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CAPÍTULO X
CRUZ DE TOMOCHIC, PAPA MÁXIMO
En Ciudad Guerrero, el viejo bribón, lejos del freno de Cruz, vivió en perpetua borrachera. Fue haciendo vender sus vacas, una a una, para pasar la vida, al par que cumplía su misión espiando las fuerzas que el Gobierno Federal, en el mes de agosto, envió decididamente a Guerrero para atacar a Tomochic.
Componíanse dichas fuerzas de un piquete de veinticinco hombres de Seguridad Pública del Estado, al mando del capitán Antonio Vergara; otro del Quinto Regimiento, de treinta hombres, al mando del capitán segundo Lino Camacho, y sesenta y cinco hombres del Undécimo Batallón.
Para las fuerzas auxiliares locales se reclutaron, como voluntarios, sesenta hombres de los pueblos de aquel rumbo, conocedores expertos del terreno y valientes a toda prueba, encomendándose su mando a un tal Santa Ana Pérez, aventurero muy conocido por su temerario valor y su popularidad en buena parte del Estado de Chihuahua. El mando en jefe lo tuvo el general José M. Rangel, que llevaba tres oficiales de Estado Mayor, y al mayor del Cuerpo Médico Militar, Francisco Arellano. Total: ciento treinta hombres.
Bernardo avisó de esto inmediatamente a Cruz, quien le envió un emisario, que habló largamente con él. Los dos se dirigieron a ver a Santa Ana Pérez, jefe de las fuerzas locales. Éste los filió y les dio armas y un grado nominal. ¿Sospechaba que eran espías? ...
El quince de agosto partió una columna de ataque, internándose en la sierra y avistando a Tomochic el día dos de septiembre.
Cruz se aprestó a la defensa con cerca de sesenta y ocho hombres, en su mayor parte armados de excelentes carabinas, apostándoles en las cinco casas que limitaban al pueblo al este. Les mandó que aspillerasen de tal manera las duras paredes que pudieran convertir sus fuegos sobre el camino angosto, accidentado y duro que baja al valle, en el Cerro del Cordón de Lino; ordenando que al escuchar un silbido agudo, tomaran los de la derecha por una ladera, remontándose hasta la cima para allí cortar el enemigo su única retirada, descendiendo después sobre él, para aniquilarlo y dispersarlo en el monte.
La bendición de las carabinas fue solemnísima.
Cuentan que Cruz, irguiendo su alto y recio cuerpo -cruzadas en el pecho dos cananas repletas de cartuchos metálicos que le formaban maciza coraza- entendió los brazos hacia los tomochitecos prosternados que le presentaban sus carabinas, y dejó caer, una a una, sacramentales palabras.
- Hijos míos: Yo, Cruz de Tomochic, Papa Máximo de Chihuahua y de Sonora, en el nombre del gran poder de Dios, os ordeno que matéis sólo a los jefes de los pelones hijos de Satanás. ¡Benditas sean las armas que guerrean contra los soldados del Infierno!
- En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y ¡que el gran poder de Dios nos valga!
El general Rangel fraccionó su fuerza en dos columnas: una que debía bajar por el Cerro del Cordón y atacar la iglesia, y otra por el monte que forma con aquél un ángulo agudo, bajo cuyo vértice se halla el cementerio. Esta fuerza lo debía ocupar y tomar después la casa de los Medrano, que se hallaba en la orilla del camino real.
Mientras unos y otros se avistaban, los rebeldes oraron con devoción y serenidad admirables, seguros de la victoria ya que iban a combatir en el nombre del gran poder de Dios.
Bajan las columnas, entre los pinos y las fragosidades de los cerros, dispersos los soldados en tiradores; son recibidos en la falda con certeros tiros. Trábase el combate a fuego nutrido.
Pero, cosa imprevista: Santa Ana Pérez, con sus auxiliares de Chihuahua, en el Cordón, permaneció sin recibir ni lanzar un tiro, en tanto que el general, en lo alto, se volvía loco de indignación y de rabia al ver que la confusión y el pánico lanzaban el desorden hacia el ala derecha de la segunda columna, que tuvo al fin que refugiarse en el cementerio.
Entonces, Cruz y los suyos, por la retaguardia, llegaron como tigres e hicieron prisioneros a los que ocupaban aquel punto, entre ellos el teniente coronel José M. Ramírez, que había sido herido en un brazo.
Cayeron muertos el capitán Vergara, el mayor Prieto y el teniente Manzano, y derribado del caballo Vespasiano Guerrero, teniente de Estado Mayor, que bajaba a transmitir una orden.
La derrota fue completa y la catástrofe irremediable. El general se retiraba derrotado, llorando fieramente, refugiándose, audaz, en una de las casas desalojadas por el enemigo.
En la noche, acompañado por algunos dispersos, atravesaba, jadeante, el monte negro y silencioso.
Recogió el vencedor un gran botín, pero sólo los caballos, armas y municiones utilizó; lo demás fue guardado sin tocarlo, hasta un pequeño barril de tequila y algunos de harina.
Ese mismo día, cediendo a un impulso de abnegación, el doctor Francisco Arellano, sin armas, sólo con su botiquín, entró resueltamente en Tomochic, con el humanitario espíritu de curar los heridos propios y los extraños.
Santa Ana Pérez había desaparecido, y únicamente Bernardo se presentó en Guerrero al general Rangel, diciendo que aquél, herido en una pierna, huía al norte del Estado.
Más tarde, el Gobierno Federal encomendó el mando de una segunda expedición al general Felipe Cruz, y lo que pasó fue increíble, inverosímil.
Poco antes de llegar a Guerrero, las fuerzas del Quinto Regimiento cargaron, por orden suya, sable en mano, sobre una milpa. El destrozo fue terrible; las débiles cañas, hechas pedazos al filo de los machetes cubrieron el suelo de despojos ...
En Guerrero, a un teniente del Vigésimosegundo Batallón se le ordenó posesionarse del Cerro de la Generala, a diez y ocho leguas de Tomochic, lo que hizo sin encontrar resistencia.
El punto estaba desierto, y aquel jefe, resto de la mala cepa chinaca, telegrafió a México, dando parte de haber atacado al pueblo, triunfando tras sangriento combate, haciendo veinticinco prisioneros.
El peligroso histerismo de Tomochic, supurando y sangrando, como un tumor, iba a ser extirpado.
Mas sucedía que la mano firme y apta del general Díaz, veterana en estas operaciones, encontraba sucio y sin filo el instrumento -¿por la falta de uso?- lo que complicaba el caso ...
Se imponía la regeneración del ejército con nuevos jefes y una oficialidad digna como la educación en el Colegio Militar de Chapultepec.
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