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POEMAS RÚSTICOS SALMO DEL FUEGO Noche muy negra. Un paso: la cañada Ni un hueco entre las rocas que no yerme Nunca, como ateridos y agobiados, Mas, cuando ya cansado El camino aun es largo Ya en la cuenca del monte El fatigado espíritu se alivia A descansar. ¡Qué blando Calma. Silencio. En derredor, penumbra. Pasa la noche. Ya la madrugada Mas al dejar el cálido rescoldo, Señor, divino fuego, De inextinguible luz eterno faro, Porque en la sombra del misterio brillas, Porque a la urente llama Porque en la soledad prestas abrigo, Yo te adoro, Señor. Débil y triste Para luchar con épico ardimiento,
(Poemas de Manuel José Othón)
defendida por ásperos pretiles.
Abajo, la planada;
arriba, envuelto entre la sombra helada,
el enorme talud de los cantiles.
Ni follaje, ni abrigo que proteja
al viajero perdido en la negrura;
que hace cientos de años, tal vez miles,
bajaron, irruyendo la llanura,
los árboles cerriles.
el frío boreal, y hay un reposo
en las cosas, tan lóbrego y medroso,
que hasta el silencio duerme.
Y a medida que avanza
la noche y crece el frío,
más se hunde la mirada en el vacío
de una entenebrecida lontananza.
en la noche cerrada inmensamente,
sin un solo eco que a la voz responda
y en medio de los páramos, se siente
desolaci6n tan honda.
A través de la rígida maleza
se encoge el coraz6n, se hunde la frente
y se ahoga el espíritu doliente,
náufrago entre la noche y la tristeza.
continúa el viajero
remontando el sendero
tan dolorosamente prolongado,
ciego, desesperado,
por la montaña dura
y sólo abandonándose al instinto
de la cabalgadura;
cuando la carne punzan y desgarran
cactus y espinos por la escarcha tiesos
y la helada brutal sus estiletes
sibilante y sutil hinca en los huesos;
si entonces aparece de improviso
allá, sobre la negra cordillera,
el rojo pincelazo de una hoguera,
cuya luz junta, como ardiente broche,
el velo del abismo al de la noche ...
¡oh, qué explosión de calma
tan misericordiosa!
¡Cómo el anhelo en esa luz reposa
y qué inmensa alegría para el alma!
y la luz aun incierta resplandece,
pero se ensancha el ánimo y parece
que la sombra sacude su letargo.
La distancia decrece,
y aunque la cuesta bronca y empinada
está resbaladiza por la helada,
el recio casco en el peñón se aferra,
cuando surge la roja llamarada
en un brusco repliegue de la sierra.
por la piadosa hoguera calentada,
se columbra el albergue rocalloso
donde ha encontrado el montañés reposo,
como si fuese el amo de la tierra.
Se destacan al pie de los cantiles,
do crepitan, ardiendo, los tizones,
de piedras y troncones
los trémulos perfiles,
y en las venas se siente
la sangre circular a borbotones,
aceleradamente.
Un paso más. La inmensa lontananza
tuvo límite al fin ¡y Dios es bueno!
Ha entrado ya el espíritu en el pleno
triunfo de la esperanza.
y un sopor de los miembros se apodera.
¡Qué caricia tan tibia
la de esa alegre y coruscante hoguera!
¿Qué descanso, qué sueño
más dulce y regalado
que el de ese montañés que duerme al lado,
la cabeza rendida sobre un leño
y el pabellón del cielo por techado? ...
En él y cerca de él ¡oh caminante!
sin que ahora sospeche tu compaña,
tienes para tus penas un amigo,
en ese fuego salvador abrigo
y un inmenso palacio: la montaña.
es el lecho de tierra endurecida;
qué abandono tan grato de la vida,
qué desprecio del no durable mando!
Fuera del cerco que la llama alumbra
y que el calor defiende,
el frío, un frío cortador que hiende
la corteza durísima del roble
reseco ya, pero en la cumbre inmoble.
Y en tanto que se extiende
por la callada bóveda del cielo
adamantino velo,
y vibra sobre aquellas
soledades que inunda
azul, azul diafanidad profunda,
el divino temblor de las estrellas,
parece que del fondo
de todas las tinieblas y las simas
se eleva hasta las cumbres misteriosas,
donde llamea ignipotentemente
la eterna zarza ardiente,
el gran clamor del alma de las cosas.
fortalecido encuentra al caminante
que a emprender se apercibe la jornada
por llanuras y montes, siempre errante.
el sol, glorioso y santo,
desde su augusta excelsitud le envuelve
en su llama inmortal como en un manto;
y desde el más profundo
abismo del dolor y la congoja,
el hombre se sublima, a Dios alaba
y exúltase en un canto, como arroja
su onda el torrente o el volcán su lava:
tú eres misericordia, yo soy ruego.
yo soy desolación, tú eres amparo.
la creación te canta de rodillas.
diste poder de confortar al hombre,
mi corazón te ama
y besa hasta las letras de tu nombre.
y calor, y consuelo, te bendigo;
y porque hiciste el sol de fuego y oro
¡oh, Señor! yo te adoro.
soy, pero no si tu poder me asiste.
hay que fortalecer en tu alabanza
lo mismo el corazón que el pensamiento.
¡No se llega a las cimas sin aliento
ni a ti sin esperanza!
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