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- Deja que me sacuda primero, papá -exclamó Arkadi, con sonora voz juvenil, aunque algo ronca por el viaje, respondiendo alegremente a las caricias de su padre-, te voy a llenar de polvo.
- ¡No importa, no importa! -repetía sonriendo enternecido Nikolai Petróvich, sacudiendo un par de veces el polvo del cuello del capote de su hijo y de su propio abrigo-. ¡Déjame que te vea, déjame! -añadió, apartándose, y en seguida se dirigió con paso apresurado a la hostería, diciendo-: ¡Que traigan inmediatamente los caballos!
Nikolai Petróvich parecía mucho más emocionado que su hijo; se mostraba aturdido, intimidado. Arkadi le contuvo.
- Papá -dijo-, permite que te presente a mi buen amigo Basárov, de quien te he escrito con tanta frecuencia. Es tan amable que ha accedido a ser nuestro huésped.
Nikolai Petróvich se volvió rápidamente y se acercó a un joven de elevada estatura que acababa de apearse del coche y estrechó con fuerza la mano enrojecida, que aquél tardó en tenderle.
- Encantado y agradecido por su buena intención de visitarnos; espero ... Por favor, ¿su nombre y patronímico?
- Evgueni Vasílich -respondió Basárov con voz perezosa, pero varonil, abriendo el cuello de su larga blusa y mostrando a Nikolai Petróvich su rostro, largo y enjuto, frente alta, nariz achatada en su parte superior y aguda en la punta, grandes ojos verdes y patillas de color de arena. Animado por una plácida sonrisa, aquel rostro expresaba seguridad en sí mismo e inteligencia.
- Espero, amable Evgueni Vasílich, que no se aburra usted con nosotros -continuó Nikolaí Petróvich.
Los labios finos de Basárov se movieron ligeramente, mas no hubo respuesta. El joven se echó atrás la visera descubriendo sus cabellos de un rubio oscuro, largos y espesos, que no lograban ocultar su anchurosa frente.
- Bueno, Arkadi -dijo de nuevo Nikolai Petróvich volviéndose a su hijo-, ¿enganchamos ya los caballos o preferís descansar?
- Ya descansaremos en casa, papá, manda que los enganchen.
- ¡En seguida, en seguida! -exclamó el padre-. Vamos, Petr, ¿no has oído? Ocúpate de ello, rápido.
Petr, que como aleccionado sirviente, no había tendido la mano al señorito, limitándose a hacerle una reverencia desde lejos, desapareció de nuevo tras el portalón.
- Yo tengo aquí mi coche, pero también para tu carruaje hay una troika -brindó obsequioso Nikolai Petróvich, mientras Arkadi bebía agua de una jarrita de hierro que le trajo la dueña de la hostería y Basárov fumaba su pipa-, sólo que mi coche es de dos asientos y no sé si tu amigo ...
- El irá en el tarantás -le interrumpió a media voz Arkadi-. Por favor, no seas tan ceremonioso con él, es un chico estupendo, muy sencillo, ya lo verás.
El cochero de Nikolai Petróvich sacó los caballos.
- ¡Vamos, barbudo, gira! -dijo Basárov al cochero.
- ¿Has oído, Mitiuja, lo que te ha dicho el señor? -observó otro cochero que estaba allí con las manos metidas en las aberturas traseras de su larga zamarra-, te ha llamado barbudo.
Mitiuja se sacudió el gorro y tiró de las riendas del sudoroso corcel.
- ¡Rápido! ¡Rápido, muchachos, que habrá para vodka! -exclamó Nikolai Petróvich.
Al cabo de unos minutos los caballos estaban ya enganchados y padre e hijo se acomodaron en el coche. Petr se encaramó en el pescante. Basárov subió de un salto al tarantás, reclinó la cabeza en la almohada de cuero y ambos carruajes arrancaron.
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