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CAPÍTULO XIV
¡DE FRENTE ... ! ¡MARCHEN!
A las doce y media del diecisiete de octubre, la banda de cornetas de las compañías del Noveno Batallón dio el primer toque de marcha.
Y el subteniente, que había comido poco y de mala gana, después de un trabajo casi mecánico de arreglo de papeles en el detall de su compañía, aislándose un poco con el pretexto de recibir una orden del Cuartel General, corrió hacia la casa de Julia.
La encontró cerrada. Quedó consternado. ¿Habían partido ... ? Meditó un instante. Recordó su noche de nupcias; recordó la locura que lo empujara, temerariamente, a la guarida del ogro, a robarle su ración; a violentar, él también, a la pobre Julia.
Con un relieve extraordinario, intensísimo, hizo vivir en plena luz lo que pasó en las tinieblas ...
Tocaba a la puerta; le abría silenciosamente, y veía, en un relámpago, a la núbil tomochiteca, semidesnuda tiritando.
Asalto y eclipse ... y se arrojaba frenético en pos de aquel cuerpo femenil cuyo olor y cuyo calor sentía tan próximos.
Tomaba a oír el diálogo en la sombra, en tanto que él la perseguía, cazándola con furia y anhelo de sátiro borracho ...
Después, el lazo, la trampa, la eterna trampa de la ternura, del juramento, de la palabra de honor, de la invocación a Dios, para saciar un apetito, para aplacar la sed de la sangre febril.
¡El Gran Poder de Dios ... !; ¡Dios lo quiere ... ! ¡La frase sacra de todos los fanatismos y de todos los engaños, lo mismo para los pueblos que no se dejan embridar, que para las mujeres que se resisten a darse! Y recordó el desfallecimiento de la presa, los suspiros, las lágrimas, el gemido de amor, el grito del placer en el vértice del éxtasis, en la deliciosa agonía de sus cuerpos y de sus almas, en las tinieblas de la covacha ... ¡Nupcias inolvidables, purificadoras, luminosas! ¡Pobre Julia ... !
Recordó que ella le había contado en unas cuantas palabras, después, su triste historia, su servidumbre en Tomochic, su paréntesis de vida culta en la ciudad de Chihuahua donde aprendiera a leer y a pensar, y luego su brusco regreso, su esclavitud, y sus noches en los brazos del menguado Bernardo, sin placer, pasiva y fría.
- ¡Es mi cruz ... ! Dios lo quiere -como me lo dijo usted-, había murmurado al terminar su historia.
Y en seguida le advirtió que al día siguiente, a las tres de la madrugada, partiría con don Bernardo y doña Mariana para Tomochic, adelantándose a la tropa, por los más intrincados vericuetos de la sierra.
Entonces ambos ingenuos, fraternizando como buenos camaradas en su confianza en el porvenir, no obstante su común infortunio, se citaron para verse y amarse, allá, en el mismo Tomochic.
El subteniente, al recordar aquella aventura que pudo haberle costado la vida -si el viejo truhán lo sorprende en la mazmorra, ocupando su lecho, y teniendo en brazos a su esclava favorita- contemplaba, perplejo, la puerta cerrada y el corral vacío. Sólo una pobre burra flaca, gacha y tristona, vagaba en torno, abandonada por inútil.
Repentinamente, el lejano son de las cornetas del Noveno, batiendo melancólicamente el segundo toque de marcha, le hizo volver a su puesto, frente a las compañías, listas para desfilar.
Los soldados, uniformados de paño azul, habían hecho ya sus maletas. Los oficiales sujetaban a los kepis los paños de sol, o empacaban sus provisiones de boca, sabiendo que en todo el trayecto de la sierra no hallarían ningunos víveres.
Algunos dragones del Quinto Regimiento llevaron a la Alameda los flacos y mustios caballos de los oficiales del Noveno, quienes, poco después, empezaron a colocar sus maletas y carabinas, fajándose las cananas, cada una con cien cartuchos.
Por fin, a las tres de la tarde, con un magnífico sol, desfilaron las compañías. Los soldados atravesaron el río, arremangados los pantalones, y en la ribera opuesta, haciendo por el flanco izquierdo, alto, esperaron el resto de la fuerza, que se les incorporó a poco, fraccionándose el total en tres columnas.
La primera estaba compuesta de la Segunda Compañía del Noveno y una sección de Seguridad Pública del Estado de Chihuahua; la segunda, de la Cuarta del mismo Noveno y una sección del Undécimo; y la tercera, de veinte jinetes del Quinto Regimiento y de los auxiliares reclutados accidentalmente entre los pueblos de la comarca. Estos aventureros vestían trajes de rancheros, llevando como distintivo una ancha cinta roja, a guisa de toquilla, en el sombrero.
Entre la primera y segunda columna iba el cañón a lomo de mula. En suma: unos quinientos hombres.
El general José María Rangel, seguido de su Estado Mayor, de algunos amigos de confianza y de nuevos aventureros, pasó a caballo ante la fuerza, que le presentó armas.
Después hubo que esperar que viniese el General en Jefe, Rosendo Márquez, quien fue recibido con más solemnes honores, batiéndosele marcha.
El general Márquez, encendido el rostro, fiero el ademán refrenando el caballo que se encabritaba, gritó: ¡Secciones! - ¡Flanco derecho doblando!
La segunda fila de soldados, que en línea desplegada de cara al sur, se dilataban hacia la sierra, dio un paso atrás.
- ¡Derecha! -gritó segundos después el general.
La tropa giró instantáneamente a su derecha, los soldados que tenían número par avanzaron a colocarse a la derecha de los impares, de modo que se formó al punto, una larga columna de cuatro hombres de frente.
- ¡De frente ... ! ¡Marchen!
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