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POEMAS RÚSTICOS POEMA DE VIDA Canto primero Idilio I Es la suprema floración del año. Los vernales deshielos, como un baño, Ya de la sierra en el crestón gigante y sobre el cielo azul, cuando atardece, II Estremécese el aura tremulenta Doquier la vida su vigor ostenta: Al tronco de los árboles se prende Y, empapada del éter en las ondas, III En los collados y en la selva inculta Entre las hojas de la encina adulta Muge la vaca en tanto que se aleja tiembla, cual amapola sobre el lino, CANTO SEGUNDO Epitalamio I Resplandece la bóveda infinita La vida, como el alma de Afrodita, Exhalan sus aromas penetrantes Y al balar de los hatos trashumantes, II Son las bodas campestres de las flores. Se impregnan los insectos zumbadores ¡Oh, céfiro! ¡oh, abeja! ¡oh, mariposa! Posad sobre su cáliz que el deseo III Todo, al soplar las brisas tropicales, Requiébranse en la rama los turpiales Tálamo de las tiernas golondrinas Nada tu fuerza poderosa trunca, CANTO TERCERO Elegía I En la intrincada senda, y en el rojo Tan sólo cuelga su último despojo Viene la tarde cenicienta y fría Nada se oye vivir. Sólo en la hora II ¡Qué tristeza tan honda en el paisaje! Ya no hay nidos, ni cantos, ni follaje, En las regiones do Aquilón desata mientras inmensamente se dilata III Si tan helada soledad impera ¡ah! no pensemos que la vida muera: Mas ¿quién puede escuchar las misteriosas Nada sucumbe: el escondido germen,
(Poemas de Manuel José Othón)
Ya la niebla no oculta los bohíos
y los nidos del bosque, ayer vacíos,
están llenos de pájaros ogaño.
el valle inundan en raudales fríos,
donde llenan sus ánforas los ríos
y beben las bandadas y el rebaño.
desbaratóse el gélido turbante
que el invierno formó con sus neblinas,
la sarta de las grullas desparece
y flotan las primeras golondrinas.
y la tierra, a los húmedos halagos,
sigue, ya sin temor a más estragos,
su fecunda labor, constante y lenta.
festonea las lilas y los dragos,
hace brotar los mustios jaramagos,
hincha la yema y el botón revienta.
de la hiedra la azul y verde malla,
que en el bardal su pabellón extiende.
del sol al fuego, la campiña estalla
en explosión de pétalos y frondas.
del maternal amor se muestra el celo:
oye el ave el reclamo, deja el cielo
y acude al nido que el ramaje oculta.
se siente el ensayar del primer vuelo,
y en el pico de rosa del polluelo
su pico de ámbar la torcaz sepulta.
la cría por las quiebras del camino
y, al blando són de la amorosa queja,
la roja lengüecilla de la oveja
del cordero en el blanco vellocino.
con el fuego abrasante del verano
y, en la inmensa extensión, el soberano
elemento prolífico palpita.
todo lo enciende: al hongo en el pantano,
al ave y al cuadrúpedo en el llano
y en el huerto a la humilde bellorita.
el apio y la silvestre madreselva
y el laurel odorífero retoña.
en lo más escondido de la selva
tañe Pan su dulcísima zampoña.
Al beso del amor, antes latente,
estremece sus ondas el ambiente,
írguense los estambres tembladores.
en el polen de oro refulgente
y al par le lleva en su regazo ardiente
el viento grácil esparciendo olores.
¡con qué ansiedad tan pudibunda espera
vuestra llegada la naciente rosa!
desflora, mientras canta Primavera
los eróticos cantos de Himeneo.
mueve la sangre y todo a amar provoca.
Naturaleza entera es una boca
donde palpitan besos inmortales.
lanzando su canción alegre y loca
y, en la cortante arista de la roca,
se acarician las águilas reales.
es el aire, del tigre la espelunca,
del triscador ganado las colinas ...
pues, renaciendo tú de las ruinas
¡oh, fecundante Amor, no mueres nunca!
peñón, y en la monótona llanura,
no queda ya ni un resto de verdura,
ni una brizna de hierba, ni un abrojo.
la seca hiedra, de la tapia oscura,
bajo la cual el ábrego murmura
y crujen las hacinas del rastrojo.
y una desolación abrumadora
se extiende sobre el monte y la alquería.
del declinar tristísimo del día,
la parda grulla en el erial crotora.
Del Norte frío al destructor aliento
suspendióse en el campo el movimiento
y gimieron los troncos y el ramaje.
no se escucha un murmurio ni un acento
y apenas, junto al lago tremulento,
se oye graznar al ánade salvaje.
su furia y con fragor se precipita,
sin cesar, sin cesar escarcha y llueve;
desesperante, trágica, infinita,
la sepulcral blancura de la nieve.
en el mar, en la tierra y en el cielo,
si ya no corre el límpido arroyuelo
ni se mece el rosal en la pradera,
amortajada con su blanco velo,
bajo la opaca crústula del hielo
una inmortal resurrección espera.
voces que eleva en místico munnullo
el más oculto seno de las cosas?
la crisálida envuelta en su capullo,
la célula y el grano ... ¡todos duermen!
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