Índice de La educación activa 1.1 - El rendimiento del sistema educativo actual1.3 - Las reacciones biológicas y los medios educativosBiblioteca Virtual Antorcha

PRIMERA PARTE
Principios y problemas fundamentales

1.2 - La finalidad biológica y los fines de la educación

La simple observación de los fenómenos vulgares por los cuales se nos manifiestan las funciones fundamentales de la vida bastaría para demostrarnos que todo ser vivo procura, por todos los medios que están a su alcance, un aumento de potencia vital. Parece que su tendencia única sea la expansión en el sentido de una perfección de funcionamiento, de una adquisición de vida. Si las condiciones no le son favorables para desarrollarse, se limita a conservar su integridad vital; pero en cuanto se le presenta un motivo para expansionarse y crecer, no deja de aprovecharlo. Aun en su decaimiento, en la vejez, cuando ya no puede conseguir más que una intensidad biológica muy limitada, se procura extensión, longevidad, se conforma con una vida restringida, pero quiere vivir. Una simple semilla arrastrada por el viento llega a posarse encima de una masa rocosa. Un poco de humedad basta para que germine y eche raíces en las hendiduras de la roca. Estas raíces, con sus secreciones ácidas y su acción mecánica van descomponiendo la roca, que, de esta manera, les facilita una cantidad de alimento cada vez mayor. Si se trata de una planta arbórea, las potentes raíces abren la roca a modo de cuña, en busca de las substancias que el desenvolvimiento de la unidad vegetal reclama. Y en la tendencia a favorecer su aumento de vida, su crecimiento y desarrollo integral, dirige sus ramas hacia donde mejor pueda aprovechar los rayos del sol (heliotropismo), o donde los vientos u otros agentes la molesten menos.

La planta más rudimentaria, como la más complicada, aparece en todo sitio capaz de ofrecer condiciones algo favorables a su desenvolvimiento. De una organización especial de la materia, un germen, sale una vida, un organismo que se va perfeccionando continuamente, que va aumentando en intensidad y en extensión. Los organismos más elementales de la vida vegetal o animal buscan siempre el medio ambiente (temperatura, luz, substancias) más apropiado a su desenvolvimiento con una precisión maravillosa. Las amibas que en los laboratorios se someten a la acción de un ambiente variable, reaccionan en el sentido de su conservación y de su aumento de vida.

Los animales de la selva, como los que viven al lado del hombre, con una vida complicada, con necesidades y reacciones complejas, presentan evidentemente una tendencia directa a su conservación y a su máxima expansión vital. La busca del alimento, la defensa contra los agentes atmosféricos o los enemigos animados, las solicitudes que reciben los pequeñuelos por parte de los padres dan lugar a una infinidad de acciones y reacciones dirigidas al acrecentamiento de su vida.

El hombre no escapa, de ninguna manera, a esta ley general. Como su vida es más compleja, sus necesidades son mayores y más variadas; también los medios que están a su alcance, aunque más perfectos, son infinitamente más complicados y no aparece tan clara la finalidad biológica de las reacciones humanas. Pero es indudable que esta tendencia es muy poderosa en nosotros.

Desde el principio de nuestra existencia tenemos que adaptarnos constantemente a las situaciones que nos impone el medio físico, tenemos que sacar partido de las cosas que están a nuestro alrededor, nos vemos obligados a estudiar sus propiedades para saber qué uso podremos hacer de ellas. Todo esto lo hacemos para el desenvolvimiento de nuestra vida, para la expansión de nuestra personalidad.

Podrá decirse que muchos de los actos de nuestra vida elemental pueden explicarse por procesos mecánicos, físicos, químicos, como se pretenden explicar los tropismos de las plantas o las reacciones de los seres vivos rudimentarios a la influencia de la luz, del calor, de los excitantes, etc.: la dirección a un fin determinado y fijo es bien manifiesta. Y este fin no es visiblemente otro que el desenvolvimiento de la vida, la preparación de un porvenir.

Por un lado, unas fuerzas misteriosas y ciegas, llamadas instintos, algo que viene a ser como los principios vitales de nuestra existencia, dirigen las acciones a este fin biológico, de una manera independiente de la voluntad y, en muchos casos, son completamente inadvertidas por la consciencia. Por otro lado, la voluntad, servidora de la tendencia de aquellas fuerzas, de aquellos principios vitales, valiéndose de los recursos intelectuales que en la obra de adaptación a las exigencias del medio ha ido almacenando, dirige también los actos a esta misma finalidad.

Es admirable la manera precisa con que se camina a la finalidad biológica hasta en las funciones más elementales. Considérese cómo cada órgano cumple su misión y se pone en relación con los demás para constituir una unidad funcional perfectamente regulada. Y hay que ver cómo estos órganos llaman al exterior para avisar la falta de algo necesario para su normal funcionamiento.

Cuando el organismo necesita substancias para reponer sus perdidas o para asegurar su crecimiento, provoca el hambre y la sed. Si un primer aviso de esta clase no fuera bastante para advertir al individuo, la sensación se hace más aguda y obliga de una manera u otra a buscar las materias que hacen falta. Y no sólo se da una sensación global de hambre, sino que cuando el organismo tiene déficit de una determinada substancia, el hambre se especifica y solicita aquélla con preferencia sobre cualquier otra. (Turró: Origenes del conocimiento. El hambre.) La inconveniencia de una atmósfera viciada se nos advierte por cierta pesadez en los movimientos respiratorios, dolor de cabeza, malestar general, signos que interpretamos muy bien, por poca experiencia que tengamos, sin que nadie haya tenido necesidad de enseñárnoslos. Ante tal fenómeno, oponemos las defensas y buscamos una nueva situación.

Por la sensación de fatiga sabemos cuándo nuestro cuerpo tiene que reparar fuerzas o tiene que eliminar substancias que podrian envenenarlo. Se puede hacer un esfuerzo si las necesidades de la vida asi lo exigen, y, en este caso, la fatiga puede pasar desapercibida: pero esto tiene un limite que sólo se rebasa cuando de no hacer el esfuerzo se seguiría un peligro mayor para la vida misma. Si el ejercicio que estamos haciendo no está gobernado por una necesidad muy apremiante o por un deseo muy fuerte de expansión en otro sentido, los primeros síntomas de fatiga bastan para que nos entreguemos al descanso o para que cambiemos nuestra actividad por otra de compensación.

El sueño nos anuncia en general, el peligro de intoxicación que representa la presencia de substancias acumuladas durante la actividad general, y sólo se retrasa si estamos ocupados en algo que nos interesa más en aquel momento o estamos en situación anormal: las preocupaciones, los disgustos de familia, las excitaciones nerviosas que sumen al espíritu en un vagar de representaciones que nos mantiene en tensión, los estados patológicos, son la causa del insomnio. En cuanto la ocupación o la excitación o el estado patológico cesa o disminuye suficientemente, empieza el sueño.

Siempre, lo que nos interesa más, lo que puede tener alguna consecuencia para la vida atrae de preferencia nuestra actividad. La voluntad se nos aparece encaminada a fines parciales, pero en el fondo de todos ellos está el fin biológico, presidiendo; ella pone su empeño en defender los principios vitales colaborando en la defensa que hacen los instintos y la selección.

A veces, se realizan actos equivocados, contrarios al fin biológico, de consecuencias perniciosas para el mismo individuo. Incluso pueden repetirse un número de veces suficiente para constituir un hábito arraigado Estos actos obedecen a necesidades desviadas. Significan una anormalidad, y, afortunadamente, forman excepción (alcoholismo, morfinomanía, tabaquismo, etcétera). Si las desviaciones de este orden fueran frecuentes, la vida tendería a una disminución, a la pérdida de potencial, llegando, en último término, a la muerte.

Por selección, simplemente, desaparecen los individuos que efectúan actos equivocados, los que tienen una finalidad vital desviada.

Los morfinómanos, los alcohólicos y, tal vez, los fumadores, envejecen prematuramente y mueren antes del tiempo que una vida arreglada les hubiera señalado. Además, la descendencia, si la tienen, suele continuar la desviación hasta que sucumbe, o con frecuencia presenta anormalidades que dificultan su vida y llegan a interrumpirla, después de un plazo más o menos corto, cerrándose, por lo tanto, la linea de generación.

Por eso, todo individuo tiene como tendencia central la que lleva a la conservación y al desenvolvimiento de su vida. La naturaleza la señala y es la condición ineludible de su existencia. Si sigue un camino contrario, va a la extinción. Hasta en el caso de quedarse estático, de reaccionar indiferentemente ante lo favorable y lo perjudicial, tarde o temprano tiene que acabar la vida prematuramente. La existencia de este individuo se prolongará tanto como tarden en tener lugar las reacciones equivocadas capaces de provocar su desintegración, o se forme un cúmulo de adaptaciones erróneas que produzcan una debilitación progresiva, cuyo término es el aniquilamiento.

Si pasásemos a considerar las manifestaciones de la vida a que dan lugar la producción económica y la relación social, la vida de trabajo y de juego, la ciencia y el arte, encontraríamos que el móvil central de la vida de los hombres, tanto en su actuación individual como en sus funciones sociales, es la finalidad biológica de su expansión física y espiritual.(1) Esta tendencia general es la que nos da las normas teleológicas generales de la educación. Una educación represiva, cuyo ideal sea la negación de la vida, cuya finalidad conduzca a la anulación de las potencias vitales (nirvana), es completamente inadmisible. Ninguna doctrina filosófica o religiosa debe ser capaz de imponer a la educación fines contrarios a los fines generales que señala la naturaleza en sus funciones biológicas. Las doctrinas que, en el curso del tiempo, han formado los ideales educativos de los pueblos, no se han apartado mucho, salvo raras excepciones, de los fines que nos señala la tendencia vital; pero hay que reconocer que no han sido en todos los casos sus fieles intérpretes. Hoy, ante los progresos de las ciencias naturales y ante la interpretación científica de los fenómenos biológicos, ya es posible ver de un modo claro la finalidad general que debe tener la educación. Luego vendrán las preocupaciones y las tendencias de los grupos de hombres y cada uno querrá influir de una u otra manera para imponer a la educación sus ideales secundarios. Cada escuela, cada confesión, cada agrupación política se afanará en hacer que predominen sus fines educativos parciales. La finalidad biológica de la educación quedará matizada en un sinfín de finalidades particulares; pero ella continuará dominándolas todas, formando su esencia íntima.

El sistema de educación que vamos a esbozar aqui tiene tal carácter de generalidad, que no se propone servir los fines peculiares de ninguna agrupación social, sino que podrá ser utilizado por todas. Poniéndose exclusivamente al servicio de la finalidad biológica, interpretada con todo rigor científico y moral, ofrece un fundamento sólido a todas aquellas otras finalidades parciales, que los hombres han creado para servir sus necesidades diferenciales de temperamento, de casta, de idealidad.

NOTA

1.- Véase José Mallart, El trabajo agradable y el problema de la educación activa, Boletín de la Institución libre de Enseñanza. Madrid, 1921.
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