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¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS RICARDO FLORES MAGÓN LOS DOS VIAJEROS Dos viajeros se detienen sudorosos en un mismo punto del camino, agobiados bajo el peso de sus fardos. - ¿Qué cargas? -.preguntó uno al otro. - Esperanzas -dijo el interrogado;- y tú, ¿qué cargas? - Desengaños. Y los dos viajeros se miraron fijamente, sonriendo el de las esperanzas, suspirando el de los desengaños. El de los desengaños dijo: - Yo también cargué esperanzas algún tiempo; pero una a una sucumbieron como flores trasplantadas entre el hielo, y ahora cargo cadáveres. ¿Qué es un desengaño sino el cadáver de una esperanza? El de los desengaños suspiró, y de sus ojos, embellecidos por el dolor, se desprendieron perlas líquidas, condensación sublime de la amargura humana. Después de una breve pausa, continuó: - Con mi fardo bien repleto de esperanzas me eché al mundo en busca de un hombre fuerte que salvase de la miseria y la tiranía al pueblo. Los redentores abundan como guijarros, poseedores cada quien de un específico eficaz para acabar con todos los males que afligen a la humanidad, y cada uno de ellos urgiendo el voto de sus conciudadanos para hacer la felicidad del pueblo. El pueblo escogía alternativamente a uno o a otro de esos redentores, y yo con él hacía lo mismo. Todo fue en vano. Llegado al Poder un redentor, se hace tirano. El hombre es libertador cuando está abajo; opresor cuando está arriba. Entre los demás hombres, el héroe se ve igual a todos y se siente hermano de los que sufren; en la altura se cree más grande que los demás. Si se quiere corromper a un hombre bueno, no se tiene que hacer otra cosa que convertirlo en jefe. El de los desengaños bajó la frente, como quien se entrega a una meditación profunda, para continuar de esta manera: - Así fue como murieron, una a una, mis esperanzas. La humanidad está condenada a cadena perpetua, porque no puede encontrarse el hombre que pueda salvarla. Y suspiró; en ese suspiro cabalgaban todos los desalientos, se sumaban todos los desfallecimientos y todbs los desmayos de todos los vencidos del mundo. El de las esperanzas abrió los labios y, con un gesto que inyectaba confianza y disipaba el pesimismo por el otro infundido, dijo: - Bien merecieron su fracaso los pueblos por andar en busca de un hombre que los librase de la miseria y de la tiranía. Yo no voy a buscar un hombre que me redima, sino hombres que se rediman. Yo no creo en un hombre que conceda la libertad, sino en hombres que la tomen por su cuenta. La emancipación de los oprimidos debe ser obra de los oprimidos mismos. El de las esperanzas enderezó la cabeza y lanzó una amplia mirada, que parecía abarcar todas las cosas, todos los hombres y todos los acontecimientos de la Historia, una mirada que todo lo comprendía, y podía contenerlo todo y sacar del conjunto conclusiones que fratemizaban con la ciencia. Después de un corto silencio, dijo: - El error de la humanidad ha consistido en quererse libertar de la miseria y de la tiranía dejando en pie la causa de esos males, que es el derecho de propiedad privada, y sus naturales consecuencias: el Gobierno y la Religión; porque la propiedad individual necesita un perro que la cuide: el Gobierno, y un embustero que mantenga al pobre en el temor de Dios para que no se rebele: el sacerdote. Yo voy contra el Capital, la Autoridad y la Religión. Voy hacia la Anarquía. ¡Yo triunfaré! Los dos viajeros se dieron la espalda, fuerte el uno con sus esperanzas, desfallecido el otro con sus desengaños. (De Regeneración, del número 218, fechado el 25 de diciembre de 1915).
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