Índice de Obras de teatro de Ricardo Flores Magón | ACTO TERCERO de la obra Verdugos y Víctimas | Biblioteca Virtual Antorcha |
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VERDUGOS Y VÍCTIMAS
ACTO CUARTO
CUADRO PRIMERO
Sala de sesiones de una organización obrera. Una mesa con periódicos y libros. Sillas de tule. Puertas laterales..
Escena I
JOSÉ - (Sentado junto a la mesa en actitud pensativa). (Se escuchan campanadas). (Levantándose). Las siete de la noche. No tardan en llegar los compañeros. (Pasea a lo largo de la sala. Se acerca a una de las puertas y aplica el oído). Ningún ruido viene de la calle, ni el más leve rumor. Doce horas de huelga general han sumido a esta bulliciosa ciudad en una quietud sepulcral. Ni un tranvía, ni un carruaje circulan por las calles. ¡Qué éxito tan lisonjero en cuanto al paro general: la masa se aceda en los amasijos porque no hay quien cueza el pan; el zapatero descansa; el andamio ha suspirado todo el día por el albañil; la máquina extraña el aliento fatigado de su esclavo: el obrero. Exito feliz, en suma, de la solidaridad de la clase productora, ¡ay!, pero no se harán esperar las represalias de nuestros verdugos. Ellos no nos perdonarán nunca que hayamos encontrado al fin los trabajadores que la vida de la sociedad depende de nosotros, pues nos basta cruzarnos de brazos para que cese toda producción. (Pausa). (Suspira). ¡Otra vez el mismo pensamiento! No puedo olvidar, no puedo olvidar. Yo quisiera no pensar más en Isabel, olvidarla por completo; pero su recuerdo ocupa mi mente, avivado a cada instante por los mil detalles de la vida. Veo una mujer hermosa, y en el acto se me presenta la imagen de Isabel; veo pasar una prostituta, y el corazón se me oprime pensando en Isabel; el dolor, la miseria, el infortunio, todo lo que es triste, evoca en mí el recuerdo de Isabel, y, por contraste, todo lo que es placentero y risueño. (Entra Manuel, vestido con pulcritud).
Escena II
JOSÉ Y MANUEL
MANUEL - (Entrando) ¡Salud, José!
JOSÉ - ¡Salud, Manuel! (Se estrechan la mano).
MANUEL - ¡Qué cansado estoy! (Se sienta). No me he sentado en todo el día, andando de aquí para allá y de allá para acá. ¡El paro es completo! Ninguna industria se mueve. (Consultando su reloj). ¡Caramba, se está haciendo tarde y no estamos aquí más que tú y yo! Van a ser las siete y media y no se reúne el comité de la huelga. (Se escucha rumor de voces de afuera y aparecen tres obreros).
Escena III
LOS MISMOS Y OBREROS PRIMERO, SEGUNDO Y TERCERO
OBREROS - (Entrando). ¡Salud, compañeros! (Se dirigen a las sillas y se sientan).
JOSÉ Y MANUEL - ¡Salud, compañeros!
OBRERO PRIMERO - (Vestido con pulcritud). Poco ha faltado para que no hubiéramos asistido a este mitin.
OBRERO SEGUNDO - García, Hernández y cinco compañeros más, que venían delante de nosotros, fueron arrestados por la policía.
OBRERO TERCERO - Nosotros tres nos salvamos porque fingimos no venir oon ellos. ¡Qué barbaridad!
JOSÉ - ¿Y de qué se les acusa?
OBRERO PRIMERO - Al pasar oimos que el policía que hacía cabeza de la patrulla de aprehensores, decía: ¡por traición a la patria!
JOSÉ - Más claro no puede estar que lo que se nos enseña a amar como patria, y por lo cual se nos incita a tomar las armas, son los intereses de la burguesía. Porque ¿a quién perjudica esta huelga si no es a la burguesía, que se vería forzada a mejorar nuestra situación si el Gobierno no interviniera en su favor?
MANUEL - ¡Oh, ya nadie duda que la, patria son los intereses de los ricos! (Se escucha rumor de voces de afuera, y entran siete obreros).
Escena IV
LOS MISMOS Y OBREROS
OBREROS - (Entrando). ¡Salud, compañeros! (Se dirigen a las sillas y se sientan).
TODOS - (A los recién venidos). ¡Salud, compañeros!
JOSÉ - Estamos ya completos, porque (dirigiéndose especialmente a los recién venidos) habéis de saber que García, Hernández y cinco compañeros más, que son los que faltan, acaban de ser arrestados por la policía, y debemos darnos prisa para resolver lo conveniente en vista de las circunstancias, antes de que los perros guardianes del Capitalismo hagan su aparición aquí. (Dirigiéndose a todos). Compañeros: esta huelga, que cuenta apenas doce horas de existencia, durante las cuales ha cesado toda actividad industrial, sirve para demostrar que no es el dinero el que hace mover las industrias, sino los músculos y el cerebro del trabajador, y, por lo tanto, el trabajador tiene derecho a disfrutar de todas y cada una de las ventajas que ofrece la civilización moderna, que no es otra cosa que el resultado de los esfuerzos de las generaciones de trabajadores que nos precedieron, conservado y acrecentado con el sudor y el sacrificio de la generación actual. Es, pues, indiscutible nuestro derecho a gozar de todo el producto de nuestro trabajo; pero nuestros amos nos niegan hasta la más insignificante mejora. Teniendo derecho a obtener el producto íntegro de nuestro trabajo, ¿qué es lo que demandamos por la presente huelga? El aumento de unos cuantos centavos sobre nuestros salarios y la disminución de la duración de la jornada de trabajo. ¡Una bicoca! ¡Una migaja de los enormes tesoros que producimos! Pues bien, a pesar de que los trabajadores como un solo hombre se han declarado en huelga, y a pesar, también, de que la demanda es justísima, perderemos esta huelga.
TODOS - ¡No, no, no la perdemos! ¡Tenemos que triunfar!
JOSÉ - Vuelvo a repetirlo (con energía): ¡la perderemos!
MANUEL - No podemos perder esta huelga, porque el Gobierno nos apoyará.
OBRERO PRIMERO - El Gobierno no puede faltar a sus promesas.
OBRERO SEGUNDO - No puede hacer traición el Gobierno al pacto que con él celebraron los sindicatos obreros para exterminar a los campesinos.
OBRERO TERCERO - (A José). Yo creo que eres un espía de la reacción.
TODOS - (Gritando). ¡Sí, eres un reaccionario!
JOSÉ - ¡Calma compañeros, calma, y escuchad unas cuantas palabras más! Perderemos esta huelga tan hermosa, porque no estamos armados para hacer valer nuestro derecho. La solidaridad existe; de ello han dado buena prueba nuestros hermanos de clase abandonando el trabajo como un solo hombre; pero eso no basta. El enemigo no solamente es fuerte por su solidaridad, sino porque cuenta con armas y municiones para tenernos a raya a los hambrientos. Eso deberíamos tener también nosotros: armas y municiones. Ante el crimen organizado, los proletarios, que representamos la justicia, debemos estar armados, Esto os dije antes de que declarásemos la huelga, y os lo vuelvo a repetir. El derecho, inerme, invita al atropello.
MANUEL - Nos quieres echar por un voladero. Tú quieres arreglarlo todo con barricadas y con guillotinas; pero afortunadamente los trabajadores tenemos buen sentido y no participamos de tus locuras. (A los demás). ¡Compañeros, alerta! Recurrir a la violencia es echarlo a perder todo. Nuestro deber es obrar dentro de la Ley para que se nos respete. El derecho, inerme, atrae las simpatías de propios y extraños. Armado, invita a la violencia.
OBRERO PRIMERO - Compañeros: seguir las tácticas de José es echarnos de cabeza a un precipicio; es faltar a nuestro honor; es desconocer las firmas que con nuestro puño y letra pusimos al calce de ese pacto glorioso que con el gobierno celebramos de apoyarlo para que él nos apoyase; es renegar de la sangre de nuestros mártires derramada en apoyo de ese pacto; es declarar que fue inútil el sacrificio de los batallones rojos; es, en suma, una deslealtad que equivale a tanto como a morder la mano generosa que nos brinda su amistad.
TODOS - ¡Muera José! (Se forma una algarabía¡ se escuchan gritos de: eres un espía; no somos tus borregos; a otros con tus patrañas; yo no doy mi sangre porque tú vivas; ¡muera la violencia!)
JOSÉ - ¡Calma, calma, o no llegaremos a entendernos! (Manuel y el obrero primero se adelantan y se enfrentan a José).
MANUEL - No es posible tener calma oyendo tus majaderías.
OBRERO PRIMERO - Se necesita tener sangre de atole para no enardecerse con tus estupideces.
JOSÉ - (Señalando a Manuel y al obrero primero). Es natural que tú, y que tú, no estéis de acuerdo con mis tácticas de violencia, porque vosotros ya estáis emancipados. Vivís de las organizaciones obreras; tenéis asegurado el pan; ya formáis parte de los privilegiados. Vosotros, los que vivís de las organizaciones obreras, no podéis ser sinceros en la lucha por la emancipación de la clase trabajadora, y todos vuestros esfuerzos están encaminados a refrenar los impulsos de rebelión y de protesta. Vuestro ideal no puede ser el derrumbamiento del sistema de la propiedad privada, porque entonces estaría de más vuestro papel de jefes obreros. Queréis, sí, conservar el sistema inicuo que hace posible la existencia de toda clase de parásitos. Veis con horror la revolución, porque al día siguiente de ella, si triunfásemos los trabajadores, tendríais que trabajar codo con codo con nosotros para ganaros el pan. (Dirigiéndose a los demás). Pero vosotros, que sentís en vuestras entrañas las mordeduras del hambre; vosotros, que estáis condenados a sudar como bestias para conseguir el duro mendrugo, y que sois testigos impotentes del dolor de vuestras compañeras y del llanto de vuestros hijos, ¿cómo se explica que no tengáis prisa de salir cuanto antes del infierno en que vivís? ¿Cómo se explica que dejéis caer los brazos cuando la razón y la dignidad nos llaman a la calle y a la barricada?
OBRERO SEGUNDO - (Burlón). ¡Ya que nos das la receta, danos el remedio! ¡A ver las armas! ¡Te nombramos general! ¡Ja, ja, ja ...! (Todos ríen de la ocurrencia y hacen demostraciones de desprecio hacia José).
JOSÉ - Bien sabéis que soy tan miserable como vosotros, y que no puedo daros las armas; pero tiempo sobrado habéis tenido de haceros de una, desde que os estoy predicando estas cosas. Además, si sois hombres, allí están los empeños y las armerías repletos de armas. Id a tomarlas, y si no podéis, aguzad vuestro ingenio y echad mano del arma más barata que hay. (Varios ¿cuál? ¿cuál?) ¡El fuego! ¡Recurrid al incendio!
OBRERO TERCERO - ¡No somos criminales! ¡No somos asesinos! (Se forma una algarabía: se oyen gritos de ¡está loco! ¡que lo amarren! ¡lazo!).
JOSÉ - Muy bien, entonces resignaos a ser asesinados. El Gobierno os prenderá a todos y os sentenciará a muerte o a largas condenas, porque, como todo Gobierno, debe velar por los intereses de la burguesía. Mientras el trabajador no sostenga sus derechos con las armas en la mano, será eternamente esclavo. (Se forma una algarabía y se hacen demostraciones de desprecio a José. De afuera se escucha la primera estrofa del himno anarquista Hijo del Pueblo, cantado por hombres, mujeres y niños:
Hijo del pueblo, te oprimen cadenas,
y esa injusticia no puede seguir.
Si tu existencia es un mundo de penas,
Antes que esclavo, prefiere morir.
seguida de disparos de armas de fuego y una cunfusa gritería que se va alejando. Todos, con excepción de José, quedan anonadados). ¡Se asesina a nuestros hermanos en las calles! ¡A compartir su suerte, compañeros, a la calle todos! (Nadie se mueve, permaneciendo cabizbajos). ¡Cobardes! ¡No se rompen las cadenas con las manos vacías, sino con el rifle y la dinamita! (Hace una mueca de desprecio y sale).
OBRERO SEGUNDO - Tal vez tenga razon José. El arma es la mejor garantía del derecho.
OBRERO TERCERO Querer emanciparnos oon los brazos cruzados, es ir de derrota en derrota. (Se escucha de afuera un rumor de fuertes pisadas, y entra un oficial seguido de diez soldados).
Escena V
LOS MISMOS Y OFICIAL
OFICIAL - (A los obreros). ¡Nadie se mueva! ¡Daos por presos!
MANUEL - ¿Por qué?
OFICIAL - ¡Por trastornar el orden, por sedición, motín, asonada, rebelión y traición a la patria!
MANUEL - Pero es que no tenemos armas.
OFICIAL - ¡Ja, ja, ja ...! Eso ya lo sabemos, ¡por eso venimoS a arrestaros! (A los soldados). ¡Ea, amarrad a estos pelados, y al cuartel con ellos! (Los soldados proceden a maniatar a los obreros).
OBRERO SEGUNDO - ¡Tenía razón José! ¡El derecho, inerme, invita al atropello!
(Cambia la decoración).
CUADRO SEGUNDO
Una calle
Escena I
GENERAL Y MÁRQUEZ
GENERAL - (Áparece por la derecha con Márquez al frente de diez soldados). (A los soldados). Cinco hombres a guardar la bocacalle por donde entramos, y cinco a la otra. (Los soldados se dirigen a los puestos indicados.) Mi buen Márquez, hay que escarmentar al peladaje. ¿Qué es eso de abandonar el trabajo a la hora que se les da la gana? He aquí la ciudad privada, durante doce horas, de agua, de tranvías, de carruajes, de toda clase de servicios, porque a los señores pelados se les antoja, ¡no más por eso!
MÁRQUEZ - Dice usted muy bien, mi general, esa es una canallada que hay que escarmentar. Si usted me lo permite, voy en seguida a castigar a más de cuatro. (Se dispone a marcharse).
GENERAL - (Lo detiene violentamente de un brazo). (Volviendo azorado el rostro en todas direcciones). No se precipite, mi buen Márquez, que no es bueno que quede yo solo en un momento de tanta conmoción. La vida del general es preciosa y debe estar perfectamente resguardada.
MÁRQUEZ - Tiene usted razón, mi general. Me quedaré al lado de usted para proteger con mi vida ese noble pecho, al que sólo pueden tocar las manos blancas de lindísimas doncellas, al colgar de él las cruces y las medallas del mérito y del honor.
GENERAL - Queda usted ascendido a coronel, mi buen Márquez.
MÁRQUEZ - Gracias, mi general, y que Dios conserve su preciosa vida para la felicidad de la Patria.
GENERAL - No tiene usted por qué darme las gracias, mi buen Márquez. A mí me gusta hacer el bien a todo el mundo. Por eso verá usted que no tengo enemigos.
MÁRQUEZ - Efectivamente, mí general; pero la gente es tan malvada que no tiene gratitud. Pongo por ejemplo a Isabel. Usted la sacó del pantano en que se encontraba, la honró con sus caricias, ¿y cuál ha sido el pago? ¡La más negra de las ingratitudes! Ahora está trabajando en una fábrica de cigarros.
GENERAL - Tiene usted razón, mi buen Márquez. Hice cuanto pude por esa muchacha; pero ella no supo conservar el bien que en mí tenía. Quería que la considerara como si hubiera sido una joven que se me hubiera entregado pura de toda mancha. Me aburrió, y a los tres meses la despache a paseo. Sé que me odia; pero un general no le tiene miedo a nada. (Se oye un disparo de arma de fuego). (Trémulo de terror). ¿Eh? ... ¿Qué ... qué ... es eso? (Dos soldados de la izquierda traen en medio de ellos a otro desarmado).
SOLDADO PRIMERO - (Cuadrándose). Mi general, a este hombre se le escapó un tiro.
SOLDADO SEGUNDO - (Cuadrándose). Mi general, el disparo fue accidental.
GENERAL - (Furioso). Muy bien, ¡que lo fusilen! Ahora, a vuestro puesto. (Los soldados se retiran). (A Márquez). Hay que obrar con mano de hierro, mi buen Márquez. El Gobierno ha impuesto la ley marcial con motivo de la huelga y ha decretado que deben ser pasados por las armas los directores de la huelga, los que tomen participación en ella, los que asistan a un mitin en que se trate de la huelga. y a todos los que simpaticen con el movimiento. ¡Así se necesitaba ya, para bajarles los humos a esos señores obreros que se creían merecerlo todo! Que recuerden que si ellos tienen derecho a vivir, también lo tenemos los ricos y todos los que servimos al Gobierno. ¿Qué sería de una sociedad sin ricos y sin gobierno? La virtud estaría a merced del más fuerte, los buenos serían aplastados por los malos, y nadie tendría pan, porque sin dinero, ¿con qué se puede comprar pan? Así, pues, a obrar con mano de hierro. ¡Energía! ¡Energía! Afortunadamente para la sociedad, cuenta con un hombre (dándose sendas palmadas en el pecho) que no conoce lo que es miedo. (Se escucha por la derecha el rumor de un vocerío que se acerca). (Trémulo de terror y volviendo el rostro a derecha e izquiera). ¿Eh? ... ¿Qué ... qué ... pa-sa? (Se acerca un soldado de la derecha).
GENERAL (Al soldado). No hay tiempo que perder. ¡Por la izquierda todos! (El soldado corre hacia la derecha y con el resto de sus compañeros marcha después a gran prisa hacia la izquierda, desapareciendo). (A Márquez). Vámonos, mi buen Márquez, a buscar un lugar más seguro, porque la vida de los generales es preciosa. (Salen precipitadamente por la izquierda). (Entra Isabel por la derecha, seguida de un grupo de trabajadores, hombres, mujeres y niños, que forman grande algazara).
Escena II
ISABEL - (Levanta una mano y se impone el silencio). Compañeros: la huelga ha sido quebrada por los mismos que, para alcanzar al Poder, en sus momentos de apuro prometieron al pueblo trabajador toda clase de ventajas. El pueblo, confiado, tuvo fe en la honradez de sus caudillos, y se lanzó al combate, olvidando las lecciones de la historia de todos los tiempos y de todos los países, que nos enseñan que a la hora del triunfo los caudillos y los redentores pagan con puntapiés los sacrificios que los desheredados hicieron por encumbrarlos. En estos momentos la Historia consigna una vez más el mismo hecho: el Gobierno desconoce los sacrificios de los trabajadores, a quienes prometió apoyar en sus querellas con los ricos, y paga la sangre de nuestros mártires con órdenes de proscripción y de muerte para los obreros en huelga. Compañeros: que sea esta la última vez que la Historia, avergonzada de nuestra estupidez, tenga que consignar el mismo hecho. Si queremos ser libres, debemos acabar con la caUsa de todos nuestros males: la propiedad privada, haciendo de todo cuanto existe la propiedad de todos; pero haciéndolo nosotros mismos, sin esperar a que un gobierno decrete la expropiación, porque los gobiernos tienen que ser forzosamente los puntales del capitalismo. ¡Viva la expropiación para el beneficio de todos! (Todos contestan: ¡Viva!) ¡Muera todo gobierno! (Todos contestan: ¡Muera!) Ahora, compañeros, retirémonos a nuestras casas para reanudar mañana nuestra tarea de esclavos miserables; pero que esta derrota nos sirva para que en lo futuro no volvamos a creer más en promesas ni a reclamar nuestro derecho con las manos vacías. El derecho, para hacerse respetar, necesita el auxilio del rifle. (Aplausos y gritos. Hombres, mujeres y niños cantan la primera estrofa de Hijo del Pueblo, y al finalizar se escuchan disparos por la derecha, que ocasionan gran confusión y arrancan los gritos de: ¡nos provocan!; ¡asesinos!; ¡venganza!; ¡venganza! saliendo todos precipitadamente por la izquierda). (Aparecen por la derecha un oficial y diez soldados disparando sus rifles hacia la izquierda).
Escena III
OFICIAL - (A los soldados). ¡Alto el fuego! (Los soldados dejan de disparar). ¡Descansen, armas! (Los soldados descansan las armas). Han huído como liebres esos pelados. ¡Ja, ja, ja ...! Hay que enseñarles a plomazos que con el Gobierno no se juega. Ahora, a aprehender a los promotores de la huelga en su madriguera. (A los soldados). ¡Tercien, armas! (Los soldados tercian armas). ¡Media vuelta a la derecha, doblando! (Los soldados ejecutan la maniobra). ¡De frente, marchen! (Marchan y salen, seguidos del oficial). (Entra José por la derecha).
Escena IV
JOSÉ - Por aqui han pasado los soldados. No debe estar muy lejos el lugar de la carnicería. (Viendo hacia la izquierda). Me parece distinguir allá formas humanas tiradas en el suelo. ¡Cobarde hazaña de la fuerza! ¿Cuándo comprenderás, pueblo inocente, que tu primer deber es armar tu brazo para hacerte respetar? (Corre hacia la izquierda y sale).
(Cambia la decoración).
CUADRO TERCERO
Otra calle. Diseminados, unos cadáveres de hombres, mujeres y niños proletarios, entre ellos el de Isabel.
Escena única
JOSÉ - (Entra precipitadamente por la izquierda). (Contemplando el cuadro). Así pagas, sistema inicuo, los sacrificios de los humildes. He ahí, acribillados a balazos a los productores de la riqueza social. ¡He ahí tu obra, burgués! ¡He ahí tu obra, gobernante! ¡Clérigo, ahí están tus víctimas! Esa sangre que enrojece el asfalto de la oal1e debería ostentarse eternamente en vuestros rostros, para horror de la humanidad. ¡Infames¡ Convertís en oro el sudor y las lágrimas del proletario, y cuando éste, con las manos vacías, os pide una migaja más de pan porque los niños desfallecen de hambre, porque la compañera se agota por la anemia, contestáis con el estampido de vuestros fusiles y llenáis de plomo los vientres vacíos. (Se acerca a los cadáveres). ¡También niños! (Emocionado). Vuestro crimen ha sido empapar la tierra con vuestro llanto pidiendo pan. (Pausa). ¡Y ancianos! ¡Oh, nobles veteranos del trabajo, que después de haber sudado oro para vuestros amos, no hubo un pedazo de pan duro que cayera en vuestras manos temblorosas! Vuestras canas venerables no tuvieron la virtud de detener la mano del asesino. ¡Ah, pobres mujeres ...! (Al descubrir el cadáver de Isabel). Pero ¿qué es lo que veo ...? ¡Ah, fuerzas, no me abandonéis! (Con desesperación). ¡Isabel! ¡Isabel! ¡Isabel! (Solloza). (Posa una rodilla en tierra y coloca sobre la otra la cabeza de Isabel). (Acariciándola). Soy yo, Isabel, soy José. Mírame, soy yo. Insúltame, escúpeme; pero no te mueras. ¡Ah, mi razón osoila como un enorme péndulo que se mueve en las tinieblas! ¡Isabel! ¡Isabel! ¡Isabel! No me oye, ¡está muerta¡ Ha dejado de existir; ha dejado de sufrir, ¡pobre mártir! Tu corta existencia fue un camino de espinas, y tu lecho de muerte el asfalto de la calle. Me dejas solo, solo en este ambiente emponzoñado por la maldad de los de arriba y la cobardía de los de abajo. Ambiente envenenado por el aliento de dos crímenes, porque si crimen es oprimir, crimen también es no partir en dos el corazón del opresor.
(Cambia la decoración).
CUADRO CUARTO Otra calle. Escena única GENERAL Y MÁRQUEZ GENERAL - (Aparece por la derecha con Márquez y diez soldados). (A Márquez). ¡Aprisa, aprisa, mi buen Márquez! No vaya a suceder que tengamos algún encuentro desagradable, porque tanto le estamos haciendo al buey manso, o sea el pueblo, que acabará por embestirnos. Tomemos barrera, mi buen Márquez, tomemos barrera, que desde lejos se ven los toros. MÁRQUEZ - Sí, mi general, hay que cuidar ese pecho glorioso destinado a recibir medallas y no balazos. GENERAL - ¡Exactamente, mi buen Márquez! (Salen todos a gran prisa por la izquierda). (Cambia la decoración). CUADRO QUINTO Otra calle. Un grupo de hombres y mujeres armados con fusiles, pistolas y piedras, atareados en la construcción de una barricada por la izquierda, empleando para ello sacos llenos de tierra, mobiliario de casa y otros objetos. Escena única JOSE Y REBELDES JOSÉ - (Entrando por la derecha). ¡Salud, camaradas! (Varios responden sin dejar de trabajar: ¡salud!) (Con entusiasmo). ¡Aquí hay vida! La vida es combate, es esfuerzo, es movimiento. Pueblo quieto, pueblo esclavo, pueblo muerto. (Se apresura a tomar participación en la construcción de la barricada). ¡Manos a la obra! Camaradas: esta barricada será al mismo tiempo cuna de una idea fecunda y sepultura gloriosa de un puñado de proletarios que conocen el honor. (La barricada queda concluída). REBELDE PRIMERO - Se nos ha provocado, y a la violencia contestamos con la violencia. REBELDE SEGUNDO (mujer) - Las huelgas por un pedazo más o menos de pan, son cosas que deberíamos tener ya olvidadas los proletarios y, sobre todo, si se hacen con los brazos cruzados. Aunque se gane una huelga, en realidad nada gana el trabajador, porque si logra que el burgués le aumente el salario, el burgués buscará su desquite de otra manera, elevando los alquileres de las casas, aumentando el precio de los comestibles, y así por el estilo, con lo que el pobre esclavo queda burlado siempre. Que la experiencia sirva alguna vez para abrir los ojos a los pueblos, y les haga ver que el mismo esfuerzo y el mismo sacrificio que requiere la lucha por un pedazo más de pan, es exactamente lo que se necesita para demoler de una vez este sistema criminal, y hacer de todas las cosas la propiedad de todos. (Todos aplauden; se escuchan gritos: ¡Viva la Revolución Social! ¡Viva la Anarquía! ¡Viva Tierra y Libertad!). REBELDE TERCERO - (Fungiendo de centinela). ¡Camaradas, alerta! ¡El enemigo está al frente! (Todos se disponen a pelear; José saca su revóluer y cantan el himno anarquista Hijo del Pueblo: Hijo del pueblo, te oprimen cadenas, (CORO) ¡Ah! ... Una voz de afuera: ¡¡Viva el Supremo Gobierno! Los de la barricada contestan: ¡Muera! Se entabla un tiroteo, durante el cual los de afuera gritan: ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Supremo Gobierno!, y los de la barricada: ¡Viva la Revolución Social! ¡Mueran los ricos! ¡Muera el Gobierno!, y van cayendo muertos, hasta quedar solamente José y los rebeldes primero y segundo). JOSÉ - (Cargando su rifle, que ha tomado de uno de los muertos). ¡El parque se acaba! ¡Pudiera convertir en balas mi odio a los tiranos! (Continúa disparando). REBELDE PRIMERO - No hay balas, pero nos sobra corazón. (Descubriéndose el pecho). ¡Herid, esbirros! (Cae muerto). REBELDE SEGUNDO - (Dispara su pistola). (Dirigiéndose a los de afuera). Soldados: habéis asesinado a hijos del pueblo, a hermanos vuestros, porque vosotros también sois hijos de madres proletarias; vosotros también sois de nuestra clase, porque frecuentasteis el taller antes de vestir el uniforme del esbirro; porque os codeasteis con nosotros en la fábrica antes de ingresar al cuartel; porque os ganasteis el pan honradamente antes de ser los puntales de la opresión. Daos prisa en matarnos, que algún día suspiraréis por nosotros; matadnos para que vuestros hijos puedan saborear el pan ensangrentado que les llevaréis a sus bocas, (Cae muerto). JOSÉ - (A los soldados). Terminad vuestra obra, ¡insensatos! Ganad medallas para vuestros generales, que os pagarán con el estupro de vuestras hermanas y de vuestras hijas, Sostened a los verdugos de vuestros propios hermanos, y pisotead este puñado de corazones generosos, que tendrán la virtud de convertirse en montañas de odio que os aplastarán mañana a vosotros y al sistema que sostenéis. ¡Viva la anarquía! ¡Viva Tierra y Libertad! (Se escuchan disparos de afuera, y cae muerto). TELÓN
y esa injusticia no puede seguir.
Si tu existencia es un mundo de penas,
Antes que esclavo prefiere morir.
Esos burgueses, asaz egoístas,
Que así desprecian la humanidad,
Serán barridos por los anarquistas,
Al fuerte grito de libertad.
Rojo pendón,
No más sufrir;
La explotación
Ha de sucumbir.
Levántate,
Pueblo leal,
Al grito
De Revolución Social.
Vindicación
No hay que pedir;
Sólo la unión
La podrá exigir.
Nuestro pavés
No romperás,
Torpe burgués,
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