Índice de La máquina del tiempo de H. G. WellsAnteriorEpílogoBiblioteca Virtual Antorcha

DOCE

Por eso decidí volver. Durante mucho tiempo he debido haber permanecido sin sentido sobre la máquina. La brusca sucesión de los días y de las noches volvió a repetirse en la última etapa, el sol se volvió dorado una vez más y el cielo se tiñó de azul. Respiré con un grato sentimiento de libertad. Los fluctuantes contornos de la tierra subían y bajaban. Las manecillas caminaban hacia atrás en los diales. Distinguí por fin las sombras evanescentes de las casas y los testimonios y manifestaciones de la humanidad decadente. También éstas se esfumaron y aparecieron otras.

Cuando el dial de los millones estaba en cero, disminuí la velocidad. Empecé a reconocer nuestra arquitectura de modestas proporciones, la aguja de los millares volvió hacia atrás hasta su punto de origen y las noches y los días se sucedían más lentamente cada vez. Distinguí las viejas paredes del laboratorio, que al poco tiempo me cercaron. Y finalmente, muy despacio, frené el mecanismo.

Vi un pequeño detalle que me pareció extraño. Creo haberles dicho que cuando arranqué y antes de que mi velocidad fuese excesiva, la señora Watchett había pasado por la habitación con la rapídez, según me pareció, de un cohete. Al volver, atravesé de nuevo aquel momento en que ella pasaba por el laboratorio. Pero ahora todos sus movimientos se me representaron como una réplica exacta de los anteriores, sólo que invertida. Se abrió la puerta de la parte más baja y se deslizó hacia arriba por el laboratorio tranquilamente, siguió hacia atrás y desapareció detrás de la puerta por la que había entrado. Inmediatamente antes me había parecido ver a Hillyer durante un momento; pero pasó como un rayo.

Entonces fue cuando paré la máquina y vi en torno el querido laboratorio tan familiar para mí, con mis aparatos y utensilios, exactamente como los había dejado. Salí del aparato temblando de arriba abajo y me senté sobre mi silla. Durante algunos minutos estuve estremeciéndome violentamente. Por fin me tranquilicé un poco. Alrededor tenía mi cuarto de trabajo, tal como había sido siempre y como lo había visto un poco antes. Debí haberme quedado dormido y todo aquello debió haber sido un sueño.

¡Pero, sin embargo, no pudo haber sido así! Todo había empezado en el rincón sudeste del laboratorio: de allí arrancó la máquina. Después vino a posarse en la parte noroeste, contra la pared donde ustedes lo han visto. Esto supone la distancia exacta que había entre el pradillo en que aterricé y la Esfinge Blanca, dentro de la cual habían escondido los Morlocks el aparato.

Durante algún tiempo mi cerebro se negó a funcionar. Por fin me levanté y llegué aquí por el pasillo, cojeando, porque todavía me dolía el talón y me molestaba mucho. Vi sobre la mesa que hay junto a la puerta el número último de la Pall Mall Gazatte. Vi que la fecha era la de hoy y, al mirar al reloj, observé que eran casi las ocho. Oí sus voces y el ruido de los platos. Estuve dudando si entrar o no, porque me sentía completamente desfallecido y enfermo. Pero en aquel momento me llegó el sabroso aroma de la carne y me decidí a abrir la puerta. Lo demás ya lo saben ustedes. Me lavé, he cenado con apetito y ahora les estoy contando a ustedes la historia.

- Ya sé -dijo, después de una pausa- que todo esto les parecerá absolutamente increible. Para mí lo único increíble es verme aquí, en esta habitación familiar, ante las caras de mis amigos, contándoles estas extrañas aventuras.

Miró entonces al Médico.

- No. No puedo imaginarme que usted lo vaya a creer. Tómelo como una patraña ..., o como una profecia. Piense que lo he soñado mientras estaba en el laboratorio. Hágase la cuenta de que he estado divagando fantásticamente sobre los destinos de nuestra raza, tan vívidamente que he tramado todo un relato. Considere que las protestas que hago de su veracidad son únicamente trazos melodramáticos para despertar su interés. Pero, suponiendo que sea una pura ficción, ¿qué les ha parecido?

Sacó su pipa y empezó, según tenía por costumbre, a golpear con ella nerviosamente los barrotes de la chimenea. Se produjo un momento de silencio. Entonces las sillas empezaron a crujir y se oyó el roce de los zapatos sobre la alfombra. Levanté los ojos de la cara del Viajero del Tiempo y observé a su auditorio. Estaban en la oscuridad y sólo se veían pequeñas manchas de color desdibujadas. El Médico parecía absorto en la contemplación de nuestro anfitrión. El Editor miraba con atención la punta de su cigarro, que era el sexto que fumaba. El Periodista buscó su reloj. Los otros, según creo recordar, se quedaron inmóviles.

El Editor exhaló un suspiro y se levantó.

- ¡Qué lástima que no sea usted un novelista! -dijo, poniendo su mano sobre el hombro del Viajero del Tiempo.

- Pero, ¿no lo cree?

- Pues ...

- Yo creía que no.

El Viajero del Tiempo se volvió hacia nosotros.

- ¿Dónde están los fósforos? -preguntó. Encendió uno y pegó unas cuantas fumadas a la pipa-. A decir verdad ..., a mi también me cuesta trabajo creerlo. Y sin embargo ...

Sus ojos se posaron, como preguntando en silencio, sobre las marchitas flores blancas que había en la mesita. Después giró la mano en que tenía la pipa y vi que se estaba examinando unos arañazos medio curados ya, que tenía en los nudillos.

El Médico se levantó, se acercó a la lámpara y se puso a mirar las flores.

- Tiene número impar de Pétalos -dijo.

El Sicólogo se inclinó para comprobarlo, sacando una flor del búcaro.

- Que me ahorquen si no es la una menos cuarto -dijo el Periodista-. ¿Cómo iremos a casa?

- Cerca tenemos un sitio de coches de alquiler -constestó el Sicólogo.

- Es algo muy curioso -declaró el Médico-. Pero el caso es que no conozco la especie a que pertenecen estas flores. ¿Puedo lIevármelas?

El Viajero del Tiempo titubeó un momento. Y de pronto contestó:

- No puede ser.

- ¿De dónde las cogió? -insistió el Médico.

El Viajero del Tiempo se llevó la mano a la cabeza. Se puso a hablar como un hombre que quiere recordar algo, que se le escapa de la memoria.

- Me las puso Weena en el bolso ... Fue en mi excursión por el Tiempo -entonces paseó su vista por toda la estancia-. Me parece que todo esto se va a desvanecer. Esta habitación, ustedes y la atmósfera de cada día son algo que pesa demasiado en mi memoria. ¿He construido alguna vez una Máquina del Tiempo, o un modelo de Máquina del Tiempo? ¿O todo ello no es más que un sueño? Dicen que la vida es sueño, algunas veces un sueño que tiene muy poca gracia, pero no voy a ser capaz de aguantar otro que no se realice. A eso se llama locura. Pero, ¿de dónde surgió este sueño ...? Voy a echar un vistazo a la máquina. ¡Si es que hay máquina!

Cogió nerviosamente la lámpara y se la llevó hasta la puerta que iba a dar al pasillo, que se tiñó de destellos rojizos. Nosotros lo seguimos. Allí, a la luz parpadeante, estaba la máquina real y verdadera, parada, deforme, enigmática; era un artilugio de latón, ébano, marfil y cuarzo translúcido y resplandeciente. Ofrecia resistencia al tacto, porque yo mismo lo comprobé con mi mano y sentí su frío; sobre las piezas de marfil había manchas oscuras, señales de golpes y motas de hierba y de musgo en las partes inferiores; además una barra estaba torcida.

El Viajero del Tiempo colocó la lámpara en el asiento y deslizó la mano por la pieza estropeada.

- Ahora estoy seguro -afirmó- de que el relato que les he contado ha sido verdad. Perdónenme por haberles hecho venir aquí, a este cuarto tan frío, para comprobarlo -levantó la lámpara y volvimos al salón en el más profundo silencio.

Nos acompañó al vestíbulo y ayudó al Editor a ponerse el abrigo. El Médico le miró a la cara y, con cierta vacilación, le dijo que estaba fatigado por el exceso de trabajo, de lo cual él se rió a carcajadas. Me parece estarle viendo en el dintel, dándonos las buenas noches.

El Editor y yo nos fuimos en el mismo carruaje. El pensaba que todo aquel cuento era una divertida patraña. En cuanto a mí, he de confesar que no sabía a qué atenerme. La historia era tan fantástica e increíble, que contrastaba con la forma sencilla y verosímil en que nos la había expuesto.

Estuve despierto la mayor parte de la noche, dándole vueltas en la cabeza. Resolví que debía ir a visitar al día siguiente al Viajero del Tiempo. Me dijeron que estaba en el laboratorio y, como ya me conocían en la casa, me dirigí hacia él, sin más. Pero el laboratorio estaba vacío. Me quedé mirando unos momentos la Máquina del Tiempo y toqué la palanca con la mano. Con sólo eso, aquel artefacto cuadrado y de aspecto sólido se agitó como una rama movida por el viento. Su inestabilidad me alarmó y recordé aquellos lejanos días de mi niñez, en que constantemente se me advertía que no me metiese donde no me importaba.

Salí al pasillo. En la sala de fumar me encontré al Viajero del Tiempo. Venía de la casa. Llevaba una pequeña cámara bajo el brazo y un fardel bajo el otro. Se echó a reír cuando me vio y en lugar de darme la mano, que llevaba ocupada, me ofreció el codo.

- No se puede usted imaginar lo tremendamente ocupado que estoy -dijo- con ese objeto.

- Pero, ¿es verdad que no es un simulacro? -le pregunté-. ¿Quiere usted decir que fue cierto lo del viaje por el Tiempo?

- Pues claro que sí -y me miró con expresión de absoluta sinceridad a los ojos. Después titubeó un poco. Paseó la mirada por toda la habitación-. Sólo necesito media hora -añadió-. Ya sé a qué ha venido usted y le advierto que se lo agradezco mucho. Aquí tiene unas cuantas revistas. Si quiere acompañarme a comer, le demostraré la verdad del viaje por el Tiempo, con todos sus detalles, pruebas y demás. ¿Me perdona que le deje solo ahora?

Naturalmente, le dije que era muy dueño de hacer lo que quisiera, sin comprender todo el significado de sus palabras. El me hizo una inclinación de cabeza y salió al corredor. Oí cerrar la puerta de golpe, me senté en una butaca y me puse a hojear el periódico. ¿Qué se proponía hacer antes del almuerzo? Entonces, de repente, al ver un anuncio, recordé que tenía una cita con Richardson, el Editor, a las dos. Miré el reloj y vi que apenas si tendría tiempo de llegar en punto. Me levanté y me fui pasillo adelante a decírselo al Viajero del Tiempo.

En el momento en que ponía la mano en el picaporte, oí una exclamación truncada bruscamente y después percibí un chasquido y un golpe seco. Abrí la puerta y sentí en torno mío un remolino de aire, mientras de dentro venía el ruido de un cristal que se hizo añicos al caer en el piso. El Viajero del Tiempo no estaba allí. Me pareció divisar por un momento una silueta espectral y borrosa sentada en medio de un torbellino de latón y marfil. Era una figura tan transparente que a través suyo se distinguía la mesa de trabajo con sus planos y dibujos. Pero aquel fantasma se desvaneció de mi vista, mientras yo me frotaba los ojos.

La Máquina del Tiempo había desaparecido. En el rincón del laboratorio no quedaba más que un pequeño remolino de polvo, que todavía se movía. Por lo visto, con la ráfaga se había desprendido un cristal del techo.

Me quedé de una pieza, sin saber por qué. Comprendí que algo extraño debía haber ocurrido, aunque de momento no podía caer en la cuenta de en qué consistía. Estaba en pie, en medio del laboratorio, tratando de atar cabos, cuando se abrió la puerta y apareció el criado.

Nos miramos recíprocamente. Entonces empezaron a surgir las ideas de mi mente.- ¿Ha salido el señor ...? -le pregunté.

- No, señor. Nadie ha salido por aquí. Yo creía encontrarlo en el laboratorio.

Entonces comprendí. A riesgo de quedar mal con Richardson, preferí esperar allí a que regresara el Viajero del Tiempo. Traería consigo una historia todavía más extraña e inverosímil, corroborada con pruebas palpables y fotografias. Pero estoy empezando a pensar que hubiese tenido que estar esperando allí toda la vida.

El Viajero del Tiempo se esfumó hace tres años. Y, como todo el mundo sabe perfectamente, no ha regresado todavía.

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