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CAPÍTULO XL
¡CHAPULTEPEC, CHAPULTEPEC!
A las seis de la tarde Miguel relevó el servicio de guardia en prevención en la casa de Reyes Domínguez, cuartel del Noveno y asilo y prisión de las familias supervivientes de Tomochic.
Una hora antes había llegado de ciudad Concepción Guerrero, con un convoy militar, la correspondencia destinada a los oficiales, ya que concluida la campaña restablecíase la vida normal. Un ayudante entregó al subteniente de guardia una carta ... ¿Quién podría escribirle a él que no tenía amigos, ni deudos, ni novia? ...
Ya había obscurecido totalmente.
Tuvo que aproximarse a la luz de un exiguo farol encaramado en lo alto de un recio pedruzco en el umbral del zaguán ... Leyó el sobre ...
- ¡Mamá! ... ¡Pobre mamá! -dijo casi en voz alta, enternecido de pronto, desarmado en su hosco pesimismo, como echándose a sí propio un duro reproche ... ¡Aún había quien pensaba en él ... quien no le abandonaba, quien no le dejaba solo ... ! Y quitándose el kepis para poder acercar más su rostro a la sórdida luz amarillenta del farol, rompió la cubierta y leyó:
Octubre 10 de 1892
Hijo querido:
¡Ojalá que el cambio de guarnición te alegre un poco y te cures de tus enfermedades! Dicen que Chihuahua tiene un temperamento muy sano ... ¿Te has aliviado ... ? ¿Estás mejor ... ?
Pensaba no escribirte para no amargar más tu vida, pero es preciso que te comunique que soy muy desgraciada y que no me pertezco; que Leandro, mi esposo, arrepentido, ha vuelto y me lleva lejos de México, al extranjero ¡quién sabe a dónde! Sé bueno y perdona a tu madre que te quiere con toda su alma
Piensa en Dios, único consuelo de los que sufren ... Ora y ten fe.
Tu madre
- ¡También ella ... Me deja, se va con un hombre que no es mi padre, con un mal hombre!
Y el infeliz Miguel, presa de un horrible vértigo, experimentó un ansia infinita, se le oprimió el pecho, faltó le aire, nubláronsele los ojos y sollozó.
Sollozó en un rincón del portal, tras del centinela del salvaguardia, anonadado por aquel golpe terrible. ¡Ya no había nada en el mundo! Todo era falso en la vida ... la realidad era horrible ... su misma madre le abandonaba voluntariamente ... ¡dejándole solo ... !
¡Solo ... ! ¡Qué siniestra palabra! Ella resumía todo el infortunio de su vida desventurada, encerraba la amargura, el desencanto, el tedio infinito a que se vería perpetuamente condenado!
Y aquella alma débil y excitable, aquel joven nerviosísimo, aquel trozo de vibrante cuerda, arrebatado y conducido por extraña ráfaga casual entre breñales y rocas, hasta el cráter de un volcán, hasta el vértice del horror trágico, sacudido por el deber, por el odio, por el vicio, por la guerra, por el amor y por el dolor; aquella alma débil de poeta y de filósofo triste sintió una sumersión tan honda en el fango de la vida, experimentó tal amargura, tal náusea de las cosas humanas, que pronunció por primera vez una antigua frase sombría: ¡Más me valiera no haber nacido! Y luego agregó en lúgubre monólogo ...
- Nada es cierto ... Ni la poesía de la guerra, ni la poesía del heroísmo, ni la poesía de la maternidad ... ! ¡Solo ... ! ¡Solo ... ! ¡Maldito, maldito sea yo! ...
En plena furia de desesperación tuvo la rara lucidez de comprender que era presa de un demonio de epilepsia y locura ... Requirió su carabina, que había dejado apoyada contra la roca en que asentaba el farol, y se puso mecánicamente el kepis; palpó, luego, los cartuchos de su canana ... y después, sin pensamiento, y mirando el entrar y salir de alegres oficiales, permaneció inmóvil, perdiendo toda noción de tiempo, toda conciencia.
- Con permiso de Ud., mi subteniente, se relevan los centinelas -díjole el cabo de cuarto.
Despertó. Tornó a sentir una atroz fatiga y amarga hiel, resignándose por hábito a las asperezas que vienen de arriba, de orden superior, el educado en la férrea disciplina del Colegio Militar; contestó enérgicamente:
- Bueno. Y que ese centinela de las prisioneras no deje acercarse ni a los oficiales ... ¡eh ... !
Y dejando el cuerpo de guardia, salió al campo, donde ante la puerta, en torno de una plácida fogata, charlaba un corrillo de oficiales con el único hombre tomochiteco vivo, con el famoso Reyes Domínguez, cuñado de Cruz Chávez. Contaba detalles atroces de la locura que había contagiado a su tierra y a los suyos, de aquella locura que parecía haberse apoderado hasta de los perros, hasta de las piedras de Tomochic ...
Y en el revuelto raudal de la charla, Miguel oía decir lo ya sabido, que era horrible, y adivinaba lo que todos callaban, que era peor ...
Un núcleo de hombres demasiado fuertes y demasiado ignorantes aunque inteligentes; falta de silabarios y sobra de imágenes; mucho orgullo en estas almas místicas, extrañamente místicas, que se desbordaron, y rompiendo hasta el cisma, entregáronse al delirio; la Santa de Cabora y los que le soplaban como a una funesta pitonisa; las demasías de las autoridades mínimas, el lúgubre caciquismo, los desmanes de la soldadesca, misteriosos atizamientos políticos, causas grandes por dentro y pequeñas chispas por fuera ...
Y Miguel reconocía otra vez que la Suprema Autoridad Nacional había cumplido con su deber sofocando de golpe, a sangre y fuego, aquella rebelión, por la férrea mano del general Díaz.
El grito de guerra de Tomochic, orgulloso y místico, sostenido por una audacia inaudita y por unas magníficas carabinas Winchester, diabólicamente manejadas en el fondo de la gran sierra, tenía que ser ahogado como le fue: ¡sin misericordia!
... Por un momento el subteniente intentó imaginarse lo que hubiera sido en Chihuahua, en Sonora, en la República entera, el contagio de la locura de Tomochic por toda la Sierra Madre, a Norte y Sur ... ¡cuánta sangre inútil, entonces, qué catástrofe nacional aprovechada por las ambiciones, por las sordideces, por los bandidos hipócritas, por los bandidos que habían trocado el sombrero chilapeño de los pronunciamientos en los caminos sospechosos, por el clac de los banquetes a los próceres! ...
Todo cuanto contemplara Miguel había sido inexorablemente necesario. Y si los tomoches habían sido heroicos, y si mostráronse dignos de mejor destino, no lo fueron menos los hombres de la tropa, ni los oficiales héroes ...
Los errores tácticos de detalle, las pequeñas miserias de la antigua vida militar mexicana, los tristes vicios y las tristes rutinas, eran síntomas de un mal que radicaba muy dentro entonces en lo íntimo del Ejército, manifestaciones de un dolencia inveterada, que ya cedería ...
- Ya, ya se iría para siempre el oficial a lo chinaca de la peor especie, de voz aguardentosa, pronto a la bravata y a la rapiña, orgulloso de sus vicios y de su ignorancia, fiándolo todo más a la cobardía de los otros que a su propio valor, cuando alguno tenía; ya, ya se iría para siempre el oficialero que se burlaba de la táctica y de las matemáticas, y de los uniformes limpios de los alumnos del Colegio de Chapultepec -pensaba Miguel.
¡Chapultepec ... ! Vibró en el alma desolada del meditabundo oficial el nombre azteca como un canto épico, como un alegre toque de diana que le despertara a la lucha, al deber, a la vida ...
¡ChápuItepec, el Plantel inolvidable y glorioso ... ! Evocó en un relámpago la leyenda mexica, el triunfante Netzahualcoyotl, las pompas de Moctezuma ... ¡ChapuItepec, Chapultepec, el heroísmo de los niños expirando épicamente en 1847, iluminando las tinieblas de México con una aurora de sangre!
Y ante la visión del Colegio Militar de Chapultepec, apoyándose en el alcázar presidencial del Dominador, Miguel una vez más tuvo fe en la vida, en la redención, en la victoria ... en el porvenir de su patria ... ¡y hasta en el suyo propio, ya que él era también un hijo de Chapultepec!
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