Índice de Padres e Hijos de Ivan TurguenievAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha

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La ciudad de ..., hacia la que partieron nuestros amigos, se hallaba bajo la jurisdicción de un gobernador joven, progresista y déspota, hecho harto frecuente en Rusia. Sólo hacía un año que gobernaba y ya se había enemistado no sólo con su superior jerárquico, un capitán de caballería retirado dueño de unas cuadras, hombre hospitalario, sino también con sus propios funcionarios. Las discordias que habían surgido con dicho motivo adquirieron finalmente tales dimensiones que el ministerio de Petersburgo consideró imprescindible enviar allá una persona de confianza, encargada de imponer el orden. Se eligió para ello a Matviei Ilich Koliasin, hijo de aquel Koliasin, bajo cuya tutela habían estado en otro tiempo los hermanos Kirsánov. Este era también de los jóvenes, es decir, que acababa de cumplir los cuarenta años. Sin embargo, ya ambicionaba un cargo de Estado y exhibía la condecoración de una estrella a cada lado del pecho. Cierto que una de ellas era extranjera y no tenía valor alguno. Al igual que el gobernador, a quien debía juzgar, se consideraba progresista y aunque era ya un pájaro gordo, no se parecía a la mayor parte de los personajes. Poseía el más alto concepto de sí mismo y su vanidad no tenía límites; sin embargo, se comportaba con sencillez, tenía una mirada transigente, escuchaba con deferencia y su risa era tan bondadosa, que al principio podía pasar por un muchacho excelente. En las ocasiones solemnes sabía, sin embargo, darse tono. La energía es imprescindible - solía decir entonces-, l'énergie est la premiere qualité d'un homme d'état. No obstante, frecuentemente le tomaban el pelo y cualquier funcionario medianamente experto conseguía abusar de él. Matviei Ilich hablaba con gran respeto de Guizot y se esforzaba por demostrar a todo el mundo que él no era burócrata ni rutinario y que no se le escapaba ningún acontencimiento importante de la vida social ... Incluso se interesaba por la marcha de la literatura contemporánea, aunque con indolente magnanimidad, como el hombre adulto que, al encontrarse en la calle con un grupo de chiquillos se une a veces a éstos. En el fondo Matviei Ilich no se diferenciaba demasiado de aquellos hombres de Estado de los tiempos alejandrinos, que para asistir a las veladas de madame Sviechina, residente entonces en París, leían por la mañana una página de Condillac. Claro que las recepciones de Matviei Ilich eran más modernas; en cuanto a él, era tan sólo un astuto cortesano, un gran pillo y nada más. No entendía de negocios ni era inteligente, pero sabía llevar sus propios asuntos. En eso no le ganaba nadie, y era lo principal.

Matviei Ilich recibió a Arkadi con la bondad propia de un dignatario instruido y además, con jovialidad. Sin embargo, se mostró asombrado al ver que los parientes invitados por él se habían quedado en la aldea.

- Tu padre fue siempre un hombre extravagante- dijo jugando con las borlas de su soberbia bata de terciopelo. De pronto, dirigiéndose a un joven funcionario con uniforme cuidadosamente abotonado, exclamó con aire preocupado-: ¿Qué hay? -el joven, que debido al prolongado silencio tenía los labios pegados, se incorporó ligeramente y miró perplejo a su jefe. Pero una vez desconcertado su subordinado, Matviei Ilich ya no le prestaba la menor atención. A nuestros dignatarios les encanta inquietar a sus subalternos. Para ello recurren a los medios más diversos. El siguiente, por ejemplo, está muy extendido, is quite a favourite, como diCen los ingleses: El dignatario, de pronto, deja de comprender las palabras más sencillas, se hace el sordo. Por ejemplo pregunta: ¿Qué día es hoy? Se le informa respetuosísimamente:

- Hoy es viernes, su excelencia.

- ¿Eh? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué dice? -inquiere imperativo el dignatario.

- Es viernes, excelencia.

- ¿Cómo? ¿Qué dice? ¿Qué es eso de viernes? ¿Qué viernes?

- Viernes, su excelencia, es un día de la semana.

- ¿Pero es que piensas darme lecciones?

Matviei Ilich era de todos modos dignatario, aunque se consideraba liberal.

- Te aconsejo, amigo mío, que hagas una visita al gobernador -dijo a Arkadi-. ¿Comprendes? Te lo aconsejo no porque yo comparta los prejuicios anticuados de postrarse ante las autoridades. Te lo digo simplemente porque el gobernador es un hombre probo y creo que te gustará relacionarte con la buena sociedad de aquí ... Supongo que no serás un hurón, ¿verdad? Además pasado mañana da un gran baile.

- ¿Y usted asistirá a ese baile? -preguntó Arkadi.

- El baile es en mi honor -respondió Matviei Ilich casi con pesar-. ¿Tú bailas?

- Sí, aunque mal.

- Pues es una pena. Aquí hay guapas muchachas y es bochornoso que un joven no sepa bailar. Repito que no lo digo ateniéndome a esos principios anticuados. No creo que la inteligencia deba hallarse precisamente en los pies, sin embargo el byronismo es ridículo, il a fait son temps.

- Pero, tío, yo no lo digo por byronismo ...

- Te presentaré a las señoritas del lugar -le interrumpió Matviei Ilich riendo con satisfacción-, seré tu protector. ¿Te agrada?

Entró un criado para anunciar la llegada del presidente de la Casa de la Moneda, un anciano de mirada dulce y labios arrugados, apasionado amante de la naturaleza, sobre todo en los días de verano, cuando, según sus palabras, cada abejuela recoge dádivas de cada florecita ... Arkadi se retiró.

Encontró a Basárov en la posada donde se habían hospedado y le costó mucho persuadirle de que había que visitar al gobernador.

- ¡Qué le vamos a hacer! -asintió finalmente Basárov-. Cuando te dieren el anillo, pon el dedillo. Hemos venido aquí para ver terratenientes, ¡pues vamos a verlos!

El gobernador recibió a ambos jóvenes con complacencia, aunque no les ofreció asiento, ni él mismo se sentó. Siempre estaba atareado y tenía prisa. De buena mañana se ceñía su uniforme y una corbata muy apretada y sin terminar de comer ni de beber, se levantaba para dar órdenes. En la provincia le llamaban Bourdaloue, no por alusión al famoso predicador francés, sino al burdá (1). Había invitado a ambos jóvenes, y al cabo de dos minutos volvió a invitarlos y creyendo que eran hermanos, llamó Kirsánov a los dos.

De casa del gobernador los jóvenes se dirigieron a la suya. De pronto un hombre de baja estatura con chaleco eslavófilo se apeó de un coche que pasaba al lado y se precipitió hacia Basárov gritando:

- ¡Evgueni Vasílichl

- Ah, ¿es usted, herr Sítnikov? -dijo Basárov siguiendo acera adelante-. ¿Qué vientos la traen por aquí?

- Imagínese, ha sido por pura casualidad -y volviéndose al coche agitó unas cinco veces la mano gritando al cochero-: ¡Ven detrás de nosotros! ¡Síguenos! Mi padre tiene aquí un negocio -continuó al tiempo que saltaba por encima de una zanja. Me ha pedido ... Hoy me enteré de su llegada y ya he estado en vuestra casa ... Efectivamente, los amigos al volver a la posada habían encontrado allí una trajeta con las puntas dobladas y el nombre de Sítnikov, a un lado en francés y al otro en eslavo-. ¿Supongo que no vendrán de casa del gobernador?

- Venimos precisamente de allá.

- ¿Sí? En ese caso yo también iré a verle. Evgueni Vasílich, presénteme a su ..., bueno, presénteme al señor.

- Sítnikov, Kirsánov -dijo Basárov sin detenerse.

- Es muy grato para mí -comenzó Sítnikov poniéndose a un lado sonriente y quitándose apresuradamente unos guantes demasiado elegantes-. He oído hablar mucho ... Soy un viejo amigo de Evgueni Vasílkh y puedo decir que discípulo suyo. A él le debo mi regeneración ...

Miró Arkadi al discípulo de Basárov. En los rasgos finos y agradables de su atusado rostro se reflejaba una expresión alarmante y embotada; sus ojos pequeños y hundidos miraban fijamente y con desasosiego y su risa era también intranquila, una risa cortada y metálica.

- ¿Querrá creerme? -prosiguió-. La primera vez que oí decir a Evgueni Vasílich que no se debe reconocér a las autoridades, experimenté tal entusiasmo ... ¡como si comenzara a ver con claridad! ¡Por fin -pensé- he hallado a un hombre! A propósito, Evgueni Vasílich, tiene que visitar sin falta a una dama del lugar, que está completamente capacitada para comprenderle y para la cual su visita será una auténtica fiesta. ¿Supongo que habrá oído hablar de ella?

- ¿Quién es? -preguntó Basárov de mala gana.

- Kúkshina, Evdoxia Kúkshina. Es de una naturaleza extraordinaria émancipée, en el verdadero sentido de la palabra, una mujer de vanguardia. ¿Saben una cosa? Vamos a verla ahora todos juntos. Vive a dos pasos de aquí ... Allí almorzaremos, pues supongo que ustedes no habrán almorzado todavía, ¿no es así?

- Así es.

- Estupendo. Ella se separó de su marido y no depende de nadie ...

- ¿Es guapa? -le interrumpió Basárov.

- Pues ... no se puede decir que sea guapa.

- ¿Y para qué diablos quiere que vayamos a verla?

- Usted siempre tan bromista. Evdoxia descorchará con nosotros una botella de champaña.

- ¿Ah, sí? Al instante se aprecia que es usted un hombre práctico. Y a propósito, ¿cómo está su padre? ¿Sigue ocupándose de la usura?

- -se apresuró a responder Sítnikov con una risa estridente-. ¿Qué? ¿Vamos?

- No lo sé, en verdad.

- ¿No querías conocer gente?, pues vete -observó a media voz Arkadi.

- ¿Y usted, señor Kirsánov? ¿Es que vamos a ir sin usted? Venga también.

- ¿Pero cómo vamos a ir todos, de repente ...?

- No importa. Kúkshina es una persona admirable.

- ¿Habrá botella de champaña? -preguntó Basárov.

- ¡Habrá tres! -exclamó Sítnikov-. De eso respondo yo.

- ¿Con qué?

- Con mi propia cabeza.

- Una cabeza bastante alocada, a decir verdad, pero en fin, vamos allá.




Notas

(1) Burdá: Brebaje.

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