Índice de La escuela y la psicología | Capítulo I | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
INTRODUCCIÓN
¿Qué beneficios han reportado a la escuela actual las investigaciones de la psicología experimental? ¿Qué influencias han ejercido estas investigaciones sobre la práctica de la enseñanza? ¿Qué aplicaciones pedagógicas se desprenden de estos trabajos? ¿Qué transformaciones ha sufrido la didáctica actual por los trabajos de los experimentadores?
Muy feliz me consideraría si pudiera contestar a todas estas preguntas y demostrar las mejoras que la escuela moderna debe a las investigaciones de los psicólogos. Sin embargo, la cosa no es fácil porque la escuela no se ha decidido hasta ahora a sacar partido de las conclusiones de los psicólogos o de los biólogos, a aceptar la saludable revolución que debe transformarla algún día. De todas las disciplinas, en efecto, solamente la pedagogía no ha tenido todavía su revolución: la biología, la medicina, el derecho, la filosofía, la misma teología han sufrido una gran crisis, que ha removido de arriba a abajo los conceptos de otros tiempos, y ha abierto horizontes llenos de promesas, muchas de las cuales se han realizado ya. La práctica de la educación es hoy susceptible de las mismas críticas que ya le dirigían Rabelais y Montaigne hace cuatrocientos o quinientos años. La química o la misma medicina, por ejemplo, con la mejora de sus procedimientos, no sufrirían hoy con paciencia las críticas que premiaban a los alquimistas de la Edad Media o a los medicastros de Molière.
¿Por qué lamentable milagro ha podido la pedagogía escapar todavía a la suerte que se le desea desde hace tanto tiempo? Sería interesante estudiar las causas de ello; pero me apartaría demasiado de mi objeto. Anotemos solamente que, por una parte, la misma psicología es un poco responsable: apareció tardíamente en el árbol de la ciencia, y no ha podido ofrecer a los pedagogos en los pasados siglos los elementos indispensables para una reforma positiva y fecunda. Por otra parte, el hecho de que la pedagogía haya sido más que ninguna otra, disciplina pasto de las autoridades (autoridades eclesiásticas y civiles) explica claramente el tradicionalismo que la caracteriza. ¿Se ha visto alguna vez a una autoridad hacer una revolución? No fué ciertamente el Papa quien hizo la Reforma, ni un Luis de Francia quien demolió la Bastilla.
No niego, ni que decir tiene, que la escuela haya realizado progreso. Desde el punto de vista material los ha hecho considerables y se han dejado sentir felizmente en la enseñanza misma. Tampoco niego que numerosos maestros hayan obtenido provecho de los conocimientos psicológicos o pedagógicos esparcidos en estos últimos años, en diferentes trabajos relativos al niño o adquiridos o deducidos de sus observaciones personales. Pero el espíritu mismo del régimen no ha cambiado, y es precisamente este espíritu lo que debería cambiar si se quisiera realizar una pedagogía conforme a las exigencias de la psicología del niño y conforme también a las exigencias sociales de nuestras democracias.
El dominio de la educación, en verdad, ha visto germinar en su terreno desde hace unos veinte años numerosas innovaciones que deben saludarse con júbilo, menos por lo que cuentan ya en su activo como por los resultados que prometen: escuelas nuevas, self-government, escuelas de trabajo, sistema Montessori, escuelas al aire libre, terrenos para juegos, etc. Sin duda, la mayoría de ellas, si no todas, son una consecuencia más o menos directa de los trabajos publicados por los primeros exploradores de la ciencia del niño. Estas innovaciones no se han difundido apenas hasta ahora o han permanecido siendo empresas individuales. No se puede decir que hayan logrado ya destruir el bloque del régimen escolar tradicional.
¿Conviene, pues, indicar los beneficios que la escuela puede obtener de los trabajos de la psicología cuando no se han realizado aún las experiencias psicológicas de comprobación, que son las únicas que podrían decidir sobre la realidad o el valor de estos beneficios?
Como se ve, las páginas que siguen no pueden indicar más que mejoras posibles. En verdad, creo que si se introdujera la mayor parte de las reformas propuestas, producirían ventajas reales. Sin embargo, procediendo con rigor, la experiencia es indispensable para que se pueda certificarlo.
Me es evidentemente imposible examinar y discutir todo lo que se podría obtener de la psicología en beneficio de la educación. Diez volúmenes no bastarían para tal empresa. Debo, pues, limitarme a indicar las diversas categorías de mejoras que la psicología se halla en condiciones de sugerir a la práctica escolar y a ilustrarlas con algunos ejemplos.
La psicología no tiene que señalar los fines últimos de la educación. Pero ella es la que informará al educador sobre los mejores medios para alcanzarlos. Por otra parte, la psicología podrá ayudar a precisar estos fines, a mostrar lo que es posible alcanzar, los que para su obtención es eficaz la educación, y los que, por el contrario, son quiméricos porque resultan incompatibles con las leyes del desarrollo mental.
Lo que la pedagogía enseña ante todo al educador es que si quiere que sus esfuerzos se vean coronados por el éxito, debe adaptar esta educación a la propia naturaleza del niño. Porque de nada sirve querer ir contra las leyes de la naturaleza. Ni siquiera en los casos en que se quiera modificar la naturaleza se debe prescindir de sus leyes, sin perjuicio de volverlas en su propio provecho. Como se ha dicho con acierto, no se manda a la naturaleza más que obedeciéndola.
La pedagogía debe, pues, partir del niño. La escuela para el niño y no el niño para la escuela, los programas y los métodos gravitando alrededor del niño, y no el niño gravitando, mejor o peor, alrededor de un programa, confeccionado fuera de él; tal es la revolución copernicana (como se la ha llamado con justicia), a la cual invita la psicología al educador.
La psicología suministra al educador práctico diversas sugestiones que se pueden reunir en tres capítulos principales: unas atañen al espíritu mismo, a la función de la educación y de la enseñanza; otras se relacionan con la técnica de la educación; otras, por último, no conciernen al espíritu ni a la técnica de la educación, sino solamente a los procedimientos auxiliares que el maestro puede o podría emplear en su clase (comparación de los resultados, comprobación del rendimiento escolar, apreciación de los alumnos, etc.).
Algunas palabras sobre la distinción entre las dos primeras categorías, entre las cuales, por otra parte, no se puede siempre trazar una línea de demarcación absoluta y que se funden la una en la otra.
Toda operación psíquica puede ser enfocada entre dos puntos de vista diferentes: 1º el punto de vista de su utilidad para el individuo que la realiza, de su papel en la vida, en una palabra, de su función, y 2º el punto de vista de su mecanismo, de su técnica. El punto de vista funcional nos incita a buscar por qué un individuo obra de tal o cual manera; el punto de vista técnico se refiere al cómo de su actividad. La distinción clara de estos dos puntos de vista es un mérito de la psicología contemporánea. Ahora veremos qué ventajas puede sacar de ella la pedagogía.
Índice de La escuela y la psicología | Capítulo I | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|