Índice de Padres e Hijos de Ivan TurguenievAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha

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A los padres de Basárov les alegró inmensamente la inesperada llegada de su hijo. Arina Vlásievna, sobre todo, iba de un lado para otro con tal sobresalto, que su esposo la comparaba con una perdiz, pues la breve cola de su corta blusa le daba verdaderamente un aspecto volátil. Entre tanto él mismo no hacía más que dar voces. Mordía a un extremo de la boca el ámbar de su chibuquí, se cogía el cuello con los dedos y movía la cabeza, como si quisiera comprobar si estaba bien atornillada; luego abría su anchurosa boca y reía sin hacer ruido.

- Padre, voy a pasar seis semanas enteras en casa -le había dicho Basárov-. Quiero trabajar, de modo que, por favor, no me molestes.

- Te olividarás hasta de mi fisonomía, así que fíjate lo que voy a molestarte -le respondió Vasili Ivánovich.

Y cumplió su promesa. Instaló a su hijo en el despacho, como la primera vez, y se limitaba a no ocultarse de él, procurando evitar los excesos de ternura por parte de su esposa. Recuerda, madrecita -le decía-, que nosotros hastiamos un poco a Eniusha en su primera visita; ahora debemos ser más inteligentes. Arina Vlásievna aprobaba las palabras de su esposo, pero no salía ganando mucho con ello, pues sólo veía a su hijo durante las comidas y en definitiva no se atrevía a hablar con él.

¡Eniushenka! -solía exclamar de pronto y antes que a él le diese tiempo a contestar comenzaba a jugar con los cordones del bolso susurrando-. Nada, nada, lo he dicho por decir. Después se dirigía a Vasili Ivánovich y le preguntaha con la mano en la mejilla: ¿Cómo podríamos saber, querido, lo que desea Eniushenka hoy para comer: shchí o borshch (1)? ¿Y por qué no se lo preguntas tú misma? Temo hastiarle. Sin embargo, el mismo Basárov dejó pronto de permanecer encerrado. Se le pasó la fiebre del trabajo y se sintió presa de un tedio nostálgico y de muda inquietud. Un extraño cansancio podía observarse en todos sus movimientos. Incluso cambió su modo de andar, firme e impetuoso. Dejó de pasear a solas y comenzó a buscar la compañía de los demás: tomaba el té en el salón, vagaba por la huerta con Vasili Ivánovich, fumaba con él en silencio y una vez se interesó por el padre Alexei. Alegróse al principio Vasili Ivánovich de esa transformación; pero su regocijo no duró demasiado. Eniusha me tiene preocupado -se lamentaba a solas con su mujer-; no es que le encuentre descontento o enfadado, eso sería lo de menos; está melancólico, triste, y eso es lo terrible. Siempre está callado. ¡Si al menos nos regañase! Y además, adelgaza, tiene muy mal color.

¡Señor, señor! -exclamaba la anciana-. Acariciaría su cuello con mi mano, pero no me lo consentiría.

Más de una vez Vasili Ivánovich preguntó del modo más delicado a su hijo sobre su trabajo, su salud, sobre Arkadi ... Pero aquél le respondía siempre de mala gana, con desgana. Y al notar una vez que su padre trataba de sacarle lo que le ocurría, le dijo enojado: ¿Por qué andas siempre con tantos rodeos conmigo? Esos modales son todavía peores que los de antes. ¡Pero hombre, si yo no pretendo nada! -se apresuró a responder el pobre Vasili Ivánovich. Tampoco surtieron efecto sus insinuaciones sobre política. Una vez, hablando de la inminente liberación de los campesinos y del progreso, esperaba despertar el interés de su hijo; pero éste respondió con indiferencia: Ayer, al pasar junto a la valla, oí cómo los chicos campesinos, en lugar de cantar viejas canciones, vociferaban:

Llega el tiempo fiel,
el corazón siente el amor ...

Ahí tienes el progreso.

Dirigíase Basárov a veces a la aldea y como de costumbre, en plan de broma, entablaba conversación con algún mujik.

- Y bien, hermano -le decía-. Expónme tu criterio sobre la vida. Porque se dice que en vosotros reside toda la fuerza y el porvenir de Rusia, que de vosotros arrancará una nueva época en la historia y que vosotros nos daréis la verdadera lengua y las leyes.

- Nosotros pudemos ... también, porque ..., o sea, así lo hemos determinado ...

- Pero tú explícame qué significa vuestro mundo -le interrumpió Basárov-. ¿De verdad es ese mismo mundo que descansa sobre tres peces?

- Es la tierra, padrecito, la que reposa sobre tres peces -se explicaba el mujik con armonioso tono patriarcal y bondadoso-. Y frente a nuestro mundo, ya se sabe, está la voluntad de los señores, porque vosotros sois nuestros padres. Y cuanto más severo y exigente sea el señor, tanto mejor para el mujik.

Basárov se encogió de hombros despectivamente y se alejó.

- ¿De qué hablaba? -preguntó al primer mujik otro de mediana edad y aspecto taciturno, que había contemplado la escena desde el umbral de su isbá-. ¿De los atrasos?

- ¿De qué atrasos, hermano? -le respondió el primer mujik con voz en la que ya no quedaba ni rastro de aquel armonioso tono patriarcal y en la que, por el contrario, vibraba ahora cierta dureza-. Hablaba por hablar, por darle a la lengua. Ya se sabe: un señor, ¿acaso entiende de algo?

- ¿De dónde va a entender? -respondió el otro mujik.

Y ambos comenzaron a contarse sus cUitas y necesidades. Entre tanto, Basárov se encogió de hombros despectivamente, aquel mismo Basárov, tan seguro siempre de sí mismo (que ante Pável Petróvich se jactaba de saber hablar con los campesinos), ni siquiera podía sospechar que él, a los ojos de éstos, no era más que un botarate ...

Finalmente el joven médico encontró una ocupación. Una vez en su presencia Vasili Ivánovich vendó a un mujik la pierna herida, pero al viejo le temblaban las manos y no acertaba a poner bien el vendaje. Le ayudó su hijo, quien desde entonces comenzó a participar en su práctica, sin dejar, no obstante, de mofarse tanto de los medios que él mismo aconsejaba como de su padre, que inmediatamente los ponía en práctica. Mas sus chanzas no turbaban en absoluto a Vasili Ivánovich, sino que, por el contrario, le consolaban. Sosteniendo con los dedos su mugriento delantal sobre el estómago y fumando su pipa escuchaba a su hijo con deleite. Y cuanto más enojosas eran las ocurrencias de Basárov, tanto más feliz se mostraba su padre, que reía enseñando hasta el último de sus dientes renegridos. El viejo incluso repetía después esas ocurrencias, a veces, estúpidas o carentes de sentido. Por ejemplo, en el transcurso de algunos días repetía sin ton ni son: ¡No es tan urgente el asunto!, porque su hijo, al enterarse de que iba a misa de alba, empleó esa expresión. ¡Gracias a Dios, ya no está melancólico! murmuraba al oído de su esposa. ¡Cómo me ha regañado hoy! ¡Es admirable! Y la idea de tener a su hijo de ayudante le hacía entusiasmarse y le llenaba de orgullo. Sí, sí - decía a una comadre, vestida con armiak de hombre y tocada con una kichka (2), entregándole un frasco de agua de Guliard o un tarro de ungüento blanco-, debes agradecer cada minuto al Señor que mi hijo esté aquí. ¿Te das cuenta de que ahora te están curando según los métodos más modernos y científicos? Ni siquiera Napoléon, el emperador de los franceses, tiene un médico mejor. Y la comadre, que había venido a quejarse, diciendo que le daban punzadas sin poder explicar ella misma el significado de aquellas palabras, se inclinaba por toda respuesta y sacaba del pecho cuatro huevos envueltos en el pico de una toalla.

Una vez Basárov extrajo incluso una muela a un vendedor ambulante y aunque la muela era de lo más corriente, Vasili Ivánovich la guardó como una reliquia y mostrándosela al padre Alexei repetía sin cesar:

- ¡Fíjese qué raíces! ¡Qué fuerza la de Evgueni! Menudo salto dio el vendedor ... Yo diría que es capaz de arrancar de cuajo hasta un roble ...

- ¡Admirable! -balbucía finalmente el padre Alexei sin saber qué responder ni cómo deshacerse del extasiado viejo.

Un día un mujik de la aldea vecina trajo a un hermano suyo, enfermo de tifus, para que lo viera Vasili Ivánovich.

Tendido de bruces sobre un montón de paja, el desdichado se moría. Su cuerpo estaba cubierto de manchas negras y hacía tiempo que se hallaba sin conocimiento. Vasili Ivánovich lamentó que no hubiesen recurrido antes a la medicina y declaró que el enfermo no tenía salvación. Y, efectivamente, antes que al pobre mujik le diera tiempo de llevar a su hermano a casa, éste expiró en el camino.

Tres días después entró Basárov en la habitación de su padre y le preguntó si tenía infernal (3).

- Sí, ¿para qué la quieres?

- Para ... desinfectar una herida.

- ¿Quién tiene la herida?

- Yo.

- ¿Cómo que tú? ¿Qué herida es ésa? ¿Dónde está?

- Aquí, en el dedo. Estuve en la aldea de donde trajeron al mujik con tifus. Se disponían a hacerle la autopsia y como hace tiempo que no me ejercitaba en eso ...

- ¿Qué pasó?

- Que le pedí al médico local que me dejara ayudar y me corté.

Vasili Ivánovich palideció súbitamente y se precipitó a su despacho del que regresó inmediatamente con un trocito de piedra infernal en la mano. Basárov se disponía a cogerla y a salir, mas su padre balbució:

- ¡Por Dios bendito, déjame que lo haga yo mismo!

Basárov sonrió.

- ¡Cómo te gusta practicar!

- No bromees, por favor. Enséñame el dedo. La herida no es muy grande. ¿Te duele?

- Aprieta más, no tengas miedo.

Vasili Ivánovich se detuvo.

- ¿No crees, Evgueni, que sería mejor cauterizarla?

- Eso habría estado bien antes, pero ahora, a decir verdad, ni siquiera es necesaria la piedra infernal. Si me he contagiado, ya es tarde.

- ¿Cómo que es tarde ...? -balbució a duras penas Vasili Ivánovich.

- Ya lo creo; han pasado más de cuatro horas.

Vasili Ivánovich quemó un poco más la herida.

- ¿Es que el médico rural no tenía piedra infernal?

- No tenía.

- ¿Cómo puede ser eso, Dios mío? ¿Ser médico y no tener una cosa tan imprescindible?

- Habrías tenido que ver sus lancetas -respondió Basárov, y salió de la habitación.

Hasta bien entrada la tarde y en el transcurso de todo el día siguiente Vasili Ivánovich inventaba toda clase de pretextos para entrar en la habitación de su hijo. Aunque no sólo no mencionaba la herida, sino que procuraba hablar de las cosas más insignificantes, le miraba sin embargo con tanta insistencia a los ojos y le observaba con tal inquietud, que Basárov perdió la paciencia y amenazó con marcharse. Vasili Ivánovich le dio su palabra de no preocuparse, tanto más porque Arina Vlásievna a quien él, naturalmente, había ocultado todo, comenzaba a preguntarle con creciente inquietud por qué no dormía y qué le ocurría. Dos días enteros Vasili Ivánovich se hizo el fuerte, aunque el aspecto de su hijo, a quien miraba a hurtadillas, no le gustaba nada ..., pero al tercer día no pudo contenerse más. Durante el almuerzo Basárov permaneció cabizbajo, sin probar ni uno solo de los platos.

- ¿Por qué no comes, Evgueni? -le preguntó procurando dar a su voz el tono más despreocupado-. La comida está muy sabrosa.

- No quiero, por eso no como.

- ¿Es que no tienes apetito? ¿Y la cabeza -añadió el padre con timidez-, te duele?

- Me duele. ¿Por qué no ha de dolerme?

Arina Vlásievna se enderezó y se puso en guardia.

- No te enfades, por favor, Evgueni -continuó Vasili Ivánovich. ¿Me dejas que te tome el pulso?

Basárov se incorporó.

- Sin necesidad de ello sé que tengo fiebre.

- ¿Y has tenido escalofríos?

- Sí, los he tenido. Voy a acostarme. Mandad que me sirvan té con limón. Seguramente me he constipado.

- Por eso tosías esta noche -murmuró Arina Vlásievna.

- Estoy constipado -repitió Basárov alejándose.

Arina Vlásievna se puso a preparar el té. Vasili Ivánovich entró en la habitación contigua y comenzó en silencio a mesarse los cabellos.

Basárov ya no se levantó en todo el día y la noche la pasó sumido en un estado de pesada soñolencia. A las doce y pico de la noche abrió con dificultad los ojos y a la luz del candil vio ante sí el pálido rostro de su padre y le mandó que saliera. Aquél obedeció, pero en seguida volvió a entrar de puntillas y, medio oculto tras las puertas del armario, no apartaba la vista de su hijo. Arina Vlásievna tampoco se acostó y abriendo ligeramente la puerta del despacho, se acercaba a ratos para ver cómo respiraba Eniusha y para mirar a Vasili Ivánovich. Sólo podía ver su espalda, inmóvil y encorvada, pero incluso eso le proporcionaba cierto alivio. A la mañana siguiente Basárov trató de levantarse, pero sintió mareos, la sangre afluía a la nariz y tuvo que acostarse de nuevo. Vasili Ivánovich le cuidaba en silencio. Arina Vlásievna vino a verle y le preguntó cómo se encontraba. El respondió que mejor y se volvió hacia la pared. Vasili Ivánovich hizo ademán con ambas manos para que su mujer se retirara. Esta se mordió el labio para no llorar y salió. Todo en la casa se ensombreció súbitamente. Los rostros se alargaron y comenzó a reinar un silencio terrible. Se llevaron del corral a la aldea a un gallo alborotador, que no podía comprender por qué tenía que callar. Basárov continuaba acostado, de cara a la pared. Su padre intentó hacerle varias preguntas, pero éstas cansaban al enfermo y el viejo se quedó inmóvil en su sillón, haciendo crujir los dedos de vez en vez. Salía al jardín, permanecía allí unos instantes como una estatua, como pasmado por un asombro indescriptible (expresión de asombro que no desaparecía de su rostro), y volvía al lado de su hijo, procurando eludir las preguntas de su esposa. Esta acabó por tomarle una mano y convulsivamente, casi amenazándole le preguntó qué tenía su hijo. Vasili Ivánovich se dominó esforzándose por sonreír; pero con gran horror suyo, en lugar de sonreír, le brotó la risa sin saber de dónde. Aquella misma mañana había mandado por un doctor y juzgó oportuno advertírselo a su hijo para que no se enfadase.

Basárov se volvió de pronto, miró a su padre fijamente, con mirada apagada, y le pidió de beber.

Vasili Ivánovich le dio agua y, de paso, le tocó la frente; ésta ardía.

- Mal asunto, viejo -comenzó Basárov con voz ronca y cascada-. Me he contagiado y dentro de unos días tendrás que enterrarme.

Vasili Ivánovich se tambaleó como si le hubieran golpeado en los pies.

- ¿Qué dices, Evgueni? -balbució-. ¡Qué ocurrencias, por Dios! Estás constipado ...

- Calla -le interrumpió Basárov-. Un médico no debe expresarse así. Son todos los síntomas de contagio, tú lo sabes.

- Por Dios, Evgueni, ¿dónde están los síntomas ... de contagio?

- ¿Y esto qué es? -respondió Basárov levantándose la manga de la camisa y mostrando a su padre las malignas manchas rojas.

Vasili Ivánovich se estremeció, quedando helado de terror.

- Supongamos -dijo finalmente-, supongamos ... que sea ..., que sea algo así ... como de contagio ...

- Piemia (4)- precisó el hijo.

- Bien, sí, algo de epidemia ...

- Piemia -repitió Basárov con precisión y aspereza-. ¿O es que has olvidado tus apuntes?

- Bien, sí, sí, como quieras llamarlo ... Aunque así sea, te curaremos.

- Bueno, eso son coplas. Pero dejémoslo. No esperaba morir tan pronto. A decir verdad, es muy desagradable. Mamá y tú debéis ahora demostrar que vuestros principios religiosos son tan firmes; ha llegado el momento de ponerlos a prueba. Y ahora -añadió después de tomar un poco más de agua-, mientras todavía pueda gobernar mis ideas, quiero pedirte una cosa. Mañana o pasado mañana sabes que mi cerebro dejará de funcionar. Ni siquiera ahora estoy seguro de expresarme con claridad. Mientras estaba acostado veía constantemente unos perros rojos corriendo a mi alrededor, levantando la caza y tú apuntabas al urogallo. Parece como si estuviera borracho. ¿Me comprendes bien?

- Pues claro, Evgueni, estás hablando perfectamente, como es debido.

- Tanto mejor. Dices que has enviado por un médico ... Lo has hecho para consolarte'a ti mismo ... Compláceme a mí también. Envía un mensaje a ...

- Arkadi Nikoláievich -continuó el viejo.

- ¿Quién es Arkadi Nikoláievich? -murmuró Basárov quedándose pensativo-. ¡Ah, sí! ¡Aquel polluelol No, no le molestes; déjale en su papel de chova. No te asombres, todavía no deliro, dile al mensajero que vaya a casa de Odintsova, Anna Serguiéievna, una señora terrateniente ..., ¿la conoces? -Vasili Ivánovich asintió con la cabeza-, y le diga que Evgueni Basárov le envía sus respetos y que se está muriendo. ¿Lo harás?

- Lo haré ... ¿Pero acaso es posible que tú mueras, Evgueni ...? ¡Qué estás diciendo! ¿Dónde hallar la justicia después de eso?

- Eso yo no lo sé; pero no dejes de mandar al mensajero.

- Ahora mismo le ordenaré que vaya. Yo mismo escribiré la carta.

- No escribas, ¿para qué? Dile sólo que le envío mis respetos y no hace falta nada más. Y ahora vuelvo con mis perros. Es extraño, quiero detener mi pensamiento en la muerte y no lo consigo. Sólo veo una mancha ... y nada más.

El enfermo se volvió de nuevo pesadamente hacia la pared y Vasili Ivánovich salió del despacho, se precipitó hacia el dormitorio de su mujer y arrojándose de rodillas ante las imágenes, sollozó:

- ¡Reza, Arina, reza! ¡Nuestro hijo se nos muere!

Llegó el doctor, aquel mismo médico rural que no disponía de piedra infernal, y después de reconocer al enfermo aconsejó seguir el método de estar a la expectativa, pronunciando unas palabras sobre la posibilidad de cura.

- ¿Ha visto alguna vez a alguien que en mis circunstancias no parta para los Campos Elíseos? -preguntó Basárov y agarrándose de pronto a la pata de una pesada mesa que estaba junto al diván, la sacudió, moviéndola del sitio-. ¡Toda mi fuerza, toda entera, está todavía aquí -exclamó- y, sin embargo, tengo que morir ...! Un anciano tiene menos tiempo para desacostumbrarse a la vida, mientras que yo ... Anda, intenta rechazar la muerte. ¡Ella te niega la existencia y basta! ¿Quién llora por ahí? -añadió después de una pausa. ¿Mamá? ¡Pobre madre! ¿A quién va a obsequiar ahora con su admirable borshch? Y tú, Vasili Ivánovich, ¿parece que lloriqueas también? Pues bien, si tu espíritu cristiano no te ayuda, recurre a la filosofía o al estoicismo. ¿No alardeabas de ser un filósofo?

- ¡Vaya un filósofo! -gimió Vasili Ivánovich, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Basárov empeoraba por momentos. La enfermedad avanzaba a paso rápido, como suele ocurrir en las infecciones quirúrgicas. Todavía no había perdido el conocimiento y comprendía todo lo que le decían. Todavía luchaba. No quiero delirar -balbucía apretando los puños-. ¡Qué disparate! Y en seguida añadía: Si de ocho resto diez, ¿cuánto resulta? Vasili Ivánovich iba y venía como perturbado, proponiendo ya un remedio, ya otro y cubriendo a cada paso los pies de su hijo. Envolverle en sábanas frías, un vomitivo ..., cataplasmas en el estómago ..., una sangría, decía con angustia. El médico que, accediendo a sus ruegos, se había quedado allí daba de beber al enfermo limonada, mientras pedía para sí una pipa, o un reconfortante-tonificado, o sea vodka. Arina Vlásievna permanecía sentada en un taburete junto a la puerta y sólo salía a ratos para rezar; hacía unos días que se le había caído de las manos un espejito de tocador, lo que siempre había considerado de mal agüero. La misma Anfisushka no había sabido qué decirle. Timofiéich partió con el mensaje para Odintsova.

Basárov pasó muy mala noche ... La fiebre le torturaba. A la mañana siguiente experimentó cierto alivio. Pidió a su madre que le peinara, besó su mano y tomó dos tragos de té. Vasili Ivánovich se animó un poco.

- ¡Gracias a Dios! -exclamó-, ha llegado la crisis ..., ha pasado la crisis.

- ¡Vaya, hombre! -respondió Basárov-. Lo que significa una palabra. La has encontrado, has dicho crisis y estás consolado. Es asombroso cómo el hombre cree todavía en las palabras. Se le llama a uno tonto, digamos, sin pegarle, y se aflige; se le llama inteligente y, aunque no se le dé dinero, se siente complacido.

Este pequeño discurso de Basárov, que recordaba sus antiguas ocurrencias, enterneció a Vasili Ivánovich.

- ¡Bravo! ¡Muy bien dicho, muy bien! -exclamó simulando que palmoteaba.

Basárov sonrió con tristeza.

- ¿Entonces qué opinas? -preguntó-. ¿Ha pasado ya la crisis o se está iniciando?

- Estás mejor, eso es lo que veo, eso es lo que me alegra -respondió Vasili Ivánovich.

- Y me parece muy bien. Nunca está mal alegrarse. ¿Enviaste por quien te dije?

- Sí, claro.

La mejoría duró poco. No tardaron en reanudarse los ataques de la enfermedad. Vasili Ivánovich estaba siempre junto a su hijo. Se veía que una profunda congoja torturaba al viejo. Varias veces trató de hablar y no pudo.

- ¡Evgueni! -balbució finalmente-. ¡Hijo mío, querido, cariño mío!

Aquel trato extraordinario produjo efecto en Basárov ... Volvió ligeramente la cabeza y tratando evidentemente de salir del pesado letargo que le agobiaba, balbució:

- ¿Qué, padre mío?

- ¡Evgueni! -prosiguió Vasili Ivánovich poniéndose de hinojos ante Basárov, aunque éste no abría los ojos y no podía verle-. Evgueni, ahora estás mejor; te pondrás bueno, si Dios quiere, pero aprovecha estos momentos, consuélanos a tu madre y a mí, ¡cumple con tu deber de cristiano! Imagínate, es horrible, espantoso para mí tener que decirte esto, pero sería todavía más horrible ..., porque es por toda la eternidad, Evgueni ..., piensa en lo que ...

Al viejo se le quebró la voz y por el rostro de su hijo, aunque continuaba inmóvil y con los ojos cerrados, corrió una expresión extraña.

- No me niego, si eso os puede servir de consuelo a vosotros -murmuró finalmente -; pero creo que no hay por qué apresurarse. Tú mismo has dicho que estoy mejor.

- Estás mejor, Evgueni, estás mejor; pero quién sabe, todo depende de la voluntad del Señor, y una vez cumplido el deber de cristiano ...

- Esperaré aún -le interrumpió Basárov-. Estoy de acuerdo contigo en que ha llegado la crisis. Y si nos equivocamos, ¡qué le vamos a hacer! También dan los sacramentos a los que están inconscientes.

- Pero Evgueni ...

- Esperaré. Y ahora quiero dormir. No me molestes -dijo reclinando la cabeza en el lugar de antes.

El viejo se levantó, se sentó en un sillón y cogiéndose la barbilla comenzó a morderse los dedos ... De pronto sorprendió su oído el ruido de las ballestas de un carruaje, ese ruido que tanto se destaca en el silencio de la aldea. Las ruedas sonaban cada vez más cerca, ya se oía el relinchar de los caballos ... Vasili Ivánovich se levantó de un salto, precipitándose hacia la ventanilla. Un coche de dos asientos, tirado por cuatro caballos, se había detenido en el patio de su casa. Sin darse cuenta de lo que pudiera ser aquello, en un arranque de irreflexiva alegría, salió corriendo hacia el zaguán ... Un lacayo de librea abrió las portezuelas del coche, del que descendió una dama, cubierta con un velo negro y un chal también negro.

- Soy Odintsova -murmuró-. ¿Evgueni Vasílich vive? ¿Es usted su padre? He traído a un médico.

- ¡Alma bieñhechora! -exclamó Vasili Ivánovich y tomándole una mano se la llevó convulsivamente a los labios, en tanto que el doctor que trajo consigo Anna Serguiéievna, un hombrecillo con gafas y cara de alemán, se apeaba sin prisa del coche.

- Sí, vive, vive todavía mi Evgueni y ahora está salvado. ¡Mujer, mujer ...! Ha llegado un ángel del cielo ...

- ¿Qué ocurre, Dios mío? -balbució la anciana saliendo precipitadamente del salón. Y sin comprender nada, en el mismo umbral, se arrojó a los pies de Anna Serguiéievna y comenzó a besar su vestido.

- ¿Qué hace usted? ¿Qué hace? -preguntó esta, pero Arina Vlásievna no la escuchaba y Vasili Ivánovich sólo sabía repetir: ¡Un ángel! ¡Un ángel!

- Wo ist der Kranke (5)? ¿Y dónde está el paciente? -dijo al fin el doctor, no sin cierta indignación.

- ¡Aquí está, aquí! -respondió Vasili Ivánovich volviendo en sí-. Tenga la bondad de seguirme, wertester Herr kollega (6) - anadió fiel a su vieja costumbre.

- ¡Ah! -exclamó el alemán, y su rostro dibujó una agria sonrisa, enseñando sus dientes.

Vasili Ivánovich le condujo al despacho.

- Anna Serguiéievna Odintsova te ha enviado a su doctor -murmuró inclinándose al mismo oído de su hijo-, y ella misma está aquí.

Basárov abrió súbitamente los ojos.

- ¿Qué has dicho?

- Que Anna Serguiéievna está aquí y ha traído consigo a ese señor, su médico.

Basárov recorrió con la vista la habitación.

- Está aquí ... Quiero verla -profirió.

- La verás, Evgueni, la verás, mas primero es necesario conversar con el señor doctor. Yo le expondré toda la historia de tu enfermadad, puesto que Sidor Sidórich se ha ido -así se llamaba el doctor rural-, y nosotros haremos una pequeña consulta.

Basárov miró al alemán.

- Está bien, procuren conversar lo antes posible, pero no lo hagan en latín, yo comprendo lo que significa: jam moritur (7).

- Der Herr scheint des Deutschen machtig zu sein (8) - comenzó el discípulo de Esculapio dirigiéndose a Vasili Ivánovich.

- Ich ... habe ... Será mejor que hable en ruso -balbució el viejo.

- ¡Ah, ah! De modo que esto ...

Y la consulta comenzó.

Media hora después Anna Serguiéievna entraba en el despacho acompañada de Vasili Ivánovich. El doctor había tenido tiempo de advertirla confidencialmente que no había la menor esperanza de que el enfermo sanase.

Ella miró a Basárov ... y se detuvo junto a la puerta. Hasta tal punto quedó impresionada por aquel rostro encendido y marcado al mismo tiempo por una expresión mortal, que la contemplaba con ojos turbios. Anna Serguiéievna experimentó simplemente un temor frío y agobiante: la idea de que no hubiese experimentado aquello si verdaderamente le amase, cruzó fugaz por su mente.

- Gracias -balbució Basárov haciendo un esfuerzo-, no esperaba que viniera. Ha sido una buena acción. De modo que volvemos a vemos, como ustéd prometió.

- Anna Serguiéievna ha sido tan buena ... -comenzó Vasili Ivánovich.

- Padre, déjanos. Anna Serguiéievna, ¿usted lo permite? Creo que ahora ...

Y señaló con un gesto su impotente cuerpo tendido en el lecho.

Vasili Ivánovich salió.

- Gracias -repitió Basárov-. Dicen que también los zares visitan a los moribundos.

- Evgueni Vasilich, tengo la esperanza de que ...

- ¡Quiá!, Anna Serguiéievna, seamos sinceros. Este es mi final. ¡Me llegó la hora! Resulta que no valía la pena pensar en el destino. Vieja broma la de la muerte, y a cada uno le sorprende como una novedad. Todavía no he sentido miedo ..., luego vendrá la inconsciencia y ¡adiós! -Basárov agitó la mano débilmente-. ¿Qué más puedo decirle ...? ¿Que la he amado? Eso no tenía sentido entonces y ahora, mucho menos. El amor es forma y mi propia forma empieza ya a descomponerse. Será mejor que le diga: ¡Qué deliciosa es usted! Y ahora está ahí, ante mí, tan bonita ...

Anna Serguiéievna se estremeció involuntariamente.

- No es nada, no se inquiete ..., siéntese allí ... No se acerque, pues mi enfermedad es contagiosa.

Anna Serguiéievna atravesó rápidamente la habitación y se sentó junto al diván en el que yacía Basárov.

- ¡Qué magnanimidad! -exclamo este-. Tan cerca, tan joven, tan lozana y pura ... en esta inmunda habitación ... Le deseo, como despedida, que viva muchos años, eso es lo mejor, y que goce de la vida mientras pueda. Ya ve qué espectáculo más repelente: un gusanillo medio aplastado que todavía colea. Yo también creía que tenía mucho que hacer en la vida, ¿quién pensaba en morir? Veía ante mí un problema que resolver. ¡Porque yo era un gigante! Y ahora todo el problema de ese gigante consiste en morir decorosamente, aunque eso no le incumba a nadie ... De todas formas, no me arrastraré.

Basárov guardó silencio y comenzó a buscar a tientas su vaso. Anna Serguiéievna le dio de beber sin quitarse los guantes y respirando con temor.

- Usted me olvidará -comenzó él de nuevo-. El muerto no es compañero del vivo. Mi padre le dirá que hay que ver qué hombre ha perdido Rusia ... Bobadas. Pero usted procure no disuadirle. Déjele al pobre viejo que se consuele con esa idea. Y sea también cariñosa con mi madre. Personas como ellos en su gran mundo no se encuentran ni con candil ... que Rusia me necesita ... No, está visto que no me necesita. ¿Y quién es verdaderamente necesario? El zapatero, el sastre, el carnicero ... que vende carne ..., el carnicero ..., espere, me confundo ... Aquí hay un bosque ...

Basárov se llevó la mano a la frente.

Anna Serguiéievna se inclinó hacia él.

- Evgueni Vasílich, estoy aquí ...

El le tomó una mano y se incorporó.

- ¡Adiós! -balbució con súbita energía, en tanto que en sus ojos resplandecía el postrer brillo. Adiós ... ¿Recuerda ...? Entonces no la besé ... Sople ahora en la llama que se extingue y que ésta se apague ...

Anna Serguiéievna rozó con sus labios la frente de Basárov.

- ¡Es suficiente! -murmuró éste dejándose caer sobre la almohada-. Y ahora ... la oscuridad ...

- ¿Y qué? -murmuró Vasili Ivánovich.

- Se ha quedado dormido -respondió ella con voz apenas perceptible.

Mas era el destino que Basárov no despertase. Al atardecer quedó sumido en un estado de completa inconsciencia y al día siguiente falleció. El padre Alexei le administró los sacramentos. Cuando le signaban con la extremaunción, cuando el santo óleo rozó su pecho, uno de los ojos del moribundo se entreabrió y a la vista del sacerdote ataviado con su vestimenta, del humeante incensario y los cirios encendidos ante el icono, algo como un estremecimiento de terror se reflejó por un instante en su rostro agonizante. Cuando exhaló su último aliento y en la casa se levantó un clamor general de duelo, Vasili Ivánovich súbitamente se sintió presa de una frenética indignación.

- ¡Dije que me sublevaría! -gritó con voz ronca, con el rostro encendido y desencajado, agitando el puño en el aire, como si amenazase a alguien-. ¡Y me sublevol ¡Y me sublevo! Pero Arina Vlásievna, toda bañada en llanto, le echó los brazos al cuello y ambos cayeron de hinojos.

- -contaba después a la gente Anfisushka-, los dos juntos inclinaron sus cabecitas como ovejuelas en tórrido mediodía ...

Mas el tórrido mediodía pasa y llega la tarde y luego, la noche, y con ella, la vuelta al silencioso refugio, donde duermen dulcemente los atormentados y transidos.




Notas

(1) Borshch: Sopa de remolacha y otras verduras. Shchí: Sopa de repollo. Ambos platos típicos rusos.

(2) Kíchka: Tocado que antiguamente llevaban las mujeres casadas en las fiestas.

(3) Nitrato de plata que se usa en medicina para cauterizar las heridas.

(4) Contagio de la sangre (griego).

(5) ¿Quién es el enfermo? (alemán).

(6) Respetable colega (alemán).

(7) Ya se está muriendo (latín).

(8) Al parecer, el señor conoce el idioma alemán (alemán).

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