Índice de Romeo y Julieta de William ShakespeareAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO PRIMERO

ESCENA SEGUNDA

Calle

(Capuleto, París y un criado).

Capuleto: Y Montesco está encadenado por la misma prohibición que yo y por análogas penas; y no creo que nos sea dificil, a dos ancianos como nosotros, vivir en lo sucesivo en paz.

Paris: Los dos son iguales en generosidad, y no deberían estar discordes. ¿Qué responde a mi petición?

Capuleto: Ya he contestado. Mi hija acaba de llegar al mundo. Sólo tiene catorce años, y no estará madura para contraer nupcias, hasta que pasen por lo menos dos veranos.

Paris: Otras hay más jóvenes y que son ya madres.

Capuleto: Los árboles excesivamente inmaduros no prosperan. Yo he confiado mis esperanzas a la tierra y ellas florecerán. De cualquier manera, Paris, intenta conocer su voluntad. Si ella acepta, yo aceptaré también. No pienso oponerme a que elija con toda libertad entre los de su clase. Esta noche, según hábito inmemorial, recibo en casa a mis amigos, uno de ellos eres tú. Deseo que pises esta noche el humilde umbral de mi casa, donde verás resplandecer humanas estrellas. Tú, como joven lozano, que no escuchas como yo las pisadas del invierno frío, gozarás de todo. Allí escucharás un coro de bellas doncellas; escúchalas, obsérvalas, y elige entre todas la más perfecta. Tal vez luego de un juicioso examen, mi hija te parecerá una de tantas. Tú (al criado) recorre todas las calles de Verona, y a todos aquellos cuyos nombres verás escritos en este papel, invítalos para esta noche en mi casa.

(Vanse Capuleto y Paris)

Criado: ¡No tendré dificultad de encontrarlos a todos! El zapatero está condenado a usar la vara; el sastre, la horma; el pintor, el pincel; el pescador, las redes, y yo a buscar a todos aquellos cuyos nombres están escritos en este papel, sin saber qué nombres son los que aquí aparecen escritos. Denme su favor los sabios. Vamos.

(Entran Benvolio y Romeo).

Benvolio: No afirmes eso. Un fuego extingue a otro, un dolor calma otro dolor, a una pena antigua, otra nueva. Un nuevo amor puede curarte del antiguo.

Romeo: ¿Curarán las hojas del plátano?

Benvolio: ¿Y qué curarán?

Romeo: Las heridas.

Benvolio: ¿Estás loco?

Romeo: ¡Loco! Me encuentro atado de pies y manos como los locos; prisionero en una cárcel muy áspera, hambriento, vapuleado y martirizado. (Al criado). Buenos días, hombre.

Criado: Buenos días. ¿Sabe leer, caballero?

Romeo: Sí.

Criado: ¡Extraño alarde! ¿Sabes leer sin haberlo aprendido? ¿Sabrás leer lo que ahí dice?

Romeo: Si las frases son claras y la letra igualmente.

Criado: ¿De verdad? Dios lo guarde.

Romeo: Aguarda, que intentaré leerlo. El señor Martino, su esposa e hijas; el conde Anselmo y sus hermanas; la viuda de Viturbio; el señor Placencio y sus sobrinas; Mercutio y su hermano Valentín; mi tío Capuleto con su esposa e hijas; la hermosa Rosalía, mi sobrina; Livia; el señor Valencio y su primo Teobaldo; Lucio y la simpática Elena ... ¡Hermoso conjunto! (Le devuelve el papel). ¿Dónde se reúnen?

Criado: En ese lugar.

Romeo: ¿En dónde?

Criado: A cenar en casa.

Romeo: ¿En qué casa?

Criado: En la de mi amo.

Romeo: La verdad es que debería haber comenzado por preguntarte ¿quién es tu amo?

Criado: Se lo diré sin que me lo pregunte: mi amo es el rico y poderoso Capuleto; y si no pertenece usted a la casa de los Montescos, lo invito a que asista a beber una copa de vino. Quede con Dios.

(Vase)

Benvolio: A esa fiesta, que según una antiquísima costumbre prepara esta noche Capuleto, irá Rosalía, a quien tanto amas, e irá con todas las bellezas que hoy se admiran en Verona. Ve a ese lugar, y admirarás imparcialmente su rostro y compáralo con algunos otros que te mostraré, ante los cuales tu cisne te parecerá un grajo.

Romeo: No permite semejante traición la santidad de mi amor. Ardan mis verdaderas lágrimas, que antes se ahogaban, si tal herejía cometen mis ojos. No puede haber otra más hermosa que mi amada, ni nunca la habrá visto el sol, que todo lo ve.

Benvolio: La has hallado bella, porque no había otra a su lado, porque ella misma se equilibraba en tus ojos; pero pesa en esas balanzas de cristal a la dama de tus pensamientos con otra doncella que te haré ver brillante en el festín, y escasamente te parecerá bien la que ahora se te antoja la más hermosa de todas.

Romeo: Iré, no por ver semejante objeto, sino para regocijarme con el esplendor de la que tanto amo.

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