Índice de El arte de aprenderTercera parte
Capítulo 3

Nobleza de las ciencias abstractas.
Tercera parte
Capítulo 5

El asunto de las lenguas.
Biblioteca Virtual Antorcha

TERCERA PARTE
¿Qué se debe aprender?

Capítulo 4

Se aprende a sentir. Desigualdad de las dotes artísticas. Los privilegiados. Abordemos las artes con un espíritu de modestia. La práctica de las artes. Su importancia para la cultura del espíritu y para la felicidad. Despreciarlas rebaja la calidad del hombre culto.

Casi nadie es insensible a las artes. En las cavernas de la Dordoña admiramos los dibujos del período prehistórico; los pueblos salvajes, los más próximos a los grandes antropoides, fabricaron collares, decoraron armaduras, bailaron al compás de ruidos groseramente rítmicos. En fin, en nuestros países civilizados los menos cultos de nuestros contemporáneos reciben de las artes que los rodean alguna impresión, salvo cuando sus sentidos, por una causa o por otra, están enfermos. Al oír las reflexiones de un campesino ante un gran edificio, las de un soldado en el museo y las de Margot en el melodrama, sin duda, un espíritu delicado sonreiría; sin embargo, el campesino, el soldado y Margot han rendido su humilde homenaje. El arte precede a todo lo que se aprende por la inteligencia: impone su acción aun a los que no lo buscan.

Justamente, a causa de esa universalidad de acción, es fácil observar cómo el arte obra sobre las sensibilidades medias. Se comprueba que, aunque nadie, salvo los enfermos, es enteramente insensible, aquellos cuya sensibilidad no ha recibido educación se conmueven poco o equivocadamente. Muchas veces, sobre todo para la música, el dibujo y el modelado, una sensibilidad se despierta y después se desarrolla espontáneamente: es la excepción del genio. Menos raramente el gusto por un arte se despierta en el niño, y aun sin ayuda extraña el adolescente y el adulto prosiguen esa especie de educación pasiva que es posible en las ciudades modernas. Pero la regla general es que una sensibilidad media, librada a sí misma, no progrese. Tenderá, más bien, a empequeñecerse, a desaparecer bajo la acción deprimente de una vida difícil. He señalado en otra parte que casi todos los niños son artistas, artistas creadores, aun aquellos que más tarde se convertirán en la madera de la que se fabrican los cochinos burgueses. Esta sensibilidad artística que la naturaleza ha depositado en el fondo de todos nosotros, necesita ante todo de la disciplina y del desarrollo.

Es éste, precisamente, el objeto de la educación artística: enseñar a sentir.

El aprendizaje del arte, como el intelectual, es cuestión de voluntad; aunque sea, sin embargo, un dominio distinto: sin que desaparezcan las leyes esenciales para aprender, parecen compensadas por una especie de régimen a favor; es que las diferencias de sensibilidad artística entre los hombres son singularmente más grandes que las de la inteligencia. Tal artista neófito, sin haberse tomado el menor trabajo, sobrepasa de pronto a su iniciador. Fíjate en cómo dibujan los niños: algunos modelan como jugando y dan del modelo una imagen agradable y exacta; otros son todo ojos, sacan la lengua, rompen el lápiz, y sólo trazan un borrón informe. Tal memoria, una vez que ha oído una canción, no la olvida jamás; tal otra, para retener un trozo musical debe repetirlo cien veces. Aquí aparece el don divino; para quien no lo posee, ningún esfuerzo le bastará para alcanzarlo, ni habrá maestro, por genial que sea, capaz de infundírselo.

Por otra parte, para el discípulo verdaderamente dotado, el esfuerzo es un placer: el pequeño dibujante y el pequeño músico se entretienen perfeccionándose en el arte que los atrae.

Para los privilegiados, el pequeño esfuerzo que tengan que hacer es un goce; las reglas, apenas entrevistas, se adaptan por sí mismas a una sensibilidad que someten a su encanto; el tiempo no cuenta: son maravillosos los progresos que rinde y, además, no se le siente transcurrir... La lucha con los no-privilegiados es demasiado desigual. El arte es el dominio, no de la justicia, sino de la gracia.

A los privilegiados no hay por qué enseñarles las artes; hasta diría que no creo que, en una sociedad organizada como la nuestra, haya grandes vocaciones sofocadas; tampoco creo en la obra de arte desconocida... Mozart, Burns, Il Correggio (1) , encontraron por sí solos el camino; no se escribió para ellos un libro didáctico sobre el arte de aprender.

Pero sin Mozart, Burns ni Il Correggio se pueden gustar los placeres del arte; sin pretender jamás la menor fuga, ni colgar en la pared un cuadro firmado con su nombre, se puede amar la música, la pintura y la poesía; también se puede solamente desear amarlas, y trabajar para ello. Nosotros hablaremos aquí de la distinción que es necesario establecer en el umbral del templa serena del arte. Neófito, ¿cuál es tu proyecto?
-¿Quieres entrar en el templo para ser un fiel o para ejercer en él un sacerdocio?...
Si fueran sinceros, la mayoría respondería:
-Quiero ser, de inmediato, gran sacerdote...

No trataremos aquí, de enseñar el catecismo. Que ellos entren solos, y que consigan, si pueden, el lugar que desean... Ofreceremos una disciplina a aquellos menos ambiciosos, que digan:
-Yo quiero oír el servicio divino y participar del culto...

Si en algunos de estos humildes fieles, se despierta algún día la vocación sacerdotal, ¡mejor que mejor!

Tomar una sensibilidad media, desarrollarla e iniciarla en las diversas formas de placer y de la emoción artística, es lo que pretende el arte de aprender, en ese dominio, que es el de la gracia y el del placer divinos.

No digamos al aprendiz:
Hay muy pocos elegidos. ¡Cuántos crueles sinsabores recibirán los que comienzan una educación artística, pensando: ¡Estudio para llegar a ser un maestro! Se producen decepciones más grandes aún cuando se piensa: Posiblemente no seré un maestro, pero haré obras estimables, puesto que, cuando se hagan esas obras mediocres, se sufrirá porque el público no las tiene por magistrales. La sabiduría ordena pensar: Aprendo para comprender el arte, para gozar con plenitud y conciencia la obra de los otros, pero de ninguna manera, para producir y pretender la admiración por mis obras.

Para un espíritu que posea tal sabiduría, ¿cuál será un buen procedimiento de educación artística?

Si se trata de un niño o de un adulto, cuya sensibilidad no ha sido desarrollada, es necesario buscar, ante todo, un acceso hacia esa sensibilidad naciente o entorpecida. Todo ser humano, por inculto que sea, es más sensible a tal manifestación de arte que a tal otra: he aquí una señal de acceso. Desarrolla, entonces, la sensibilidad especial que se ha manifestado: no pongas, por la fuerza, un lápiz en la mano de un cantor; no arrastres al piano al niño que, cual nuevo Luciano de Samosata, se divierte espontáneamente confeccionando muñequitos de cera. Todas las artes son hermanas, o si te agrada más una fórmula menos pomposa y más precisa, diré que todas las artes se comunican entre sí, por la sensibilidad interior. Todas las artes no son más que una manera intensa, concentrada de hacer percibir la naturaleza a nuestros órganos. Captarás claramente esta intercomunicación de las artes, oyendo hablar, entre ellos, a los artistas más diversos: pintores, músicos, escultores, etcétera.

Cuando la sensibilidad del sujeto comience a organizarse sobre el objeto especial en que se ejercita, es decir, cuando su curiosidad, su placer y su emoción se hayan desarrollado, habrá llegado el momento de agrandar el dominio de esa sensibilidad. Constatarás, entonces, que se adapta mejor que en la primera prueba: es más fuerte y, al mismo tiempo, se doblega más fácilmente a medida que es más consciente. Muchos fracasos en la educación artística de los niños y adultos se deben a que se ha comenzado por la inteligencia. Sin duda alguna, las artes tienen una gramática, que es necesario conocer: no se comprenderá jamás a fondo la música, sin las nociones de solfeo y armonía, ni la poesía, si se ignoran las leyes prosódicas. Pero es un error por partida doble (más grave que si se tratase de geometría), comenzar la enseñanza de la pintura diciendo: La pintura es un arte que.... El mejor comienzo será el día en que el niño, habiendo fijado sus ojos en una imagen, interrogue sobre el placer que experimenta; entonces, se le inducirá a explicarse, sobre ese sentimiento; se le preguntará qué prefiere y por qué, y se le reprochará su gusto, para forzarlo a defender su preferencia... Es el método socrático que un adulto con inquietudes podrá ejercer consigo mismo, mirando y escuchando las obras de arte, comparándolas, analizándolas y tratando de formularse a sí mismo, sus preferencias. El día en que el neófito discuta y se encolerice por defender su elección, habrá comenzado su verdadera iniciación. Se ve, pues, que el aprendizaje de la sensibilidad es un descubrimiento guiado, tanto como sea posible, por el maestro. En el arte, el descubrimiento sin maestro, fuera del caso del genio, es más peligroso que en ningún otro aprendizaje. ¿Quién no ha encontrado algún falso artista autodidacta? ¿Quién no ha compadecido -y temido-, a esa especie de demente? El autodidacta sin genio se dedica siempre a lo original, a lo extraño, a lo chocante, y lo hace (lo que es una lástima), con una sensibilidad pobre, hecha, todo lo más, para adaptarse a las expresiones de arte más claras y más simples.

Un excelente maestro es siempre difícil de encontrar: ¡dichoso el discípulo de un Rubens, de un Beethoven o de un Flaubert! Un hombre culto, aún sin genio, pero que ama su arte, puede prestar grandes servicios a sus alumnos. Si no se dispone de ningún maestro, queda el esfuerzo personal, guiado por buenos libros. Comprenderás que no se trata, entonces, de aprender a pintar, pues la pintura no es como el arte culinario, donde se pueden ejecutar las obras bajo receta; se trataría de desarrollar su sentido de la pintura, aprender a juzgarla y a conocer sus procedimientos y su historia. Si no tienes más que libros a tu disposición, comienza resueltamente por los de los maestros, por los de aquellos que se han hecho célebres con su arte. ¿Se trata de adquirir conocimientos sobre pintura? Lee, entonces, por ejemplo, Los Maestros Antiguos de Fromentin; esta lectura exaltará, a la vez, tu curiosidad y tu sensibilidad, y te hará sentir el deseo de mirar, de comparar y de juzgar la buena pintura... Lee la correspondencia de los grandes pintores; anota las obras de arte que ellos citan; ve a buscarlas a los museos, búscalas en las reproducciones de los grandes alumnos modernos... Con la obra de arte a la vista, compara la inercia de tu sensibilidad, con el calor de la del maestro: exalta tu fervor, como un clérigo cuando medita sobre la caridad de los santos... He aquí el autodidactismo provechoso... Pero el aprendizaje que comienza por la inteligencia, el libro que comienza por: La pintura es el arte de..., no, eso no, cien veces, no.

Sería privarse de un poderoso medio de progreso en el estudio de las artes, renunciar al ejercicio de ellas por modestia o bajo pretexto de que se carece de genio. Ante todo, los elementos de la música y el dibujo, son tan útiles para la formación general de un niño, como los de la gramática y el cálculo. Los elementos del modelado, aunque menos esenciales, son también preciosos. Además, si se hace una detestable copia de La Gioconda, con conocimientos de la pintura en general, y de Vinci en particular, lo importante es reconocer que se hizo una copia deforme. Una verdadera cultura artística -excluyendo toda pretensión de ser artista- debe saber juzgar lo que se ha hecho, como una cultura científica sabe confrontar los resultados.

No conocerás nunca las leyes de la prosodia -¿qué digo?-, no gustarás jamás de los poetas, si no has garabateado algunos versos. Eso sí, ten cuidado de echarlos al fuego después de haberlos hecho.

Es necesario que la humanidad comprenda toda la dicha que aportan al mundo las artes, puesto que, en todos los tiempos, ellas han guardado un lugar en la gloria, para los artistas, es decir, para las personas que no hacen nada práctico ni utilitario. No quiero fatigarte, querido lector, demostrándote la importancia de la cultura artística para el goce de la vida, puesto que supongo que tú aceptas ese postulado. Pero quiero hacerte una pregunta:
- ¿Se puede, razonablemente, en la vida, pedir la dicha a todas las artes?
Dicho de otra manera, ¿se debe buscar una cultura artística universal?

Antes de formular la respuesta, miremos en torno nuestro. Entre las gentes ociosas, vemos a quienes se complacen sucesivamente, leyendo buenos libros, visitando ricos museos, oyendo buena música; no hablo de los que hacen esto o aquello, porque está de moda o por hacerlos creer en su cultura; hablo de los aficionados sinceros. Los hay en gran número, en una ciudad como París; pero son, justamente, personas ociosas, es decir, o bien, personas ricas, o bien, gentes que viven con poco, a fin de tener tiempo para dedicarlo al arte; categoría más numerosa de lo que se cree. Entonces, se puede gozar de todas las artes, pero con una condición: el ocio. Ahora bien, la mayoría de las gentes tienen, a lo largo de su vida, muy pocos momentos libres.

A éstos les diría:
- Trata de no ignorar ninguna de esas flores de la sensibilidad humana que se llaman artes; pero si no puedes formar con ellas un ramillete, elige la que más te atrae; que ella embellezca la intimidad de tu vida. Es casi seguro, que un empleado de un ministerio o un dependiente de comercio, están privados, por falta de tiempo, de ese goce múltiple que una civilización artística dispensa a los privilegiados; pero se puede decir que no existe una vida tan obstruída que no pueda dar cabida al amor y a la práctica de un arte. Pueblos enteros son aficionados a la pintura o a la música: mira a Italia y a Alemania. Los franceses se apasionan por la literatura. Admiremos y estimulemos la curiosidad y la práctica de un arte, cualquiera que sea, según los gustos de cada uno, en todos aquellos que tienen su vida extremadamente ocupada por el trabajo material. Y si nosotros, más dichosos, tenemos bastantes momentos libres, como para dedicarlos a conocer, estudiar y gustar todas las artes, y damos con más amor a uno en particular, sepamos que, dejar de hacerlo, es desdeñar el único camino que nos conduce a la categoría de hombres cultos.

**NOTA**

(1).- Burns Robert (1759-1796). Poeta nacional escocés, cuyo sentido del humor es recordado cada 25 de enero en el festejo de su natalicio, cuando su Oda al Haggis es recitado antes de probar el famoso platillo.
Antonio Allegri, llamado Il Correggio (1489-1535). Pintor italiano nacido en Correggio. Considerado como pionero para difuminar los fondos de sus obras y así poder destacar sus personajes principales alumbrándolos de manera excepcional. NdE.

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