron luciérnagas en la punta a los cigarros.

Toda la noche los dieron por vencidos.

- Perdidos son -decían los guardianes.

Pero el acote no se había acabado y tenía la misma apariencia, y los cigarros no los habían encendido y tenían el mismo aspecto.

Fueron a dar parte a los Señores.

- ¿Cómo ha sido esto? ¿De dónde han venido? ¿Quién los engendró? ¿Quién los dio a luz? En verdad hacen arder de ira nuestros corazones, porque no está bien lo que nos hacen. Sus caras son extrañas y extraña su manera de conducirse -decían ellos entre sí.

Luego los mandaron a llamar todos los Señores.

- ¡Ea! ¡Vamos a jugar a la pelota, muchachos! -les dijeron. Al mismo tiempo fueron interrogados por Hun-Camé y Vucub-Camé.

- ¿De dónde vienen? ¡Cuéntenme, muchachos! -les dijeron los de Xibalbá.

- ¡Quién sabe de dónde venimos! Nosotros lo ignoramos -dijeron únicamente, y no hablaron más.

- Está bien. Vamos a jugar a la pelota, muchachos -les dijeron los de Xibalbá.

- Bueno -contestaron.

- Usaremos esta nuestra pelota -dijeron los de Xibalbá.

- De ninguna manera usarán ésa, sino la nuestra -contestaron los muchachos.

- Ésa no, sino la nuestra será la que usaremos -dijeron los de Xibalbá.

- Está bien -dijeron los muchachos.

- Vaya por un gusano chil -dijeron los de Xibalbá.

- Eso no, sino que hablará la cabeza del león -dijeron los muchachos.

- Eso no -dijeron los de Xibalbá.

- Está bien -dijo Hunahpú.

Entonces los de Xibalbá arrojaron la pelota, la lanzaron directamente al anillo de Hunahpú. Enseguida, mientras los de Xibalbá echaban mano del cuchillo de pedernal, la pelota rebotó y se fue saltando por todo el suelo del juego de pelota.

- ¿Qué es esto? -exclamaron Hunahpú e Ixbalanqué-. ¿Nos quieren dar la muerte? ¿Acaso no nos mandaron llamar? ¿Y no vinieron sus propios mensajeros? En verdad, ¡desgraciados de nosotros! Nos marcharemos al punto -les dijeron los muchachos.

Eso era precisamente lo que querían que les pasara a los muchachos, que murieran inmediatamente y allí mismo en el juego de pelota y que así fueran vencidos. Pero no fue así, y fueron los de Xibalbá los que salieron vencidos por los muchachos.

- No se marchen, muchachos, sigamos jugando a la pelota, pero usaremos la suya -les dijeron a los muchachos.

- Está bien, contestaron, y entonces metieron la pelota (en el anillo de Xibalbá), con lo cual terminó la partida.

Y lastimados por sus derrotas dijeron enseguida los de Xibalbá:

- ¿Cómo haremos para vencerlos?

Y dirigiéndose a los muchachos les dijeron:

- Vayan a juntar y a traernos temprano cuatro jícaras de flores -así dijeron los de Xibalbá a los muchachos.

- Muy bien. ¿Y qué clase de flores? -les preguntaron los muchachos a los de Xibalbá.

- Un ramo de chipilín colorado, un ramo de chipilín blanco, un ramo de chipilín amarillo y un ramo de Carinimac -dijeron los de Xibalbá.

- Está bien -dijeron los muchachos.

Así terminó la plática; igualmente fuertes y enérgicas eran las palabras de los muchachos. Y sus corazones estaban tranquilos cuando se entregaron los muchachos para que los vencieran.

Los de Xibalbá estaban felices pensando que ya los habían vencido.

- Esto nos ha salido bien. Primero tienen que cortarlas -dijeron los de Xibalbá.

- ¿A dónde irán a traer las flores? -decían en sus adentros.

- Con seguridad nos darán mañana temprano nuestras flores; vayan, pues, a cortarlas -les dijeron a Hunahpú e Ixbalanqué los de Xibalbá.

- Está bien -contestaron-. De madrugada jugaremos de nuevo a la pelota -dijeron y se despidieron.

Y enseguida entraron los muchachos en la Casa de las Navajas, el segundo lugar de tormento de Xibalbá. Y lo que deseaban los Señores era que fuesen despedazados por las navajas, y fueran muertos rápidamente; así lo deseaban sus corazones.

Pero no murieron. Les hablaron enseguida a las navajas y les advirtieron:

- Suyas serán las carnes de todos los animales -les dijeron a los cuchillos.

Y no se movieron más, sino que estuvieron quietas todas las navajas.

Así pasaron la noche en la Casa de las Navajas, y llamando a todas las hormigas, les dijeron:

- Hormigas cortadoras, zompopos, ¡vengan e inmediatamente vayan todas a traernos todas las clases de flores que hay que cortar para los Señores!

- Muy bien -dijeron ellas, y se fueron todas las hormigas a traer las flores de los jardines de Hun-Camé y Vucub-Camé.

Previamente les habían advertido (los Señores) a los guardianes de las flores de Xibalbá:

- Tengan cuidado con nuestras flores, no se las dejen robar por los muchachos que las irán a cortar. ¿Aunque cómo podrían ser vistas y cortadas por ellos? De ninguna manera. ¡Velen, pues, toda la noche!

- Está bien -contestaron. Pero nada sintieron los guardianes del jardín. Inútilmente lanzaban sus gritos subidos en las ramas de los árboles del jardín. Allí estuvieron toda la noche, repitiendo sus mismos gritos y cantos.

- ¡Ixpurpuvec! ¡Ixpurpuvec! -decía el uno en su grito.

- ¡Puhuyú! ¡Puhuyú! -decía en su grito el llamado Puhuyú.

Dos eran los guardianes del jardín de Hun-Camé y Vucub-Camé. Pero no sentían a las hormigas que les robaban lo que estaban cuidando, dando vueltas y moviéndose cortando las flores, subiendo sobre los árboles a cortar las flores y recogiéndolas del suelo al pie de los árboles.

Entre tanto los guardias seguían dando gritos, y no sentían los dientes que les cortaban las colas y las alas.

Y así acarreaban entre los dientes las flores que bajaban, y recogiéndolas se marchaban llevándolas con los dientes.

Pronto llenaron las cuatro jícaras de flores, y estaban húmedas (de rocío) cuando amaneció. Enseguida llegaron los mensajeros para recogerlas.

- Que vengan, ha dicho el Señor, y que traigan acá al instante lo que han cortado -les dijeron a los muchachos.

- Muy bien -contestaron.

Y llevando las flores en las cuatro jícaras, se fueron, y cuando llegaron a presencia del Señor y los demás Señores, daba gusto ver las flores que traían. Y de esta manera fueron vencidos los de Xibalbá.

Sólo a las hormigas habían enviado los muchachos (a cortar las flores), y en una noche las hormigas las cogieron y las pusieron en las jícaras.

Al punto palidecieron todos los de Xibalbá y se les pusieron lívidas las caras a causa de las flores. Luego mandaron llamar a los guardianes de las flores.

- ¿Por qué se han dejado robar nuestras flores? Éstas que aquí vemos son nuestras flores -les dijeron a los guardianes.

- No sentimos nada, Señor. Nuestras colas también han sufrido -contestaron.

Y luego les rasgaron la boca en castigo de haberse dejado robar lo que estaba bajo su custodia.

Así fueron vencidos Hun-Camé y Vucub-Camé por Hunahpú e Ixbalanqué. Y éste fue el principio de sus obras.

Desde entonces trae partida la boca el mochuelo, y así hendida la tiene hoy.

Enseguida bajaron a jugar a la pelota y jugaron también tantos iguales.

Luego acabaron de jugar y quedaron convenidos para la madrugada siguiente. Así dijeron los de Xibalbá.

- Está bien -dijeron los muchachos al terminar.


X

Entraron después en la Casa del Frío. No es posible describir el frío que hacía. La casa estaba llena de granizo, era la mansión del frío. Pronto, sin embargo, se quitó el frío porque con troncos viejos lo hicieron desaparecer los muchachos.

Así es que no murieron; estaban vivos cuando amaneció. Ciertamente lo que querían los de Xibalbá era que murieran; pero no fue así, sino que cuando amaneció estaban llenos de salud, y salieron de nuevo cuando los fueron a buscar los mensajeros.

- ¿Cómo es eso? ¿No han muerto todavía? -dijo el Señor de Xibalbá.

Se admiraban de ver las obras de Hunahpú e Ixbalanqué.

Enseguida entraron en la Casa de los Tigres. La casa estaba llena de tigres.

- ¡No nos muerdan! Aquí está lo que les pertenece -les dijeron a los tigres.

Y enseguida les arrojaron unos huesos a los animales. Y éstos se precipitaron sobre los huesos.

- ¡Ahora sí se acabaron! Ya les comieron las entrañas. Al fin se han entregado. Ahora les están triturando los huesos -así decían los guardas, alegres todos por este motivo.

Pero no murieron. Igualmente buenos y sanos salieron de la Casa de los Tigres.

- ¿De qué raza son éstos? ¿De dónde han venido? -decían todos los de Xibalbá.

Luego entraron en medio del fuego a una Casa de Fuego, donde sólo fuego había, pero no se quemaron. Sólo ardían las brasas y la leña. Y asimismo estaban sanos cuando amaneció. Pero lo que querían (los de Xibalbá) era que murieran allí dentro, donde habían pasado. Sin embargo, no sucedió así, con lo cual se descorazonaron los de Xibalbá.

Los pusieron entonces en la Casa de los Murciélagos. No había más que murciélagos dentro de esta casa, la casa de Camazotz, un gran animal, cuyos instrumentos de matar eran como una punta seca, y al instante perecían los que llegaban a su presencia.

Estaban, pues, allí dentro, pero durmieron dentro de sus cerbatanas. Y no fueron mordidos por los que estaban en la casa. Sin embargo, uno de ellos tuvo que rendirse a causa de otro Camazotz que vino del cielo y por el cual tuvo que hacer su aparición.

Estuvieron apiñados y en consejo toda la noche los murciélagos y revoloteando:

- Quilitz, quilitz - decían; así estuvieron diciendo toda la noche.

Pararon un poco, sin embargo, y ya no se movieron los murciélagos y se estuvieron pegados a la punta de una de las cerbatanas.

Dijo entonces Ixbalanqué a Hunahpú:

- ¿Comenzará ya a amanecer? -mira tú.

- Tal vez sí, voy a ver -contestó éste.

Y como tenía muchas ganas de ver afuera de la boca de la cerbatana, y quería ver si había amanecido, al instante le cortó la cabeza Camazotz y el cuerpo de Hunahpú quedó decapitado.

Nuevamente preguntó Ixbalanqué:

- ¿No ha amanecido todavía?

Pero Hunahpú no se movía.

- ¿A dónde se ha ido Hunahpú? ¿Qué es lo que has hecho?

Pero no se movía, y permanecía callado.

Entonces se sintió avergonzado Ixbalanqué y exclamó:

- ¡Desgraciados de nosotros! Estamos completamente vencidos.

Fueron enseguida a colgar la cabeza sobre el juego de pelota por orden expresa de Hun-Camé y Vucub-Camé, y todos los de Xibalbá se regocijaron por lo que había sucedido a la cabeza de Hunahpú.


XI

Enseguida llamó Ixbalanqué a todos los animales, al pisote, al jabalí, a todos los animales pequeños y grandes, durante la noche, y a la madrugada les preguntó cuál era su comida.

- ¿Cuál es la comida de cada uno de ustedes? pues yo los he llamado para que escojan su comida -les dijo Ixbalanqué.

- Muy bien, contestaron.

Y enseguida se fueron a tomar cada uno lo suyo, y se marcharon todos juntos. Unos fueron a tomar las cosas podridas; otros fueron a coger hierbas; otros fueron a recoger piedras. Otros fueron a recoger tierra. Variadas eran las comidas de los animales pequeños y de los animales grandes.

Detrás de ellos se había quedado la tortuga, la cual llegó contoneándose a tomar su comida. Y llegando al extremo del cuerpo tomó la forma de la cabeza de Hunahpú, y al instante le fueron labrados los ojos.

Muchos sabios vinieron entonces del cielo. El Corazón del Cielo, Huracán, vinieron a posarse sobre la Casa de los Murciélagos.

Y no fue fácil acabar de hacerle la cara, pero salió muy buena; la cabellera también tenía una hermosa apariencia, y asimismo pudo hablar.

Pero como ya quería amanecer y el horizonte se teñía de rojo:

- ¡Oscurece de nuevo, viejo! -le fue dicho al zopilote.

- Está bien -contestó el viejo, y al instante oscureció el viejo.

- Ya oscureció el zopilote -dice ahora la gente.

Y así, durante la frescura del amanecer, comenzó su existencia.

- ¿Estará bien? -dijeron-. ¿Saldrá parecido a Hunahpú?

- Está muy bien -contestaron.

Y efectivamente, parecía de hueso la cabeza, se había transformado en una cabeza verdadera.

Luego hablaron entre sí y se pusieron de acuerdo:

- No juegues tú a la pelota; haz únicamente como que juegas yo sólo lo haré todo -le dijo Ixbalariqué.

Después le dio sus órdenes a un conejo:

- Anda a colocarte sobre el juego de pelota, quédate allí entre el encinal -le fue dicho al conejo cuando se le dieron estas instrucciones durante la noche.

Enseguida amaneció y los dos muchachos estaban buenos y sanos. Luego bajaron a jugar a la pelota. La cabeza de Hunahpú estaba colgada sobre el juego de pelota.

- ¡Hemos triunfado! ¡Han labrado su propia ruina; ¡se han entregado! -les decían.

De esta manera provocaban a Hunahpú.

- Pégale a la cabeza con la pelota -le decían. Pero no lo molestaban con esto, él no se daba por entendido.

Luego arrojaron la pelota los Señores de Xibalbá. Ixbalanqué le salió al encuentro; la pelota iba derecho al anillo, pero se detuvo, rebotando, pasó rápidamente por encima del juego de pelota y de un salto se dirigió hasta el encinal.

El conejo salió al instante y se fue saltando; y los de Xibalbá corrían persiguiéndolo. Iban haciendo ruido y gritando tras el conejo. Acabaron por irse todos los de Xibalbá.

Enseguida se apoderó Ixbalanqué de la cabeza de Hunahpú; se llevó de nuevo la tortuga y fue a colocarla sobre el juego de pelota.

Y aquella cabeza era verdaderamente la cabeza de Hunahpú y los dos muchachos se pusieron muy contentos.

Fueron, pues, los de Xibalbá a buscar la pelota y habiéndola encontrado entre las encinas, los llamaron, diciendo:

- Vengan acá. Aquí está la pelota, nosotros la encontramos -dijeron, y la tenían colgando.

Cuando regresaron los de Xibalbá exclamaron:

- ¿Qué es lo que vemos?

Luego comenzaron nuevamente a jugar. Tantos iguales hicieron por ambas partes.

Enseguida Ixbalanqué le lanzó una piedra a la tortuga; ésta se vino al suelo y cayó en el patio del juego de pelota hecha mil pedazos como pepitas, delante de los Señores.

- ¿Quién de ustedes irá a buscarla? ¿Dónde está el que irá a traerla? -dijeron los de Xibalbá.

Y así fueron vencidos los señores de Xibalbá por Hunahpú e Ixbalanqué.

Grandes trabajos pasaron éstos, pero no murieron, a pesar de todo lo que les hicieron.


XII

He aquí la memoria de la muerte de Hunahpú e Ixbalanqué. Ahora contaremos la manera como murieron.

Habiendo sido prevenidos de todos los sufrimientos que les querían imponer, no murieron de los tormentos de Xibalbá, ni fueron vencidos por todos los animales feroces que había en Xibalbá.

Mandaron llamar después a dos adivinos que eran como profetas; se llamaban Xulú y Pacam y eran sabios, y les dijeron:

- Se les preguntará por los Señores de Xibalbá acerca de nuestra muerte, que están concertando y preparando por el hecho de que no hemos muerto, ni nos han podido vencer, ni hemos perecido en sus tormentos, ni nos han atacado los animales. Tenemos el presentimiento en nuestro corazón de que usarán la hoguera para darnos muerte. Todos los de Xibalbá se han reunido, pero la verdad es que no moriremos. He aquí, pues, nuestras instrucciones sobre lo que deben decir:

- Si los viniesen a consultar acerca de nuestra muerte y que seamos sacrificados, ¿qué dirán entonces ustedes, Xulú y Pacam? Si les dijeran: ¿No será bueno arrojar sus huesos en el barranco? ¡No conviene -dirán- porque resucitarán después! Si les dijeran: ¿No será bueno que los colguemos de los árboles?, -contestarán-: De ninguna manera conviene, porque entonces también les volverán a ver las caras. Y cuando por tercera vez les digan: ¿Será bueno que arrojemos sus huesos al río?; si así les fuera dicho por ellos: Así conviene que mueran dirán-; luego conviene moler sus huesos en la piedra, como se muele la harina de maíz; que cada uno sea molido (por separado); enseguida arrójenlos al río, allí donde brota la fuente, para que se vayan por todos los cerros pequeños y grandes. Así les responderán cuando pongan en práctica el plan que les hemos aconsejado -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.

Y cuando se despidieron de ellos, ya tenían conocimiento de su muerte. Hicieron entonces una gran hoguera, hicieron una especie de horno los de Xibalbá y lo llenaron de ramas gruesas.

Luego llegaron los mensajeros de Hun-Camé y de Vucub-Camé, que habían de acompañarlos.

- ¡Que vengan! Vayan a buscar a los muchachos, vayan allá para que sepan que los vamos a quemar. Esto dijeron los Señores, ¡oh muchachos! -exclamaron los mensajeros.

- Está bien -contestaron.

Y poniéndose rápidamente en camino, llegaron junto a la hoguera. Allí quisieron obligarlos a divertirse con ellos.

- ¡Tomemos nuestra chicha y volemos cuatro veces cada uno (encima de la hoguera), muchachos! -les fue dicho por Hun-Camé.

- No traten de engañarnos -contestaron-. ¿Acaso no tenemos conocimiento de nuestra muerte, ¡oh Señores!, y de que eso es lo que aquí nos espera?

Y juntándose frente a frente, extendieron ambos los brazos, se inclinaron hacia el suelo y se precipitaron en la hoguera, y así murieron los dos juntos.

Todos los de Xibalbá se llenaron de alegría y dando muchas voces y silbidos, exclamaban:

- ¡Ahora sí los hemos vencido! ¡Por fin se han entregado!

Enseguida llamaron a Xulú y Pacam, a quienes (los muchachos) habían dejado advertidos, y les preguntaron qué debían hacer con sus huesos, tal como ellos les habían pronosticado.

Los de Xibalbá molieron entonces sus huesos y fueron a arrojarlos al río. Pero éstos no fueron muy lejos, pues asentándose al punto en el fondo del agua, se convirtieron en hermosos muchachos. Y cuando de nuevo se manifestaron, tenían en verdad sus mismas caras.


XIII

Al quinto día volvieron a aparecer y fueron vistos en el agua por la gente.

Tenían ambos la apariencia de hombres-peces cuando los vieron los de Xibalbá, después de buscarlos por todo el río.

Y al día siguiente se presentaron dos pobres, de rostro avejentado y aspecto miserable, vestidos de harapos, y cuya apariencia no los recomendaba. Así fueron vistos por los de Xibalbá.

Y era poca cosa lo que hacían. Solamente se ocupaban en bailar el baile del Puhuy (lechuza o chotacabra), el baile del Cux (comadreja) y el del Iboy (armadillo), y bailaban también el Ixtzul (ciempiés) y el Chitic (el que anda sobre zancos).

Además, obraban muchos prodigios. Quemaban las casas como si de veras ardieran y al punto las volvían a su estado anterior.

Muchos de los de Xibalbá los contemplaban con admiración.

Luego se despedazaban a sí mismos; se mataban el uno al otro; se tendía como muerto el primero a quien habían matado, y al instante lo resucitaba el otro. Los de Xibalbá miraban con asombro todo lo que hacían, y ellos lo ejecutaban como el principio de su triunfo sobre los de Xibalbá.

Llegó enseguida la noticia de sus bailes a oídos de los Señores Hun-Camé y Vucub-Camé. Al oírla exclamaron:

- ¿Quiénes son esos dos huérfanos? ¿Realmente les causan tanto placer?

- Ciertamente son muy hermosos sus bailes y todo lo que hacen -contestó el que había llevado la noticia a los Señores.

Contentos de oír esto, enviaron entonces a sus mensajeros a que los llamaran con halagos.

- Que vengan acá, que vengan para que veamos lo que hacen, que los admiremos y nos maravillen. Esto dicen los Señores - así les dirán a ellos, les fue dicho a los mensajeros.

Llegaron éstos enseguida ante los bailarines y les comunicaron la orden de los Señores.

- No queremos, contestaron, porque francamente nos da vergüenza. ¿Cómo no nos ha de dar vergüenza presentarnos en la casa de los Señores con nuestra mala catadura, nuestros ojos tan grandes y nuestra pobre apariencia? ¿No están viendo que no somos más que unos (pobres) bailarines? ¿Qué les diremos a nuestros compañeros de pobreza que han venido con nosotros y desean ver nuestros bailes y divertirse con ellos? ¿Por ventura podríamos hacer lo mismo con los Señores? Así, pues, no queremos ir, mensajeros -dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.

Con el rostro abrumado de contrariedad y de pena se fueron al fin; pero por algún tiempo no querían caminar y los mensajeros tuvieron que pegarles varias veces en la cara cuando se dirigían a la residencia de los Señores.

Llegaron, pues, ante los Señores, con aire encogido e inclinando la frente; llegaron prosternándose, haciendo reverencias y humillándose. Se veían extenuados, andrajosos, y su aspecto era realmente de vagabundos cuando llegaron.

Les preguntaron enseguida por su patria y por su pueblo; les preguntaron también por su madre y su padre.

- ¿De dónde vienen? -les dijeron.

- No lo sabemos, señor. No conocemos la cara de nuestra madre ni la de nuestro padre: éramos pequeños cuando murieron -contestaron, y no dijeron una palabra más.

- Está bien. Ahora actúen (sus juegos) para que los admiremos. ¿Qué desean? Les daremos su recompensa -les dijeron.

- No queremos nada; pero verdaderamente tenemos mucho miedo -le dijeron al Señor.

- No se aflijan, no tengan miedo. ¡Bailen! Y hagan primero la parte en que se matan; quemen mi casa, hagan todo lo que saben hacer. Nosotros los admiraremos, pues eso lo que desean nuestros corazones. Y para que se vayan después, pobres gentes, les daremos su recompensa -les dijeron.

Entonces dieron principio a sus cantos y a sus bailes. Todos los de Xibalbá llegaron y se juntaron para verlos. Luego representaron el baile del Cux, bailaron el Puhuy y bailaron el Iboy.

Y les dijo el Señor:

- Despedacen a mi perro y que sea resucitado por ustedes -les dijo.

- Está bien -contestaron, y despedazaron al perro.

Enseguida lo resucitaron. Verdaderamente lleno de alegría estaba el perro cuando fue resucitado, y movía la cola cuando lo revivieron.

El Señor les dijo entonces:

- ¡Quemen ahora mi casa! -así les dijo.

Al momento quemaron la casa del Señor, y aunque estaban juntos todos los Señores dentro de la casa, no se quemaron. Pronto volvió a quedar buena y ni un instante estuvo perdida la casa de Hun-Camé.

Se maravillaron todos los Señores y asimismo sus bailes les causaban mucho placer.

Luego les fue dicho por el Señor:

- Maten ahora a un hombre, sacrifíquenlo, pero que no muera -dijeron.

- Muy bien -contestaron.

Y cogiendo a un hombre, lo sacrificaron enseguida, y levantando en alto el corazón de este hombre, lo suspendieron a la vista de los Señores.

Se maravillaron de nuevo Hun-Camé y Vucub-Camé. Un instante después fue resucitado el hombre por ellos (por los muchachos) y su corazón se alegró grandemente cuando fue resucitado.

Los Señores estaban asombrados.

- ¡Sacrifíquense ahora a ustedes mismos; que lo veamos nosotros! ¡Nuestros corazones desean verdaderamente sus bailes! -dijeron los Señores.

- Muy bien, Señor -contestaron.

Y a continuación se sacrificaron. Hunahpú fue sacrificado por Ixbalanqué; uno por uno fueron cercenados sus brazos y sus piernas, fue separada su cabeza y llevada a distancia, su corazón arrancado del pecho y arrojado sobre la hierba. Todos los Señores de Xibalbá estaban fascinados. Miraban con admiración, y sólo uno estaba bailando, que era Ixbalanqué.

- ¡ Levántate! -dijo éste, y al punto volvió a la vida.

Se alegraron mucho (los jóvenes) y los Señores se alegraron también. En verdad, lo que hacían alegraba el corazón de Hun-Camé y Vucub-Camé y éstos sentían como si ellos mismos estuvieran bailando.

Sus corazones se llenaron enseguida de deseo y ansiedad por los bailes de Hunahpú e Ixbalanqué. Dieron entonces sus órdenes Hun-Camé y Vucub-Camé.

- ¡Hagan lo mismo con nosotros! ¡Sacrifíquenos! -dijeron-. ¡Despedácenos uno por uno! -les dijeron Hun-Camé y Vucub-Camé a Hunahpú e Ixbalanqué.

- Está bien; después resucitarán. ¿Acaso no nos han traído para que los divirtamos a ustedes, los Señores, y a sus hijos y vasallos? -les dijeron a los Señores.

Y he aquí que primero sacrificaron al que era su jefe y Señor, el llamado Hun-Camé, rey de Xibalbá.

Y muerto Hun-Camé, se apoderaron de Vucub-Camé. Y no los resucitaron.

Los de Xibalbá se pusieron en fuga luego que vieron a los Señores muertos y sacrificados. En un instante fueron sacrificados los dos. Y esto se hizo para castigarlos. Rápidamente fue muerto el Señor Principal. Y no lo resucitaron.

Y un Señor se humilló entonces, presentándose ante los bailarines. No lo habían descubierto, ni lo habían encontrado.

- ¡Tengan piedad de mí! -dijo cuando se dio a conocer.

Huyeron todos los hijos y vasallos de Xibalbá a un gran barranco, y se metieron todos en un hondo precipicio. Allí estaban amontonados cuando llegaron innumerables hormigas que los descubrieron y los desalojaron del barranco. De esta manera los sacaron al camino y cuando llegaron se prosternaron y se entregaron todos, se humillaron y llegaron afligidos.

Así fueron vencidos los Señores de Xibalbá. Sólo por un prodigio y por su transformación pudieron hacerlo.


XIV

Enseguida dijeron sus nombres y se ensalzaron a sí mismos ante todos los de Xibalbá.

- Oigan nuestros nombres. Les diremos también los nombres de nuestros padres. Nosotros somos Ixhunahpú e Ixbalanqué, éstos son nuestros nombres. Y nuestros padres son aquellos que mataron y que se llamaban Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Nosotros, los que aquí ven, somos, pues, los vengadores de los dolores y sufrimientos de nuestros padres. Por eso nosotros sufrimos todos los males que les hicieron. En consecuencia, los acabaremos a todos ustedes, les daremos muerte y ninguno escapará -les dijeron.

Al instante cayeron de rodillas, todos los de Xibalbá.

- ¡Tengan misericordia de nosotros, Hunahpú e Ixbalanqué! Es cierto que pecamos contra sus padres que dicen y que están enterrados en Pucbal-Chah -dijeron.

- Está bien. Ésta es nuestra sentencia, la que les vamos a comunicar. Oíganla todos ustedes los de Xibalbá:

- Puesto que ya no existe su gran poder ni su estirpe, y tampoco merecen misericordia, será rebajada la condición de su sangre. No será para ustedes el juego de pelota. Solamente se ocuparán de hacer cacharros, apastes y piedras de moler maíz. Sólo los hijos de las malezas y del desierto hablarán con ustedes. Los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados no les pertenecerán y se alejarán de su presencia. Los pecadores, los malos, los tristes, los desventurados, los que se entregan al vicio, ésos son los que os acogerán. Ya no se apoderarán repentinamente de los hombres, y tengan presente la humildad de su sangre -así les dijeron a todos los de Xibalbá.

De esta manera comenzó su destrucción y comenzaron sus lamentos. No era mucho su poder antiguamente. Sólo les gustaba hacer el mal a los hombres en aquel tiempo. En verdad no tenían antaño la condición de dioses. Además, sus caras horribles causaban espanto. Eran los Enemigos, los Buhos. Incitaban al mal, al pecado y a la discordia.

Eran también falsos de corazón, negros y blancos a la vez, envidiosos y tiranos, según contaban. Además, se pintaban y untaban la cara.

Así, fue, pues, la pérdida de su grandeza y la decadencia de su imperio.

Y esto fue lo que hicieron Hunahpú e Ixbalanqué.

Mientras tanto la abuela lloraba y se lamentaba frente a las cañas que ellos habían dejado sembradas. Las cañas retoñaron, luego se secaron cuando los quemaron en la hoguera; después retoñaron otra vez.

Entonces la abuela encendió el fuego y quemó copal ante las cañas en memoria de sus nietos. Y el corazón de su abuela se llenó de alegría cuando por segunda vez retoñaron las cañas. Entonces fueron adoradas por la abuela y ésta las llamó el Centro de la Casa, Nicah (el centro) se llamaron.

Cañas vivas en la tierra llana (Cazam Ah Chatam Uleu) fue su nombre. Y fueron llamadas el Centro de la Casa y el Centro, porque en medio de su casa sembraron ellos las cañas.

Y se llamó Tierra Allanada, Cañas Vivas en la Tierra Llana, a las cañas que sembraron. Y también las llamó Cañas Vivas porque retoñaron. Este nombre les fue dado por Ixmucané a las que dejaron sembradas Hunahpú e Ixbalanqué para que fueran recordados por su abuela.

Ahora bien, sus padres, los que murieron antiguamente, fueron Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Ellos vieron también las caras de sus padres allá en Xibalbá y sus padres hablaron con sus descendientes, los que vencieron a los de Xibalbá.

Y he aquí cómo fueron honrados sus padres por ellos. Honraron a Vucub-Hunahpú; fueron a honrarlo al Sacrificadero del juego de pelota. Y asimismo quisieron hacerle la cara. Buscaron allí todo su ser, la boca, la nariz, los ojos. Encontraron su cuerpo, pero muy poco pudieron hacer. No pronunció su nombre el Hunahpú. Ni pudo decirlo su boca.

Y he aquí cómo ensalzaron la memoria de sus padres, a quienes habían dejado y dejaron allá en el Sacrificadero del juego de pelota: Ustedes serán invocados, les dijeron sus hijos, cuando se fortaleció su corazón. Serán los primeros en levantarse y serán adorados los primeros por los hijos esclarecidos, por los vasallos civilizados. Sus nombres no se perderán. ¡Así será!, dijeron a sus padres y se consoló su corazón. Nosotros somos los vengadores de su muerte, de las penas y dolores que les causaron.

Así fue su despedida, cuando ya habían vencido a todos los de Xibalbá.

Luego subieron en medio de la luz y al instante se elevaron al cielo. Al uno le tocó el sol y al otro la luna. Entonces se iluminó la bóveda del cielo y la faz de la tierra. Y ellos moran en el cielo.

Entonces subieron también los cuatrocientos muchachos a quienes mató Zipacná, y así se volvieron compañeros de aquéllos y se convirtieron en estrellas del cielo.

Índice de Popol Vuh (Libro sagrado de los maya-quiché) de autor anónimoSegunda parte (Primer archivo)Tercera parteBiblioteca Virtual Antorcha