Indice de Las tentaciones de san Antonio de Gustave Flaubert | CAPÍTULO SEXTO | LÉXICO DE NOMBRES MITOLÓGICOS E HISTÓRICOS | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LAS TENTACIONES DE SAN ANTONIO Gustave Flaubert CAPÍTULO SÉPTIMO
San Antonio se encuentra de nuevo tendido boca arriba, al borde del acantilado. El cielo empieza a clarear. SAN ANTONIO ¿Es la claridad del alba o un reflejo de la luna? Trata de incorporarse y vuelve a caer. Dice, castañeteando los dientes: ¡Siento un cansancio! ... ¡Como si tuviese todos los huesos rotos! ¿Por qué? ¡Ah, ya sé! Fue el Diablo, ya recuerdo; e incluso me repetía todo lo que aprendí junto al viejo Dídimo sobre las opiniones de Jonófanes, de Heráclito, de Meliso y de Anáxagoras sobre el infinito, la creación, la imposibilidad de conocimiento! ¡Y yo que había creído poder unirme a Dios! Ríe amargamente y prosigue: ¡Ah, demencia, locura! ¿Es culpa mía acaso? ¡La oración me resulta intolerable! ¡Tengo el corazón más seco que una roca! ¡Antaño, rebosaba amor ...! La arena, esta mañana, humeaba por el horizonte como el polvo de un incensario. Al ponerse el sol, unas flores de fuego florecían en la cruz, y a medianoche me pareció que todos los seres y todas las cosas, recogidos en un mismo silencio, adoraban conmigo al Señor. ¡Oh, encanto de las oraciones, felicidad del éxtasis, presentes del cielo, ¿qué ha sido de vosotros? Recuerdo un viaje que hice con Amón en busca de lugares solitarios donde fundar monasterios. Era la última tarde y apresurábamos el paso canturreando himnos, uno alIado del otro, sin hablar. A medida que el sol descendía, las dos sombras de nuestros cuerpos se alargaban como dos obeliscos que crecieran continuamente y que caminasen delante de nosotros. Con trozos de nuestros bastones hacíamos unas cruces que plantábamos aquí y allá para señalar el lugar donde debería instalarse una celda. La noche tardó en llegar y unas ondas negras se esparcían por la tierra cuando aún el cielo lucía un inmenso color de rosa. Cuando yo era niño me entretenía construyendo ermitas con piedras pequeñas. Mi madre, junto a mí, me contemplaba. Me habrá maldecido por mi abandono, arrancándose los blancos cabellos con las manos. Y su cadáver quedó tendido en el suelo de la cabaña, bajo el techo de cañas, entre las paredes que se derrumbaron. Me parece ver que una hiena husmea por un agujero, metiendo el hocico ... ¡Horror, horror! Solloza. ¡Pero no, Amonaria no la habría abandonado! ¿Y dónde estará ahora Amonaria? Puede que se halle en las termas, quitándose sus vestiduras una tras otra: primero el manto, luego el cinturón, la primera túnica, la segunda más liviana y después, todos sus collares. Y el vapor del cinamomo envuelve su cuerpo desnudo. Por fin se tiende sobre los tibios mosaicos. Su cabellera, que llega hasta la altura de sus caderas, parece envolverla como una piel negra. Está algo sofocada por la atmósfera demasiado caliente, respira arqueando la cintura y echando hacia delante sus senos. Pero ... ¿qué me ocurre? ¡Mi carne se rebela! En medio de mi desconsuelo me tortura la concupiscencia. ¡Dos suplicios a la vez! ¿No es demasiado? ¡Ya no me soporto ni a mí mismo! Se asoma al precipicio. Si un hombre cayera aquí, se mataría. No hay nada más fácil, basta con dejarse rodar sobre el lado izquierdo. Sólo hay que hacer un movimiento. ¡Uno tan sólo! Entonces aparece una mujer vieja. San Antonio se levanta, sobresaltado y lleno de espanto. Cree estar viendo a su madre resucitada. Pero ésta es mucho más vieja y de una delgadez prodigiosa. Lleva puesto un sudario que le envuelve la cabeza y que cuelga, junto con sus cabellos blancos, hasta el extremo de sus piernas, flacas como muletas. El brillo de sus dientes color marfil hace resaltar su piel terrosa. Hay tinieblas en las órbitas de sus ojos y allá, muy al fondo, tiemblan dos llamas como lámpáras de sepulcro. MUJER VIEJA ¡Adelante! -le dice-. ¿Quién te retiene? SAN ANTONIO ¡Temo cometer un pecado! La vieja prosigue: MUJER VIEJA ¡Pues el rey Salomón se mató! ¡Razias, que era un justo, se suicidó! ¡Santa Pelagia de Antioquía se mató! ¡Domnina de Alep y sus dos hijas, todas ellas santas, se mataron! Y acuérdate de cómo corrían los confesores al encuentro de los verdugos, impacientes por hallar la muerte ... Con el fin de gozar de ella más pronto, las vírgenes de Mileto se estrangulaban con sus cordones. El filósofo Hegesias, en Siracusa, tanto predicó en su favor que las gentes abandonaban los lupanares para irse a ahorcar por los campos. Los patricios de Roma se dan muerte por libertinaje. SAN ANTONIO Sí, la muerte inspira una atracción muy fuerte.
¡Muchos anacoretas sucumben a ella! MUJER VIEJA ¡Hacer algo que te iguala a Dios, imagínate! Él te creó y tú, vas a destruir su obra gracias a tu valor, libremente. El goce de Eróstrato no fue superior a éste. Y además, ya tu cuerpo se ha burlado bastante de tu alma, así que al fin debes vengarte de él. No sufrirás. Pronto acabará todo. ¿Qué es lo que temes? ¡Le tienes miedo a un agujero negro y ancho! ¿Tal vez porque piensas que está vacío? San Antonio escucha sin responder y por el otro lado aparece otra mujer maravillosamente joven y bella. En un principio, él la toma por Amonaria. Pero ésta es más alta, rubia como la miel, de abundantes carnes, con las mejillas pintadas y lleva rosas en el pelo. Su vestido largo, cuajado de lentejuelas, produce reflejos metálicos. Sus carnosos labios parecen sanguinolentos y en sus párpados, algo hinchados, hay tal languidez que uno podría creer que está ciega. Murmura: MUJER JOVEN ¡Vive y goza! ¡Salomón nos recomienda la alegría! ¡Ve allí donde tu corazón te pida y donde encuentres 10 que tus ojos desean! SAN ANTONIO ¿Y qué alegría puedo encontrar yo? Mi corazón se halla cansado y mis ojos turbios ... MUJER JOVEN Llégate hasta el arrabal de Racotis, empuja una puerta pintada de azul, y cuando estés en el atrio donde canta el murmullo de un surtidor, te recibirá una mujer con un peplo de seda blanca y tisú de oro, con los cabellos sueltos y una risa semejante al sonido de los cróta10s. Es hábil. Gozarás con su caricia del orgullo de una iniciación y sentirás el sosiego del deseo satisfecho. Tampoco has conocido la turbación de los adúlteros, ni las escaladas, ni los raptos, ni el placer de contemplar desnuda a quien respetabas vestida. ¿Estrechaste alguna vez contra tu pecho a una virgen que te amase? Recuerda entonces cómo se abandonaba a ti sin pensar en su pudor y acuérdate también de sus remordimientos, que desaparecían poco a poco bajo el flujo de sus dulces lágrimas ... ¿Serás capaz, supongo, de imaginártela caminando a tu lado a la luz de la luna ... Vais de la mano y, al más mínimo apretón, un estremecimiento os recorre todo el cuerpo ... Vuestros ojos cercanos se envían de uno a otro una especie de ondas inmateriales y vuestro corazón estalla de puro gozo. Es como un suave torbellino, como una embriaguez desbordante ... MUJER VIEJA ¡No es menester haber vivido los placeres de este mundo para sentir su amargura! Con verlos desde lejos, ya dan asco ... Estarás harto de la monotonía que supone el realizar siempre las mismas acciones, cansado de la duración de los días, de la fealdad del mundo, de la estupidez del sol ... SAN ANTONIO ¡Oh, sí! ¡Cuanto alumbra el sol me desagrada! MUJER JOVEN ¡Ermitaño, ermitaño! Encontrarás diamantes entre las piedras, fuentes debajo de la arena y un gran deleite en los azares que desprecias. ¡Y existen en la tierra sitios tan bellos que uno siente deseos de estrechada contra su corazón! MUJER VIEJA ¡Todas las noches, cuando sobre ella te acuestas, estás esperando a que pronto te cubra! MUJER JOVEN ¡Sin embargo, tú crees en la resurrección de la carne, que es como trasladar la vida a la eternidad! La vieja, mientras hablaba, se ha ido quedando cada vez más descarnada y por encima de su cráneo, completamente calvo, un murciélago da vueltas en el aire. La joven parece haber engordado. Su vestido brilla, las aletas de su nariz se estremecen, sus ojos giran voluptuosamente. MUJER VIEJA ¡Ven! Yo soy el consuelo, el reposo, el olvido, la serenidad eterna ... MUJER JOVEN ¡Yo soy la embaucadora, la alegría, la vida, la dicha inagotable! San Antonio da media vuelta para huir. Cada una de las mujeres lo agarra por un hombro. El sudario se abre y deja al descubierto el esqueleto de la Muerte. El vestido se raja y deja ver el cuerpo de la Lujuria, que tiene una cintura muy estrecha y anchísimas caderas, unos cabellos largos y ondulados que flotan al viento. San Antonio permanece inmóvil entre ambas, mirándolas con atención. La Muerte le dice LA MUERTE ¡Morir ahora o un poco más tarde, qué más da! Tú me perteneces, igual que los soles, los pueblos, las ciudades, los reyes, la nieve de los montes, la hierba de los campos ... ¡Vuelo más alto que el gavilán, corro más de prisa que la gacela, llego incluso a alcanzar a la esperanza y vencí al Hijo de Dios! LA LUJURIA ¡No te resistas a mí, pues soy la omnipotente! Los bosques resuenan con mis suspiros, las olas se mueven con mis agitaciones. La virtud, el valor y la piedad se disuelven ante el perfume de mi boca. Acompaño al hombre en todos sus pasos y cuando ya llega al umbral de la tumba ... ¡Aún se vuelve hacia mí! LA MUERTE Yo te descubriré lo que tratabas de captar, a la luz de las antorchas, en el rostro de los muertos; o cuando vagabundeabas más allá de las Pirámides, por esos espaciosos arenales compuestos de restos humanos. De cuando en cuando, una calavera rodaba a tus pies, bajo tu sandalia. Tú tomabas un puñado de polvo y dejabas que se escurriera por entre tus dedos, y tu pensamiento, que con él se confundía, se abismaba en el vacío. LA LUJURIA ¡Mi abismo es más profundo! Hay mármoles que inspiran obscenos amores. La gente se precipita a unos encuentros que espantan. Remachan sus cadenas que después maldicen. ¿De dónde proviene el hechizo de las cortesanas, la extravagancia de los sueños, la inmensidad de mi tristeza? LA MUERTE ¡Mi ironía supera a todas las demás! Pueden verse convulsiones de placer en el entierro de los reyes, en el exterminio de los pueblos, y la guerra se suele hacer al son de la música, con penachos, banderas, arneses de oro, y con un gran despliegue de ceremonias, sólo por hacerme más cumplido homenaje. LA LUJURIA Mi cólera vale tanto como la tuya. Lanzo alaridos, muerdo. Me dan sudores de agonizante y adquiero el aspecto de un cadáver. LA MUERTE ¡Soy yo quien hace de ti una cosa seria! ¡Enlacémonos! La Muerte suelta una risotada, la Lujuria ruge. Se enlazan por la cintura y cantan las dos juntas: LA MUERTE Y LA LUJURIA -¡Yo adelanto la disolución de la materia! Y sus voces, cuyos ecos, al propalarse, llenan el horizonte, se hacen tan potentes que San Antonio cae de espaldas. Una sacudida, de cuando en cuando; le hace abrir los ojos y, entre tinieblas, percibe a un monstruo delante de él. Es una calavera con una corona de rosas, sobre un torso de mujer de una blancura de nácar. El resto se halla tapado con un sudario estrellado de puntos de oro, que forma una cola, y todo el cuerpo ondula a la manera de un gigantesco gusano que se mantuviera en pie. La visión se atenúa, desaparece ... SAN ANTONIO Era otra vez el Diablo, bajo su doble aspecto: el espíritu de formación y el espíritu de destrucción. Ninguno de los dos me espanta. Rechazo la felicidad y me siento eterno. De modo que la muerte no es más que una ilusión, un velo que enmascara, en ocasiones, la continuidad de la vida. Pero, si es única la Sustancia, ¿por qué son variadas las Formas? Debe de haber en alguna parte unas figuras primordiales cuyos cuerpos no son sino imágenes. ¡Si uno pudiera verlas, conocería el lazo existente entre la materia y el pensamiento, aquello en que consiste el Ser! Esas figuras son las que había en Babilonia pintadas en las paredes del templo de Belo, y también en un mosaico -al que cubrían por completo- que había en el puerto de Cartago. Yo mismo vi, en ocasiones, en el cielo, unas formas que parecían espíritus. Los viajeros que atraviesan el desierto tropiezan a veces con unos animales que sobrepasan a nuestra imaginación ... Enfrente de él, al otro lado del Nilo, aparece la Esfinge. Estira las patas, sacude las vendas que le tapan la frente y se tiende en el suelo. Saltando, volando, escupiendo fuego por la nariz y golpeándose las alas con su cola de dragón aparece la Quimera de ojos verdes. Da vueltas y ladra. Los anillos de su cabellera, echados hacia un lado, se mezclan con el pelo que tiene en el lomo, mientras que por el otro lado, cuelgan hasta tocar la arena y se mueven al compás del balanceo de todo su cuerpo. La Esfinge permanece inmóvil y contempla a la Quimera. LA ESFINGE ¡Aquí, Quimera! ¡Detente! LA QUIMERA ¡No, jamás! LA ESFINGE ¡No corras tan de prisa, no vueles tan alto, no ladres tan fuerte! LA QUIMERA No vuelvas a llamarme, no me llames más, puesto que siempre estás muda. LA ESFINGE ¡Deja de lanzarme tus llamas a la cara y de gritar tus alaridos en mis oídos! ¡No vas a conseguir derretir mi granito! LA QUIMERA ¡Tú no me atraparás, terrible esfinge! LA ESFINGE ¡Para quedarte conmigo estás demasiado loca! LA QUIMERA ¡Y tú no podrás seguirme porque eres demasiado pesada! LA ESFINGE ¿A dónde vas, qué corres tan de prisa? LA QUIMERA Galopo por los corredores del laberinto, me cierno sobre los montes, bajo al ras de las olas, ladro en el fondo de los precipicios, me agarro con los dientes a la punta de las nubes; arrastro mi cola por la arena haciendo rayas en las playas y las colinas han tomado sus curvas copiando la forma de mis hombros. Pero a ti, siempre te encuentro inmóvil, o bien dibujando alfabetos en la arena con tus garras. LA ESFINGE ¡Es porque yo guardo mi secreto! Pienso y calculo. El mar se remueve en sus abismos, los trigos se mecen al viento, las caravanas pasan, vuela el polvo, las ciudades se derrumban, pero mi mirada, a la que nada puede desviar, se extiende a través de las cosas sobre un horizonte inaccesible. LA QUIMERA ¡Yo soy ligera y alegre! Les descubro a los hombres perspectivas deslumbrantes, con paraísos en las nubes y felicidades lejanas. Les vierto en el alma eternas locuras, proyectos de felicidad, planes de porvenir, sueños de gloria, así como promesa de amor y resoluciones virtuosas ... Los muevo a peligrosos viajes y a grandes empresas. He cincelado con mis patas maravillosas arquitecturas. Fui yo quien colgué las campanillas en la tumba de Porsena y quien puse un muro de oricalco rodeando los muelles de la Atlántida. Busco perfumes nuevos, flores más grandes, placeres no experimentados. Si en alguna parte vislumbro a un hombre cuyo espíritu reposa en la sabiduría, me tiro encima de él y lo estrangulo. LA ESFINGE A todos aquellos a quienes atormentaba el deseo de Dios, yo los devoré. Los más fuertes, para trepar hasta mi regia frente, suben por las estrías que forman mis vendas, como si éstas fueran los peldaños de una escalera. El cansancio los rinde y caen de espaldas sin que yo haga nada. San Antonio empieza a temblar. Ya no está delante de su cabaña, sino en el desierto, junto a los dos monstruosos animales cuyas fauces le rozan el hombro. LA ESFINGE ¡Oh, Fantasía, llévame sobre tus alas para que olvide el tedio de mi tristeza! LA QUIMERA ¡Oh, Desconocido, estoy enamorada de tus ojos! Como una hiena en celo, doy vueltas a tu alrededor solicitando la fecundación cuya necesidad me devora. ¡Abre la boca, levanta los pies y cúbreme! LA ESFINGE Mis pies, desde que tocaron el suelo, ya no pueden levantarse. El liquen me creció en la boca a la manera de un herpes. A fuerza de pensar, ya no tengo nada que decir. LA QUIMERA ¡Mientes, esfinge hipócrita! ¿De dónde viene que siempre me estés llamando para renegar luego de mí? LA ESFINGE ¡Eres tú, capricho indomable, quien pasas siempre como un torbellino! LA QUIMERA ¿Acaso es culpa mía? ¡Cómo! ¡Déjame! Empieza a ladrar. LA ESFINGE ¡Te mueves, te me escapas! Gruñe. LA QUIMERA ¡Probemos a ver! ¡Me estás aplastando! LA ESFINGE No. ¡Es imposible! Y hundiéndose pOco a pOco, desaparece en la arena mientras que la Quimera, arrastrándose con la lengua fuera, se aleja describiendo círculos. El aliento de su boca ha dejado una especie de niebla. Entre aquella bruma, San Antonio advierte espirales de nubes, curvas indecisas. Por fin, distingue unos cuerpos con apariencia humana. Primero se adelanta. El Grupo de los Astomi semejantes a burbujas de aire atrevesadas por el sol. EL GRUPO DE LOS ASTOMI ¡No soples demasiado fuerte! Las gotas de lluvia nos lastiman, los sonidos desafinados nos despellejan, las tinieblas nos ciegan. Estamos hechos de brisas y perfumes, y rodamos, flotamos, somos algo más que sueños, pero no del todo criaturas ... Los Nisnas no tienen más que un ojo, una mejilla, una mano, la mitad del cuerpo y la mitad del corazón. Dicen en voz muy alta: LOS NISNAS ¡Vivimos muy a gusto en nuestras medias casas, con nuestras medias mujeres y nuestras mitades de niños! Los Blemios que carecen de cabeza: LOS BLEMIOS No tenemos cabeza, pero por ello son más anchos nuestros hombros; y no existe buey, ni rinoceronte, ni elefante que sea capaz de cargar con lo que cargamos nosotros. ¡Impresos en nuestros pechos llevamos los vagos rasgos de un rostro y eso es todo! Pensamos las disgestiones, sutilizamos las secreciones. Dios, para nosotros, flota en paz en unos quilos interiores. Caminamos por un recto camino, atravesando todos los fangos, bordeando todos los abismos y somos las gentes más felices, más laboriosas y más virtuosas que existen ... LOS PIGMEOS
Balbuceando
Prosigue
Abriendo los brazos
Ofreciendo sus senos
-¡Yo facilito la dispersión de los gérmenes!
-¡Tú destruyes para que yo renueve!
-¡Tú engendras para que yo destruya!
-¡Activa mi poder!
-¡Fecunda mi podredumbre!
Levantándose