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¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS RICARDO FLORES MAGÓN VIDA NUEVA I - ¿Qué hacemos ahora? -se preguntan los trabajadores, no sin cierta inquietud. Acaban de tomar la ciudad a sangre y fuego. No quedan en ella ni un burgués, ni un sacerdote, ni un representante de la Autoridad, pues quien no pende de un poste telegráfico, yace en tierra, mostrando al sol sus gordas carnes muertas, porque estos audaces trabajadores comprenden que, si se deja escapar uno solo de estos parásitos, no tardará en regresar a la cabeza de una nube de mercenarios para darles, en la sombra, un golpe por la espalda. - ¿Qué hacemos ahora?- y la pregunta angustiosa es repetida por mil y mil labios convulsos, porque estos hombres, que no temen la metralla y saludan con entusiasmo el rugido del cañón enemigo que les envía la muerte en cada bala, se sienten tímidos en presencia de la Vida, que se les ofrece espléndida, bella, buena, dulce. Los hombres se rascan la cabeza entre pensativos y huraños;
las mujeres muerden la punta del rebozo; los chamacos, libres en su inocencia de las preocupaciones de los grandes aprovéchanse de la ausencia del gendarme ido para siempre, e invaden fruterías, y por primera vez en su vida satisfacen, hasta el hartazgo, sus pueriles apetitos. II Ante aquel espectáculo. la multitud se agita: son los niños quienes, en su candor, están enseñando a los grandes lo que se debe hacer. Más natural el niño, para obrar, como que su inteligencia no está corrompida por las preocupaciones ni los prejuicios que encadenan la mente de los grandes, hace lo que es justo hacer: tomar de donde hay. La multitud se mueve, y en sus vaivenes remeda un mar de sombreros de petate. El sol, nuestro padre, al besar los andrajos de la plebe dignificada, deja, generoso, en ellos, parte de su luz, de su oro, de su belleza, y aquellos trapos son banderas alegres de victoria. En medio de aquel mar surge un hombre que parece el más viril de un barco en marcha hacia la Vida. Es Gumersindo, el campesino austero a quien se le acaba de ver en los lugares de mayor peligro con su guadaña en alto, segadora de cabezas de malvados, y símbolo, a la vez, del trabajo fecundo y noble. Gumersindo se tercia el sarape; la multitud calla; se puede oír la respiración de un niño. Gumersindo, emocionado, dijo: - Los niños nos dan el ejemplo. Imitémosles. Lo indispensable es comer; que sea esa nuestra primera tarea. Tomemos de las tiendas y bodegas lo que necesitemos hasta saciar nuestro apetito. Compañeros: a comer por vez primera a nuestró gusto. En un abrir y cerrar de ojos la multitud invade tiendas y bodegas, tomando cada quien lo que necesita; en otras secciones de la ciudad ocurre lo mismo, y por primera vez en la historia de la población no hay un solo ser humano que no satisfaga las necesidades del estómago. Una gran alegría reina¡ en toda la ciudad. Las casas están vacías: todo mundo está en la calle; bandas de música improvisadas recorren las calles ejecutando aires alegres; todos se saludan y se llaman hermanos, aunque pocas horas antes ni se conocían; se baila en plena calle, se canta, se ríe. se grita, se chancea fraternalmente; se retoza a los cuatro vientos: ¡se acabaron los tiránicos reglamentos de policía! III La noche llega; nadie piensa en dormir; la fiesta de la Libertad continúa, más alegre si cabe. Desorganizado el servicio municipal por la desaparición del principio de Autoridad, hombres y mujeres de buena voluntad átienden el servicio del alumbrado público; desembarazan de cuerpos muertos las calles, y todo se hace alegremente, sin necesidad de órdenes superiores ni de reglamentos cuartelarios. Ya despunta el nuevo día, y la fiesta, la gran fiesta de la Libertad no ofrece indicios de que va a terminar, ¿y para qué? La muerte de siglos de opresión merece ser celebrada, no con unas cuantas horas de expansión, ni con un día, hasta que el cuerpo, rendido del exceso de placer, reclame el reposo. IV Mientras la población entera está entregada a los placeres, placeres que jamás había soñado, los compañeros del grupo Los Iguales, compuesto de hombres y de mujeres, trabajaba día y noche. Apenas duermen los nobles constructores del nuevo orden social. Sucios, barbados. abotagados por el continuo velar, véseles, sin embargo, activos, entusiastas, valientes. Sobre sus hombros descansa la gigantesca tarea de construir sobre los escombros de un pasado de esclavitud y de infamia. Aprovechan la sala de cabildos del extinto Ayuntamiento para celebrar sus sesiones. Ramón, el peón ferroviario, habla con entusiasmo. Casi no ha dormido durante cinco días, desde la toma de la ciudad por las fuerzas proletarias. Está radiante; su cuadrado rostro bronceado, en el que se leen la franqueza, la resolución, la audacia, la sinceridad, resplandece como si detrás de la obscura piel ardiera un sol. Suda; sus ojos brillan intensamente, y entre otras cosas dice: - Por fin se divierte el pueblo; por fin se desquita de miles de años de dolor; por fin conoce los placeres de la vida. Gocemos con su dicha, como el padre se recrea viendo jugar a sus hijos. Que gocen nuestros hermanos, hasta que los rinda el placer. Entretanto nosotros laboremos: concluyamos los planes de reconstrucción social. Las notas alegres de un vals que suben de la calle, hacen que todos los rostros se vuelvan hacia las ventanas. Termina el vals, y le sigue una explosión de gritos, silbidos, carcajadas y ruidos de toda especie, producidos por toda clase de objetos que se hacen chocar unos contra otros. - El pueblo se divierte -dice Ramón-; trabajemos nosotros. Y los hombres y las mujeres del grupo Los Iguales prosiguen sus labores. V Han pasado diez días desde que las fuerzas proletarias tomaron la ciudad, y la población entera descansa de las fatigas de una semana de placer en celebración de la Libertad. Grupos numerosos de proletarios se reúnen en las plazas preguntándose unos a los otros qué sería bueno hacer. Los compañeros del grupo Los Iguales han terminado sus planes de reconstrucción social, y tienen fijados anuncios en las esquinas de las calles, por los cuales invitan a los habitantes de las diversas secciones de la ciudad a que se reúnan en determinado sitio de cada sección para tratar asuntos de interés común. Todos acuden al llamado pues todos están ansiosos de hacer algo. Para muchos el porvenir es incierto; para otros el horizonte es limitado; no faltan quienes crean que la cólera del cielo se descargará pronto sobre los hombres que ajusticiaron a los sacerdotes; el temor a lo desconocido es general; la inquietud comienza a murmurar ... Los compañeros del grupo Los Iguales se encuentran repartidos en las distintas secciones de la ciudad, y en lenguaje sencillo explican al pueblo las excelencias del comunismo anarquista. La gente se arremolina. No quiere palabras: quiere hechos. Tiene razón: ¡se le ha engañado tanto! Pero no: esta vez no se trata de un engaño, y los oradores exponen con toda claridad lo Que se debe hacer desde luego, sin tardanza, sobre la marcha. Lo primero que hay que hacer es indagar, con la mayor exactitud posible, el número de habitantes que hay en la ciudad; hacer un inventario minucioso de los articulos alimenticios y vestuario que existan en los almacenes y bodegas, para calcuiar qué tanto tiempo podrá alimentarse y vestirse la población con los efectos que se tienen a la mano. El problema de los alojamientos ha quedado resuelto en parte durante los días de fiesta de la libertad, pues los mismos habitantes de la ciudad, por propia iniciativa, se alojaron en las residencias de los burgueses y de los parásitos de todas descripciones, desaparecidos ya para siempre. Quedan muchas familias habitando todavía casuchas y cuartos de vecindad; pero al oír esto, saltan al frente los albañiles diciendo que allí están ellos para hacer tantas casas cómodas y bonitas como fueran necesarias. Ellos mismos, desde luego, sin necesidad de nadie que se los ordene, nombran comisiones para que se encarguen de ver qué número de casas es preciso construir sin tardanza para aquellos habitantes que todavía viven en vecindades y casuchas. VI Las murmuraciones cesan: lo que se está arreglando disipa temores y sospechas. No; esto sí que es serio, se dice, y en los corazones renace la confianza, que, como una amable lumbre, desentumece entusiasmos, tan necesarios en toda humana empresa. Sobran hombres de buena voluntad que se prestan para hacer el censo de la población y para formar los inventarios de todos los artículos almacenados, pues no solamente se hace necesario inventariar artículos alimenticios y de vestuario, sino cuanto es útil para el uso doméstico y de la industria. Los aplausos menudean, no tanto para premiar el mérito de los voluntarios como por esparcimiento del espíritu, pues estas gentes sencillas comprenden que el cumplimiento del deber no es un mérito, y el mar de sombreros de petate se mece risueño bajo los rayos de un sol amable. Las mujeres se muestran satisfechas, vestidas de limpio, con las ropas tomadas de las tiendas; los chamacos suspenden de tanto en tanto sus retozos, acosados por furiosos cólicos delatores de fenomenales hartazgos; bandadas de pájaros pasan alegres sobre la muchedumbre, dejando una impresión de frescura, de salud, de juventud, de primavera. Todas las auroras son bellas, ¿por qué no había de ser bella esta aurora de la Libertad y la Justicia? VII Se suspendieron ayer los mítines para este día a las dos de la tarde. Los comisionados voluntarios están todos presentes; ni uno solo ha faltado: todos traen los datos exactos del número de habitantes que hay en la ciudad, así como de las existencias de artículos alimenticios y de otra naturaleza contenidos en las tienda y bodegas. El día es espléndido, día de abril al fin, en que todo es luz, perfume, color, juventud, amor. En los jardines, cuidados ahora por mujeres voluntarias, las flores muestran sus pétalos de seda, blandos, tibios. húmedos, labios vegetales que convidan a la caricia y al beso. Se habla con animación en los mismos sitios en que ayer tuvieron lugar los mítines. - ¡Qué bien y qué pronto se arregla todo cuando no interviene para nada la Autoridad, se dice en las conversaciones. Los corazones laten con violencia. Gumersindo no tiene punto de reposo: activísimo, recorre todas las secciones en un automóvil expropiado, propiedad ahora de la comunidad, y su actuación es necesarisima, porque unifica las resoluciones que se toman en cada sección de la ciudad. No abandona la guadaña que, atada en la parte delantera del automóvil, da prestigio y lustre a aquella máquina ayer aristocrática. El sarape en el hombro del campesino es garantía de su modestia y de su interes VIII Ahora ya sabe cuántos habitantes tiene la ciudad y qué cantidad de efectos manufacturados de toda clase hay en existencia. Se calcula con rapidez, a pesar de no encontrarse un matemático a la mano, el tiempo que podrán durar las existencias, cálculo necesario para regular la producción. Centenares de manos obreras trazan cifras con lápices expropiados. En pocos minutos aquellos hombres del martillo, de la pala, del escoplo y del cincel dicen que, habiendo tantos habitantes, se necesita tanto de alimentos para su subsistencia diaria, y que, encontrándose tal cantidad de artículos alimenticios, la población entera podrá subsistir tanto tiempo. Todos quedan satisfechos. - ¡Caramba, esto va bien!, dicen. Ya no se escucha una sola murmuración; de veras que, para arreglar las cosas, no hay otros que los anarquistas, añaden, y los vivas a la Anarquía atruenan el espacio, en ovaciones justísimas que al fin recibe el ideal sagrado. Ramón, el peón ferroviario, llorando de emoción y agitando por lo alto un cuadernito encuademado en rojo, dice con voz entrecortada por los sollozos: - ¡Este es nuestro maestro! Es el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, expedido por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. IX Ramón está espléndido. Su rostro cuadrado, que parece haber sido tallado a hachazos en el palo más duro, despide luz, como el de todo héroe. El héroe no es un dios, pues los anarquistas no tenemos dioses; pero es un ser que por sus actos se eleva sobre nosotros como un ejemplo, como una grande y saludable enseñanza, y quiéralo uno, o no lo quiera admitir, resplandece como un sol. Ramón explica la necesidad que hay, en vista de los datos suministrados, de que todos los trabajadores de una misma industria se congreguen para que se pongan de acuerdo en la organización del trabajo concerniente a su industria, y una vez obtenido ese acuerdo. que delegados de los trabajadores de todas las industrias se pongan de acuerdo también para producir lo que necesite la población. Todos aprueban la idea, y este acuerdo es dado a conocer por Gumersindo a las asambleas de las diferentes secciones de la ciudad, las que reciben la idea con grandes muestras de entusiasmo. Una era de prosperidad y de progreso se abre al frente de la ciudad redimida. En lo de adelante la producción se ajustará a las necesidades de la población, ya no para enriquecer a unos cuantos bandidos. X Voluntarios de diversos oficios han concluido la construcción de vastos galerones en distintos sitios de las varias secciones en que se ha dividido la ciudad, y otros voluntarios han acarreado a dichos galerones los efectos que todavía se encontraban en gran cantidad en las tiendas, bodegas y otros depósitos, efectos que, clasificados cuidadosamente, han sido distribuidos en los departamentos hechos expresamente para contenerlos, y de donde van a tomarlos los que los necesitan. En esos galerones serán depositados los efectos que produzcan las diversas industrias. XI Los compañeros del grupo Los Iguales no descansan. ¡Qué enorme tarea la suya! ¡Qué colosales responsabilidades los aplastarán si el nuevo orden de cosas llegara a fracasar! Pero trabajan con gran fe en el éxito; con la fe intensa que nace de una convicción profunda. Sin embargo. algunos detalles les preocupan. La ciudad no puede pasarla sin el trabajo del campo. Se necesita que el campesino dé al trabajador lo que éste necesita para comer, así como la materia prima para la industria: algodón, ixtle, lana, madera y otras muchas cosas; en cambio, el campesino tendrá derecho a tomar de los almacenes de la ciudad todo lo que necesite: ropa, artículos alimenticios elaborados o manufacturados, muebles, maquinaria y utensilios para el trabajo; en una palabra, todo lo que necesite. Las industrias metalúrgicas necesitan que el minero coopere con metales, obteniendo, en cambio, como su hermano el campesino, todo lo que necesite. - ¡Sí -grita Ramón entusiasmado-, necesitamos la cooperación del campesino, del minero, del trabajador de las canteras, de todos los que trabajan fuera de la ciudad, y la obtendremos! Una nube de comisionados voluntarios se esparce por la región conquistada con las armas por los trabajadores, para invitar a sus hermanos a que cooperen de la manera que se ha dicho antes en la grande obra de la producción social. Todos aceptan con entusiasmo, y prometen enviar a la ciudad lo que ellos producen, en cambio de lo que producen los de la ciudad. XII La sociedad anarquista es un hecho ya. Todos trabajan, todos producen según sus fuerzas y aptitudes, y consumen según sus necesidades. Los ancianos y los inválidos no trabajan. Todos viven contentos, porque se sienten libres. Nadie manda ní nadie obedece. En los trabajos reina la mejor armonía entre todos, sin capataces, sin amos. El tráfico de tranvías. de ferrocarriles, de automóviles, de carros es grandísimo, como que todos ya tienen derecho a transportaSe a su antojo de un lugar a otro. XIII Unos cinco o seis días han bastado para obtener tan risueño resultado. Por fin se regenera la humanidad por la adopción de los principios del comunismo anarquista. No se necesita decir el estado de ánimo en que se encuentran Gumersindo y Ramón al contemplar, emocionados, la hermosa obra en que tanto intervinieron. Desde la colina cercana, adonde fueron por vía de paseo, ven con ojos humedecidos por la emoción la ciudad tranquila, la ciudad de la paz, la ciudad de los fraternos. Hasta ellos llega el rumor de la respiración de la inmensa urbe; ya no es la respiración de la fatiga ni el estertor de la agonía de una población de esclavos, sino la amplia, honda, sana respiración de una ciudad de seres libres y felices. (De Regeneración, del número 212, fechado el 13 de noviembre de 1915).
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