Índice de Romeo y Julieta de William Shakespeare | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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ACTO CUARTO
ESCENA QUINTA
Alcoba de Julieta - Julieta en su lecho
(Entra el Ama)
Ama: ¡Señorita! ... ¡Vamos, señorita! ... ¡Julieta! ... duerme como un tronco, no hay duda ... ¡Eh, corderita! ... ¡Eh, señora! ... ¡Vamos, perezosilla! ... ¡Ea, prenda! ... ¡Vaya, digo! ... ¡Señora! ... ¡Corazón mío! ... ¡Vamos, señora novia ... ¿Ni por esas? ... ¿Ni una palabra? ... Ahora está aprovechando un poco el sueño. ¡Descansa, descansa una semana seguida, que la noche siguiente no te dejará descansar mucho el conde de Paris! ... Te lo aseguro. ¡Dios me perdone! ¡Ay, sí; amén! ... Pero ¡qué sueño más pesado! Nada, tendré que despertarla yo. ¡Señorita! ... ¡Señorita! ... Sí; dejaré que el conde te sorprenda en la cama. ¡Menudo susto se va a dar! ¡A fe! ¿No es cierto? (Descorriendo las cortinas). ¡Cómo! ¡Engalanada y con el vestido puesto! ¡Vaya, vaya, te despertaré! (Sacudiendo a Julieta, y después tomándola en brazos). ¡Señorita! ... ¡Señorita! ... ¡Señorita! ... ¡Ay! ... ¡Ay! ... ¡Socorro! ¡Socorro! ¡La señorita está muerta! ¡Oh, funesto día! ¡Que haya yo nacido! ¡Ay! ¡Denme un poco de agua! ¡Eh! ¡Señor! ¡Señora!
(Entra la señora de Capuleto)
Señora de Capuleto: ¿Por qué haces tanto ruido?
Ama: ¡Oh día funesto!
Señora de Capuleto: Pero ¿qué ocurre?
Ama: ¡Observe! ¡Oh día funesto!
Señora de Capuleto: ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Niña mía! ¡Mi única vida! ¡Revive, abre los ojos, o moriré contigo! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Auxilio!
(Entra Capuleto)
Capuleto: ¡Qué vergüenza! ¡Que salga Julieta! ¡Ha llegado su esposo!
Ama: ¡Ha muerto! ¡Ha muerto! ¡Ay, qué día tan funesto!
Señora de Capuleto: ¡Ay, que día tan funesto! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto!
Capuleto: ¡Ah, permíteme verla! ... ¡Ay! ... ¿Desgraciado de mí! ¡Está fria! ¡No le circula la sangre! ¡Sus extremidades están rígidas! ¡La vida escapó hace tiempo de sus labios! ... ¡La muerte ha caído sobre ella como repentina escarcha sobre la flor más bella de toda la pradera!
Ama: ¡Oh día penoso!
Señora de Capuleto: ¡Oh infausta hora!
Capuleto: ¡La muerte, que me robó a mi hija para hacerme sollozar, ata mi lengua y no me deja hablar!
(Entran Fray Lorenzo y Paris con músicos).
Fray Lorenzo: Vamos, ¿está ya lista la novia para ir a la iglesia?
Capuleto: ¡Lista para ir, pero jamás para regresar! ¡Oh, hijo! ¡En la víspera de tus bodas, el fantasma de la muerte ha dormido con tu esposa! ¡Mírala, ahí tendida, flor como era, por él desflorada! ¡Ese horrible fantasma es mi yerno, es mi heredero; con él se ha casado mi hija! ¡Quiero morir y dejárselo todo; vida, haciendo, todo es de la muerte!
Paris: ¡Tanto tiempo he esperado ver la cara de este día, para semejante espectáculo! ...
Señora de Capuleto: ¡Día funesto, cruel, luctuoso, abominable! ¡Hora la más fatal que viera el tiempo en el constante y sufrido trabajo de su peregrinación! ¡No tenía yo más que una niña, una niña tan sólo, tan sólo una amada niña, una criatura que era mi alegria y mi consuelo, y la muerte despiadada se la ha llevado de mi vista!
Ama: ¡Oh, dolor! ¡Oh día doloroso, doloroso, doloroso! ¡El día más lamentable, el más doloroso que jamás presencié! ¡Oh día! ¡Oh día! ¡Oh día! ¡Oh odiado día! ¡Nunca se vio un día tan negro como éste! ¡Oh día de dolor! ¡Oh día de dolor!
Paris: ¡Destrozado, burlado, divorciado, abandonado, asesinado! ¡Oh muerte mil veces detestable! ¡Burlado por ti! ¡Cruel! ¡Cruel! ¡Por ti aniquilado! ... ¡Oh amor! ... ¡Oh vida! ... ¡No ya vida sino amor en la muerte! ...
Capuleto: ¡Deshonrado, atormentado, odiado, torturado, muerto! ¡Tremendo momento! ¿Por qué viniste ahora a asesinar, a destrozar nuestra solemne fiesta? ¡Oh, hija mía! ¡Oh, hija mía! ¡Alma mía, y no hija mía! ¡Está muerta! ¡Ay! ¡Mi hija ha muerto, y con mi hija han fenecido todas mis alegrías!
Fray Lorenzo: ¡Silencio! ¡Qué vergüenza! El remedio de este dolor no está en esos dolores. El cielo tenía tanta parte como ustedes en esta bella damisela. La parte que les correspondía no pudieron conservarla de la muerte, en tanto que el cielo guarda la suya para la vida eterna. Su ansia era su encumbramiento, pues hubiera constituido vuestra gloria el verla enaltecida. ¿Y ahora lloran viéndola exaltada sobre las nubes y encumbrada hasta el mismo cielo? ¡Oh! En esto también aman tan mal a su hija, que los enloquece el verla dichosa. La mejor esposa no es aquella que vive largo tiempo desposada, sino la desposada que muere siendo joven esposa. Sequen sus lágrimas y depositen su romero sobre su bello cadáver; y, como es costumbre, llévenlo luego a la iglesia, adornado con las mejores galas; que si la apasionada naturaleza nos fuerza a lamentarnos, las lágrimas de la naturaleza son escarnio de la razón.
Capuleto: ¡Todo aquello que preparamos para la fiesta, desviándose de su oficio, sirve para el negro funeral! ¡Nuestros instrumentos, para melancólicas campanas; nuestro festín de bodas, para luctuoso banquete funerario; nuestros epitalamios, para lúgubres elegías; nuestras flores nupciales, para guirnaldas sobre la tumba, y todas las cosas se cambian en sus contrarias!
Fray Lorenzo: Señor, retírese, y usted, señora, acompáñelo; también usted, Paris, cada cual dispóngase a acompañar a su sepulcro a este bello cuerpo. Los cielos se nos muestran disgustados por alguna ofensa; no los molesten más, contrariando sus elevados propósitos.
(Sale Capuleto, la señora de Capuleto, Paris y Fray Lorenzo, luego de echar romero sobre Julieta y cerrar las cortinas).
Músico primero: Creo que debemos recoger nuestros instrumentos y marchamos con la música a otra parte.
Ama: ¡Ah!, sí, sí; recójanlos, bondadosa gente; pues ya lo han visto, éste es un caso triste. (Sale).
Músico primero: Por mi vida, que el caso no admite arreglo.
(Entra Pedro)
Pedro: ¡Músicos! ¡Oh, músicos! La paz del corazón. La paz del corazón. ¡Si no quieren que muera, toquen La paz del corazón!
Músico primero: ¿Por qué quiere que toquemos La paz del corazón?
Pedro: Porque mi corazón toca por su parte: Mi corazón está repleto de dolor. ¡Oh! ¡Tóquenme una elegía festiva para consolarme!
Músico primero: ¡Nada de elegías! ¡No es ocasión de tocar!
Pedro: ¿No quieren?
Músico primero: ¡No!
Pedro: ¡Pues entonces la solfearé, y será bien sonada!
Músico primero: ¿Qué nos vas a hacer sonar?
Pedro: ¡No será dinero, sino sus costillas! ¡Yo les marcaré la trova!
Músico primero: Entonces, nos dará la entrada.
Pedro: ¡Con mi puñal, que servirá de batuta! ¡A mí, corcheas! ... ¡Verán cómo quedarán re-la-mi-dos y re-sobados! ¿Se dan cuenta?
Músico primero: Si nos lleva el compás con el puñal, será usted quien dará cuenta de nosotros.
Músico segundo: Por favor, guarde su puñal y desenvaine su agudeza.
Pedro: ¡Entonces, tengan cuidado con mi agudeza! Pues los zurcirá mi ingenio, que es más agudo que mi puñal. Respóndanme como hombres.
Cuando al corazón manda dolores el destino
y pesares sin fin da a nuestro pensamiento,
entonces la música, con su son argentino ...
¿Por qué son argentinos? ¿Por qué la música, con su son argentino? ¿Qué opinión tiene, Simón Bordón?
Músico primero: Pues claro está, señor; porque la plata tiene un dulce sonido.
Pedro: ¡Muy bonito! ¿Qué piensa usted, Rugo Rable?
Músico segundo: Dice son argentino porque los músicos tocan por la plata.
Pedro: ¡Muy bonito también! ¿Y usted qué opinión tiene, Santiago Clavija?
Músico tercero: ¡Por vida de ..., no sé qué decir!
Pedro: ¡Oh, perdóneme, olvidé que usted es el cantor! Yo lo diré por usted. Dice: música con su son argentino, porque los músicos no hacen sonar el oro:
(Sale).
Músico primero: ¡Vaya un bribón más sinvergüenza!
Músico segundo: ¡Mal rayo te parta, Jack! Vengan, entraremos por aquí, esperaremos el runebre séquito y nos quedamos a comer.
(Salen).
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