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CAPÍTULO XXXV

CHABOLÉ EL DE SONORA

Bajo un pequeño portal de madera, en la casa de Medrano, ante la puerta de su cuarto, el general, con gorra de fieltro, chaquetón de dril y envuelto el cuello en una mascada gris, se paseaba inquieto y pensativo, golpeando el suelo nerviosamente con una varita.

A veces charlaba con el doctor Arellano y el teniente Méndez, cuyo cañón Hotchkiss, tras la pared obturada de la casa, estaba asestado contra la de Cruz Chávez.

Era preciso apoderarse de ella por hambre, o mejor dicho, esperar a que murieran extenuados sus defensores para dar por terminada tan sangrienta expedición.

Había afirmado el general, en conversación con algunos oficiales, que en su larga vida de campaña jamás había visto cosa semejante, y que sólo los soldados de un regimiento de zuavos que se hizo temible por su bravura temeraria durante la Invasión Francesa, y los indios juchitecos del Estado de Oaxaca, eran comparables con aquellos hombres de los que ya no quedaban vivos ni veinte.

Un sentimiento de piedad para las familias que aún permanecían con ellos hizo que tratara de convencer por última vez a tales obcecados de que se rindieran, de que su obstinación era estúpida y cruel, era blasfema ... ¡Ah! debía ser inútil, pues bien comprenderían que no se les perdonaría la vida, y tenían que pagada muy cara quienes se acercaran por ella ... !

- ¡Que le hablen a Chabolé! -gritó el general.

Chabolé era un viejo jefe de los indios de la sierra de Sonora, temerario cazador de hombres y fieras, hombre que con un poco de pinole, una botella de bacanora, una carabina y cartuchos, trotaba frescamente viente leguas diarias en plena sierra. Conocía muy bien a Cruz Chávez, con quien había conducido mulas hasta la frontera de los Estados Unidos, en tranquilas expediciones de contrabando.

- Chabolé ¿serías capaz de ir a hablade a Cruz? -le preguntó el general Rangel.

- ¡Válgame Dios! ¡Cómo no, mi jefe!

Dióle instrucciones, y Chabolé tomó una botella de sotol, arrimó su carabina a la pared, encargándola al primer soldado que vio, y se encaminó plácidamente al cuartel enemigo, ante la estupefacción unánime de todo el campamento.

Con gran sorpresa, desde el Cuartelito tomoche le dejaron acercar hasta que llegó junto a la empalizada semidestruida; la salvó de un salto acrobático y desapareció.

Después de veinte minutos de ansiedad para quienes lo vieron desaparecer, regresó muy tranquilo.

Y silbando un aire de su tierra, se acercó al general; movió la cabeza y le dijo socarronamente:

- ¡Que no se rinden hasta que Dios les quite el alma!

He aquí lo que después se supo de su entrevista:

Cuando se halló cerca de las paredes de la casa de Cruz, gritaron por dentro:

- En el nombre del Poder de Dios, ¿qué quieres?

Chabolé, sin detenerse, respondió:

- ¡Oye, Cruz! ¡Cruz ... ! ¿No me oyes ... ? ¡Soy Chabalé ... ! ¡Vengo a darte un abrazo y un trago, y a decirte que te rindas!

- ¡Acércate y entra! -contestaron.

Chabolé se aproximó, esperando algún tiempo hasta que abrieron un postigo a la puerta. Entró. No vio nada, porque estaha obscura la estancia.

- ¡Dame el abrazo y el trago! -oyó que dijo la voz de Cruz, con firme entereza.

Se dieron un abrazo en las tinieblas, notando el valiente emisario que se habían cubierto las aspilleras por dentro. En aquel limbo hediondo faltaba luz y aire. ¡Y debía haber montones de heridos y cadáveres! Oyó algunas quejas de mujer y un murmullo de rezos ...

Chabolé sintió que Cruz tomaba la botella y bebía ... y el héroe le dijo, empujándole suavemente hacia la puerta, cerca de la que se encontraban aquellos antiguos camaradas:

- Bueno, ahora vete y diles que no nos rendimos. ¡Hasta que Nuestro Señor se lleve nuestras almas no podrán los pelones de Lucifer tener nuestros cuerpos!

Aquella tarde un suceso imprevisto conmovió al campamento. Entre los prisioneros salvados en la mañana de la casa de Cruz, había uno que pertenecía al Cuerpo de Seguridad Pública y que había caído el día dos de septiembre en poder de los tomoches. Después fue de los que tomaron las armas contra las fuerzas del Gobierno. ¡Se había pasado al enemigo ... ! ¡Era un traidor! El desdichado llegó a batirse desesperadamente en la casa de Cruz.

El día anterior había logrado, con pretexto de ir a llamar a algunos compañeros, llegar a la galera que servía de prisión y allí esperó con los demás a quienes suplicó no le delatasen. Pero aquéllos, indignados, dieron parte, y después de breve consejo de guerra extraordinario, fue sentenciado a la pena de muerte.

A las cuatro y media de la tarde, ante las fuerzas en cuadro y después del toque de bando, fue fusilado aquel pobre hombre que por cobardía había sido traidor ... Nadie le compadeció ... ¡Ni las soldaderas rezaron por la Virgen de Guadalupe, ni Cruz de Tomochic le ofrecería un sitio en el Cielo ... !

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