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¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS RICARDO FLORES MAGÓN ¡VIVA TIERRA Y LIBERTAD Muere la tarde vulgarmente. El sol, perezoso, no quiso esta vez desparramar su cabellera de oro por todos los ámbitos del horizonte, como disgustado de la pequeñez de los hombres, que por pequeñeces se matan, por pequeñeces sufren y con pequeñeces gozan, como pobres gusanos. Por la carretera polvorienta, y polvoriento él mismo, marcha un hombre de edad madura. Larga ha de haber sido la jornada, a juzgar por la fatiga retratada en su rostro y el penoso andar. A cuestas lleva una ligera mochila, con una camisa. de manta tal vez, y unos raídos calzoncillos. Es un soldado orozquista científico-vazquista, que vuelve a su hogar. El hombre camina, camina, camina contemplando las llanadas pobladas de hombres y mujeres afanados en la eterna labor, vistiendo humildísimos vestidos, la tristeza y la desesperación asomándose a sus rostros tostados por el sol. Esas gentes trabajan lo mismo, visten lo mismo, tienen el mismo aspecto que antes de la revolución. El revolucionario se detiene a contemplar el cuadro y se pregunta: ¿Para qué se hizo la revolución? Y continúa su marcha hacia la aldea en que se encuentran los suyos, donde deben esperarlo con ansia, después de la larga ausencia, la compañera y los hijos. La carretera, a poco, va sumiéndose en la sombra. A su lado pasa un grupo de obreros que marchan hacia sus jacales con el mismo aire de fastidio, de cansancio y aun de cólera que pudo observar en ellos antes de marcharse a la guerra, por lo que deduce que sufren lo mismo, que son igualmente desgraciados. El revolucionario envuelve en una mirada al grupo, y se pregunta: ¿Para qué se hizo la revolución? Y continúa su marcha hacia la aldea en que se encuentran ]os suyos, donde deben esperarlo con ansia, después de la larga ausencia, la compañera y los hijos. El ladrido de los perros denuncia la proximidad de la aldea, enteramente sumergida en las tinieblas. El viento llora entre el ramaje de los fresnos que bordean el camino. Nuestro viajero camina, camina, camina pensando en los suyos ... Al día siguiente el revolucionario tiene que echarse al surco, como cualquier hijo de vecino, para ganar de 25 a 50 centavos diarios; pues si bien Vázquez Gómez ya está sentado en la silla presidencial, los desgraciados siguen siendo desgraciados, los pobres siguen siendo humillados por el rico y por la Autoridad. El revolucionario reflexiona y se pregunta: ¿Para qué se hizo la revolución? Rendido de cansancio, vuelve a su jacal, adonde había llegado la noche anterior. Una olla de frijoles es la cena, con unas cuantas tortillas. El perro bosteza cerca de la lumbre; los grillos cantan sus amores en las rendijas; los niños duermen casi desnudos. - ¿Quiénes ganaron?, pregunta la compañera, que hasta entonces, alegre por haber vuelto a estrechar entre sus brazos al compañero ausente; no había tenido tiempo de hacer semejante pregunta. Después de algunos instantes de reflexión, dice el revolucionario: - Pues nosotros. - Pero es que no traes un centavo encima. - Pues, como quiera que sea, nosotros ganamos; echamos abajo a Madero. - Pero nosotros quedamos abajo, como siempre, -dice la mujer. El revolucionario se rasca la cabeza, no sabiendo qué decir, e interiormente se pregunta: ¿Para qué se hizo la revolución? - Cuando te afiliaste a la revolución, llevabas algunos centavos en los bolsillos, una buena carabina, parque, buena ropa, y ahora no traes nada; ¿cómo está eso de que tú eres de los que ganaron? pregunta la mujer. El revolucionario se rasca la cabeza; no sabe qué responder; él sabe que sus jefes tienen buenos empleos, que Vázquez Gómez es Presidente; pero para él, así como para todos los que lucharon como soldados rasos, nada ha habido, a no ser el pago de unos cuantos pesos por el arma, que no le alcanzaron ni para llegar a su hogar. Y entonces, al acordarse con amargura de los días de prueba, pasados en la montaña; de las fatigas de una larga y desigual campaña; del sacrificio de tantas vidas; del hambre y de la desnudez de los suyos durante su ausencia, siente un estorbo en la garganta, al mismo tiempo que se hace, silenciosamente, esta pregunta:: ¿Para qué se hizo la revolución? - ¿Para qué se hizo la revolución?, pregunta la mujer, y el revolucionario, sorprendido de que la mujer piense lo mismo que él, no puede contener por más tiempo la indignación que veniase fermentando en su pecho, y exclama: - ¡La revolución se ha hecho para los vivos, para los que quieren ser gobernantes, para los que quieren vivir del trabajo ajeno! Nos emperramos en no querer oír a los anarquistas de Regeneración que en todos los tonos nos aconsejaban que no siguiéramos a los jefes, que tomáramos posesión de la tierra, de las aguas, de los montes, de las minas, de las fábricas, de los talleres, de los medios de transportación, y que de todo eso hiciéramos propiedad común para todos los habitantes de la República Mexicana, y que en común consumiésemos lo que se produjera. Nos dijeron esos hombres que luchar por encumbrar individuos es tarea criminal. No quisimos oirles, pOrque eran pobres, porque eran de nuestra clase, y, como luego se dice, en el pecado llevamos la penitencia. ¡Merecido lo tenemos, por animales! Nuestros jefes se están dando la gran vida en estos momentos., mientras nosotros, la carne de cañón, los que de veras luchamos, los que mostramos nuestro pecho al enemigo, somos, ahora, más desgraciados que antes. Juan oye el toque del clarín, que llama a reunión; se restrega los ojos ... ¡Había sido un mal sueño! Coge su fusil, se felicita de luchar en las filas de los libertarios de la bandera roja, y grita con estentórea voz: ¡Viva Tierra y Libertad! (De Regeneración, del número 87, fechado el 27 de abril de 1912).
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