Indice de Las tentaciones de san Antonio de Gustave Flaubert | CAPÍTULO CUARTO | CAPÍTULO SEXTO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LAS TENTACIONES DE SAN ANTONIO Gustave Flaubert CAPÍTULO QUINTO
Antonio caminando lentamente: SAN ANTONIO ¡Éste vale por todo el infierno junto! Nabucodonosor no me había deslumbrado tanto. La reina de Saba no consiguió hechizarme tan profundamente ... Su manera de hablar, cuando se refiere a los dioses, inspira deseos de conocerlos. Yo recuerdo haber visto centenares de dioses a la vez en la isla Elefantina, en tiempos de Diocleciano. El emperador les había cedido a los nómadas un gran país, a condición de que guardaran sus fronteras, y el tratado fue concluido en nombre de las Potencias invisibles, pues los dioses de cada uno de los pueblos eran ignorados por el otro pueblo. Los bárbaros habían traído a los suyos. Se instalaron en las colinas de arena que bordean el río. Se los veía llevando en brazos a sus ídolos como si fueran grandes niños paralíticos, o navegando por las cataratas en un tronco de palmera mientras nos mostraban desde lejos los amuletos que llevaban al cuello y los tatuajes de su pecho. ¡Y no es esto más criminal que la religión de los griegos, de los asiáticos o de los romanos! Cuando yo vivía en el templo de Heliópolis, a menudo observé cuanto hay en sus muros: buitres que llevan cetros, cocodrilos que puntean la lira, caras de hombre con cuerpos de serpiente, mujeres con cabeza de vaca prosternadas ante unos dioses ictifálicos ... Y sus formas sobrenaturales me transportaban a otros mundos. Me hubiera gustado saber lo que estaban mirando, con aquellos ojos tranquilos. Para que la materia posea tanto poder, es menester que encierre algo de espíritu. El alma de los dioses va unida a esas imágenes ... Las que poseen una apariencia bella pueden llegar a seducir, pero, ¿y las demás? Las hay abyectas ... o terribles ... ¿Cómo pueden creer en ellas? Y ve pasar, a ras del suelo, hojas, piedras, conchas, ramas de árbol y representaciones imprecisas de animales. Luego pasan una especie de enanos hidrópicos: son los Dioses. Antonio suelta una carcajada. Oye otra risa tras él y aparece Hilarión, vestido de ermitaño, mucho más alto que antes, colosal. SAN ANTONIO ¡Se necesita ser necio para adorar estas cosas! HILARIÓN ¡Oh, sí! Sumamente necio ... Al momento, desfilan ante ambos ídolos de todas las naciones y de todas las épocas. Los hay de madera, de metal, de granito, hechos con plumas y pieles cosidas ... Los más antiguos, anteriores al Diluvio, desaparecen bajo unos fucos que cuelgan como cabelleras. Algunos de estos dioses, demasiado altos en proporción a su base, se quiebran por las junturas y se rompen al andar. A otros les sale arena por los agujeros que hay en sus vientres. Antonio e Hilarión se divierten enormemente. Se desternillan de risa. Después pasan unos ídolos con perfil de carnero. Titubean sobre sus piernas torcidas, entornan los ojos, y tartamudean como si fueran mudos: ¡Ba, ba, ba! A medida que se acercan más a la figura humana, más irritan a Antonio. Los golpea a puñetazos, dándoles patadas, se encarniza con ellos. Se van. haciendo más espantosos cada vez, con altos penachos, ojos redondos, brazos que terminan en garras, mandíbulas de tiburón ... Y ante estos Dioses se hacen sacrificios cruentos degollando a unos hombres sobre altares de piedra; otros son triturados en cubas, aplastados por carros, clavados en los árboles. Hay uno todo él de hierro candente, con cuerpo de toro, que devora a unos niños (1). SAN ANTONIO ¡Qué horror! HILARIÓN Pero ya sabes que los dioses siempre reclaman suplicios. El tuyo incluso quiso ... SAN ANTONIO ¡Oh, no sigas! ¡Cállate! El recinto de las rocas se convierte en un valle. Una manada de bueyes pace por allí la corta hierba. El pastor que los guarda observa una nube y lanza al aire, con voz aguda, palabras imperativas. HILARIÓN Como necesita que llueva trata, mediante sus cantos, de obligar al rey del cielo a que abra una nube fecunda. SAN ANTONIO ¡Vaya un orgullo tan necio! HILARIÓN ¿Y por qué haces tú exorcismos? El valle se convierte ahora en un mar de leche, inmóvil y sin límites. En medio flota una larga cuna, formada por los anillos de una serpiente con muchas cabezas que, inclinándose todas al mismo tiempo, dan sombra a un Dios que sobre ella duerme. Es joven e imberbe, más hermoso que una mujer y cubierto con diáfanos velos. Las perlas de su tiara brillan suavemente como lunas, un rosario de estrellas le da varias vueltas sobre el pecho y, con una mano debajo de la cabeza y el otro brazo extendido, reposa con expresión pensativa y embriagada. Una mujer en cuclillas a sus pies está esperando a que despierte. HILARIÓN Es la dualidad primordial de los Bramanes, ya que el Absoluto no se expresa en forma alguna. En el ombligo del Dios crece una flor de loto y dentro de su cáliz aparece otro Dios con tres caras. SAN ANTONIO ¡Mira, qué invención! HILARIÓN ¡Padre, Hijo y Espíritu Santo no son sino una sola y misma persona! Las tres cabezas se separan y aparecen tres grandes dioses. El primero, que es color de rosa, se muerde la punta del dedo gordo del pie (2). El segundo, que es azul, mueve sus cuatro brazos (3. El tercero, que es verde, lleva un collar de calaveras (4). Frente a ellos, inmediatamente, surgen tres diosas (5). Una de ellas va envuelta en una red, la otra ofrece una copa, la tercera blande un arco. Y estos dioses y diosas se decuplican, se multiplican. Les crecen brazos en los hombros, y en los brazos manos que llevan estandartes, hachas, escudos, espadas, quitasoles y tambores. Les brotan fuentes de la cabeza y les salen hierbas en los orificios de la nariz. Montados sobre unos pájaros, mecidos por palanquines, sentados en tronos de oro, de pie en unos nichos de marfil, piensan, viajan, dan órdenes, beben vino y respiran el perfume de las flores. Hay unas bailarinas dando vueltas, gigantes que persiguen a monstruos. A la entrada de unas grutas meditan anacoretas. No se distinguen las pupilas de las estrellas ni las nubes de las banderolas. Se ven pavos reales que beben en unos arroyos de polvo de oro; el bordado de los toldos se mezcla con las manchas de los leopardos, y unos rayos de colores se cruzan por el aire azul con flechas que vuelan e incensarios que se balancean. y todo esto se desarrolla a la manera de un alto friso, que apoya su base en las rocas y sube hasta el cielo. SAN ANTONIO ¿Cuánto hay? ¿Qué es lo que quieren? HILARIÓN El que se rasca el abdomen con su trompa de elefante es el Dios del sol, el inspirador de la sabiduría (6). Aquel otro, cuyas seis cabezas llevan torres y sus catorce brazos, venablos, es el Príncipe de los Ejércitos, el Fuego devorador (7). El anciano a horcajadas sobre un cocodrilo (8) lava en la playa las almas de los muertos. Éstas serán atormentadas después por aquella mujer negra de los dientes podridos, que es la reina de los infiernos. Aquel carro del que tiran unas yeguas rojas guiadas por un cochero sin piernas, pasea por el cielo al dueño del sol. El Dios luna le acompaña en una litera a la que han enganchado tres gacelas (9). De rodillas sobre un papagayo, la diosa de la Belleza ofrece al Amor, su hijo, su redondo seno (10). Allí la tienes, más lejos, saltando de gozo por los prados. ¡Mírala, mírala! ¡Tocada con una deslumbrante mitra, corre por los trigales, camina por encima de las olas, sube por el aire, se extiende por todas partes! Junto a estos Dioses residen los Genios de los Vientos, de los Planetas, de los Meses y de los Días. ¡Y otros cien mil más! Sus aspectos son múltiples y sus transformaciones rápidas. Aquí tienes a uno que de pez pasa a ser tortuga; adopta la cabeza del jabalí, la estatura de un enano (11). SAN ANTONIO ¿Para qué? HILARIÓN Para restablecer el equilibrio, para combatir el mal. Pero la vida se agota, las formas se desgastan y tienen que progresar mediante metamorfosis. Aparece de pronto Un Hombre Desnudo sentado en la arena, con las piernas cruzadas. Un ancho halo suspendido vibra tras él. Los menudos rizos de sus cabellos negros con reflejos azulados rodean simétricamente la protuberancia que tiene en lo alto del cráneo. Sus brazos son muy largos, pegados a los costados. Sus manos, con las palmas abiertas, reposan pegadas a los muslos. En la planta de los pies lleva la imagen de dos soles. Permanece completamente inmóvil -frente a Antonio e Hilarión-, con todos los dioses a su alrededor, escalonados sobre las rocas como si éstas fueran las gradas de un circo. Abre la boca y dice con voz profunda: UN HOMBRE DESNUDO Yo soy el maestro de la gran limosna, el socorro de las criaturas y enseño la ley tanto a creyentes como a profanos. Para liberar al mundo quise nacer entre los hombres. Los dioses lloraban cuando me fui. Primero busqué la mujer adecuada, de casta militar, esposa de un rey, muy buena, sumamente hermosa, de ombligo profundo y cuerpo duro como el diamante, y cuando llegó el tiempo de la luna llena, sin ayuda de varón, me introduje en su vientre. Salí por el costado derecho. Algunas estrellas se pararon. HILARIÓN ¡Y cuando vieron pararse la estrella sintieron gran alegría! Antonio observa con más atención a Buda, que prosigue BUDA Desde el Himalaya vino a verme un religioso centenario. HILARIÓN ¡Un hombre llamado Simeón, que no debía morir antes de haber visto a Cristo! BUDA Me llevaron a las escuelas. Yo sabía más que los doctores. HILARIÓN ... En medio de los doctores, y cuantos lo oían se quedaban asombrados de su gran sabiduría. Antonio le hace a Hilarión una señal para que se calle. BUDA Yo me pasaba el tiempo meditando en los jardines. Las sombras de los árboles iban girando, pero la sombra que a mí me resguardaba no se movía. ¡Nadie podía igualarme en el conocimiento de las escrituras, ni en la enumeración de los átomos, ni en la conducción de elefantes, ni en la creación de obras de cera, ni en la astronomía, la poesía o el pugilato. ¡Sobresalía en toda suerte de ejercicios y artes! Tomé esposa conforme a la costumbre establecida y pasaba los días en mi palacio, vestido de perlas, bajo una lluvia de perfumes, y me hacían aire los abanicos de treinta y tres mil mujeres. Divisaba mis pueblos desde lo más alto de mis terrazas ornadas con ruidosas campanillas. Pero al ver las miserias del mundo, acabé por alejarme de los placeres y hui. Mendigué por los caminos cubierto de harapos que recogía en los sepulcros, y como conocí a un eremita que era muy sabio, quise convertirme en su esclavo; guardaba su puerta y le lavaba los pies. Toda sensación fue aniquilada, todo gozo, toda languidez. Después, tras haber concertado mi pensamiento eh una meditación más amplia, conocí la esencia de las cosas, la ilusión de las formas. Agoté en seguida la ciencia de los Bramanes. Se hallan roídos por la codicia bajo su aspecto austero. Se untan con basuras, se acuestan sobre espinas ¡y creen llegar a la dicha por el camino de la muerte! HILARIÓN ¡Fariseos, hipócritas, sepulcros blanqueados, raza de víboras! BUDA Yo también realicé cosas sorprendentes: no comía durante todo el día más que un grano de arroz, y los granos de arroz de aquellos tiempos no eran más grandes que los de ahora. Se me cayó el pelo, mi cuerpo se puso negro. Mis ojos, hundidos en sus órbitas, parecían estrellas vislumbradas al fondo de un pozo. Permanecí inmóvil durante seis años, expuesto a las moscas, a los leones, a las serpientes ... y el sol ardiente, los copiosos chaparrones, la nieve, el rayo, el granizo y la tempestad, caían sobre mí sin que yo I me resguardara siquiera con la mano. ¡Los viajeros que por allí pasaban, creyéndome muerto, me arrojaban desde lejos puñados de tierra! Aún me faltaba la tentación del Diablo. Lo llamé. Mas fueron sus hijos los que acudieron, horrorosos, cubiertos de escamas, nauseabundos como osarios, aullando, mugiendo, entrechocando sus armaduras y huesos de muerto. Algunos de ellos escupían llamas por las narices; otros lo envolvían todo en tinieblas con sus alas; otros lucían rosarios hechos con dedos cortados y los había que bebían veneno de serpiente en el hueco de sus manos. Tenían cabezas de puerco, de rinoceronte o de sapo, toda suerte de caras que inspiran asco o terror. SAN ANTONIO ¡Yo también soporté todo eso antaño! BUDA Después me envió a sus hijas, hermosas, bien maquilladas, con cinturones de oro, los dientes blancos como el jazmín y los muslos redondos como la trompa de un elefante. Algunas se estiraban bostezando, para mostrar los hoyitos que tenían en los codos; otras me guiñaban un ojo, otras se echaban a reír; otras se desabrochaban el vestido. También había entre ellas vírgenes vergonzosas, matronas llenas de orgullo y reinas acompañadas por un gran séquito de esclavos y de equipajes. SAN ANTONIO ¡Ah! ¿También él? BUDA Tras vencer al demonio, pasé doce años alimentándome exclusivamente de perfumes, y como había adquirido las cinco virtudes, las cinco facultades, las diez fuerzas, las dieciocho sustancias y había penetrado en las cuatro esferas del mundo invisible, la Inteligencia fue mía. ¡Me convertí en Buda! Todos los dioses se inclinan; los que poseen varias cabezas las agachan todas a la vez. Levanta su mano en alto y prosigue: Con vistas a la liberación de las criaturas hice centenares de miles de sacrificios. Di a los pobres vestidos de seda, camas, carros, casas, montones de diamantes y de oro ... Di mis manos a los mancos, mis piernas a los cojos, mis pupilas a los ciegos y corté mi cabeza para los decapitados. En los tiempos en que aún era rey, distribuí mis provincias. Cuando fui bramán, a nadie desprecié. Cuando fui un solitario, dije palabras cariñosas al ladrón que me degolló. Cuando fui tigre, me dejé morir de hambre. Y en esta última existencia, después de haber predicado la Ley, ya no me queda nada más que hacer. ¡El gran período se ha realizado ya! Los hombres, los animales, los dioses, los bambúes, los océanos, las montañas, los granos de arena del Ganges junto con los miles de miríadas de estrellas, todo va a morir; y hasta que sobrevengan nuevos nacimientos, una llama danzará por encima de las ruinas en los mundos destruidos. Entonces, el vértigo se apodera de los dioses. Se tambalean, caen entre convulsiones y vomitan su existencia. Sus coronas estallan, sus estandartes vuelan. Se arrancan sus atributos, sus sexos; lanzan por encima del hombro las copas en las que bebían la inmortalidad, se estrangulan con sus serpientes, se desvanecen en forma de humo, y cuando todo ha desaparecido ya ... HILARIÓN ¡Acabas de ver las creencias de varios centenares de millones de hombres! Antonio está en el suelo con la cara entre las manos. De pie a su lado y de espaldas a la cruz, Hilarión lo mira. Transcurre un rato bastante largo. Seguidamente, aparece una criatura singular, con cabeza de hombre y cuerpo de pez. Avanza por los aires en línea recta, pegando con la cola en la arena; y esta figura de patriarca con brazos cortitos provoca la risa de Antonio. OANES ¡Respétame! Soy el contemporáneo de los orígenes. He habitado el mundo informe donde dormitaban animales hermafroditas, bajo el peso de una atmósfera opaca, en la profundidad de las tenebrosas olas, cuando los dedos, las aletas y las alas se hallaban confundidos y flotaban ojos sin cabeza, como moluscos, por entre toros de faz humana y serpientes con patas de perro. Sobre todos estos seres, Omoroca, enroscada como un aro, extendía su cuerpo de mujer. Pero Belo la cortó de un solo tajo en dos mitades, hizo la tierra con una de ellas y el cielo con la otra. Y los dos mundos similares se contemplan mutuamente. Yo, que soy la conciencia del Caos, surgí del abismo para endurecer la materia, para regular las formas; y enseñé a los humanos la pesca, la siembra, la escritura y la historia de los Dioses. A partir de entonces, vivo en las lagunas que aún quedan del Diluvio. Pero el desierto va creciendo a su alrededor, el viento arroja en ellas arena y el sol las devora. Y yo me estoy muriendo en mi lecho de limo, contemplando las estrellas a través del agua. Allí vuelvo. Salta y desaparece en el Nilo. HILARIÓN ¡Es un antiguo Dios de los Caldeos! SAN ANTONIO ¿Y qué eran, pues, los de Babilonia? HILARIÓN ¡Puedes verlos! Y ambos se hallan sobre la plataforma de una torre cuadrangular que domina a otras seis torres, las cuales van estrechándose a medida que ascienden, y forman una monstruosa pirámide. Abajo se distingue una gran masa negra -la ciudad, probablemente-, que se extiende por la llanura. El aire es frío, el cielo ostenta un azul sombrío y hay una gran cantidad de estrellas que titilan. En medio de la plataforma se eleva una columna de piedra blanca. Sacerdotes con túnicas de lino pasan y repasan a su alrededor, de tal manera que describen, con sus evoluciones, un círculo en movimiento. Con la cabeza alzada, contemplan los astros. HILARIÓN Hay treinta sacerdotes principales. Quince de ellos miran la parte de encima de la tierra y los otros quince, la que hay debajo. A intervalos regulares, uno de ellos se lanza desde las regiones superiores a las de abajo, mientras que otro abandona las inferiores para subir a las sublimes. De los siete planetas, hay dos que son bienhechores, dos maléficos y tres ambiguos. Todo depende, en el mundo, de estos fuegos eternos. Según su posición y movimiento pueden obtenerse presagios. Y en estos momentos, estás pisando el lugar más respetable de la tierra. Pitágoras y Zoroastro se encontraron en él. Hará ya dos mil años que estos hombres observan el cielo para conocer mejor a los Dioses. SAN ANTONIO Los astros no son Dioses. HILARIÓN Ellos dicen que sí. Pues las cosas de nuestro alrededor pasan, y el cielo, al igual que la eternidad, permanece inmutable. ANTONIO Tiene un amo, sin embargo. HILARIÓN ¡Aquel es Belo, el primer rayo de luz, el Sol, el Macho! La Otra, a quien él fecunda, se halla debajo de él. Antonio divisa un jardín alumbrado por unas lámparas. Se encuentra en medio de la multitud, en una avenida de cipreses. A derecha e izquierda salen unos caminitos que conducen a unas cabañas instaladas en un bosque de granados, defendidos por empalizadas de cañas. Los hombres, en su mayoría, llevan gorros puntiagudos y trajes recargados como el plumaje de los pavos reales. Hay gente del norte que se viste con pieles de oso, nómadas con mantos de lana parda, pálidos gangáridas con largos pendientes; y tanto el rango como las nacionalidades aparecen mezclados, pues los marineros y canteros se codean con príncipes que lucen tiaras de rubíes y largos bastones de pomo cincelado. Todos caminan aspirando el aire con ansiedad, unidos en un mismo deseo. De cuando en cuando se apartan, para dejar paso a un carro largo, cubierto, del que tiran unos bueyes, o bien a un asno en el que va montada una mujer que se bambolea sobre su lomo, cubierta de velos y que también desaparece en dirección a las cabañas. Antonio siente miedo, quisiera volver atrás. No obstante, se ve arrastrado por una indecible curiosidad. Al pie de los cipreses hay una fila de mujeres en cuclillas, sobre unas pieles de ciervo. Todas llevan una diadema hecha con cuerda trenzada. Algunas están suntuosamente ataviadas y llaman a los transeúntes en voz alta. Las más tímidas se tapan la cara con el brazo mientras que, por detrás, una matrona -su madre, sin duda- las exhorta. Otras, con la cabeza envuelta en un chal negro y con el cuerpo enteramente desnudo, parecen estatuas de carne desde lejos. En cuanto un hombre les arroja dinero en las rodillas, se levantan. Y se oyen besos bajo el follaje y, en ocasiones, hasta un largo y agudo grito. HILARIÓN Son las vírgenes de Babilonia que se prostituyen a la Diosa. SAN ANTONIO ¿A qué Diosa? HILARIÓN ¡Ahí la tienes! Y le indica, al final de una avenida, en el umbral de una gruta iluminada, un bloque de piedra que representa el órgano sexual de una mujer. SAN ANTONIO ¡Qué ignominia! ¡Qué abominación! Ponerle un sexo a Dios ... HILARIÓN
no se sorprende al verlo
Echándose a llorar
Riendo.
Deslumbrado
Murmura entre dientes:
Aparte
Aparte
Dice lentamente
Con voz quejumbrosa
Irónicamente
Le señala varios de ellos a Antonio
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