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EL LAICISMO EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO
Documentos históricos
CAPÍTULO OCTAVO
El Doctor Don Gabino Barreda
Figura de alto relieve en la política liberal, en las ciencias y en la filosofía fue el Dr. y Lic. don Gabino Barreda. Discípulo de Augusto Comte en la ciudad de París, difundió en México las ideas filosóficas del positivismo, enfrentándose con sabiduría y valor a las tesis escolásticas, dogmáticas y metafísicas, tras de las que se escudaban, como ahora, los sectores reaccionarios y clericales del país. Una verdadera revolución en el campo doctrinario, político y educativo promovió Gabino Barreda, obteniendo su mayor repercusión en este último, en el que Martínez de Castro le dió la oportunidad de aplicar sus ideas al colaborar decisivamente en la formulación de la ley de instrucción pública, de 2 de diciembre de 1867, y al organizar la Escuela Nacional Preparatoria conforme a los principios positivistas. Las ideas y actividades de este distinguido liberal y hombre de ciencia transformaron totalmente los conceptos y las orientaciones de la educación pública: promovió la realización de diversas reformas pedagógicas y la incorporación de las escuelas particulares al sistema público educacional; pugnó por el mejoramiento del magisterio, por el fomento de la enseñanza técnica, por la educación de la mujer y por la creación de escuelas para las clases populares. Ideas que se realizaron por los gobiernos liberales con los que colaboró valiosamente. Los doctores Porfirio Parra y Manuel Flores, D. Horacio Barreda y el ingeniero Agustín Aragón fueron los más distinguidos discípulos colaboradores y continuadores de la obra de Barreda. El ingeniero Aragón dirigió y editó, de 1900 a 1914, el órgano de los positivistas mexicanos: la Revista Positiva. Todos ellos lucharon por la adopción del método positivo en la educación nacional. Aunque los positivistas de la República, en esa época, diferían en la apreciación e interpretación de varios puntos de su doctrina, estaban, sin embargo, acordes en los siguientes postulados que consideraban como la esencia del positivismo, y los cuales fueron formulados en 1900. Por su interés los damos a conocer a continuación. I. PRINCIPIOS MINIMOS DEL POSITIVISMO I. La humanidad, como un conjunto, es un organismo que vive y crece, aunque formado de órganos separados, a saber: hombres y mujeres que le sirven. II. Su progreso se ha señalado por las diferentes religiones que han existido desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. III. Todas han sido buenas y útiles en su época, pero han sido necesariamente invalidadas a medida que han crecido los conocimientos del hombre y que han surgido nuevas necesidades. IV. La última, el cristianismo, aunque bajo algunos respectos inferior a algunas de las más viejas religiones, fue, en el conjunto, superior a ellas, no en la credibilidad de sus asertos, sino en su utilidad personal y social. V. El crecimiento del conocimiento positivo (o la ciencia) ha desacreditado de tal suerte las doctrinas cristianas, que ha llegado la época de su desaparición. VI. Ninguna religión puede tener en el futuro influjo común, o lo que es lo mismo, alguna utilidad, exceptuando las que se funden en la ciencia. VII. No hay ninguna demostración de la existencia de un Dios o de la inmortalidad de lo que llaman los cristianos el alma. Por consiguiente, ni afirmamos ni negamos estas doctrinas. Simplemente las hacemos a un lado como fundamento de la religión. VIII. El ser más grande y más benéfico que conocemos (aunque ni omnipotente ni perfecto) es la humanidad, es decir, el ser formado de todos los que en el pasado, en el presente y en el porvenir han contribuído, están contribuyendo y contribuyen al perfeccionamiento del gran ser a que pertenecen. IX. A este ser deseamos ofrecer nuestro amor, servicio y veneración. No es Dios, pero ocupa el lugar de Dios. Cada uno puede servirle obrando de acuerdo con la máxima vivir para los demás. X. En el servicio de la humanidad hallamos todo lo que era útil en el servicio de Dios. XI. Las reglas de moral, generalmente aceptadas, se ha supuesto que han sido reveladas y dictadas por Dios. En realidad se llegó a ellas por la reflexión de los hombres buenos y sabios de todas las edades, que, a no dudar, sinceramente se creían ellos mismos inspirados por Dios. XII. Aceptamos esas reglas como el don, no de Dios, sino de la humanidad, y esperamos todavía un perfeccionamiento ulterior y continuo de ellas. XIII. La necesidad más inmediata y urgente de nuestro tiempo es la formación de una sociedad religiosa universal fundada en los principios mencionados, en los que los hombres y mujeres de todas las naciones independientes y políticamente separadas estén unidos intelectual y moralmente como lo estuvieron los pueblos del occidente europeo por la Iglesia en la Edad Media. Esa sociedad será un poderoso elemento para los buenos, aun cuando sus adeptos sean solamente una fracción pequeña de la población. (Revista Positiva, tomo I, pág. 504.) II. GABINO BARREDA y SUS DISCIPULOS Uno de los estudios más importantes que se han hecho de la obra de Barreda y sus discípulos es el realizado por el positivista que tuvo más autoridad, más entusiasmo y mayor prestigio entre los discípulos del ilustre filósofo poblano, el ingeniero Agustín Aragón, quien lo dió a conocer en la conferencia que sustentó, con fecha 8 de mayo de 1938, en el Ateneo Mexicano de esta ciudad, y que a continuación insertamos: En la ciudad de Puebla de Los Angeles, el 19 de febrero de 1918 nació enhorabuena un varón al que se impuso el nombre de Gabino, o del santo de aquel día, al ser bautizado. Su progenitor fue el castellano Antonio Barreda, capitán del ejército español en servicio; el lugar de su nacimiento fue accidental puramente. La mamá era Flores Alatorre, de conocida y respetable familia de Aguascalientes. El tiempo puso sobre México, desde que Barreda vino al mundo hasta su muerte, el 10 de marzo de 1881, la inquietud, el desasosiego. En ciertos casos puso a la nación a pique de perderse. Lo pasado, bien definido, a muchos no satisfacía; lo futuro veíase henchido de trastornos y sorpresas. En la casa de los Barreda, el infante, el niño, el adolescente y el joven Gabino leía mucho; estudiaba día tras día; fue celoso cumplidor de sus deberes. La vida allí era ordenada y simple; todo tenía las señales de un deseo ahincado de orden. El joven aludido nunca mostró anhelos de conocer lo que está allende los términos habituales; las cosas incomprensibles no le atraían, y le cautivaba lo real, lo útil, lo claro, lo cierto, lo preciso, lo orgánico y lo relativo. Su alma, nunca desentendida de todo eso, no vivió jamás inerte ni desorientada; el poder de la rutina no pudo señorearle un momento; enyugarlo con él habría sido tarea imposible. No pensó en vida sin cansancio ni sobresaltos; tampoco halagábale la perspectiva de un fin reglamentado y consabido; murió, efectivamente, en su postrimer momento, y no veinte, diez o cinco años antes. Al sentir que le cautivaban lo real y lo útil no le afirmó en el sentido vulgar, sino en el elevado de la ciencia. En efecto, su padre fue años y años mayordomo del convento de la Concepción de la ciudad de México (el más rico de la República), y al desamortizarse y nacionalizarse los bienes del clero católico, Barreda tenía en sus manos los cuadernos donde constaba el número de casas del mismo convento. Se instó a don Gabino a que aprovechase la ocasión para ser rico; ni un peso entró en su bolsillo que no hubiese sido fruto de su trabajo, y distinta persona de su familia adquirió de aquel modo fortuna que tuvo los caracteres de cuantiosa. No vióse sucumbir a Barreda a las realidades ruines y mezquinas del dinero; más presto estuvo siempre a ir amoroso al encuentro de la verdad sin reticencias, de la justicia sin disfraces, de la gloria sin medros, del bien sin rimbombancias, de la rectitud sin engaños, del cariño sin interés y del civismo sin segundas intenciones. Perlas y amantes extrajo de su hondo conocimiento de las leyes naturales, y su integridad, no contaminada por pasiones humanas y ajena a las tercerías coadyuvantes en negocios, abrazóse para siempre con el ideal que es imagen y resplandor de lo demostrable; y con su certeza, que nadie vulneraba, sostuvo denodadamente sus ideas sin convertirlas en símbolos muertos o en abundante mercancía vendida a bajo precio. Renouvier, el paisano de Augusto Comte, o de Montpellier cual éste, dijo con sincera convicción: El mundo se desmedra por falta de fe en ideas trascendentales. Una de las perlas susodichas la exhibo aquí, tomándola de su trabajo sobre instrucción primaria, parte en que trata del método que ha de adoptarse y de la sólida cultura que han menester los profesores que desempeñen el difícil encargo de instruir a niños: Si la perfección moral se condensa, como dice admirablemente Ripalda, en la caridad, y si la caridad, según él mismo, no es otra cosa sino el amor a nuestros semejantes, no es posible poner en duda la eficacia superior de este medio de moralización, comparado con la situación contradictoria de otras doctrinas que, por una parte, presentan al hombre como el origen de todos nuestros males, a la humanidad como un enemigo del alma, del cual debemos huir, y por otra nos prescribe amarlo como a nosotros mismos. ¡Como si un precepto puramente especulativo, por más que vaya cimentado en terribles amenazas, pudiese impedir las desastrosas pero lógicas consecuencias de unas premisas inflexibles! Esta brevísima recapitulación basta para demostrar que la instrucción científica del profesor debe ser, sin hacer mérito por ahora de la literatura, sólida y general, tal como la que se da, en fin, a los alumnos de la Escuela Preparatoria, y que no puede ser menor, so pena de esterilidad o al menos de una mucho menor fecundidad en los resultados de su misión. Hace sesenta y dos años y medio justos que empezaron a difundirse tan sanas ideas con el entusiasta apoyo y el cordial aplauso de cultísimas personas, firmadas asimismo a dos manos por Ignacio Ramírez, Rafael Martínez de la Torre, Guillermo Prieto y Roberto A. Esteva. ¡No fructifican aún! Así de lentas son las benéficas transformaciones en las sociedades. Podría apostarse la cabeza, sin temor de no conservarla, a que ni uno solo de quienes disponen de la instrucción primaria mexicana ahora conoce el valioso estudio relativo de Barreda. Como la joya mostrada hay una centena en las obras del Dr. Gabino Barreda. La vida de este compatriota ha ocupado a muchos desde sus años de estudiante en el metropolitano Colegio de San Ildefonso, porque el hombre fue de temple singularísimo en su ánimo, de talentos nada comunes y ejemplar conducta, de unidad sincera en su existencia, de realización serena, plenísima y robusta de su vocación de apóstol sin desfallecimientos y de alma que vivía en permanente certidumbre.
Apenas concluída su carrera de abogado, ya era el tipo de la lealtad científica, de la subordinación de todas sus actividades a patrióticos ideales, del desinterés completo, de la investigación aquilatada, del amor razonado a la patria, manifiesto en sacrificios y esfuerzos sin gárrulas ni vocingleras exaltaciones. Grandioso era su ejemplo de idoneidad para concebir y de prontitud en realizar; enseñó a conocer relaciones, enlaces o dependencia8, armonías y proporciones y propiedades de los objetos y los seres. El gran Partido Liberal, que conquista en 1859 el progreso de la separación de la Iglesia del Estado, adelanto que constituyó el paladión o la defensa y seguridad de ese partido lleno de gloria, no tuvo defensor más acabado e íntegro que Barreda; tal conciudadano vió en la separación de lo temporal de lo espiritual el eje de nuestros orgánicos adelantamientos, y a consolidar y completar esa victoria revolucionaria dedicó su talento, su ciencia y sus actividades. Revolución y revolucionarios no significan torpes violencias, expresan actos y hombres que rectifican y compasan modos de vivir; representan, en ciudadanos de recato en sus acciones y de colaboración reflexiva, de dejarse llevar sosegadamente por el curso de los sucesos, no someterse con ceguedad a los hechos cumplidos, no instalarse con regalo en la rutina, sino buscar lo verdadero, ir en pos de la plenitud del ser social y del individuo. Con la mira de secundar tan dtísimo propósito, es decir, a fin de dar los caracteres de constitución física a la más completa independencia de lo espiritual del poder político o temporal (siempre sin bríos y autoridad para resolver problemas del espíritu y morales), dedica lustros al estudio de las leyes de la naturaleza: desde las matemáticas hasta las de la conducta humana, pasando por las astronómicas y las físicas, las químicas y las biológicas, las sociales y las psicológicas. Abastado de esa guisa en su entendimiento, con el saber de un jurista completo, de un médico portentoso y de un catedrático de ciencias sabio y concienzudo, puede considerarse cual revolucionario en la progresista transformación social y personal, nacional y doméstica que produjo nuestra Reforma. A pesar de haber conocido a fondo lo teológico y lo metafísico en sus colegios, o teórica, práctica y totalmente, ninguna afición tuvo al sistema de los ergotistas y a escolásticas disputas, que se resuelven siempre con ventaja en favor de los habladores sempiternos. Los teólogos de índole constructora le fueron familiares; a San Basilio y a colegas de éste los admiraba como estimadores exquisitos de la cultura antigua, cual sujetos que cuidaron de engrandecer la civilización cristiana trasladando a ella las presas con que justamente se enorgullecieron los gentiles; Basilio reivindicó para las letras clásicas, para las obras maestras de la antigüedad, un puesto de honor en la educación de los jóvenes;
a ellos, es decir, a los teólogos de índole constructora, aludía Barreda en lecciones, pláticas y artículos de exposición o defensa, y por grandes teníales. San Agustín era a sus ojos gran filósofo; complacíase en recordar, en diálogos sabrosos, a su comprofesor D. Rafael Angel de la Peña, el filólogo nuestro consumado, este pasaje del gran hijo de Hipona: No penséis que los paganos sólo tienen fingidas y supersticiosas invenciones; guardan también óptimas disciplinas de que es justo apoderarnos para emplearlas santamente en servicio de la verdad del Evangelio. Agustín, en el caso, no se mostró ingrato con sus predecesores, como innúmeros de sus correligionarios. Los metafísicos de los quilates de Cartesio eran amados y conocidos de Barreda. Supo que no hay patria en ningún ciudadano sin conocerla justamente, y con su poder de voluntad e inteligencia se identificó en ideas y sentimientos con todo lo castizo. Defendió el caro suelo patrio en 1847 y su amadísima tierra; animado por el conocimiento de la historia nacional y por sus ideas filosóficas, fue el órgano inmenso donde tenían expresión sus sentimientos: desde el estético (¡qué admiración la suya al poeta GuilIermo Prieto y al pintor Cordero!), que nos da dulcísimas emociones, hasta el social, que funda y organiza las colectividades; desde el económico, que nos da bienestar adecuado, hasta el moral, que nos liga con imágenes y formas que nos arroban en la vida del recuerdo. Como hombre de pensamiento, lo que menos le preocupó era la ambición de la autoridad; la satisfizo, sí, plenamente, la moderada y persuasiva influencia que sus ideas tuvieron sobre los espíritus que llegaron a comprenderlas. La práctica médica de Barreda, o el ejercicio de su profesión segunda, fue un portento en la ciudad de' México y en la de Guanajuato. Jamás perdía la paciencia ante la insensatez de enfermos suyos; la farmacopea homicida y supersticiosa que él alcanzó al promediar la última centuria, hija de curanderos porfiadamente crédulos en absurdas consejas y fidelísimos en observar todo aquello que contenía, cual prenda de eficacia, las más desastradas inmundicias, la fue reemplazando con preceptos fundados que remataron en el de alimentar a los febricitantes. (Léase al sabio terapeuta y escritor galano Manuel Domínguez, en el periódico La Escuela de Medicina, a propósito de absurdas consejas tradicionales curativas, de avidez de secretos ridículos para curar y de estupendas y sigilosas intervenciones diabólicas.) Recordemos, con ocasión de dar de comer a los calenturientos, el valioso y conocido epigrama del admirable Carpío: Método de nuestros días, En verdad, esta fina sátira fue un desafío a los desatinos de credulidad bobalicona, tenaz y dañina, que fue característica en aquellos años y que la nación mexicana no sobrevivió a los tajos y reveses de los facultativos y maestros Carpio, Lucio, Barreda y muchos otros de igual renombre. Los escritos de don Gabino acerca de medicina son soberanos: en cada uno hay observaciones y discernimientos de valor perdurable. Acaso me ciega la veneración indecible que profeso a Barreda; quizá me subyuga su patriotismo y grandeza portentosos; tal vez aquella veneración, el expresado patriotismo y dicha grandeza me mueven a exaltar ante el mundo su obra excepcional; mas ¿cómo no sentirme ufano al meditar en la gloria de un sabio, precursor, filósofo, maestro, revolucionario, que comprendió antes que nadie la urgencia de evitar las revoluciones y de construir reemplazando con ventajas? Veamos con serenidad la revolución de Barreda; comparemos con lo que se ve ahora, y venga el fallo tras eso. El profesorado de don Gabino, de física, historia natural y patología general en la Escuela de Medicina, y de lógica y moral en la Preparatoria, equivalió precisamente a una revolución. El criterio de autoridad insustituible y perentorio cuando se trata de fe o de aquello que excede los términos de la naturaleza, es decir, de lo sobrenatural, se aplicaba todavía a cuestiones científicas para confusión de ellas y estancamiento de las mentes en las aulas. Que me baste decir que hasta 1823 cesó la condenación de Copérnico en Roma, y que en el siglo XVIII, ya a fines, costó a sabios de la América española verse envueltos en procesos y denunciados por herética pravedad, ante la Suprema Inquisición de Castilla, el hecho de haber defendido el sistema copernicano. Persistía parcialmente en nuestras casas de enseñanza aquel criterio contra el que presentó Barreda el de las verdades demostrabies. Su organización escolar, hasta hoy única en el mundo, equivalió asimismo a otra revolución. Las normas, criterios, cánones y métodos de la demostración científica y de la experiencia sesuda; la realidad de la naturaleza, conocida gradualmente, y el conocimiento de la sociedad y del hombre que forma parte de ella, influyeron en extremo en la juventud de las escuelas y hasta en gentes mayores, que parecían irreformables por machuchas y avejentadas. Sucedió todo lo indicado porque Barreda puso en las manos de la edad floreciente lo antedicho, con propósitos y fines que sólo al cabo de una vida laboriosa y austera pueden lograrse. Lo que se ve hoy es lisonjear atropelladamente a la mocedad brindándole con honras y provechos inmediatos. Ese lisonjear ha creado una profesión nueva, la más lucrativa: la de estudiante. Se discute, se perora, se escribe, se legisla sobre educación, pedagogía, sistemas, pensums, tests, bachilleratos, deportes, exámenes, programas, pruebas, revisiones, títulos, servicio social, conferencias, enseñanza secundaria, extensión universitaria, exploraciones, escuelas de verano, coeducación, seminarios, servicios coordinados, mesas redondas, misiones escolares, oposiciones, planes de estudio, becas, viajes de buena voluntad, escuelas vocacionales y prevocacionales, convenciones, congresos, intercambios universitarios, etc.; todo ello, claro está, con su sal y su pimienta de escándalos, de amenazas, de huelgas, de estacazos, de ingentes atropellos y destrucciones, siempre impunes, y de inquietudes estudiantiles socialistas. Concluídos los años de profesión de estudiante, vienen los desmirriados pechos burocrático y político para preparar a otra servidumbre; y si de la carrera de estudiante no quería salir el mozo, en la nueva tiene ansia y afán de llegar desde luego al bienestar holgado, con el aditamento de fama y preeminencia revolucionarias. El fallo surge en la feria y tablado en que enjambran los intereses creados, no los que pinta de mano maestra Benavente, y que dieron al traste con la ciudad alegre y confiada, sino otros más violentos o más viles que matan la ilusión última de que la política sea el arte de gobernar pueblos con arreglo a la verdad y a la justicia. La improvisación ocupa el sitio del esfuerzo y sus continuidades, del saber y de las aptitudes. Fallar en justicia sin tono magistral, sin dictámenes severos, es afirmar la condenación ya expresa de la sociedad por lo que estamos haciendo; porque la vida del ciudadano supone renunciación y apartamiento de muchos halagos, holguras y desahogos a que en mala hora hemos acostumbrado a los muchachos; porque en los días de la reconstrucción, como en todos los demás, el amor a la patria no tiene más lenguaje que el sacrificio. Barreda formó ciudadanos con el santo orgullo y la legítima independencia del que es artífice y creador de su propia bienandanza. Ahora se forman almas para la esclavitud y servidumbre en que viven aquellos que se enredan en tortuosas combinaciones políticas, etcétera. Por no haber satisfecho a don Gabino la cultura que recibió en su lucidísima carrera de abogado, hubo de completar su preparatoria con estudios científicos, siendo ya licenciado en leyes, e ingresó más tarde en medicina. A fin de ampliar su saber médico pasó a París, y allí explicaba a la sazón Augusto Comte, en el Palais Royal, la parte religiosa de su sistema. Cautivó al docto mexicano la exposición comptiana de los deberes sociales del hombre voluntariamente aceptados como base de la vida y para conservar y desenvolver la civilizada. Entregóse al estudio del positivismo y fue discípulo del más grande de los filósofos modernos. Tornó a la patria y su labor fue prodigiosa en la enseñanza, en el civismo, en el estudio, en el trabajo profesional, en las sociedades científicas. Escribe sobre matemática con un desembarazo que pasma a los matemáticos; sorprendidos de su saber astronómico quedan los astrónomos; en física y química discurre de un asunto a otro con ciencia y talento; en biología asombra; en sociología crea como nadie, y en psicología y moral nos da a conocer la naturaleza del hombre que vive en sociedad y cómo puede lograrse que sea factor de convergencia y no elemento divergente. Su tarea metódica, paciente, continua; su inteligencia abierta y libre; su saber y su afán de vivir para los demás, aunados con su conocimiento del latín, del español, del italiano, del inglés y del francés, le facilitan leer en las lenguas originales las obras que resumían las adquisiciones de sabios y pensadores, poetas y grandes literatos, artistas e historiadores. Dante Alighieri era para él, en el idioma toscano, tan familiar o conocido cual Cervantes en el vernáculo. En esas exploraciones, en esas dulces horas de grato estudio llegó al tomo VI de la Philosophie Positive (el último), y en las páginas 612 y 613, escritas en el año de 1842, halló las reveladoras verdades siguientes: En las clases superiores, viciadas hoy más o menos en todas partes con el empirismo metafísico y con el egoísmo aristocrático, sólo el antagonismo del pueblo es idóneo para provocar con bastante energía miras elevadas y sentimientos generosos. En las dolorosas colisiones que por necesidad nos prepara la anarquía actual, bajo la excitación espontánea de pasiones odiosas y de utopías subversivas, los filósofos verdaderos que las hayan previsto estarán ya apercibidos para presentar en ellas convenientemente las grandes lecciones sociales que ellas mismas deben ofrecer a todos, mostrando así a los unos y a los otros la insuficiencia inevitable de las medidas puramente políticas para la justa destinación a que ellos respectivamente aspiran; los unos, en lo que se refiere al progreso; los otros, en lo que atañe al orden, cuya realización común debe depender ahora de una reorganización total, espiritual ante todo y sobre todo. La fatal fragilidad de nuestra naturaleza, ya intelectual, bien afectiva, obliga por ventura a mirar hoy día esos tristes conflictos como los únicos capaces de lograr que penetre de un modo suficiente en todas partes, y sobre todo en las clases directoras, una convicción tan indispensable y con todo tan opuesta a la totalidad de los hábitos y de las inclinaciones dominantes en el tiempo presente. Puédese, por lo menos, asegurar que si esas tempestades son realmente evitables, no podrían serlo sino por un vasto desarrollo sistemático de la verdadera acción filosófica, cuyo advenimiento social es, al contrario, rechazado con ceguedad, en nuestros días, por los estadistas de todos los partidos. Como Barreda era ante todo varón bueno para difundir en torno suyo la bondad y demostrarles verdades, tras sosegadas meditaciones en los pasajes citados de Comte, acopia más conocimientos y en seguida toma la decisión de actuar como mentor filósofo para prevenir en su patria más tempestades o revoluciones. Cae Maximiliano a tiempo que el Dr. Barreda reside de asiento en la ciudad de Guanajuato; llega el 16 de septiembre de 1867 y le nombran allá orador cívico; acepta y escribe una oración que es un prodigio de reflexiones filosóficas y morales, que es un compendio de política subordinada a la moral, que resume la historia explicada de México. Torna a la metrópoli, frisa con la media centuria, es conocido y respetado en el medio político, y Juárez y Martínez de Castro le piden colabore en la formación de la Ley orgánica de instrucción pública, promulgada el 2 de diciembre de 1867. Crea la Escuela Nacional Preparatoria, reforma desde la primaria hasta las profesionales, y provee, por medio de la junta directiva de Instrucción Pública del Distrito Federal, a la progresiva y completa independencia de la vida escolar del poder público, temporal o político. Diez años largos da todo su ser a esa patriótica empresa, para lo cual renuncia a su práctica médica general. Todo lo hace alegre y confiado, porque es su convicción que en las clases superiores sólo el antagonismo popular es idóneo para provocar con bastante energía miras elevadas y sentimientos generosos, y trata de evitar ese cruento antagonismo. El mundo, en el año de 1938, confirma la pintura completa de Augusto Comte: las medidas políticas son de insuficiencia comprobada en la conservación de un equilibrio social estable y han fracasado dondequiera; la fatal fragilidad de la naturaleza humana, ya intelectual, bien afectiva, ha tenido confirmación espléndida multiforme. Barreda quiso remediar los conflictos de las sociedades valiéndose de medios intelectuales y de ética. En 1868 estudió el problema de la cuestión social ante la junta directiva de estudios, y su dictamen es de luces inextinguibles. La continuidad en el esfuerzo, en todas las generaciones sucesivas, es conditio sine qua non de triunfos en pacíficas reformas de la mente y las acciones; no puede haberla en lo que está vinculado el poder temporal o político; la observación lo confirma en todos los tiempos. La obra de Barreda, en el orden oficial, valió únicamente como tentativa de la cual es espléndido símbolo. Réstame hablar de su influjo mental y ético no ligado a sus enseñanzas en planteles nacionales, es decir, de la autoridad de la persona, o del agente de las transformaciones del espíritu en otros. El hecho de mandar en un empleo o en una función que sea parte del poder público no confiere superioridad alguna. Salvo la jerárquica, la autoridad intelectual la da la inteligencia no común y la cultura, y la moral es secuela de una vida dignamente empleada. Barreda poseyó en grado no común las dos autoridades, y usaba de ellas discretamente y para bien de otros. Acercarse a él era un deleite, porque sabía atraer con dulzura y retener con regocijo de aquel a quien amparaba, porque fue uno de los corazones más sensibles de su tiempo y una de las personas más civilizadas de su época. El que tiene y no da, no tiene como se debe tener, dijo Agustín el santo. Senté que Barreda donó su vida integra a su reforma. Sin arrogancia alguna comprendió o sintió que por ser tanta la superioridad suya y tan grande su eminencia tenía la obligación de intervenir en las tormentas humanas nacionales para ver de evitarlas, moderarlas o endilgarlas. Dió todo su valor (en la teoría y en la práctica) al principio de que si el rico de bienes materiales tiene funciones sociales que cumplir, el rico de talento y ciencia, el rico de espíritu y virtudes las tiene asimismo, y sin comparación, más apremiantes y decisivas. De aquí que el reformador de nuestras opiniones y costumbres no haya reunido las responsabilidades inherentes a sus dotes y excepcionales conocimientos. La verdad, la libertad y la justicia, en calidad de medios, el amor cual principio, el orden por base y el progreso como fin fueron sus guías. Fuente pura y nueva fue don Gabino en la historia del desarrollo de nuestra inteligencia y de nuestros principios éticos; en ella bebieron millares y todos salían satisfechos. Ningún calculador podría integrar las diferenciales de influencia que en cada sediento de saber produjo la linfa de esa fontana renovadora; en unos fue transitorio el influjo; en otros, perdurable o para todas las horas de la vida; éstos cedieron a las leyes de la imitación, aquéllos fingían para buscar provecho, esotros adquirieron convicciones indestructibles. Francisco y José Díaz Covarrubias, Juan Sánchez Azcona, Protasio Pérez de Tagle, Jorge Hammeken y Mejía, Eduardo Garay, Adrián Segura, Pablo Macedo, Manuel Ramírez, Emilio Pardo (hijo), Francisco Bulnes, Francisco G. Cosmes, Telésforo García, Justo Sierra, Francisco Pimentel, Santiago Sierra, Carlos Díaz Dufoo, José Diego Fernández, Jacinto Pallares, Leandro Fernández, Manuel María Contreras, Manuel Fernández Leal, Joaquín D. Casasús, Alfonso Herrera, Mariano Villamil y cien más recibieron enseñanzas de Barreda fuera de las aulas, enseñanzas que diéronles orientación positiva fecunda. Primus inter pares, fue discípulo suyo o de lleno en lleno su admirable hijo primogénito Horacio Barreda Díaz, sobrino carnal de los tres sublimes hermanos Díaz Covarrubias. En la Escuela de Medicina, en sus tres cátedras, fue legión el conjunto de sus discípulos; cada uno, aun los distraídos, recordaba éste o aquel pormenor de sus explicaciones claras y felices, de sus comentarios originales y oportunos. En la Preparatoria, Luis E. Ruiz, Manuel Gómez Portugal, Manuel Flores, Andrés Aldasoro, Edmundo Girault, Pedro Vigil, Fiacro Quijano, Lauro Barra, Andrés Almaraz, Salvador Castellot, Alberto Escobar, Carlos Esparza, Angel Gaviño, Regino González, L. Herrera, Jesús E. Valenzuela, Miguel S. Macedo, José Ives Limantour, Demetrio Molinar, Daniel Muñoz, Pedro Mercado, Pedro Noriega, Carlos Orozco, Porfirio Parra, Manuel Ramos, Joaquín Rivero y Heras, Bernardo Sánchez, José Ramos, Aurelio Valdivieso, Manuel Vázquez Tagle, Eduardo Vargas, Agustín Vergara, Miguel Covarrubias, Eduardo Prado y muchos que no designo no fueron discípulos suyos ensimismados y egoístas o sin más horizonte que el muy estrecho de las satisfacciones personales. La originalidad innegable de Barreda como maestro consistió en que formaba alumnos que sirviesen a la familia, a la patria y a la humanidad, que procediesen con honradez y patriotismo. De los enumerados en el último grupo llegaron bastantes al cabo con sus empresas, singularizándose ventajosamente; entre ellos fueron asaz conocidos Parra y Flores, Ruiz y Aldasoro, Prado y Macedo, Rivero y Heras y Esparza, Valdivieso y Almaraz, Regino González y Escobar, Gómez Portugal y Noriega, Ramos y Muñoz, Valenzuela y Orozco, Vázquez Tagle y Limantour y Parra y Flores, Ruiz y Macedo, Vázquez Tagle y Limantour eran prototipos de mentores disciplinantes. Los discípulos de Parra, Flores y los Macedo fueron centenares, no pocos eminentes; José Torres aprendió de Parra la lógica de Bain y es portento en la historia de la medicina en México. Tuvo Barreda parte no pequeña en la formación de sobresalientes catedráticos del interior de la República. Puebla, Toluca, Zacatecas, Monterrey, Chihuahua, Morelia, Guadalajara, Pachuca, Guanajuato, Oaxaca, Mérida, Campeche, Colima, Culiacán, Hermosillo y otras ciudades mexicanas se honraron con maestros de verdad que secundaron a don Gabino. Vive aún, aun enseña con fervor y es un maestro consumado, un conterráneo de Barreda que sigue a éste de cerca; trátase del docto jurisprudente Atenedoro Monroy. Ejemplo inequívoco es todo lo dicho del esparcimiento de lás ideas que son necesarias a las sociedades para su existencia. Padecen mengua y mancilla ciertos vocablos desde el momento que sirven para designar al alborotador medio inconsciente que, con ojos de iracundia, lengua de beodo y ademanes de bestia, anuncia la repetición de los incendios y las destrucciones en París del año de 1871; en este ejemplo se trata del revolucionario. Positivista para tontos o perversos ha sido el hombre de mala conciencia interesada, aquel que anula, corrompe o falsifica las leyes morales. Inquietarse por la calumnia no es del caso; Barreda tuvo energías en cualquier momento para volver por los fueros intangibles de la ley moral, y castigó al culpable según la falta, viendo la posibilidad de una enmienda. La Academia Española de la Lengua distingue en su diccionario la acepción vulgar de positivista de aquella filosófica. Concretando a ésta la referencia, preguntan unos si hay aún positivistas; otros inquieren sobre lo que será en lo porvenir el positivismo. A los dos grupos se les contesta, con mejores fundamentos que Tertuliano, de la misma suerte: ¡Somos de ayer y ya llenamos el mundo! Porque el espíritu positivo no puede faltar habiendo vida social como la que tenemos: él la fundamenta o le sirve de base; si él acabara terminaría esa vida. Así que por su misma mesmedad llegará la síntesis de Augusto Comte a dirigirlo todo, o natural y necesariamente, sin ayuda ostensible ni intervención ruidosa de nadie, ni menos aún de intolerables politicastros. Agustín Aragón. III. CARTA DE BARREDA A D. MARIANO RIVA PALACIO, GOBERNADOR DEL ESTADO DE MEXICO El día 10 de octubre de 1870 el Dr. D. Gabino Barreda dirigió a D. Mariano Riva Palacio, gobernador del Estado de México, una carta que recogerá, como valioso documento, la historia de la educación en la República. Es una de las producciones más importantes del citado filósofo sobre la reforma educacional que propugnó, de acuerdo con las ideas filosóficas que sustentaba. La extensión considerable de la mencionada carta nos obliga a dar a conocer tan sólo las partes más valiosas, que insertamos a continuación: Muy estimado amigo: Conforme a los deseos de usted, tengo ya arreglado el viaje de los profesores de esta escuela que deben ir a hacer los exámenes del Instituto de Toluca, con objeto de establecer, en lo posible, entre aquel establecimiento y la Escuela Preparatoria de esta capital una perfecta fraternidad y homogeneidad no sólo respecto a las materias que en ellos hayan de enseñarse, sino también de los métodos didácticos y de los procedimientos de exámenes, para que de este modo los alumnos no tengan tropiezo de ninguna clase cuando deseen pasar de un establecimiento a otro, facilitándose de esta manera la enseñanza en todos los ramos y la vulgarización de los conocimientos útiles, sólidos y positivos que caracterizan lo que en el plan de estudios actual se designa bajo el nombre de estudios preparatorios para las
carreras profesionales. Incluyo a usted un ejemplar de la Ley orgánica de instrucción pública vigente en el distrito y otros del último reglamento expedido por el Ministerio de Instrucción Pública para facilitar la ejecución de dicha ley. En ese reglamento, además de las disposiciones generales propias para el arreglo de las escuelas y de los cursos, encontrará usted, en la sección relativa a la Escuela Preparatoria, el orden que debe seguirse en el estudio sucesivo de las materias que forman los cursos preparatorios. Sobre él me permito llamar la atención de usted, porque además de ser un punto a mi entender de la más alta importancia, presenta algo nuevo respecto de lo que antes se ha acostumbrado hacer, y como tal, ha sido objeto de algunas críticas, que aunque vagas y superficiales, y aunque jamás hayan sido formuladas con precisión y franqueza para poder ser debidamente contestadas, me permiten aprovechar la ocasión que esta carta me presenta de prevenir a usted contra ellas, conformándome en esto con los deseos que me tiene usted manifestados de ponerlo al corriente de todo lo que en mi concepto sea útil para promover en el Estado que tan dignamente gobierna el mejor arreglo de la instrucción pública. Como usted podrá notar a primera vista, los estudios preparatorios más importantes se han arreglado de manera que se comience por el de las matemáticas y se concluya por el de la lógica, interponiendo entre ambos el estudio de las ciencias naturales, poniendo en primer lugar la cosmografia y la física, luego la geografía y la química, y, por último, la historia natural de los seres dotados de vida, es decir, la botánica y la zoología. En los intermedios de estos estudios, que, como luego voy a procurar sucintamente demostrar, forman una escala rigurosa de conocimientos útiles y aun necesarios, que se eslabonan unos a otros como una cadena continua, en que los anteriores van siempre sirviendo de base indispensable a los que les siguen, y de medio adecuado para facilitar y hacer más provechoso su estudio; en los intermedios, repito, de esta escala científica se han intercalado los estudios de los idiomas en el orden que exigía la necesidad de que de ellos se había de tener para los estudios antes mencionados o los que más tarde debieran seguir ... No basta para uniformar esta conducta con que el Gobierno expida leyes que lo exijan; no basta tampoco con que se nos quiera aterrorizar con penas más o menos terribles o halagar con recompensas infinitas en la vida futura, como lo hace la religión. Para que la conducta práctica sea, en cuanto cabe, suficientemente armónica con las necesidades reales de la sociedad es preciso que haya un fondo común de verdades de que todos partamos, más o menos deliberadamente, pero de una manera constante. Este fondo de verdades que nos han de servir de punto de partida debe presentar un carácter general y enciclopédico, para que ni un solo hecho de importancia se haya inculcado en nuestro espíritu sin haber sido antes sometido a una discusión, aunque somera, suficiente para darnos a conocer sus verdaderos fundamentos. Ahora bien, sólo la edad en que se acostumbra hacer los estudios preparatorios es la propia para satisfacer esta necesidad de la sociedad actual, necesidad que todos sienten, pero que pocos explican. Para llenarla por el único medio capaz de conseguirlo, que es una educación sistemáticamente calculada para este fin, se necesita que ésta sea igual para todos, cualquiera que sea la profesión que deban abrazar, pues por más que estas profesiones parezcan disímbolas, todas deben obrar de consuno, porque todas tienden a un mismo fin, que es el bienestar social, y todas deben partir de principios concordantes. La Compañía de Jesús, a quien nadie ha negado una profunda y nunca desmentida sagacidad para excogitar los medios más adecuados a los fines que se proponía, comprendió, desde sus primeros pasos, las inmensas ventajas que una educación perfectamente homogénea y dirigida por ella en todas las clases influyentes de la sociedad debía darle para uniformar las conductas conforme a sus deseos; y en efecto, su principal empeño fue el de apoderarse de la educación y el de hacerla idéntica para todos. Nada, ni gastos ni sacrificios de todo género, omitió jamás para lograr este fin, cuya inmensa importancia comprende todavía, y a pesar de su decadencia lucha aún por no desasirse de este inmenso elemento de influencia social. ¿Cómo es, me preguntará usted, que a pesar de la posesión en que los jesuítas estuvieron por tantos años de ese elemento poderoso de dominación moral, las generaciones presentes han acabado por sustraerse más o menos completamente a su tutela? La respuesta a esta pregunta se encuentra toda en la segunda condición, que, conforme a lo arriba dicho, debe tener toda educación fundamental. El motivo de por qué los jesuítas no lograron sino de una manera pasajera el fin que se proponían, fue que la educación que bajo sus auspicios se daba nunca fue y nunca pudo ser suficientemente enciclopédica. Esos directores de la juventud estudiosa siempre tuvieron necesidad de dejar fuera de su programa de estudios fundamentales multitud de conocimientos de la más alta importancia práctica. Unos porque aun no se habían desenvuelto lo bastante para que se hiciese sentir su importancia en su época; otros porque se consideraban erróneamente como propios sólo para el ejercicio de ciertas profesiones, y casi todos porque las verdades que daban a conocer entraban en un conflicto, a veces latente y a vaces manifiesto, con las doctrinas y con los dogmas que ellos se proponían conservar. La química, la historia natural, la astronomía realmente científica, y aun una buena parte de la física, se encontraron por estos motivos excluídas del programa general. Las matemáticas, sólo en su parte más elemental lograron siempre formar parte de aquél. Sin embargo, la necesidad de no abandonar un terreno que tan optimas cosechas prometía abrió el paso a una gran parte de la física experimental, y una educación matemática menos incompleta formó parte de los cursos de filosofía que en los últimos años se redactaban para uso de sus escuelas, así como algunas nociones algo más precisas de cosmografía. Pero, por una parte, el remedio llegaba un poco tarde, y por otra, éste era todavía incompleto y parcial. El Trivio y después el Cuadrivio, como se llamaban en aquella época, nunca constituyeron un conjunto de nociones bastante general para no dejar fuera de su recinto multitud de hechos que a cada instante se presentaban espontáneamente a la observación, y sobre los cuales, por lo mismo, cada cual era árbitro de darse las explicaciones que le pareciese, por más irracionales que pudiesen ser. Ahora bien, esta ancha puerta abierta al error y, sobre todo, esta facilidad que semejante método trae consigo, de dejar correr sin contradicción y acreditarse como ciertas las más contradictorias concepciones relativamente a un mismo hecho, supuesto que éstas habían de emanar de las inspiraciones populares o de cualquier otra fuente que no fuera el estudio de los fenómenos mismos que se tratan de comprender y de explicar, debía, por precisión, esterilizar todos los esfuerzos que por otra parte se quisiesen hacer para mantener la unidad de doctrina y la homogeneidad de opiniones. Ya lo he dicho: un solo camino que se deje al error, una sola fuente de nociones reales que se abandone a la arbitrariedad y al capricho individual, es bastante para hacer abortar todo un plan de educación, por más bien combinado que parezca en lo restante. El estudio de la naturaleza no es un medio de formarnos un conjunto de opiniones ciertas y positivas que puedan servirnos de base segura en nuestras especulaciones teóricas o en nuestra conducta práctica, sino a condición de ser completo y de no dejar ninguno de los hechos generales y fundamentales que forman conjunto sin tomar de él nociones bastantes para comprenderlo en lo que tiene de más esencial y en sus relaciones con los demás fenómenos. Dos motivos, como usted ve, contribuyeron poderosamente a hacer fracasar el plan de los jesuítas: primero, el móvil retrógrado que lo había inspirado y que por sí solo hubiera bastado para hacer abortar los más bien combinados esfuerzos; y segundo, el carácter incompleto y parcial que por precisión tuvo que dar a la educación de la juventud. A pesar de estos dos poderosos motivos, el resorte social de que supieron apoderarse es de tal temple y trascendencia, que los padres de la Compañía conservan aún influencia en la sociedad, aunque a la verdad ensanchando siempre, a pesar suyo y sólo arrastrados por el torrente de la opinión pública, el programa de la enseñanza secundaria. Una educación en que ningún ramo importante de las ciencias naturales quede omitido, en que todos los fenómenos de la naturaleza, desde los más simples hasta los más complicados, se estudien y se analicen a la vez teórica y prácticamente en lo que tienen de más fundamental; una educación en que se cultive así a la vez el entendimiento y los sentidos, sin el empeño de mantener por fuerza tal o cual opinión, o tal o cual dogma político o religioso, sin el miedo de ver contradicha por los hechos ésta o aquella autoridad; una educación, repito, emprendida sobre tales bases y con sólo el deseo de hallar la verdad, es decir, de encontrar lo que realmente hay y no lo que en nuestro concepto debiera haber en los fenómenos naturales, no puede menos de ser, a la vez que un manantial inagotable de satisfacciones, el más seguro preliminar de la paz y del orden social, porque él pondrá a todos los ciudadanos en aptitud de apreciar todos los hechos de una manera semejante, y, por lo mismo, uniformará las opiniones hasta donde esto es posible. Y las opiniones de los hombres son y serán siempre el móvil de todos sus actos. Este medio es, sin duda, lento; pero ¿qué importa si estamos seguros de su eficacia? ¿Qué son diez, quince o veinte años en la vida de una nación cuando se trata de cimentar el único medio de conciliar la libertad con la concordia, el progreso con el orden? El orden intelectual que esta educación tiende a establecer es la llave del orden social y moral que tanto habemos menester. Estos motivos, que serían por sí solos bastantes para fundar sobradamente la conveniencia y la necesidad de uniformar la educación preparatoria y de darle un carácter más completo de lo que hasta aquí había podido hacerse, no son, sin embargo, los únicos que militan en favor de esta importante mejora introducida por las leyes vigentes de la instrucción pública. Otros motivos lógicos y otras consideraciones prácticas de la más alta importancia, tanto social como individual, hablan también en su favor ... La educación, es preciso repetirlo, la educación intelectual es el principal objeto de los estudios preparatorios; la variada y sólida instrucción que ellos proporcionan es una ventaja inmensa y, sin embargo, secundaria si se compara con la que resulta de la disciplina mental a que nos acostumbran. Después del estudio de las matemáticas se ha colocado el de cosmografía o astronomía elemental, por la razón de que entre todas las ciencias ésta es, después de la mecánica, la que se ocupa del estudio de los fenómenos más simples que se presentan realmente en la naturaleza, y porque en ella, así como en la mecánica (que se estudia como introducción a esta ciencia y a la física), se hacen las más espontáneas y perfectas aplicaciones de los teoremas matemáticos. Además, las sanas nociones que sobre el verdadero mecanismo del sistema cósmico se dan en ella, y los numerosos errores que con sólo esto se disipan desde luego en la mente de los educandos, hacen de este estudio, y han hecho desde hace ya algún tiempo, una base indispensable de toda educación regular ... Veamos ahora si las consideraciones puramente prácticas y si el interés individual de los alumnos se opone a estas exigencias sociales y de método, o si, por el contrario, el interés individual se pone de acuerdo con las necesidades generales, viniendo así a demostrar la perfecta armonía que por fuerza debe existir entre todas las verdaderas necesidades. El primer deseo que naturalmente debe tener todo el que trata de elegir una carrera, ya sea para sí, ya para las personas que de él dependan, será el de hacer la elección en conformidad con las inclinaciones y con la capacidad de los interesados, pues de esa suerte el éxito se asegura de antemano y todas las dificultades se allanan por sí solas. Para lograr este fin, que está enteramente de acuerdo con los verdaderos intereses de la sociedad, a la cual perjudican tanto esas profesiones adoptadas y ejercidas sin gusto y sin aptitud, nada puede ser más eficaz ni más seguro que demorar la elección definitiva de profesión hasta el tiempo en que, en virtud de una edad más avanzada y del conocimiento que se ha tomado durante los estudios preparatorios de todos los métodos y de todas las doctrinas que constituyen el vasto campo de la ciencia, el alumno puede ya con perfecto conocimiento de causa y con maduro juicio seguir el consejo de Horacio de calcular con precisión lo que puedan y lo que rehusen aguantar los hombros. La conducta que hasta aquí se había seguido de hacer una elección tan difícil y trascendental desde los primeros pasos que se daban en la carrera de los estudios no podía menos que exponer a frecuentísimos errores y a decepciones lastimosas, obligando muchas veces a los alumnos a perder un tiempo precioso y a retrogradar algunos años para tomar el hilo de los estudios preparatorios necesarios a otra carrera. Note usted qué inconsecuencia tan palmaria: la doctrina de la predestinación divina ha sido abandonada hace tiempo, en teoría, por la inmensa mayoría de los teólogos, y en la práctica, por la Iglesia entera. Esa elección previa de los hombres para tal o cual destino ha parecido, además de contradictoria a la justicia y a la equidad divina, muy poco propia para garantizar el buen desempeño de un cargo; así es que la Iglesia católica, a pesar de sostener como un dogma la infalibilidad de su jefe, y que goza constantemente de la protección directa de la divina inteligencia, ha establecido como regla general e invariable de todas sus provisiones y nombramientos que éstos hayan de hacerse siempre a posteriori, es decir, después que los candidatos han manifestado tener las dotes indispensables para ello. Desde el Papa hasta el último tonsurado están sometidos a esa garantía de acierto; solamente los padres de familia y los defensores de estudios especiales y diferentes, desde que comienzan, creen poder, y aun debiéramos decir, creen deber eximirse de esa precaución. Fiados en un Espíritu Santo particular, del que la Iglesia no hace mención, predestinan a sus hijos, y en general a los alumnos, a una carrera particular sin apelación, y también sin conciencia, la mayoría de las veces por no consultar sus aptitudes ni su voluntad. Todos esos inconvenientes quedan obviados con hacer los estudios uniformes y completos para todos. Las razones que suelen alegarse para que los estudios preparatorios sean diversos para cada carrera y limitados sólo a lo estrictamente indispensable para el ejercicio de cada profesión no merecerían, después de lo que ya he dicho a usted, contestación alguna si no fuera porque, a fuerza de repetirlos, muchas personas que no han tenido tal vez ocasión de meditar lo bastante sobre estas materias parecen haber llegado a adquirir cierta especie de valor como moneda corriente, y si el empeño irracional que muchos padres y no pocos alumnos tienen de lograr con cuanta precipitación les sea posible un título profesional, aun con la plena conciencia de que no lo merecen, no dispusiese a todas estas personas y a otras muchas a su ejemplo a sacrificar todo estudio que por algún tiempo pueda demorar el fin que se proponen. Este fin, aunque enteramente personal, pues no es otro en el fondo sino el de proporcionarse, con el menor trabajo posible, una elevada posición social y los goces que ella procura, necesitaría ser siempre tomado en alguna consideración si tuviera algo de racional y de fundado, aun a su punto de vista mezquino y egoísta; pero un maduro examen de la cuestión hace ver que en el estado actual de la sociedad, y en el que bien pronto va a sucederle en virtud de la espontánea difusión de todos los conocimientos científicos en las clases todas de la sociedad, las personas que carezcan de ellos serán, por más que posean títulos oficiales, separadas de toda posición un poco elevada y perderán la confianza pública, aun en lo más peculiar de su profesión, porque fácilmente se percibirá en ellas, al través de sus actos más insignificantes, una falta de instrucción y de preparación mental, incompatible con el prestigio intelectual que las carreras científicas necesitan tener por base para poder asegurar un resultado permanente. Si esto no era absolutamente necesario en epocas anteriores, y si por desgracia no lo es aún en la época presente; si todavía hombres indignos de obtener la confianza pública en el ejercicio de ciertas profesiones logran sorprender la credulidad hasta de personas de inteligencia cultivada; si todavía el más grosero charlatanismo suele hacerse lugar entre las altas clases sociales, esto depende precisamente de la incompleta educación que éstas recibieron, la cual, sin haberlas puesto en verdadera aptitud para juzgar con rectitud de ciertas aserciones y de ciertas promesas del charlatanismo, ha exaltado sin embargo su orgullo lo bastante para creerse jueces competentes en aquellas materias sobre las que faltan hasta las nociones más elementales. El día, sin embargo, está tal vez muy próximo, y a esto va a contribuir muy poderosamente el actual sistema de estudios preparatorios, en que habiéndose puesto la mayoría de la sociedad en aptitud de juzgar del valor real de ciertos títulos puramente oficiales, y del verdadero grado de instrucción de los que los llevan, todos los que por cualquier motivo los hayan obtenido indebidamente, o no adquirirán nunca ascendiente alguno o lo perderán con suma facilidad, y de uno u otro modo verán burladas sus vanas esperanzas. El interés bien entendido de todas estas personas está, por lo mismo, aun bajo este estrecho punto de vista, en perfecta armonía con el interés social; ambos demandan, por parte de los que adoptan las carreras literarias, una sólida y completa nstrucción ... El ejecutivo expidió, en efecto, el 15 de mayo de 1868, haciendo uso de las facultades que había recibido, la Ley orgánica de instrucción pública que rige actualmente en el Distrito Federal. El señor Mariscal, con un acierto que le honra, se penetró del espíritu que había presidido a la redacción de la ley anterior y se propuso secundarlo. En tal virtud, las modificaciones que introdujo consistieron principalmente en incorporar en la ley ciertas prevenciones que no se encontraban, tal vez, muy bien en un simple reglamento; en agregar algunos estudios importantes en las carreras profesionales y, sobre todo, en uniformar todavía más el conjunto de los estudios preparatorios. En esa ley y en el reglamento expedido en 9 de noviembre de 1869 por el ilustrado ciudadano que actualmente tiene a su cargo la cartera de Justicia e Instrucción Pública se observa, es verdad, todavía cierta distinción entre los estudios preparatorios para cada carrera especial; pero esta distinción es ya más aparente que real y está tal vez destinada principalmente a facilitar las investigaciones de los que, deseando seguir una carrera determinada, quisieran saber los estudios que necesitan hacer antes de emprender los profesionales, sobre todo si han hecho ya algunos cursos preparatorios en los Estados o en cualquiera otra parte. En efecto, sólo respecto del estudio del idioma latino, el cual se exige a todos menos a los ingenieros, se nota ya una diferencia de alguna importancia en los cursos que cada alumno debe seguir en la Escuela Preparatoria antes de pasar a la profesional. Esta distinción, que, como usted comprende bien, yo habría deseado ver desaparecer, no es, sin embargo, tan trascendental que pueda impedir los buenos resultados que la instrucción pública debe sacar de estas felices, progresivas y bien encaminadas mejoras introducidas en la educación de la juventud desde que la nación recobró su autonomía e independencia; los buenos frutos que en la instrucción de los alumnos se han obtenido desde 1868, de los cuales pueden dar a usted una idea los programas de exámenes que he entregado al C. licenciado Sánchez Solís, y de los que, sobre todo, son una irrecusable prueba los resultados de los exámenes, no sólo de los años pasados, sino también, y muy especialmente, del presente, no dejan duda sobre la conveniencia y oportunidad de las mejoras introducidas. Más de una vez se habían ensayado importantes reformas en la instrucción pública del país entero, o por lo menos del Distrito Federal, según las facultades de los ministros que las intentaban, y otras tantas se han estrellado contra las resistencias conservadoras o las tentativas retrógradas. Sólo en esta vez importantísimas reformas han podido efectuarse y perfeccionarse poco a poco, saliendo triunfantes de las resistencias de todo género con que han tenido que luchar. Si se examinan los motivos de estas diferencias de resultados no creo que sea posible poner en duda que éstos son debidos a la oportunidad y madurez de la reforma, así como también a que ésta no fue, al menos en lo más esencial, ni parcial ni contradictoria, como lo habían sido otras, ni mucho menos empírica, incoherente e indigesta como la que se había intentado plantear en tiempo del llamado Imperio. El completo desprestigio en que este último plan de estudios cayó luego que se puso en práctica, contrasta visiblemente con el crédito que el actual ha ido ganando más y más Dor los excelentes resultados que comenzó desde luego a producir y que han ido aumentando de día en día. Estos resultados habrían sido mejores si hubiera sido posible que las personas afectas, ha los distintos pretextos, al statu quo hubiesen podido resignarse a esperar siquiera los primeros resultados de la reforma, antes de combatirla o de procurar desprestigiarla sin estudiar ni sus fundamentos ni sus tendencias. Pero semejante esperanza hubiera sido ilusoria y aun pueril de parte de los autores de la ley. Ellos no debieron jamás esperar un resultado más satisfactorio ni una conquista más rápida de la opinión pública que la que hasta hoy se ha logrado. Era natural aguardar que por todas partes surgiesen dificultades en la ejecución de uno de los más trascendentales mejoramientos que en la instrucción pública se hayan introducido hasta hoy, no sólo en nuestro país, sino también en el extranjero; en efecto, estas dificultades no han escaseado ni por parte de los alumnos ni por parte de otras personas que, ya encubriendo mala fe, ya encubriendo miras retrógradas o por lo menos mezquinas y personalisimas, han procurado poner trabas a su ejecución. Pero la prudencia y energía del Ministerio, secundado por la junta directiva de estudios y por todos los directores de los establecimientos, se ha ido cada día sobreponiendo más y más a estas resistencias. Ellas, sin embargo, han logrado lo que ordinariamente logran todas las de su género: entorpecer y demorar algo el progreso, pero jamás impedirlo. Una de las maneras más eficaces con que estas maniobras retrógradas han influído en detener la evolución progresiva de la reforma ha sido haciendo creer a cada paso que el plan de estudios iba a ser derogado, que multitud de estudios que él exige quedarían de pronto suprimidos y que una retrogradación, en fin, estaba próxima. De esta suerte, el entusiasmo de los alumnos recibía a cada paso un golpe mortal, su celo por el estudio se entibiaba, cuando no se extinguía, y los esfuerzos de los profesores y directores debían escollar por esa falta de la más indispensable de las cooperaciones. Sin embargo, los hechos han hablado aún tan alto en favor de la mejora, que los espíritus imparciales y capaces se han ido poniendo del lado de los que defendemos su conveniencia. Esta no podía menos de contar a usted entre sus adeptos, a pesar de que nadie podrá acusarle ni de imprudente novador ni de incauto imitador de lo que otros han hecho. Si usted, como amigo sincero del progreso, intentara entrar francamente, bajo este respecto como bajo muchos otros, en las miras del Gobierno general, es porque está persuadido de su madurez y oportunidad y, por consiguiente, de la conveniencia que ellas entrañan. Los opositores a estas ideas habían anunciado que ellas eran irrealizables porque el cúmulo de materias que a los alumnos se exigían, principalmente en los estudios preparatorios, en el corto período de cinco años que la ley les consagró, no permitía que los alumnos pudiesen adquirir en ellos sino una instrucción superficial e insuficiente: que por lo mismo semejante exigencia no podía dar otro resultado que el de sacar, a lo más, una generación de eruditos a la violeta, que de todo hablasen sin conocer nada a fondo. Este reproche, que sería terrible si fuese fundado; este tiro, que sería mortal si fuese asestado, cae, sin embargo, inerme delante de los hechos. Jamás, en ninguna época ni en ningún establecimiento, se habían estudiado en nuestro país de una manera tan completa, y mucho menos tan práctica, las ciencias físicas y naturales como se ha hecho en la Escuela Preparatoria durante los tres años que lleva de funcionar. Cada año se introducen, bajo este respecto, mejoras importantes, a pesar de las notorias escaseces del erario. El carácter positivo y de aplicación que se da a todos estos estudios, con lo cual se hace resaltar más la importancia y necesidad de los respectivos métodos de cada uno de ellos, siempre acaba por hacer brotar en los alumnos el entusiasmo por el laboratorio, extendiéndose así cada día más el gusto por el estudio de la naturaleza, en vez de la afición a insulsas y pueriles sutilezas que antes se despertaba en ellos. Las herborizaciones dominicales, el examen y clasificación de animales de toda especie, los análisis químicos y los experimentos de todo género, forman uno de los más importantes elementos de adelanto, y aun de distracción, de los alumnos de esta escuela ... La libertad de enseñanza, que, como una necesidad de la época, y sobre todo, como una consecuencia necesaria de un precepto constitucional, ha tenido que sancionarse con la ley, ha sido una circunstancia que ha influído desfavorablemente en el ánimo de los jóvenes, especialmente en los dos primeros años. Encontrándose repentinamente con la libertad, que antes no tenían, de aprender de las materias de los cursos en cualquiera parte, aun cuando no fuese en las clases que se dan en las escuelas, y estando seguros de ganar su año con sólo manifestar suficientemente la instrucción en los exámenes, era natural que de pronto abusasen de esta libertad con la esperanza de resarcir después en su casa y a solas el tiempo que habían perdido no asistiendo a las clases. En efecto, así sucedió con una parte de los alumnos externos (a los internos siempre se les obliga a asistir a clases) ; pero el cuidado que la escuela se ha tomado de poner en conocimiento de los padres o tutores la falta de los alumnos inscritos cuando éstas son algo frecuentes, y sobre todo, el mayor riesgo en los exámenes a que estas faltas dan lugar y el resultado desfavorable que en ellos se obtiene fácilmente por este motivo, han sido un correctivo eficaz para que estas faltas vayan disminuyendo gradualmente y para que se vayan introduciendo en la juventud los nuevos hábitos que esta libertad necesita para que puedan sacar de ella las ventajas que está destinada a proporcionarles. Ya muchos alumnos han logrado, en efecto, en este año apresurar el término de sus estudios, abarcando mucho mayor número de materias del que la ley les exige para un año, y sufriendo, sin embargo, lucidos exámenes en todas ellas; ya la mayor parte han comenzado a asistir con puntualidad a las clases, persuadidos de las ventajas que esto les proporciona; ya muchos padres de familia, que comprenden las obligaciones que este título trae consigo, han cooperado con sus esfuerzos, con su autoridad y con los demás medios que están a su alcance a secundar los fines de la ley y los esfuerzos de los establecimientos. Todavía habrá, sin duda, algunos padres que, desconociendo sus deberes o dotados de poca energía y perseverancia para decidirse a cumplir con ellos, obren como si el Gobierno y los funcionarios públicos tuvieran la obligación de sustituirlos en todo lo concerniente a la formación del carácter y de la moralidad de sus hijos; todavía habrá algunos, y no pocos por desgracia, que nada encuentren mejor que abandonar a sus hijos a sus propias inspiraciones, así como a las que adquieran en las escuelas con los contactos de todo género a que por fuerza están sujetos, y después, cuando los malos resultados les hagan ver las consecuencias de su negligencia, nada encuentren tampoco más natural como encargar la corrección de sus hijos a los empleados públicos, que jamás podrán tener ni el interés, ni el prestigio, ni el poder suficiente para convertirse así en padres de familia universales, mientras aquellos que en su propio domicilio debieran llenar esta importante misión social y doméstica pretenden eximirse de este trabajo, y también, aunque en vano, librarse de la responsabilidad que han contraído. Pero todos éstos son inconvenientes que en el estado actual de la sociedad ningún plan de estudios puede salvar de pronto, que sólo una educación mejor de los futuros padres de familia puede ir poco a poco extinguiendo; sólo las utopías de Fourier y de los falansterianos se han propuesto corregirlo de raíz, suprimiendo en realidad los padres y las madres de familia para convertirlos tan sólo, en el riguroso sentido de la palabra, en verdaderos proletarios. Yo no sé si esta función puramente animal, que en semejante estado de cosas se les asigna con respecto a la familia, podrá agradar a algunos; pero sí creo poder asegurar que la mayor parte rechazarán con disgusto semejante degradación de espíritu y de corazón, decidiéndose, por lo mismo, a cumplir con sus sagrados y gratos deberes. Los padres de la Compañía de Jesús, a quienes ya he tenido ocasión de citar a usted y a quienes habrá siempre que recordar cuando se trate de instrucción pública, pretendieron también, aunque no al grado que los socialistas, nulificar a los padres de familia para procurarse el completo dominio sobre las conciencias. El mal éxito de su empresa es la mejor prueba de su irracionalidad; pero la influencia que ellos ejercieron sobre los ánimos no ha desaparecido todavía lo bastante para que todos los padres se persuadan de que pasó ya el tiempo y la oportunidad en que esto pudo al menos intentarse, y aun ofrecer, mediante la indiferencia punible de los padres, alguna apariencia de realización. Otra dificultad se presenta también para que los grandiosos fines de la ley puedan tener su entero cumplimiento. Pero esta dificultad es, como muchas de las que ya he mencionado a usted, del género de aquellas que, en vez de ser un reproche, se convierten en un elogio, porque suscitan y activan un importante perfeccionamiento intelectual y moral en los encargados de la noble misión del profesorado. Esta dificultad consiste en la necesidad que un plan tan bien coordinado y tan filosófico como el actual, sobre todo en lo relativo a estudios preparatoros, hace nacer de un conjunto de obras de texto adecuadas al efecto y redactadas con un mismo espíritu y bajo la influencia del genio y de las verdaderas necesidades nacionales, en vez de servirse, como hasta aquí, de obras extranjeras, superficiales muchas veces y casi siempre incoherentes y contradictorias entre sí, y sobre todo inspiradas por otro genio y otras necesidades sociales. La costumbre de servirse para todo de textos extranjeros, cuyo primer efecto es el de matar en su cuna la actividad intelectual de los mexicanos, o por lo menos el de dirigh'la por el camino de la superficialidad y por consiguiente de la arbitrariedad y de la anarquía, comienza ya a desaparecer, notándose en todas las escuelas, y muy especialmente en la Preparatoria, un empeño grande por parte de los profesores para redactar ellos mismos, de acuerdo con las necesidades de la instrucción, los libros de texto que deben servir en sus respectivos cursos ... De propósito no he querido hasta ahora tocar un punto que se refiere directamente a esta escuela y que a primera vista parece no tener relación con el plan general ni con las miras eminentemente sociales que he procurado exponer a usted, pero que, bien examinado, es un complemento indispensable y un medio poderoso de facilitar y asegurar su realización. Este punto es el relativo a investigar si debe haber una sola o varias escuelas preparatorias; si esta clase de educación, la cual, como he procurado demostrar a usted, tiene necesidad de ser enteramente homogénea, ha de confiarse a diversos cuerpos de profesores bajo distintos directores, o si, por el contrario, no sería más conveniente fiar la ejecución a un solo director, profundamente penetrado de las miras y tendencias de la ley, en unión de un cuerpo de profesores compacto y que, en virtud de los frecuentes contactos a que el servicio mismo de la escuela lo sujeta, podría llegar a tener, mediante la influencia de una acertada dirección, la perfecta homogeneidad de ideas que tan necesaria es para poder sacar todas las ventajas que en este período de la educación de la juventud debe obtenerse. Plantear la cuestión en estos términos, que son sin duda los verdaderos y los que más en armonía se encuentran con la ley cuyo análisis acabo de hacer, es resolverla sin necesidad de discusión. No, no es posible que los grandiosos fines sociales de la ley se realicen entregando su ejecución, en lo relativo a estudios preparatorios, a dos o más corporaciones rivales y disímbolas, que bien pronto acabarían por reproducir los odios irreconciliables que se daban como primer alimento moral a los antiguos colegiales desde el día mismo en que entraban como alumnos de un colegio. Desde ese mismo día, en efecto, todos los alumnos de los otros colegios eran para él otros tantos enemigos con quienes era preciso mantener, so pena de ser reputado como mal colegial, una guerra abierta y encarnizada, con hostilidades de todo género. Este germen fecundo de animosidades, esta atmósfera de odio y de división, en medio de la cual se educaban antes los hombres públicos, no podía menos de tener una influencia fátal para la paz y para la estabilidad de la sociedad. Nada, por lo mismo, era más lógico ni más indispensable como la concentración de esta enseñanza en un solo establecimiento. Y también debo agregar que nada era más conveniente para los alumnos, aun bajo el punto de vista de su porvenir individual. Porque las numerosísimas relaciones que contraen con todos los jóvenes que entran simultáneamente con ellos en la vida pública y social, ejerciendo todas las profesiones y todos los cargos públicos, no podrán menos que serles de inmenso provecho. A su vez, los hombres públicos que han menester valerse de todas las aptitudes para el buen servicio de la nación tendrán en sus recuerdos de colegio una provisión inagotable de todas ellas. En cuanto a las dificultades que para el logro de estos fines, cuyas ventajas nadie puede negar, deben encontrarse en el crecido número de alumnos que deberán concurrir a un solo establecimiento, estas dificultades no son sino aparentes. Ellas no han podido existir sino en el primer momento de la instalación de un establecimiento de este género; y, cosa notable, estas dificultades debían principalmente nacer, como en efecto nacieron, del mal mismo que la institución estaba destinada a curar. Las rivalidades de los antiguos colegios, enardecidas con la fusión que repentinamente se hizo de todos los alumnos en uno solo, debió de pronto suscitar dificultades por la anarquía intestina que semejante estado de casas acarreó. Todo esto ha pasado felizmente, y las dificultades quedan únicamente reducidas a ir aumentando el número de profesores de cada ramo, en la proporción que lo exija la población de los educandos. Este medio es a la vez sencillo y económico, porque él no exige más aumento en el presupuesto de gastos que el de los sueldos de estos profesores. Otra influencia social de la más alta importancia que podrá sacarse de esta fusión de todos los alumnos en una sola escuela será la de borrar rápidamente toda distinción de razas y de orígenes entre los mexicanos educándolos a todos de una misma manera y en un mismo establecimiento, con lo cual se crearán lazos de fraternidad íntima entre todos ellos y se promoverán nuevos enlaces de familias, único medio con que podrán llegar a extinguirse las funestas divisiones de razas. Mucho y muy bueno podría cualquiera otro haber dicho a usted sobre tan interesante como fecunda materia, pero la premura con que he tenido que escribir estos apuntes, distraído por otras ocupaciones urgentes, y más que todo, la debilidad de mis fuerzas, me ha impedido llenar como hubiera deseado los deseos de usted. Sin embargo, al hacer el análisis de la ley en lo relativo a los estudios preparatorios, creo haber penetrado y puesto en lo principal ante los ojos de usted el espíritu y las tendencias de las modificaciones introducidas hasta hoy en este ramo. Deseando a usted el mejor éxito en la organización del Estado que tan acertada elección ha hecho, me repito de usted, como siempre, Su afectísimo y sincero amigo que lo aprecia y b. s. m. Gabino Barreda.
cuando cualquier mal asoma:
agua de malvas y goma,
sanguijuelas y sangrías,
y que el enfermo no coma.Índice de El laicismo en la historia de la educación en México Documentos históricos Capítulo séptimo - Don Ignacio Ramírez Capítulo noveno - El maestro Don Justo Sierra Biblioteca Virtual Antorcha