Ramón López Velarde


El son del corazón
Selección poética

Segunda edición cibernética, junio del 2011

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

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INDICE


Presentación de Chantal López y Omar Cortés.

El son del corazón.

El ancla.

Treinta y tres.

Anna Pavlowa.

Gavota.

En mi pecho felíz.

La ascención y la asunción.

Si soltera agonizas ...

El perro de San Roque.

Vacaciones.

¡Qué adorable manía ...!.

Mi villa.

La saltapared.

El sueño de los guantes negros.

El sueño de la inocencia.

Aguafuerte.

La suave patria.




PRESENTACIÓN


Nacido el 15 de junio de 1888 en el poblado de Jerez del Estado de Zacatecas, Ramón López Velarde, quien a la postre devendría en uno de los más connotados poetas mexicanos, realizó sus primeros estudios en el colegio Morelos desarrollándose en el México pueblerino de finales del siglo XIX, con sus arraigadas costumbres en las que jugaba un papel principal las alegorías místico-religiosas. Su infancia se desenvuelve, pues, en un ambiente mal denominado provinciano, dentro del cual se moldea su personalidad, marcándole de por vida.

En 1898, la familia López Velarde decide trasladarse a la ciudad de Aguascalientes, en donde proseguiría sus estudios en la escuela de Sóstenes Olivares. Tres años después está estudiando en el Seminario Conciliar de Zacatecas, y en 1903, de regreso a Aguascalientes, asiste al Seminario Conciliar de la Purísima.

1904 será el año en el que López Velarde realizaría sus pininos como escritor, en el semanario El Observador, publicando Lira Aguascalentense.

1905, fue cuando inicio la publicación de su revista Bohemia. En 1907 terminaría sus estudios preparatorios en Aguascalientes, inscribiéndose, a continuación, en el Instituto Científico y Literario de San Luís Potosí para cursar la carrera de derecho. Y de esa época para adelante, sus contribuciones literarias serán publicadas en varias revistas, periódicos y suplementos literarios como lo fueron El Debate, El Regional, Pluma y lápiz, Cultura, Kalenda.

Además de su labor literaria, ejercía como abogado y se interesaba a la política, llegando a ser postulado en 1912 por el Partido Católico Nacional, como candidato suplente a la diputación por su ciudad natal, haciendo mancuerna con el candidato propietario, señor Francisco Hinojosa. Aunque en esas elecciones la fórmula Hinojosa-López, resultó perdedora, fue a raíz de aquella campaña electoral que Ramón López Velarde decidió colaborar con regularidad con el periódico, La Nación, órgano del Partido Católico Nacional.

Para 1914, López Velarde se trasladaría a la ciudad de México, en donde colaboraría en revistas y periódicos locales como Revista de Revistas, El Nacional Bisemanal, El Universal Ilustrado, Vida Moderna, México Moderno, entre otros. El 21 de junio de 1921, a los treinta y tres años, Ramón López Velarde moriría en la ciudad de México.

La obra poética El son del corazón que ahora colocamos en los estantes de nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, constituye el tercero de sus tres libros de poemas. Es una recopilación de sus últimas poesías, algunas de ellas de publicación póstuma, conteniendo, por supuesto, el poema que le enaltecería, La suave patria, fechado el 24 de abril de 1921, publicado en la revista El Maestro del mes de junio de aquel año y posteriormente incluido en El son del corazón, selección poética que vió la luz en 1932.

Chantal López y Omar Cortés

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El son del corazón

Una música íntima no cesa,
porque transida en un abrazo de oro
la Caridad con el Amor se besa.

¿Oyes el diapasón del corazón?
Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que son.

Mis hermanos de todas las centurias
reconocen en mí su pausa igual,
sus mismas quejas y sus propias furias.

Soy la fronda parlante en que se mece
el pecho germinal del bardo druida
con la selva por diosa y por querida.

Soy la alberca lumínica en que nada,
como perla debajo de una lente,
debajo de las linfas, Scherezada.

Y soy el suspirante cristianismo
al hojear las bienaventuranzas
de la virgen que fue mi catecismo.

Y la nueva delicia, que acomoda
sus hipnotismos de color de tango
al figurín y al precio de la moda.

La redondez de la Creación, atrueno
correjando a las hembras y a las cosas
con el clamor pagano y nazareno.

¡Oh Psiquis, oh mi alma: suena a son
moderno, a son de selva, a son de orgía
y a son mariano, el son del corazón!

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El ancla

Antes de echar el ancla en el tesoro
del amor postrimero, yo quisiera
correr el mundo en fiebre de carrera,
con juventud, y una pepita de oro
en los rincones de mi faltriquera.

Abrazar a una culebra del Nilo
que de Cleopatra se envuelva en la clámide,
y oír el soliloquio intranquilo
de la Virgen María en la Pirámide.

Para desembarcar en mi país,
hacerme niño y trazar con mi gis,
en la pizarra del colegio anciano,
un rostro de perfil guadalupano.

Besar al Indostán y a la Oceanía,
a las fieras rayadas y rodadas,
y echar el ancla a una paisana mía
de oreja breve y grandes arracadas.

Y decir al Amor: De mis pecados,
los más negros están enamorados;
un miserere se alza en mis cartUjas
y va hacia ti con pasos de bebé,
como el cándido islote de burbujas
navega por la taza de café.
Porque mis cinco sentidos vehementes
penetraron los cinco Continentes,
bien puedo, Amor final, poner la mano
sobre tu corazón guadalupano
...

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Treinta y tres

La edad del Cristo azul se me acongoja
porque Mahoma me sigue tiñendo
verde el espíritu y carne roja,
y los talla, al beduino y a la hurí,
como una esmeralda en un rubí.

Yo querría gustar del caldo de habas,
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo
como en la conservera las guayabas.

La piedra pómez fuera mi amuleto,
pero mi humilde sino se contrista
porque mi boca se instala en secreto
en la feminidad del esqueleto
con un escrúpulo de diamantista.

Afluye la parábola y flamea
y gasto mis talentos en la lucha
de la Arabia Feliz con Galilea.

Me asfixia, en una dualidad funesta,
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,
y de Zoraida la grupa bisiesta.

Plenitud de cerebro y corazón,
oro en los dedos y en las sienes rosas,
y el Profeta de cabras se perfila
más fuerte que los dioses y las diosas.

¡Oh, plenitud cordial y reflexiva:
regateas con Cristo las mercedes
de fruto y flor, y ni siquiera puedes
tu cadáver colgar de la impoluta
atmósfera imantada de una gruta!

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Anna Pavlowa

Piernas
eternas
que decís
de Luisa La Valliere
y de Thaís ...

Piernas de rana,
de ondina
y de aldeana;
en su vocabulario
se fascina
la caravana.

Piernas
en las cuales
danza la Teología
funerales
y epifanía.

Piernas:
alborozos y lutos
y parodias de los Atributos.

Piernas
en que exordia
la Misericordia
en la derecha,
y se inicia
en la otra la Justicia.

Piernas
que llevan del muslo al talón
los recados del corazón.

Piernas
del reloj humano,
certeras como manecillas,
dudosas como lo arcano,
sobresaltadas
con la coquetería de las hadas.

Piernas
para que circuyas
el espíritu, que se desarma
entre tus aleluyas;
si la violeta de Parma
tuviese piernas,
serían las tuyas.

Mística integral,
melómano alfiler sin fe de erratas,
que yendo de puntillas por el globo
las libélulas atas y desatas.

¡Te fuiste con mi rapto y con mi arrobo,
agitando las ánimas eternas
en los modismos de tus piernas!

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Gavota

Señor, Dios mío: no vayas
a querer desfigurar
mi pobre cuerpo, pasajero
más que la espuma de la mar.

Ni me des enfermedad larga
en mi carne, que fue la carga
de la nave de los hechizos,
del dolor el aposento
y la genuflexión verídica
de tu trágico pavimento.

No me hieras ningún costado,
no me castigues a mi cuerpo
por haber vivido endiosado
ante la Naturaleza
y frente a los vertebrales
espejos de la belleza.

Yo reconozco mi osadía
de haber vivido profesando
la moral de la simetría.

Amé los talles zalameros
y el virginal sacrificio;
amé los ojos pendencieros
y las frentes en armisticio.

No tengo miedo de morir,
porque probé de todo un poco,
y el frenesí del pensamiento
todavía no me vuelve loco.

Mas con el pie en el estribo
imploro rápida agonía
en mi final hostería.

Para que se encomiende a Dios,
en la hostería, una muchacha,
con su peinado de bandós,
y que de ir por los caminos
tenga la carne de luz
de los perones cristalinos.

Y que en sus manos, inundadas
de luz, mi vida quede rota
en un tiempo de gavota.

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En mi pecho feliz

No he buscado poder ni metal,
mas viví en una marcha nupcial.
Me parece que por amar tanto
voy bebiendo una copa de espanto.

Claroscuro de noche y de día;
corazón y cabeza y hombría,
los tres nudos que tiene mi ser
a la buena y la mala mujer.

En mi pecho feliz no hubo cosa
de cristal, terracota o madera,
que abrazada por mí no tuviera
movimientos humanos de esposa.

¡Desdichado el que en la hora lunar
en su lecho no huele azahar!

Desposémonos con la sencilla
avestruz, con la liebre y la ardilla.

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La ascensión y la asunción

Vive conmigo no sé qué mujer
invisible y perfecta, que me encumbra
en cada anochecer y amanecer.

Sobre caricaturas y parodias,
enlazado mi cuerpo con el suyo,
suben al cielo como dos custodias ...

Dogma recíproco del corazón:
¡ser, por virtud ajena y virtud propia,
a un tiempo la Ascensión y la Asunción!

Su corazón de niebla y teología,
abrochado a mi propio corazón,
traslada, en una música estelar,
el Sacramento de la Eucaristía.

Vuela de incógnito el fantasma de yeso,
y cuando salimos del fin de la atmósfera
me da medio perfil para su diálogo,
y un cuarto de perfil para su beso ...

Dios, que me ve que sin mujer no atino
en lo pequeño ni en lo grande, diome
de ángel guardián un ángel femenino.

¡Gracias, Señor, por el inmenso don
que transfigura en vuelo la caída,
juntando, en la miseria de la vida,
a un tiempo la Ascención y la Asunción!

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Si soltera agonizas ...

Amiga que te vas:
quizá no te vea más.

Ante la luz de tu alma y de tu tez
fui tan maravillosamente casto
cual si me embalsamara la vejez.

Y no tuve otro arte
que el de quererte para aconsejarte.

Si soltera agonizas,
irán a visitarte mis cenizas.

Porque ha de llegar un ventarrón
color de tinta abriendo tu balcón.
Déjalo que trastorne tus papeles,
tus novenas, tus ropas, y que apague
la santidad de tus lámparas fieles ...

No vayas, encogido el corazón,
a cerrar tus vidrieras
a la tinta que riega el ventarrón.

Es que voy en la racha
a filtrarme en tu paz, buena muchacha.

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El perro de San Roque

Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo
que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo.

A medida que vivo ignoro más las cosas;
no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas.

Sólo estUve sereno, como en un trampolín,
para asaltar las nuevas cinturas de las Martas
y con dedos maniáticos de sastre, medir cuartas
a un talle de caricias ideado por Merlín.

Admiro el universo como un azul candado,
gusto del cristianismo porque el Rabí es poeta,
veo arriba el misterio de un único cometa
y adoro en la Mujer el misterio encarnado.

Quiero a mi siglo; gozo de haber nacido en él;
los siglos son en mi alma rombos de una pelota
para la dicha varia y el calosfrío cruel
en que cesa la media y lo crudo se anota.

He oído la rechifla de los demonios sobre
mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar,
y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar
con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre.

Mi carne es combustible y mi conciencia parda;
efímeras y agudas refulgen mis pasiones
cual vidrios de botella que erizaban la barda
del gallinero contra los gatos y ladrones.

¡Oh, Rabí, si te dignas, está bien que me orientes:
he besado mil bocas, pero besé diez frentes!

Mi voluntad es labio y mi beso es rito ...
¡Oh, Rabí, si te dignas, bien está que me encauces;
como el can de San Roque, ha estado mi apetito
con la vista en el cielo y la antorcha en las fauces!

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Vacaciones

De tu pueblo a tu hacienda te llevabas
la cabellera en libertad y el pecho
guardado por cien místicas aldabas.

Metías en el coche los canarios,
la máquina de Singer, la maceta,
la canasta del pan ... Y en el otoño
te ibas rezando leguas de rosarios.

René, el gigante perro del pastor,
en un galope como si nadara,
te escoltaba, buscándote la cara.

Y detrás del René blanco y gigante
en aquel mapamundi de ilusión
cabalgaba sin brida el estudiante.

René hacía tres veces el camino
yendo y viniendo desde ti hasta mí,
ladrando porque no y porque sí.

René, acróbata de tu portezuela,
venía a hacer brincar su corazón
escandaloso, arriba de mi arzón.

Luego mordía a las mulas; pero ellas,
al peligroso paso de tu río,
sólo pedían, por sacarte salva,
transfigurarse en un tiro de estrellas.

A ti la voz confidencial del campo
de mañana llamábate la hija
mayor de la comarca, y en la tarde
de todo lo creado la idea fija.

Del mapamundi del amor, no más
yo en estas vacaciones sobrevivo;
pero fuera del mundo van un coche,
un estudiante de Santo Tomás
y un perro que les ladra sin motivo.

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¡Qué adorable manía ...!

¡Qué adorable manía de decir
en mi pobreza y en mi desamparo:
soy más rico, muy más, que un gran Visir:
el corazón que amé se ha vuelto faro!

Cuando se cansa de probar amor
mi carne, en torno de la carne viva,
y cuando me aniquilo de estupor
al ver el surco que dejó en la arena
mi sexo, en su perenne rogativa,
de pronto convertirse al mundo veo
en un enamorado mausoleo ...

Y mi alma en pena bebe un negro vino,
y un sonoro esqueleto peregrino
anda cual un laúd por el camino ...

Por darme el santo y seña, la viajera
se ata debajo de la calavera
las bridas del sombrero de pastora.

En su cráneo vacío y aromático
trae la esencia de un eterno viático.

¡Y al fin, del fondo de su pecho claro,
claro de Purgatorio y de Sión,
en el sitio en que hubo el corazón
me da a beber el resplandor de un faro!

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Mi villa

Si yo jamás hubiera salido de mi villa,
con una santa esposa tendría el refrigerio
de conocer el mundo por un solo hemisferio.

Tendría, entre corceles y aperos de labranza,
a Ella, como octava bienaventuranza:

Quizá tuviera dos hijos, y los tendría
sin un remordimieoro ni una cobardía.

Quizá serían huérfanos, y cuidándolos yo,
el niño iría de luto, pero la niña no.

¿No me hubieras vivido, tú, que fuiste una aurora,
una granada virgen de virginales gajos,
una devota de María Auxiliadora
y un misterio exquisito con los párpados bajos?

Hacia tu pie, hermosura y alimento del día,
recién nacidos, piando y piando de hambre
rodaran los pollitos, como esferas de estambre.

Quiero otra vez mis campos, mi villa y mi caballo
que en el sol y en la lluvia lanza a mitad del viaje
su relincho, penacho gozoso del paisaje.

Corazón que en fatigas de vivir vas a nado
y que estás florecido, como está la cadera
de Venus, y ceniciento cual la madera
en que grabó su puño de ánima el condenado:
tu tarde será simple, de ejemplar feligrés
absorto en el perfume de hogareños panqués
y que en la resolana se santigua a las tres.

Corazón: te reservo el mullido descanso
de la coqueta villa en que el señor mi abuelo
contaba las cosechas con su pluma de ganso.

La moza me dirá con su voz de alfeñique
marchándose al rosario, que le abrace la falda
ampulosa, al sonar el último repique.

Luego resbalaré por las frutales tapias
en recuerdo fanático de mis yertas prosapias.

Y si la villa, enfreore de la jocosa luna,
me reclama la pérdida de aquel bien que me dio,
sólo podré jurarle que con otra fortuna
el niño iría de luto, pero la niña no.

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La saltapared

Volando del vértice
del mal y del bien,
es independiente
la saltapared.

Y su principado,
la ermita que fue
granero después.

Sobre los tableros
de la ruina fiel
la saltapared
juega su ajedrez,
sin tumbar la reina,
sin tumbar al rey ...

Ave matemática,
nivelada es
como una ruleta
que baja y que sube
feliz, a cordel.

Su voz vergonzante
llora la doblez
con que el mercader
se llevó al canario
y al gorrión también
a la plaza pública,
a sacar la suerte
del señor burgués.

Del tejado bebe
agua olvidadiza
de los aguaceros,
porque trasparente
su cuerpo albañil
gratuito nivel.

Y al ángel que quiere
reconstruir la ermita
del eterno Rey,
sirve de plomada
la saltapared.

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El sueño de los guantes negros

Soñé que la ciudad estaba dentro
del más bien muerto de los mares muertos.
Era una madrugada del invierno
y lloviznaban gotas de silencio.

No más señal viviente, que los ecos
de una llamada a misa, en el misterio
de una capilla oceánica, a lo lejos.

De súbito me sales al encuentro,
resucitada y con tus guantes negros.

Para volar a ti, le dio su vuelo
el Espíritu Santo a mi esqueleto.

Al sujetarme con tus guantes negros
me atrajiste al océano de tu seno,
y nuestras cuatro manos se reunieron
en medio de tu pecho y de mi pecho,
como si fueran los cuatro cimientos
de la fábrica de los universos.

¿Conservabas tu carne en cada hueso?
El enigma de amor se veló entero
en la prudencia de tus guantes negros ...

¡Oh, prisionera del valle de Méjico (Mexico está escrito con j en el original)!
Mi carne (Ilegible en el original) de tu ser perfecto
quedarán ya tus huesos en mis huesos;
y el traje, el traje aquel, con que tu cuerpo
fue sepultado en el valle de Méjico;
y el figurín aquel, de pardo género
que compraste en un viaje de recreo ...

Pero en la madrugada de mi sueño,
nuestras manos, en un circuito eterno
la vida apocalíptica vivieron.

Un fuerte ... como en un sueño,
libre como cometa, y en su vuelo
la ceniza y ... del cementerio
gusté cual rosa ...

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El sueño de la inocencia

Soñé que comulgaba, que brumas espectrales
envolvían mi pueblo, y que Nuestra Señora
me miraba llorar y anegar su Santuario.

Tanto lloré, que al fin mi llanto rodó afuera
e hizo crecer las calles como en un temporal;
y los niños echaban sus barcos papeleros,
y mis paisanas, con la falda hasta el huesito,
según se dice en la moda de la provincia,
cruzaban por mi llanto con vuelos insensibles,
y yo era ante la Virgen, cabizbaja y benévola,
el lago de las lágrimas y el río del respeto ...

Casi no he despertado de aquella maravilla
que enlazara mis Últimos óleos con mi Bautismo;
un día quise ser feliz por el candor,
otro día, buscando mariposas de sangre,
mas revestido ya con la capa de polvo
de la santa experiencia, sé que mi corazón,
hinchado de celestes y rojas utopías,
guarda aún su inocencia, su venero de luz:
¡el lago de las lágrimas y el río del respeto!

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Aguafuerte

Alfonso, inquisidor estrafalario:
te doy mi simpatía, porque tienes
un aire de murciélago y canario.

Tu capa de diabólicos vaivenes
brota del piso, en un conjuro doble
de Venecias y de Jerusalenes.

Equidistante del rosal y el roble
trasnochas, y si busco en la floresta
de España un bardo de hoy, tu ave en fiesta
casi es la única que me contesta.

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La Suave Patria
Proemio

Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo hoy la voz a la mitad del foro,
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo,
para cortar a la epopeya un gajo.

Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuan
que remaba la Mancha con fusiles.

Diré con una épica sordina:
la Patria es impecable y diamantina.

Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.

Primer acto

Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.

Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.

Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.

Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.

Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.

¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los fuegos de artificio?

Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.

Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos, se vacía
el santo olor de la panadería.

Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera,
suave Patria, alacena y pajarera.

Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueben de ti
la picadura del ajonjolí.

¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!
Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertas, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.
Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas,
oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco,
y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh trueno, la ruleta de mi vida.

Intermedio
Cuauhtémoc

Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.

Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de ceniza de tus plantas.

No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio:
tU cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente, de moneda.

Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera, el azoro de tUs crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.

Segundo acto

Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tU mujerío;
tUs hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.

Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito,
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.

Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en ti, mientras una mejicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país, del aroma del estreno.

Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.

Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.

Te dará, frente al hambre y al obús,
un higo San Felipe de Jesús.

Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.

Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo,
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.

Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.

Por tu balcón de palma bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.

Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.

Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el Ave
taladrada en el hilo del rosario,
y es más feliz que tú, Patria suave.

Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
¡la carreta alegórica de paja!

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