Índice de El arte de aprenderSegunda parte
Capítulo 4

El arte de escuchar.
Tercera parte
Capítulo 1

El espíritu humano cercado por la multitud de cosas a aprender.
Biblioteca Virtual Antorcha

SEGUNDA PARTE
¿Cómo aprender?

Capítulo 5

La retención. La memoria: injusto descrédito en que ha caído este uso pedagógico. Culto y cultura de la memoria. Medios para ejercitarla y aliviarla. La escritura, segunda memoria. Todo el mundo tiene bastante memoria; pero toda memoria es limitada.

No vale la pena haber estudiado algo, si no se retiene; pero no está todo perdido, puesto que, estudiando, se ha impuesto al espíritu una gimnasia y ésta será tanto más suave cuanto mayor sea el entrenamiento. He aquí por qué la frase ya citada: El señor Fulano ha terminado sus estudios no tiene el sentido absoluto que le dan algunas personas, pero, sin embargo, significa una formación intelectual útil y real.

¿Pero no es desconsolador pensar que se ha mantenido a los niños durante once o doce años en los bancos de la escuela, sujetos a un régimen desagradable, con la pretensión de enseñarles francés, latín, griego, historia, geografía, los elementos de las ciencias matemáticas, físicas y naturales -para que al fin de cuentas, dos años después de haber salido de la escuela, no quede en sus espíritus casi nada de lo que aprendieron? El residuo de la ciencia adquirida podría ser encerrada, fácilmente, en veinte páginas de un libro de tamaño corriente. ¡Y en qué desorden se encuentra ese residuo! Es desconsolador pensar en la cantidad de libros que hemos leído después de la escuela, en las numerosas conferencias y discursos que hemos oído, en las diversas conversaciones sustanciales que hemos mantenido, de todo lo cual muy poco queda en nuestro cerebro en estado de imagen clara y evocable.

Oír y ver de esta manera no es, exactamente, ver ni oír; sobre todo, aprender así no es aprender. Es necesario estudiar para saber y, cuando se sabe, es necesario poder, con un esfuerzo moderado, conservarlo en el espíritu y mantenerlo en una forma disponible.

Las cosas que se han aprendido se guardan en el espíritu con la ayuda de la memoria.

Pocas de nuestras facultades son más misteriosas que la memoria. No sabemos donde se asienta; nos oculta cosas que creíamos desaparecidas y nos las muestra súbitamente; hace frente a la voluntad trabajando en un rincón con una especie de independencia. Ignoramos por qué medios la inducimos a abrir la puerta de su escondrijo y, sin embargo, llegamos a él. Ejemplo: la búsqueda, en la memoria, de un nombre olvidado; nos esforzamos en encontrarlo sin saber cómo dirigir nuestro esfuerzo con una especie de empuje ciego. Y ese esfuerzo acaba siempre en la noche por dar resultado: ¡el nombre olvidado reaparece!

No sabemos apreciar en lo que se merece esta facultad misteriosa que toma todo lo que asimilamos y lo reserva sin que sepamos, en realidad, que son esas cosas: gestos, hechos, razonamientos, sensaciones conscientes, ideas, etc.

Ahora bien, en la enseñanza de los últimos treinta años, los pedagogos imprudentes han tratado de desacreditar la memoria, por lo menos, en la educación. La frase aprender de memoria ha recibido una interpretación despectiva; no se debía aprender nada de memoria. Los hechos, los razonamientos, el encadenamiento de las ideas debían introducirse en el espíritu por su propia fuerza violentando, por decirlo así, la memoria, sin que ésta avanzando delante de ellos los acogiera y los amparara.

Esto es un absurdo, puesto que, la memoria debía intervenir aunque fuera sólo pasivamente. Este absurdo -que pone en entredicho la energía activa de la memoria-, procedía de una incomprensión pedagógica fundamental.

Se creía que, lo que se había estudiado de memoria, necesariamente, se había aprendido sin comprenderlo, como un loro, para usar la expresión escolar. Es este un postulado arbitrario y falso, ¿por qué no se va a poder comprender lo que se aprende de memoria? Pongamos por ejemplo lo que hay de más intelectual, en apariencia: un teorema de geometría. Un estudiante tres veces tonto, estudiando solo, lo aprenderá, palabra por palabra, sin comprender nada, iY sabe Dios qué esfuerzos tendrá que hacer! Pero a un alumno más inteligente, no le bastará haber comprendido el teorema para saberlo; tendrá que repetirlo en el pizarrón o en el cuaderno e ir ingeriendo las proposiciones sucesivas en su espíritu, de tal manera que ellas se presenten, después, espontáneamente. En ese momento, el estudiante sabrá el teorema. ¿Lo sabrá menos por eso? Al contrario.

¡Pues bien!, en todas las ciencias, en todas las artes, en una palabra, en todo lo que se estudia, hay, como en la geometría, una armazón de ideas o de procedimientos que es necesario aprender de memoria, entendiéndose, naturalmente, que se debe ir comprendiendo el sentido de las ideas y el mecanismo de los procedimientos. Hay cosas que se deben saber definitivamente cuando se las ha aprendido una vez. Ejemplos: los hechos y su época, en la historia; en la ciencia, las definiciones y el encadenamiento de los teoremas; el vocabulario y las flexiones, en las lenguas; todo lo que, en las artes es receta y manipulación de obrero. En ningún momento la memoria debe trabajar sin la ayuda y la vigilancia de la inteligencia. Pero ¡qué débil, discontinua y hasta inconexa sería la inteligencia sin la ayuda perpetua de la memoria! Practiquemos el culto de la memoria. Todo aprendizaje que reniegue de ella está destinado a fracasar. Lejos de proscribirla de la educación, yo desearía que, en el salón de clase y hasta en el gabinete de trabajo del hombre de ciencia, hubiera un altar o un icono, consagrado a la memoria...

Algunas personas tienen una memoria superabundante, prodigiosa; y son, muchas veces, muy inteligentes, pero no siempre. Dejándose llevar por la rapidez con que aprenden de memoria, retienen a veces cosas que no han comprendido. Estas personas debieran frenar su memoria; pero éstos son casos excepcionales.

Mucho más numerosas son las que acusan a su memoria de debilidad e impotencia. Dicen: no tengo memoria; o bien: tengo mala memoria; y lo que también es muy corriente oír: tengo memoria para tal cosa y no para tal otra.

Todo esto, si se me permite mi opinión, no es más que charlatanería, algo que no tiene sentido.

La mayoría de los seres humanos poseen una memoria suficiente como para aprender y retener cualquier cosa que sea, como la mayoría de las personas pueden servirse prácticamente de sus piernas, sus ojos y su voz, dejando de lado, por supuesto, a los esfuerzos.

Las personas que se quejan de su mala memoria son casi siempre, perezosas o torpes. Una prueba: todo el mundo retiene lo que tiene necesidad absoluta de retener: los nombres de las calles y de las personas, los números de télefono, los hechos esenciales de sus negocios, etc. Algunos actores, entre ellos, muchos célebres, poseían una mala memoria; aprendían y retenían sus papeles, sólo porque era necesario... Ahora bien, una memoria que puede retener esto, es también capaz de recordar aquello. Todo el mundo posee la herramienta; muchos son cobardes para manejarla y otros no conocen su manejo.

Ejercitar la memoria es, en efecto, un esfuerzo, un esfuerzo arduo y que exige método. Aprender de memoria es un acto de voluntad y de energía. Es necesario poner la cabeza entre las manos, apoyar los codos en la mesa, taponarse los oídos y repetir lo que se quiere aprender, obstinadamente, durante mucho tiempo para llegar a dominar y a suavizar el instrumento misterioso. Es necesario haber aprendido de memoria palabras, fechas y razonamientos, para poseer a los veinte años una memoria fuerte y ágil. Si ha sido constantemente vigilada por la inteligencia y si nada se ha librado a ella sin haber tomado por confidente y depositaria a la memoria, su colaboración acabará por ser tal que, el sujeto no distinguirá sus operaciones respectivas. El espíritu escogerá, espontáneamente, lo que debe confiar a la memoria, la cual cosechará, en el campo cultivado por la inteligencia, lo que le pertenece.

Dar como medio de ejercitar la memoria, el tomar la cabeza entre las manos, apoyar los codos en la mesa, taponarse los oídos y machacar y machacar sin cesar, parecería un procedimiento un poco corto y, sobre todo, casi seductor. La verdad es que nada es capaz de suplir a un ejercicio enérgico y asiduo de la memoria; pero cuando esta facultad está bien ejercitada, no está prohibido usar medios que faciliten el trabajo, alivien el esfuerzo y aumenten el rendimiento.

Existen, ante todo, los medios llamados mnemónicos; personalmente, no creo en ellos; me guardaré muy bien de enumerarlos aquí. Consisten, casi todos, en reemplazar las cosas (fechas, hechos, nombres, etc.) que deben retenerse, por fórmulas que tienen fama de alojarse más fácilmente en la memoria. El ejemplo famoso es la serie de palabras extravagantes inventadas para retener los diversos géneros de silogismos... Se dice que un procedimiento análogo permite retener las fechas sustituyéndolas por palabras (raras también), en que cada sílaba corresponde a una cifra. ¿Por qué habrían de ser más fáciles de retener que las fechas? Misterio. El defecto común a todos estos métodos artificiales es el dirigirse a la memoria aislada de la inteligencia. Estimo, por el contrario, que no se puede separar la una de la otra. Proscribo la memoria del loro.

Felizmente, hay medios inteligentes de aliviar la memoria. He aquí uno de ellos:
No aprender nada de memoria que no haya sido perfectamente comprendido y coordinado.
Pero -se nos dirá- los nombres y las fechas, ¿cómo comprenderlos, cómo coordinarlos?
Siempre hay alguna realidad que relaciona, por ejemplo, el nombre al objeto y que distingue la fecha en la cual ocurrió el hecho. No aprender jamás un nombre geográfico en una seca enumeración, sobre una página; aprenderlo en el mapa; jamás aprender una fecha que no esté situada en un cuadro cronológico conocido. Aprender la historia, por ejemplo, por períodos de siglos y descender lentamente al detalle. Si un alumno me responde, después de un minuto de reflexión: Enrique IV murió en los primeros años del siglo XVII, eso me basta siempre que esté informado en la misma medida de los principales acontecimientos considerables de la época. Un loro respondería: En 1510 - en 1310. Lo que sucede es que, un loro no coordina lo que aprende. El orden es una de las expresiones del la inteligencia.

Segundo medio inteligente de aliviar la actividad mnemónica:
Ayudar a la memoria puramente intelectual por la de nuestros sentidos. Todos la poseen y ella coopera útilmente con la intelectual.

Los ojos tienen su memoria; también los oídos y los dedos y el olfato. Todos nuestros sentidos pueden ayudar a nuestra memoria intelectual, pero los dos más poderosos para ayudarla son, seguramente, la vista y el oído.

Es inútil comentar el papel mnemónico de la imagen: hoy es muy corriente abusar de las ilustraciones en los libros didácticos, olvidando que, su extrema multiplicidad termina por destruir su efecto mnemónico. Pero el estudiante adulto no debe abandonar en sus estudios el apoyo de la memoria visual; debe controlar con la vista, siempre que pueda, lo que ha leído. Es esta una de las utilidades de los museos (donde por lo demás, van muchas personas que no han leído nada, que no saben nada y que olvidan muy pronto todo lo que ha desfilado ante sus miradas). Si quieres experimentar el beneficio de la memoria visual, lee una obra sobre arte griego, y después busca todas las reproducciones que puedas de las obras citadas; llegarás a ser muy pronto más erudito que un señor recién llegado de Grecia.

El apoyo suministrado por la memoria auditiva no es menor. Por mucho que diga Horacio. Se puede hacer una experiencia inmediata, aprendiendo de memoria diez versos de Racine diciéndolos para sí mismo, y después otros diez recitándolos en voz alta... En el segundo procedimiento se empleará la tercera parte del tiempo que se necesitó para el primero y se los sabrá mejor... Otro efecto de la memoria auditiva es la mayor facilidad para aprender el ritmo. Se enseña a los niños haciéndoles cantar; una vez mayores, retenemos más rápidamente y por más tiempo las palabras cantadas que las recitadas, y los versos que la prosa. Los primeros son elegantes y fieles vasos, para guardar en nosotros las ideas. ¡Dichosos los pueblos para quienes la ciencia histórica estaba contenida en Homero! Admito que, aunque los versos de Lancelot no irradian poesía y hasta carecen de ritmo y acentuación, son útiles para retener las raíces griegas y han aliviado el esfuerzo de numerosas memorias. Estoy de acuerdo, también, en que las historias de Francia en verso son, generalmente, lamentables. ¡Qué lástima que mi colega Lavisse no sea versificador!... Por lo demás, debes confesar que no hay medio más elegante, más rápido y más seguro de retener los signos zodiacos que estos dos versos latinos que, por otra parte, son encantadores:
Sunt Aries, Taurus, Gemini, Cancer, Leo, Virgo, Libraque, Scorpius, Arcitenens, Caper, Amphora, Pisces.

Lee muchos versos. Aprende de memoria, muchos versos, versos franceses, latinos, griegos, en todas las lenguas extranjeras que estudias. Es un maravilloso ejercicio de la memoria que, al mismo tiempo, enriquece el espíritu.

He dejado para el final el medio más inteligente de aliviar la memoria:

ESCRIBIR:

En otra parte he llamado a la escritura la segunda memoria. Lo que se ha escrito reemplaza de alguna manera lo que debí recordar; basta acordarse de que se ha escrito y saber encontrarlo...

Pero la escritura tiene una utilidad distinta. Lo que se escribe con atención se graba en el espíritu; copiar y volver a copiar, una y otra vez, es un procedimiento fastidioso, es verdad, pero es eficaz aún para las memorias más rebeldes. La mayoría de las personas se niegan a emplear este método por pereza y, sin embargo, economiza tiempo. Volvemos así, por otro camino, a la disciplina de la lectura pluma en mano, esencial a toda educación y a todo estudio.

Invito también al lector, si no lo ha hecho ya, a consagrar, cada día, diez minutos a anotar los acontecimientos intelectuales de su jornada: He visto tal cuadro, he oído tal conversación interesante, he leído tal libro. El lector que siga mi consejo quedará asombrado, al cabo de un mes, de todo lo que su memoria ha coleccionado sin esfuerzo.

Los lectores más perezosos deberían, por lo menos, marcar en el margen de los libros que leen, los pasajes que hayan llamado más su atención. Haz la experiencia; toma el libro después de pasado un año, contentándote con releer los pasajes subrayados: constatarás que todos han abandonado tu memoria. Pero a la tercera vez, reconocerás ya algunos, que no habían desertado de tu recuerdo.

Una nota importante para terminar. Hemos dicho que todo el mundo, salvo los enfermos, posee una memoria suficiente como para retener el conjunto de nociones que forman una buena cultura. Pero no olvidemos que todo el mundo -salvo un prodigio como Inaudi- tiene una memoria de una capacidad limitada entre fronteras muy estrechas. Aún con mucha atención y método, una memoria humana no retiene simultáneamente muchas cosas diferentes. Es necesario descargar, tanto como sea posible, de todo lo inútil; incluso se debe limitar la carga útil. Si se quiere retener nociones claras de todo, esas nociones deben ser reducidas, necesariamente, a lo esencial.

¿No deberían comenzar por la evaluación de esa capacidad mnemónica?

¿Es un buen escanciador el que, volviendo la cabeza, vierte en la copa más líquido del que ella puede contener?

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