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También Basárov conoció aquel mismo día a Fiénichka. Paseaba con Arkadi por el jardín, eXplicándole por qué algunos árboles jóvenes, sobre todo las encinas, no podían crecer en aquel terreno.
- Hay que plantar muchos álamos, pinos y quizá tilos, añadiendo tierra negra. En el cenador agarraron bien porque la acacias y las lilas son especies que no exigen cuidados ... Mas parece que aquí hay alguien.
Efectivamente, en el cenador estaba sentada Fiénichka con Duñasha y Mitia. Basárov se detuvo y Arkadi saludó a Fiénichka con la cabeza como a una antigua amiga.
- ¿Quién es? -preguntó Basárov en cuanto se hubieron alejado-. ¡Qué bonita!
- ¿De quién estás hablando? -preguntó Arkadi.
- ¿De quién voy a hablar? Sólo una era bonita.
Arkadi, no sin turbación, explicó en pocas palabras quién era Fiénichka.
- ¡Vaya, vaya! Veo que tu padre tiene buen gusto. De veras, me gusta tu padre. Es estupendo. Pero hay que presentarse -añadió, volviendo hacia el cenador.
Arkadi se asustó y gritó en pos de su amigo:
- ¡Evgueni! ¡Sé prudente, por el amor de Dios!
- No te preocupes, somos gente experta, de la ciudad.
Y acercándose a Fiénichka se quitó la gorra y dijo inclinándose amablemente:
- Permítame presentarme: un amigo de Arkadi y hombre de paz.
Fiénichka se levantó del banco y le miró en silencio.
- ¡Qué criatura tan maravillosa! -prosiguió Basárov-. No se alarme, aún no eché mal de ojo a nadie. ¿Cómo tiene las mejillas tan coloradas? ¿Acaso le están saliendo los dientes?
- Sí -respondió Fiénichka-. Ya ha echado cuatro dientecitos y ahora de nuevo se le han hinchado las encías.
- ¿A ver ...? No tema, soy médico.
Basárov cogió en brazos a la criatura que, con gran asombro de Fiénichka y Duñasha, no hizo resistencia ni se asustó.
- Sí, ya veo ... No es nada, todo marcha bien, tendrá una dentadura formidable. Si ocurre algo, avíseme. Y usted, ¿se encuentra bien?
- Sí, gracias a Dios.
- Gracias a Dios, eso es lo mejor. ¿Y usted? -añadió dirigiéndbse a Duñasha.
Duñasha, muchacha seria en casa y alegre en plaza, respondió con una carcajada.
- Magnífico -dijo Basárov-. Aquí tiene a su atleta -añadió dirigiéndose a Fiénichka.
- ¡Qué tranquilo estuvo con usted! -exclamó ésta a media voz.
- Los niños siempre están tranquilos conmigo; sé como tratarlos.
- Los niños intuyen quién los quiere -observó Duñasha.
- Es cierto -corroboró Fiénichka-. Mitia, otras veces, no se deja tomar en brazos por nada del mundo.
- ¿Y se vendrá conmigo? -preguntó Arkadi, que después de mantenerse un rato apartado se había aproximado al cenador.
Quiso atraer a Mitia, pero éste echó hacia atrás la cabecita y comenzó a gritar, lo cual llenó de confusión a Fiénichka.
- Otra vez será, cuando se acostumbre -dijo Arkadi comprensivo. Y ambos amigos se alejaron.
- ¿Cómo se llama?
- Fiénichka ... Fiedosia -respondió Arkadi.
- ¿Y el patronímico? -preguntó Basárov-. Hay que saberlo también.
- Nikoláievna.
- Bene. Me gusta en ella que no se turba demasiado. Otro quizás la censuraría por eso. ¡Qué disparatel ¿Por qué iba a avergonzarse? Es madre, luego tiene razón.
- Ella claro que tiene razón -observó Arkadi-, pero mi padre ...
- El también tiene razón -le interrumpió Basárov.
- A mí no me lo parece.
- ¿Por lo visto no nos complace demasiado la idea de un nuevo heredero?
- ¿Cómo puedes atribuirme semejantes pensamientos? -exclamó Arkadi acaloradamente-. No es ése el motivo por el que creo que mi padre no tiene razón. Opino que debería casarse con ella.
- ¡Ohl ¡Cuánta generosidad! -prorrumpió Basárov con parsimonia-. ¿Todavía das importancia al matrimonio? No esperaba eso de ti.
Ambos jóvenes continuaron andando en silencio.
- Ya he visto todas las instalaciones de tu padre -comenzó Basárov de nuevo-. El ganado es malo y los caballos están extenuados; las obras son deficientes y los trabajadores tienen aspecto de holgazanes empedernidos; en cuanto al intendente, todavía no he podido precisar, si es un imbécil o un tunante.
- ¡Qué intransigente estás hoy, Evgueni!
- Incluso los campesinos buenos se burlan de tu padre sin duda. Ya conoces el refrán: El mujik ruso es capaz de engullirse a Dios.
- Comienzo a estar de acuerdo con mi tío -observó Arkadi-, decididamente, tienes mala opinión de los rusos.
- ¡Vaya una cosa! Lo que de verdad admiro en el hombre ruso es la pésima opinión que tiene de sí mismo. Lo importante es que dos y dos son cuatro y todo lo demás son pequeñeces.
- ¿Y la naturaleza es también una pequeñez? -preguntó Arkadi contemplando pensativo en la lejanía los campos abigarrados, suavemente iluminados por el sol, ya en declive.
- También la naturaleza es una pequeñez, en el sentido en que tú la interpretas. La naturaleza no es un templo, sino un taller, y el hombre, en ella, es un trabajador.
En ese mismo instante se oyeron los pausados acordes de un violoncelo, que procedían del interior de la casa. Alguien tocaba con sensibilidad, aunque con mano inexperta, la Espera de Schubert y la dulce melodía se expandía en el aire.
- ¿Quién toca? -preguntó Basárov asombrado.
- Es mi padre.
- ¿Tu padre toca el violoncelo?
- Sí.
- ¿Pero cuántos años tiene?
- Cuarenta y cuatro.
Basárov se echó a reír súbitamente.
- ¿De qué te ríes?
- ¡Imagínate! A los cuarenta y cuatro años, un pater familias, en este villorrio y tocando el violoncelo.
Basárov continuó riendo, mas Arkadi, pese a toda la admiración que sentía por su maestro, esta vez ni siquiera sonrió.
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