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28> Han pasado seis meses. Y ha llegado el blanco invierno, con el silencio despiadado de sus heladas sin nubes, su densa nieve crujiente, la rosada escarcha en los árboles, su cielo de pálida esmeralda, sus penachos de humo sobre las chimeneas, sus columnas de vapor saliendo de las puertas entreabiertas, los rostros de la gente mordidos por el frío y el trotar de los caballos ateridos. El día de enero tocaba a su fin; el frío vespertino oprimía todavía con más fuerza el aire inmóvil y se extinguía el sangriento resplandor de la aurora. En las ventanas de la casa de Marino se encendieron todas las luces. Prokofich, ataviado con frac negro y guantes blancos, ponía la mesa para siete personas, con especial solemnidad. Una semana antes, en la pequeña iglesia parroquial, sin ostentación y casi sin testigos, se habían celebrado las bodas de Arkadi con Katia y Nikolai Petróvich con Fiénichka. Aquel mismo día Nikolai Petróvich daba un almuerzo de despedida en honor de su hermano, que salía para Moscú en viaje de negocios. Anna Serguiéievna partió también para Moscú inmediatamente después de la boda de su hermana, habiendo hecho espléndidos regalos a los recién casados. A las tres en punto todos se sentaron a la mesa, incluido Mitia, que ya tenía una nodriza, con su cofia de glasé. Pável Petróvich se sentó entre Katia y Fiénichka. Los maridos se colócaron junto a sus respectivas esposas. Todos habían cambiado en el último tiempo. Diríase que parecían más agraciados y vigorosos. Sólo Pável Petróvich estaba más delgado, lo cual, no obstante, le hacía más elegante y daba un aspecto de grand seigneur a sus expresivos rasgos ... También Fiénichka había cambiado. Con su nuevo vestido de seda, una amplia toca de terciopelo y su cadenita de oro al cuello permanecía decorosamente inmóvil, con una actitud digna ante sí misma y ante todo cuanto la rodeaba y sonriendo como si quisiera decir: Perdónenme, yo no tengo la culpa.
Igualmente sonreían los demás y también parecían pedir disculpas. Todos se sentían un poco cohibidos, algo tristes, aunque muy satisfechos en el fondo. Cada uno escuchaba al otro con cómica cortesía, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en representar una simple comedia. Katia miraba confiadamente a su alrededor y parecía la más serena de todos. Era evidente que Nikolai Petróvich la quería ya con delirio. Antes de terminar el almuerzo éste se levantó, alzó su copa y exclamó dirigiéndose a su hermano: - Nos abandonas ..., nos abandonas, querido hermano, claro que por poco tiempo; pero no obstante no puedo dejar de expresarte que yo ..., que nosotros ..., cuánto yo ..., como nosotros ... ¡Lo malo es que no sabemos pronunciar un brindis! Arkadi, hazlo tú. - No, papasha (1), yo no me he preparado. - Pues ¿y yo? En una palabra, hermano, deja que te abrace simplemente y te desee toda clase de venturas y que vuelvas con nosotros cuanto antes. Pável Petróvich besó a todos, sin exceptuar a Mitia; besó además la mano de Piénichka, que ésta aún no sabía ofrecer como es debido, bebió por segunda vez de su copa y exclamó suspirando profundamente: ¡Sed felices, amigos míos! ¡Farewell Aunque aquella coletilla en inglés pasó inadvertida, todos se sintieron emocionados. A la memoria de Basárov, murmuró Katia al oído de su marido brindando con él. Arkadi estrechó con fuerza la mano de su esposa, en señal de respuesta, pero no se atrevió a proponer el brindis en voz alta. Parece que es el fin. Pero tal vez alguno de nuestros lectores desee saber qué está haciendo ahora, precisamente ahora, cada uno de nuestros personajes ... Estamos dispuestos a satisfacerle. Anna Serguiéievna hace poco que se ha casado, no por amor, sino por convicción, con un futuro hombre de Estado, muy inteligente, legista, dotado de un firme sentido práctico, de fuerza de voluntad y una magnífica elocuencia, hombre todavía joven, bueno y frío como el hielo. Ambos están muy compenetrados y quizá lleguen a ser felices ..., incluso, tal vez lleguen a amarse. La princesa J... falleció y pasó al olvido el mismo día de su muerte. Los Kirsánov, padre e hijo, se han afianzado en Marino, donde sus asuntos comienzan a prosperar. Arkadi se ha convertido en un diligente hacendista y la granja produce unos ingresos considerables. A Nikolai Petróvich le nombraron árbitro de paz y trabaja afanosamente; recorre sin cesar su distrito pronunciando largos discursos, pues cree que para hacer entrar en razón a los mujiks hay que repetirles constantemente, hasta el agotamiento, las mismas palabras. Sin embargo, a decir verdad, no satisface del todo ni a los aristócratas instruidos, que hablan de la emancipación, ya con cierto chic, ya con melancolía, acentuando la pronunciación nasal de la m, ni a los aristócratas incultos, que censuran sin miramientos la mancipación. Tanto para los unos como para los otros Nikolai Petróvich resulta demasiado blando.
Katerina Serguiéievna ha tenido un niño, Kolia, y en cuanto a Mitia, ya está hecho un hombrecito, corre y charla cabalmente. Fiénichka, Giedosia Nikoláievna, después de su esposo y su hijo, a quien más adora en el mundo es a su nuera y podría pasar días enteros oyéndola tocar el piano. Y a propósito, mencionaremos también a Petr. Se ha quedado completamente tieso de estupidez y gravedad. Pronuncia con cursilería y también se ha casado con la hija de un jardinero de la ciudad, recibiendo por ella una considerable dote. La moza rechazó a dos buenos pretendientes por el solo hecho de que no llevaban reloj, mientras que Petr, además de tener reloj, usaba también zapatos de charol. En Dresden, en la terraza Briuliévskaia, entre las dos y las cuatro de la tarde, las horas más indicadas para dar un paseo, se puede ver a un hombre de unos cincuenta años, completamente cano y, al parecer, enfermo de gota. Conserva todavía hermosas facciones, viste con elegancia y con ese sello especial que imprime en el hombre la larga . permanencia entre las altas esferas de la sociedad. Se trata de Pável Petróvich, que llegó al extranjero con el fin de restablecer su salud y fijó su residencia en Dresden, donde alterna, sobre todo, con ingleses y con turistas rusos. Con los ingleses se conduce de modo sencillo, casi con modestia, aunque siempre con dignidad. Estos le encuentran un poco aburrido, pero respetan sus costumbres de perfecto caballero, a perfect gentleman. Entre los rusos se desenvuelve con más desenfado, dando rienda suelta a su desabrimiento, burlándose de ellos y de sí mismo, pero todo eso resulta en él muy gentil y decoroso. Sostiene ideas eslavófilas, lo cual, ya se sabe, está considerado en la alta sociedad como algo tres distingué. No lee nada en ruso, pero en su escritorio ostenta un cenicero de plata con la forma de una alpargata de mujik. Nuestros turistas se muestran muy galantes con él. Matviei Ilich Koliasin, hallándose en la oposición provisional, de paso para las aguas de Bohemia, le visitó solemnemente. En cuanto a los indígenas, pese al trato superficial que sostiene con ellos, poco menos que le veneran. A nadie le resulta tan fácil recibir una entrada para el coro del palacio, para el teatro, etc., como a der Herr Baron von Kirsanoff. Este hace a todos el bien que puede, todavía bromea como antes: no en vano fue en tiempos un hombre de mundo; pero la vida le resulta mucho más triste de lo que él sospechaba ... Basta con contemplarle en la iglesia rusa apoyado en la pared, en un rincón, donde permanece durante largo rato inmóvil y pensativo, con un rictus de amargura en los labios, luego súbitamente vuelve en sí y comienza a santiguarse de manera apenas perceptible ... También Kúshkina fue a parar al extranjero y ahora se halla en Heidelberg, donde ya no estudia ciencias naturales, sino arquitectura, en la que, según afirma ella, ha descubierto nuevas leyes. Lo mismo que antes se relaciona con estudiantes, sobre todo, con jóvenes físicos y químicos rusos, que tanto abundan en Heidelberg, y los cuales asombrando en los primeros tiempos a los ingenuos profesores alemanes por su sensato enfoque de las cosas asombran en lo sucesivo a esos mismos profesores por su completa inactividad y su absoluta pereza. Con ellos, unos dos o tres químicos de esos que no saben diferenciar el oxígeno del nitrógeno, pero rebosantes de espíritu negativo y de estimación de sí mismos, y con el gran Eliseiévich Sítnikov, que preparándose para ser un gran hombre, que bulle en Petersburgo y, según propia afirmación, continúa la causa de Basárov. Dicen que hace poco alguien le golpeó; pero él no se quedó atrás y en un turbio articulillo que consiguió insertar en una revista de mala muerte insinuó que el que le golpeó era un cobarde. El califica esto de ironía. Su padre le sigue tratando a baquetazos, y su esposa le considera necio ... y hombre de letras. En un remoto rincón de Rusia hay un pequeño cementerio. Como casi todos nuestros cementerios presenta un aspecto lastimoso: las zanjas que lo circundan se cubrieron hace tiempo de maleza; las grises cruces de madera están torcidas y se pudren bajo sus tejadillos, pintados en otro tiempo. Las losas de piedra están removidas, como si alguien las empujara desde abajo; dos o tres esmirriados arbolillos apenas dan una exigua sombra; las ovejas andan sin impedimentos entre las tumbas ... Pero hay una hasta la que jamás llega el hombre ni la pisa el animal. Sólo los pájaros se posan sobre ella y cantan hasta el amanecer. Una valla de hierro la rodea. Dos jóvenes abetos fueron plantados a ambos lados. En este sepulcro yace Evgueni Basárov. Desde la próxima aldehuela llegan a él con frecuencia dos viejecitos achacosos, marido y mujer: sosteniéndose el uno en el otro caminan con fatigoso andar, se aproximan a la valla, se postran ante ella y lloran amargamente durante mucho tiempo. Contemplan luego largo rato la ruda piedra, bajo la cual reposa su hijo. Intercambian algunas palabras, quitan el polvo de la losa, enderezan alguna rama de los abetos y oran de nuevo sin poder abandonar aquel lugar, en el cual se sienten más cerca de su hijo, de su recuerdo ... ¿Es posible que sus plegarias y sus lágrimas sean estériles? ¿Es posible que el amor, el amor santo y fiel no sea todopoderoso? ¡Oh, no! Por muy apasionado, pecador y rebelde que fuera el corazón oculto bajo la tumba, las flores que crecieron sobre ella nos miran inmutables con sus cándidos ojos. Y no sólo nos hablan del reposo eterno, ese sublime reposo de la indiferente naturaleza; nos hablan también de la resignación eterna y de la vida infinita ... Notas (1) Papásha: Diminutivo de papá.Índice de Padres e Hijos de Ivan Turgueniev Anterior apartado Película El salvaje Biblioteca Virtual Antorcha