Índice de El sabueso de los Baskerville de Sir Arthur Conan Doyle | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
CAPÍTULO CUARTO
SIR ENRIQUE BASKERVILLE
Nuestra mesa de desayunar quedó despejada a primera hora, y Holmes, en batin, esperó la visita prometida. Nuestros clientes fueron puntuales a la cita; acababa de dar el reloj las diez, cuando el doctor Mortimer, seguido del joven baronet, fue conducido al piso superior. El baronet era un hombre corto de estatura, vivaracho, de ojos negros; tendría treinta años, era muy fornido, con cejas negras y tupidas, rostro de facciones fuertes y expresión acometedora. Vestía traje de tela gruesa de mezcla, de tinte rojizo, y su aspecto era el de hombre curtido que se ha pasado la mayor parte de la vida al aire libre, ofreciendo, sin embargo, un algo en la firmeza de su mirada y en el sereno aplomo de su porte que delataban al caballero.
- Este es sir Enrique Baskerville -dijo el doctor Mortimer.
- Sí; yo soy -dijo él-, y lo raro del caso, señor Sherlock Holmes, es que, si mi amigo, aquí presente, no hubiese propuesto que viniésemos a visitarlo a usted esta mañana, yo habría venido por propia iniciativa. Tengo entendido que usted averigua pequeños acertijos, y esta mañana se me ha presentado uno que requiere más meditaciones para su aclaración que las que yo puedo dedicarle.
- Siéntese, se lo ruego, sir Enrique. ¿Debo entender, por lo que usted me ha dicho, que desde su llegada a Londres le ha ocurrido algo notable?
- La cosa no tiene gran importancia, señor Holmes. Muy bien pudiera tratarse de una broma. Me refería a esta carta, si carta puede lIamársele, que me ha llegado esta mañana.
Dejó encima de la mesa un sobre, y todos nosotros nos inclinamos para mirarlo. Era de clase ordinaria, de color gris, Llevaba la dirección: Sir Enrique Baskerville. Hotel Northumberland, escrita en caracteres toscos; el estampillado del correo era: Charing Cros, y la fecha de este, la de la tarde precedente.
- ¿Quién sabía que usted iba a hospedarse en el hotel Northumberland? -preguntó Holmes, dirigiendo una mirada aguda a nuestro visitante.
- Nadie podía saberlo. Lo resolvimos únicamente después de mi encuentro con el doctor Mortimer.
- Bien. Pero el doctor Mortimer se hospedaría ya allí, sin duda, ¿no es eso?
- No, porque me hospedaba en casa de un amigo -dijo el doctor-. No existía ninguna clase de indicación de que nos propusiésemos ir a ese hotel.
- ¡Hum! Por lo visto, hay alguien profudamente interesado en las andanzas de ustedes.
Extrajo del sobre media hoja de papel de oficio, doblada en cuatro. La desdobló y la alisó encima de la mesa. El papel estaba cruzado, de un lado al otro, en el centro, por una sola frase; para formarla habían recurrido al expediente de pegar en la hoja de papel palabras ya impresas. El texto era este:
Según el valor que dé usted a su vida o a su razón, se mantendrá alejado del páramo.
La palabra páramo era la única que estaba escrita con letras de tipo de imprenta, pero a pluma.
- Y ahora -dijo sir Enrique Baskerville-, ¿será usted capaz de decirme, señor Holmes, qué sentido tiene esto, por vida mía, y quién se toma tanto interés por mis asuntos?
- ¿Qué deduce usted, doctor Mortimer? Por lo menos, tendrá que reconocer que en esto de ahora no hay nada de sobrenatural.
- ¿Qué es eso de esto de ahora? -preguntó sir Enrique, con viveza-. Me está pareciendo, caballeros, que todos ustedes saben mucho más que yo mismo acerca de mis propios asuntos.
- Sir Enrique, antes que salga usted de esta habitación, compartirá con nosotros lo que sabemos. Se lo prometo -dijo Sherlock Holmes-. De momento, y con permiso de usted, vamos a ceñirnos a este interesantísimo documento, que debió de ser compuesto y echado al correo ayer por la noche. ¿Tiene usted a mano el Times, Watson?
- Está aquí, en el rincón.
- ¿Quiere tener la amabilidad de alcanzarme ... la página interior, por favor, la de los editoriales? -la repasó rápidamente, recorriendo con la vista sus columnas de arriba abajo-. Magnifico articulo este que trata del libre cambio. Permítame que les dé un extracto del mismo:
Quizá dé usted en imaginarse que su especialidad comercial o la vida de su propia industria pueden ser fomentadas mediante un arancel protector; pero, según toda razón, esa clase de medidas legislativas mantendrá alejado del país el bienestar, hará disminuir el valor de nuestras importaciones y rebajará las condiciones generales de vida en esta isla.
¿Qué opina de esto, Watson? -exclamó Holmes, muy eufórico, frotándose las manos, satisfecho-. ¿ No opina que es un sentimiento admirable?
El doctor Mortimer miró a Holmes con expresión de interés profesional, y sir Enrique Baskerville volvió hacia mí sus negros ojos, intrigados.
- Poco es lo que yo sé acerca de aranceles de aduanas y cosas por ese estilo -dijo-; pero me parece que nos hemos salido un poco de la huella en lo que se refiere a la carta.
- Todo lo contrario, sir Enrique; yo creo que seguimos muy pegados a ella. Watson, aquí presente, sabe de mis métodos más que usted; pero sospecho que ni siquiera él ha captado el sentido de este párrafo.
- En efecto, confieso que no percibo ninguna relación.
- Sin embargo, querido Watson, existe entre ambas cosas una relación tan estrecha, que la una ha sido sacada de la otra. Usted, vida, razón, mantendrá alejado, del. ¿No ve usted ahora de dónde han sido tomadas esta palabras?
- ¡Rayos y truenos! Está usted en lo cierto. ¡Sí que es agudeza la suya! -exclamó sir Enrique.
- Si pudiera cabernos alguna duda, desaparecería al obsevar que las palabras mantendrá alejado y del están cortadas juntas.
- A ver ... ¡Así es!
- Verdaderamente, señor Holmes, que esto sobrepasa a todo lo que yo hubiera podido imaginarme -dijo el doctor Mortimer, mirando a mi amigo con ojos de asombro-. Me resultaría comprensible que alguien dijese que estas palabras habían sido recortadas de un periódico; pero que ested haya dicho de cuál, agregando que procedían del articulo editorial, es verdaderamente una de las cosas más extraordinarias que yo he conocido. ¿Cómo se las ingenió usted?
- ¿Verdad, doctor, que usted sería capaz de distinguir el cráneo de un negro del de un esquimal?
- Sin género alguno de duda.
- ¿Cómo así?
- Porque es, precisamente, lo que constituye mi afición. Las diferencias saltan a la vista. El ángulo facial, el abultamiento supraorbital, la curva de los maxilares, la ...
- Mi afición especial es esta, y también aquí salta a la vista las diferencias. Para mis ojos, existe una diferencia tan grande entre el tipo de imprenta burgués, interlineado, de un artículo del Times y la descuidada impresión de un diario vespertino de a medio penique, como la que pueda existir entre su negro y su esquimal. Para un especialista en criminología, el distinguir tipos de imprenta viene a ser una de las ramas del conocimiento más elementales. Confieso, sin embargo, que, siendo muy joven, confundí, en cierta ocasión, el Leeds Mercury con el Western Moming News. Pero un artículo editorial del Times es cosa completamente distinta, y estas palabras no podlan haber sido recortadas de ningún otro sitio. Como el recorte fue hecho ayer, existían fuertes probabilidades de que encontrásemos las palabras en el número de ayer.
- De modo, pues, señor Holmes, que hasta donde a mi se me alcanza -dijo sin Enrique Baskerville-, alguien recortó este mensaje con una tijeras ...
- Con unas tijeras de uñas -dijo Holmes-. Fíjese en que el corte fue hecho con unas tijeras de hoja corta, puesto que tuvieron que dar dos tijeretazos para recortar el mantendrá alejado.
- Así es. De modo, pues, que alguien recortó el mensaje con unas tijeras de hoja corta y, luego, lo pegó con engrudo ...
- Con goma -dijo Holmes.
- Lo pegó con goma en el papel. Lo que yo quiero saber es por qué razón escribieron a pluma la palabra páramo.
- Porque no encontraron esa palabra impresa. Las demás eran palabras sencillas y podían encontrarse en cualquier número del periódico, pero la de páramo era ya menos corriente.
- Sí; eso explicaría el detalle. ¿Ha leído usted algo más en este mensaje, señor Holmes?
- Existen una o dos indicaciones, a pesar de que se han tomado el mayor trabajo por quitar todo cuanto pudiera servir de huella. Como ustedes ven, la dirección ha sido escrita en toscos caracteres. Pero tengan en cuenta que el Times rara vez se ve en otras manos que las de personas de elevada educación. Podemos, en consecuencia, deducir que la carta fue compuesta por un hombre educado que deseaba hacerse pasar por inculto, y los esfuenos que ha hecho para ocultar su propia escritura sugieren la idea de que quizá esta sea conocida de ustedes, o pueda llegar a serlo. Otra cosa: observen que las palabras no están pegadas, formando una línea cuidada, sino que unas están más altas que otras. Por ejemplo vida está completamente fuera de su lugar. Esto pudiera indicar descuido, o también pudiera indicar agitación y prisa del que cortó las palabras. En conjunto, yo me inclino a esta última suposición, puesto que se trataba de un asunto de importancia evidente, y no parece lógico que quien compuso la carta lo hiciese con descuido. Si acaso, se vio en apuros; eso nos llevaría a planteamos la interesante pregunta de cuál pudo ser la causa de su precipitación, ya que cualquier carta puesta en el correo a primera hora de la mañana habría negado a manos de sir Enrique antes que este saliese del hotel. ¿Temió, acaso, el que compuso la carta, verse interrumpido en su tarea? ¿Y por quién, en ese caso?
- Estamos metiéndonos en la zona de las suposiciones -dijo el doctor Mortimer.
- Diga más bien que estamos metiéndonos en una zona en la que contrapesamos probabilidades y nos quedamos con la suposición más lógica. Es ese un empleo científico de la imaginación, pero siempre disponemos de alguna base concreta desde la que iniciar nuestras especulaciones. Usted lo llamará barrunto, pero yo tengo casi la seguridad de que esta dirección ha sido escrita en un hotel.
- ¿Como diablos puede usted afirmar eso?
- Si usted la examina con mucho cuidado, verá que, tanto la pluma como la tinta, han ocasionado molestias al escritor. La pluma ha salpicado dos veces en una sola palabra, y se secó tres veces para escribir una dirección breve, indicando así que era muy poca la tinta que había en el tintero. Pues bien: rara vez deja una persona particular que su pluma o tintero lleguen a semejante estado, y ha de resultar rarísimo el que se den al mismo tiempo una cosa y otra. Pero ustedes conocen lo que son las plumas y los tinteros de los hoteles; en estos, lo raro es el caso contrario. Sí; no titubeo en decir que, si pudiéramos examinar los canastos de papeles rotos en los hoteles de los alrededores de Charing Cross, hasta dar con los restos del mutilado artículo del Times, podríamos poner las manos inmediatamente en la persona que envió este extraño mensaje ... ¡Hola, hola! ¿Qué es esto?
Examinaba con gran cuidado la hoja de papel de oficio sobre la que habían sido pegadas las palabras, y la mantenía tan solo a una o dos pulgadas de distancia de sus ojos.
- ¿Qué ocurre?
- Nada -dijo tirándola encima de la mesa-. Es una media hoja, en blanco, de papel, qne ni siquiera tiene una filigrana. Creo que hemos sacado a esta curiosa carta todo lo que de ella podemos sacar; y ahora, sir Enrique, dígame; ¿le ha ocurrido alguna cosa interesante desde su estancia en Londres?
- Pues no, señor Holmes. Creo que no.
- ¿No se ha fijado en si alguien le ha venido siguiendo o le ha vigilado?
- Me parece que me he metido de rondón en lo más espeso de una novela barata -dijo nuestro visitante-. ¿A santo de cómo ni de qué iba nadie a seguirme o a vigilarme?
- Ya vamos a llegar a eso. ¿No tiene usted nada más que informarnos, antes que pasemos a ese asunto?
- Eso depende de lo que usted crea que merece ser objeto de información.
- A mí me parece que merece serlo todo cuanto se salga de la rutina corriente de la vida.
Sir Enrique sonrió.
- Es poco todavía lo que conozco de la vida inglesa, ya que casi toda la mía la he pasado en los Estados Unidos y en el Canadá. Sin embargo, yo supongo que el perder una bota sola no formará parte de la rutina corriente de la vida a este lado del mar.
- ¿De modo que ha perdido usted una de sus botas?
- Querido señor -exclamó el doctor Mortimer-, se trata solo de un extravío, y la encontrará usted en cuanto vuelva al hotel. ¿Qué se saca con molestar al señor Holmes con naderías de esta clase?
- Es que él me preguntó por todo lo que se saliese de la rutina corriente.
- Eso mismo -dijo Holmes-: cualquier incidente, por tonto que parezca. De modo que dice usted que ha perdido una de sus botas.
- O extraviado, por lo menos. La noche pasada las puse de la parte de afuera de la puerta de mi habitación, y esta mañana solo habla una. Le pregunté al limpiabotas, pero no conseguí sacar nada en limpio. Lo peor del caso es que las acababa de comprar ayer, por la noche, en el Strand, sin que haya llegado a estrenarlas.
- Si no se las había puesto, ¿por qué las puso para que se las lustrasen?
- Es que se trataba de unas botas de color canela que no habían sido nunca abrillantadas. Por eso las dejé fuera de mi puerta.
- ¿Debo, pues, entender que, después de su llegada a Londres en el día de ayer, salió inmediatamente y se compró un par de botas?
- Hice una buena cantidad de compras. El doctor Mortimer, aquí presente, me acompañó por todas partes. Tenga en cuenta que si allá, en el pueblo, he de hacer mi papel de caballero hacendado, es preciso que me vista en consecuencia, y quizá durante mi presencia en el Oeste me he hecho un poco abandonado en la cuestión de indumentaria. Entre otras cosas, compré estas botas de que le hablo ... Pagué por ellas seis dólares ... y resulta que me han robado una de ellas antes de estrenarlas.
- El robar una sola bota parece cosa curiosamente inútil -dijo Sherlock Holmes-. Confieso que comparto la creencia manifestada por el doctor Mortimer de que no ha de tardar usted en encontrar la bota que le falta.
- Bueno, caballeros -dijo, con expresión resuelta, el baronet-: me parece que he hablado lo suficiente acerca de lo poco que sé. Es ya hora de que ustedes cumplan su promesa de que me hagan un relato completo del punto hacia el que todos nosotros vamos a parar.
- Es esa una petición muy razonable -contestó Holmes-. Doctor Mortimer, creo que lo mejor que podría usted hacer es contárselo todo tal y como nos lo contó a nosotros.
Nuestro amigo, el hombre de ciencia, estimulado a ese punto, extrajo sus papeles del bolsillo y expuso el caso entero, de la misma manera que nos lo había expuesto a nosotros el día anterior, por la mañana. Sir Enrique Baskerville le escuchó con la atención más profunda, y dejó escapar de cuando en cnando exclamaciones de sorpresa. Una vez el doctor terminó su largo relato, sir Enrique dijo:
- Vaya: por lo visto, entro en posesión de una herencia que lleva implícito un castigo. Como es natural, he oído hablar del sabueso desde los tiempos en que yo vivía en el cuarto de niños. Es la leyenda preferida de la familia, aunque jamás la tomé en serio antes de ahora. Pero, por lo que respecta a la suerte de mi tío ... pues, la verdad, parece como que todo ello estuviera en ebullición dentro de mi cabeza, y no consigo todavía verlo claro. Tampoco parece que ustedes hayan llegado a una conclusión sobre si estamos ante un caso en que hay que llamar a la Policía o hay que pedir la intervención de un sacerdote.
- Exactamente.
- Viene luego lo de la carta que me ha sido dirigida al hotel. Supongo que encaja dentro del caso.
- Parece indicar que hay alguien que sabe más de lo que sabemos nosotros acerca de lo que ocurre por el páramo -dijo el doctor Mortimer.
- Y también -dijo Holmes- que hay alguien que no le quiere mal a usted, puesto que le advierte del peligro.
- Pudiera ser que deseen, para las finalidades que persiguen, asustarlo a usted.
- Sí, desde luego, también eso es posible. Doctor Mortimer, quedo muy en deuda con usted por haberme dado intervención en un problema que ofrece varias alternativas interesantes. Sin embargo, la cuestión concreta que ahora tenemos que decidir, sir Enrique, es la de si es o no aconsejable que vaya usted al palacio de Baskerville.
- ¿Por qué no habrla de ir?
- Parece que hay peligro en ello.
- ¿Se refiere usted al peligro que proviene de este demonio de la familia, o a un peligro por intervención de seres humanos?
- Eso es, precisamente, lo que tenemos que poner en claro.
- Proceda de lo que proceda, mi respuesta está ya dedicida. Señor Holmes, no hay demonio en el infierno ni hombre sobre la faz de la tierra que sea capaz de impedirme que vaya al hogar de los míos, y puede usted tener por seguro que esa es mi contestación final -frunció sus negras cejas, y su cara se coloreó mientras hablaba hasta adquirir una tonalidad rojiza. Era evidente que no se había extinguido el temperamento impetuoso de los Baskerville en su último representante-. Por el momento, aún no he tenido tiempo para meditar en todo lo que ustedes me han contado -prosiguió-. Es cosa muy importante para que una persona pueda comprenderla y tomar una resolución de golpe. Desearia disponer de una hora tranquila y a solas para llegar a una decisión. Pues bien: señor Holmes, son ahora las once y media, y en este mismo momento voy a ir derecho al hotel. ¿Y si usted y su amigo el doctor Watson se acercasen por allí y almorzasen con nosotros a las dos? Entonces estaré en condiciones de decirle con más claridad cómo veo yo el asunto.
- ¿Le conviene a usted, Watson?
- Completamente
- Siendo asl, cuente con nosotros. ¿Quiere que mande llamar un coche de alquiler?
- Preferiría caminar, porque este asunto me ha excitado bastante.
- Yo le acompañaré con mucho gusto en el paseo -dijo su compañero.
- Pues entonces volveremos a vernos a las dos. ¡Hasta la vista y buenos días!
Oímos los pasos de nuestros visitantes cuando bajaban por las escaleras, y oímos también el golpe de la puerta de la calle al cerrarse. Holmes se transformó instantáneamente, dejando de ser el ensoñador lánguido para convertirse en el hombre de acción.
- ¡Su sombrero y sus botas, Watson, rápido! No tenemos un momento que perder.
Corrió a su cuarto vestido con su batín, y a los pocos segundos volvía vestido de levita. Bajamos a toda prisa por las escaleras y salimos a la calle. Aún se veía al doctor Mortimer y a Baskerville, que caminaban a unas doscientas yardas por delante de nosotros en dirección a Oxford Street.
- ¿Quiere usted que corra y los haga detenerse?
- Por nada del mundo haga usted eso, mi querido Watson. Yo me doy por muy satisfecho con la compañia de usted, si a usted le resulta la mía tolerable. Nuestros amigos saben lo que se hacen, porque la mañana es, indudablemente, magnifica para dar un paseo.
Sherlock Holmes apresuró el paso hasta que redujimos, más o menos, a la mitad la distancia que nos separaba. Entonces, manteniéndonos siempre a un centenar de yardas a su zaga, los seguimos hasta entrar en Oxford Street, y después, por Regent Street. Uno de nuestros amigos se detuvo y se puso a contemplar un escaparate, y entonces Holmes hizo lo propio. Un instante después dejó escapar una pequeña exclamación satisfecha; siguiendo la dirección de sus ojos, animados de viva ansiedad, vi que un coche de alquiler de los llamados hansom, que llevaba dentro a un hombre y que se había detenido al otro lado de la calle, reanudaba lentamente la marcha.
- ¡Ahí va nuestro hombre, Watson! ¡Adelantémonos! Podremos, por lo menos, examinarlo bien, ya que no podemos hacer otra cosa.
En aquel instante advertí una barba negra poblada y que dos ojos penetrantes nos miraban por la ventanilla lateral del carruaje. La trampilla del techo del coche se alzó instantáneamente, el viajero gritó algo al conductor, y el coche salió disparado locamente por Regent Street adelante. Holmes buscó ávidamente con los ojos otro carruaje, pero no había a la vista ninguno vacío. Entonces, y por entre el torrente de tráfico, se lanzó en loca persecución, pero la ventaja era demasiado grande, y ya el coche hansom desapareció de la vista.
- ¡Vaya! -dijo Holmes con amargura al salir, jadeando y pálido de disgusto, de entre la marea de carruajes-. ¿Hubo nunca suerte tan mala, ni tampoco quien se diese tan mala maña? Watson, Watson, si es usted hombre honrado, dejará también constancia de esto, para que sirva de contraste a mis éxitos.
- ¿Quién era ese hombre?
- No tengo la menor idea.
- ¿Un espía?
- Bueno, de lo que ya sabíamos resultaba evidente que Baskerville ha sido seguido estrechamente por alguien desde que se encuentra en la capital. ¿Cómo explicar, si no, el que se supiese tan rápidamente que él había elegido el hotel Northumberlad? Si le habían seguido el primer día, yo me dije que le seguirían también el segundo. Quizá se haya fijado usted en quc, mientras el doctor Mortimer nos leía la leyenda de los Baskerville, yo me acerqué paseando por dos veces a la ventana.
- Sí, lo recuerdo.
- Miré por si veia en la calle a alguien desocupado, pero no descubrí a nadie. Watson, nos las tenemos que ver con un hombre inteligente. Este asunto cala muy hondo, y, aunque no he llegado a una conclusión definitiva sobre si es un actuante benéfico o maléfico el que está en contacto con nosotros, experimento siempre la sensación de fuerza y de cálculo. Cuando salieron de casa nuestros amigos, yo los seguí en el acto con la esperanza de descubrir a su invisible acompañante. Este era astuto, que no se fió de seguirlos a pie, y se había proporcionado un coche a fin de poder marchar lentamente detrás, o adelantarse rápidamente a ellos, librándose de ese modo de que se fijasen en él. Su método tenía, además, la ventaja de que, si ellos tomaban un carruaje, él se hallaba ya preparado a seguirlos. Sin embargo, ese método tiene una desventaja evidente.
- Sí, lo coloca a la discreción del cochero.
- Exactamente.
- ¡Qué lástima que no nos hayamos hecho con el número!
- Mi querido Watson, a pesar de lo torpe que he sido, con seguridad que no se imaginará en serio que me haya descuidado en tomar el numero. El de nuestro cochero es el dos mil setecientos cuatro. Pero de nada nos sirve eso, por el momento.
- A mí no se me alcanza que usted pudiera haber hecho más de lo que ha hecho.
- Al darme cuenta de la presencia del coche, debí haberme dado instantáneamente media vuelta, echando a caminar en dirección contraria. Entonces hubiera podido alquilar con comodidad un segundo coche, y hubiera seguido al primero a una distancia respetable: mejor todavía, me hubiera hecho conducir al hotel Northumberland y habría esperado allí. Cuando nuestro desconocido hubiese seguido a Baskerville hasta su alojamiento, nosotros habríamos tenido la ocasión de jugarle a él la misma partida, enterándonos del lugar adonde se dirigía. Tal como han ocurrido las cosas, a causa de una impaciencia indiscreta, de la que nuestro adversario se aprovechó con rapidez y energía extraordinarias, nos hemos traicionado a nosotros mismos y hemos perdido a nuestro hombre.
Durante esta conversación habíamos avanzado con lentitud por Regent Street adelante, y el doctor Mortimer con au compañero se nos habían esfumado hacia rato. Holmes dijo:
- No tiene objeto el que los sigamos. Su sombra los abandonó y no regresa. Tenemos que examinar qué cartas nos quedan en la mano y jugarlas con resolución. ¿Declararia usted bajo juramento que reconoce la cara del hombre que iba dentro del coche?
- Yo solo podría jurar que reconozco la barba.
- A mí me ocurre lo mismo ... y por ello saco en consecuencia que, segun toda probabilidad, era una barba postiza. Un hombre inteligente y en una misión tan delicada solo puede querer una barba para ocultar sus facciones. Entremos aquí, Watson.
Se metió en las oficinas de una casa de mensajeros del distrito, en la que tuvo por parte del gerente una calurosa acogida.
- Vamos, Wilson, ya veo que no se ha olvidado del asuntillo en el que tuve la buena suerte de poder ayudarle.
- No me he olvidado, señor; desde luego que no. Usted salvó mi buena reputación, y quizá también mi vida.
- Querido amigo, usted exagera. Creo recordar, Wilson, que tenia usted entre sus mandaderos un mozalbete llamado Cartwright, que demostró cierta habilidad en el transcurso de la investigación.
- En efecto, señor, y todavía sigue con nosotros.
- ¿Podría usted tocar el timbre para que subiese? Gracias. Quisiera también que me proporcionase el cambio de este billete de cinco libras.
Un mocito de catorce años, de rostro despejado e inteligente, había acudido a la llamada del gerente. Se quedó contemplando con gran respeto al famoso detective.
- Dame la Guía de Hoteles -dijo Holmes-. Gracias. Y ahora, Cartwright, hay aquí veintitrés nombres de otros tantos hoteles de la zona inmediatamente circundante de Charing Cross, ¿ Lo ves?
- Sí, señor.
- Los visitarás todos, sucesivamente.
- Sí, señor.
- Empezarás en cada caso tu labor dando un chelín al portero de la puerta exterior. Aquí tienes veintitrés chelines.
- Sí, señor.
- Les dirás que quieres examinar el montón de papeles tirados ayer en los canastos. Explícales que se ha extraviado un telegrama importante, y que te han encargado de que lo busques. ¿Me comprendes?
- Sí, señor.
- Pero lo que tú verdaderamente buscarás es la página central del Times que tenga algunos agujeros hechos con tijeras. Aquí tienes un número del Times. La página es esta. Podrás reconocerla fácilmente, ¿no es cierto?
- Sí, señor.
- En todos los hoteles, el portero exterior hará venir al portero del vestíbulo, y también a este le darás un chelín. Aquí tienes otros veintitrés chelines. Es posible que en veinte casos de los veintitrés resulte que han quemado ya o se han llevado del hotel la basura del día anterior. En los tres casos restantes te llevarán ante un montón de papeles, y tú buscarás allí la página del Times. Hay un número enorme de probabilidades de que no lo encuentres. Aquí tienes diez chelines más para imprevistos. Envíame un informe por telégrafo a Baker Street antes de la noche. Y ahora, Watson, solo nos queda enterarnos por telégrafo de la personalidad del cochero número dos mil setecientos cuatro, y hecho eso nos dejaremos caer por una de las exposiciones de cuadros de Bond Street y mataremos el tiempo hasta la hora en que nos esperan en el hotel.
Índice de El sabueso de los Baskerville de Sir Arthur Conan Doyle | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|