Índice de El arte de aprenderCapítulo 4
Los dos primeros elementos del acto de aprender: voluntad, orden.
Segunda parte
Capítulo 1

Los tres procedimientos que se pueden emplear para aprender: la invención, el maestro y el libro.
Biblioteca Virtual Antorcha

PRIMERA PARTE
¿Qué es aprender?

Capítulo 5

Los hombres y el tiempo. Necesidad de un pacto de alianza con el tiempo. El tiempo y el acto de aprender. Aprender embellece el tiempo. Todo el mundo puede aprender.

Es una cosa notable que la mayoría de los hombres hablan mal del tiempo; no quiero decir contra el tiempo que hace, contra el aspecto del cielo, sino contra la duración, contra la marcha de las horas. Los hombres nunca están satisfechos de la manera como pasa el tiempo; lo abruman con reproches continuos y opuestos; de manera que, simultáneamente, Pedro acusa al tiempo de pasar demasiado lentamente, mientras que Pablo afirma que corre demasiado ligero; ambos, después de haberle reprochado hace un momento de lentitud o ligereza, aseguran lo contrario al instante siguiente. Se lo hostiga para que huya y se desea retenerlo cuando se va. Sin embargo, para su dicha, el tiempo prosigue su camino con paso uniforme, sin escuchar ni las imploraciones, ni las injurias... y gracias a esta divina indiferencia, el elemento cambiante y sucesivo de nuestro destino humano se convierte, para el sabio, en uno de los elementos más estables y más fijos de nuestra vida; basta amar el tiempo, respetarlo, acomodarse a él, tratarlo como aliado y en amigo. Así hace la naturaleza, y por esta sumisión sin reservas nos da, a pesar de estar sometida a cambio como nosotros, la sensación de que es inmutable.

Hemos visto que el acto de aprender ofrece un entrenamiento perfecto para la voluntad y el orden. Es, además, una de las mejores disciplinas para regular nuestras relaciones con el tiempo. La mayoría de las personas aprenden demasiado ligero, o demasiadas cosas en muy poco tiempo. Entonces, o bien se desaniman y no llegan a nada, o bien lo que tienen por estudio es sólo una distracción del espíritu, como una vaga película cinematográfica.

Este último caso es lo que ocurre con la mayoría de los escolares y aun de los adultos, puesto que las escuelas son los lugares del mundo donde más se maltrata el tiempo; se diría que los pedagogos están enojados con él, tanto lo execran y se complacen en violar sus leyes. En ninguna parte como en las escuelas, se pretende que, por ejemplo, una hora contenga lo que a todas luces no se puede abarcar en ese espacio de tiempo, (en el curso de literatura del bachillerato de humanidades, se dedican dos horas en todo el año, a Corneille); tampoco se observará en ninguna parte un despilfarro más descarado de las horas: lo que sabe de latín un bachiller al otro día de obtener su título, no vale una centena de horas de trabajo, y empleó ocho o diez años.

Antes de comenzar cualquier aprendizaje, caro lector, deberás hacer un pacto amistoso con el tiempo, que es generoso; a pesar de lo que se dice, en la jornada de la mayoría de los hombres hay amplias cantidades de él. Tres medias horas, y aun dos medias horas libres, por día, son suficientes para cualquier estudio fructuoso. Si disfrutas de más, regocíjate y aprovéchalo. Pero el pacto inicial con el tiempo es esencial; acomódate a su ley de sucesión y a su división periódica. No digas:
-Haría este trabajo si tuviera tiempo.
Eso no tiene, prácticamente, ningún sentido. Debes decir:
-Haré este trabajo todos los días a tal hora, o (siguiendo las diversas posibilidades de cada día) a tales y tales horas.

Así organizadas las cosas, puedes comenzar a establecer las relaciones directas entre tu estudio y el tiempo. Quiero decir, que estudiarás de la mejor manera posible durante el tiempo disponible, y evaluarás de inmediato el rendimiento de tu estudio con relación al tiempo transcurrido. Constatarás que ese rendimiento es muy modesto. Quisiera que, tú lector, comprendieras esta gran verdad: el hombre mejor dotado y aun entrenado en el arte de aprender, asimila muy pocos conocimientos en el corto espacio de una hora. El desorden, el desánimo y el abandono de toda empresa de estudio, provienen de no haberlo comprendido bien. El rendimiento del tiempo es pequeño, pero existe una compensación: Se dispone de mucho más tiempo de lo que se cree. Muchas veces se da esta excusa, pero entiendo que en una vida bien ordenada, hay amplias posibilidades de que no se pierda.

Además, por débil que sea el rendimiento, se experimentarán agradables sorpresas evaluando el lugar que ocupará en la vida, tal o cual estudio, una vez conocida su propia vocación. Esta evaluación resulta imposible para ciertos estudios (las artes, entre otros), pero, posibles, cuando se trata de asimilar, por ejemplo, los hechos contenidos en un libro. Entonces, nos sorprenderemos al ver que ello ha absorbido sólo una pequeña fracción de nuestra vida, si cada día hemos distribuído regularmente nuestra actividad. Es ésta una sorpresa análoga a la que nos da la evaluación de nuestras posibilidades físicas, con relación al tiempo: un deportista bien entrenado, que sale caminando de la plaza de la Concordia, un domingo, no verá más que otro domingo antes de llegar a Burdeos.

Nuestro trabajo, confortable y cordialmente incluído en el tiempo, y puesto así, al abrigo de la impaciencia y de las decepciones, nos proporciona una ventaja más: el tiempo nos enseñará el gran principio de la sucesión y de la periodicidad. Toda la naturaleza inanimada se somete a su ley: toda la naturaleza es periódica y procede por ciclos. Las estaciones comienzan, se detienen y vuelven a comenzar; las plantas forman botones, hojas, frutos, se detienen en esta evolución y la recomienzan; el agua exhalada de la tierra se acumula en nubes, cae en forma de lluvia, forma las aguas corrientes del mar, vuelve a ser nube y recomienza. No existe ningún esfuerzo de la naturaleza que no sea cíclico: nos parecen aperiódicos aquellos para los cuales la duración del período excede nuestros medios de observación.

Acomodemos nuestros esfuerzos a esa periodicidad: esforcémonos; detengámonos; reposemos; recomencemos. Es muy fácil observar en nosotros mismos, cuanto tiempo podemos estudiar sin cansancio: advierto a los aprendices pesimistas, a los dados al desánimo, que ese tiempo es corto. La atención prestada a un profesor que habla, sobrepasa escasamente una hora; media hora de estudio intensivo, con un libro, agota la mayor parte de las energías; es interesante cuando se tiene la capacidad de aprender, intensivamente, durante un cuarto de hora, mirando por la ventana, dando algunos pasos por la habitación, ejecutando dos o tres gestos rítmicos y hasta haciendo algún juego. ¿Te ríes? Convengo en que, es un método, muy distinto, del que se usa en las clases y en los estudios oficiales, donde, durante dos horas, no se permite levantar la nariz del pupitre. Pero ¿sabías que los reglamentos militares prescriben la conducta siguiente, para los caballos?: diez minutos al trote, cinco minutos al paso. Así se pueden efectuar grandes recorridos. Aplica ese sistema al estudio: economizarás esfuerzos de atención.

Pero, dirás: mientras juego o miro por la ventana, mi atención se dispersa, y cada vez que hago esto, tengo que hacer un nuevo esfuerzo para volver a empezar.

¡Error! Eso sería cierto, si se tratara de un trabajo de invención o de composición en los que se procede por arranques sucesivos, donde los períodos de inspiración se alternan con los de inercia; es natural que el individuo debe guardarse mucho de interrumpir una inspiración. Pero aprender no es obra de inspiración: es cuestión de paciencia y de atención. El verdadero enemigo del estudio es esa especie de divagación morosa que poco a poco nos entorpece los ojos o los oídos, bajo la palabra del maestro. ¿Cómo detenerse en la pendiente de esa divagación, una vez que nos hemos entregado a ella? Vale más, antes de divagar, a pesar nuestro, resolverse a interrumpir el estudio, y recomenzar luego conscientemente.

Cuando te hayas acostumbrado a acomodar al tiempo tu deseo de aprender, afirmo que esta disciplina repercutirá en todos los actos de tu vida. Como para la voluntad y el orden, aprender es, posiblemente, el mejor campo de ejercicio para la utilización del tiempo. Aun cuando te encuentres lejos de tu mesa de trabajo, te desafío a olvidar el valor de los minutos; ¡no los perderás, sin remordimiento! Si quieres descansar o divertirte, conocerás, por lo menos, lo que te cuesta, lo que te evitará despilfarros, y al mismo tiempo, hará que sean más sabrosos el reposo y las diversiones. Por último, sabrás que es un refugio inaccesible para el monstruo del aburrimiento, todos los instantes que llaman vacíos los perezosos y los tontos, y durante los cuales languidecen y bostezan, mirando impacientemente el reloj. La mesa de estudio es precisamente ese refugio; su defensa, la acción de aprender. No siempre basta leer para alejar al enemigo: hay muy pocos libros apasionantes; además, leemos sin esfuerzo, que es lo único que puede distraernos en ciertos momentos de la vida. ¡Ah!, los queridos estudios, que ciertamente merecen ese nombre, son preciosos para hacernos sobrellevar esos minutos. ¡Cómo devuelven al tiempo lo que ellos le han robado, y transforman el aburrimiento y la enervación en serenidad y después en placer! No son éstas, lector, palabras en el aire, ni entresacadas de un tratado de moral cívica; por el contrario, son tan serias, tan positivas, como serían las de un médico que te prescribiera treinta o sesenta centígramos de sulfato de quinina para cortar la fiebre. Contra el triste silencio de las horas, contra el aburrimiento, contra la enervación, contra los choques irritantes de la vida, el estudio es un remedio tan infalible, como la quinina para la fiebre. Al precio de un esfuerzo meritorio, habrás disciplinado tu estudio a las leyes inmutables del tiempo; la recompensa no se hará esperar y, durante toda tu vida, el estudio embellecerá tu tiempo.

Apliquemos aquí -a nuestra presunta meditación-, el principio sentado más arriba, cuando fijábamos las relaciones del tiempo con el estudio.

¿En qué punto estamos del estudio especial que hemos emprendido, o sea, del arte de aprender? ¿Cuánto camino hemos hecho, y cuanto nos queda por recorrer?

Estamos acabando las generalidades del problema. Sabemos que aprender no es un engaño, ni un señuelo, aun cuando el objeto no sea ganar el pan -o la gloria- con lo que se aprende. Hemos precisado la ventaja que constituye aprender; aun para aquellos que lo hacen sin un objeto inmediatamente utilitario, aprender es crecer; aprender es ensanchar la vida. Cada uno de nosotros puede elegir entre la dicha de Goethe y la del pordiosero; pero sabemos que aprender es un medio para conseguir la dicha.

Después de esto hemos observado, de cerca, y sin prejuicios, el acto maravilloso, por el cual, entran en nuestro espíritu las ideas nacidas y desarrolladas fuera de él; nos ha sorprendido la analogía entre ese fenómeno de absorción intelectual y la asimilación física de los alimentos por nuestro cuerpo. Las grandes reglas de energía, de orden y de tiempo que aseguran la mejor asimilación física nos han parecido esenciales en lo intelectual. Hemos aislado después, las ideas de voluntad, de orden y de tiempo: hemos examinado cómo las tres rigen el acto de aprender, cualquiera que sea la materia.

Si estamos convencidos, desde este momento, que aprender es cuestión de voluntad, de orden y de tiempo, y comprendemos por qué es así, no hemos perdido nuestros esfuerzos preliminares. De ahí resulta, en efecto, esta verdad considerable y consoladora de que TODO EL MUNDO PUEDE APRENDER, y que hay un medio aplicable a todo el mundo, salvo, claro está, a los enfermos, a los débiles de voluntad y a los anormales cerebrales; pero éstos son un residuo humano numéricamente débil y, por lo tanto, despreciable.

Pero el hecho capital, sacado a luz, en nuestras cinco primeras meditaciones, está aquí, ilustrado con una comparación:
De la misma manera como todo individuo, constituído físicamente de una manera normal puede correr y correr mucho a condición de servirse metódicamente de sus piernas y de sus pulmones -todo individuo de inteligencia media puede aprender y aprender bien, a condición de servirse metódicamente de su cerebro, de sus oídos y de sus ojos.

Y de la misma manera como un individuo medianamente dotado, pero bien entrenado, corre mejor que otro superiormente dotado, pero sin entrenamiento, en el arte de aprender, una inteligencia media, pero disciplinada a las leyes esenciales de esa actividad, derrotará a una inteligencia superior, pero indisciplinada.

Establecer esto, era el objeto de la primera parte de este libro: Se puede aprender.

La segunda contendrá el detalle de la disciplina práctica: ¿Cómo aprender?

Índice de El arte de aprenderCapítulo 4
Los dos primeros elementos del acto de aprender: voluntad, orden.
Segunda Parte
Capítulo 1

Los tres procedimientos que se pueden emplear para aprender: la invención, el maestro y el libro.
Biblioteca Virtual Antorcha