Índice de La educación activa | 1.2 - La finalidad biológica y los fines de la educación | 1.4 - La acción inteligente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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PRIMERA PARTE
Principios y problemas fundamentales
1.3 - Las reacciones biológicas y los medios educativos
Así como la finalidad biológica de la actividad humana nos da los fines generales que debe perseguir la acción intencionada a favor del desenvolvimiento de los individuos, la manera cómo se despliega la actividad ante los estímulos biológicos y las condiciones que regulan la acción frente a las necesidades internas y a los ofrecimientos del mundo exterior nos indicarán el camino que hay que seguir en el proceso educativo. La educación, servidora e intérprete solícita de las necesidades individuales cuya satisfacción conduce a la expansión biológica (física y espiritual), debe emplear medios parecidos a los que la misma naturaleza emplea en toda aquella parte tan importante de actividad evolutiva en que no intervienen agentes educativos intencionados. Así, la educación, como obra intencionada de desenvolvimiento, como acción ejercida sobre un individuo para conseguir un acrecentamiento de potencias vitales, deberá procurar que todos los procedimientos, todos los ejercicios que proponga, revistan el carácter de los procesos biológicos que aseguran el desenvolvimiento natural de los hombres en sus funciones elementales y en sus potencialidades elevadas.
Ahora bien, la nota característica de los actos humanos es que responden a necesidades de los individuos. Unos, inconscientes por lo general, se dirigen más o menos directamente a la finalidad biológica integral de conservación y de expansión (necesidad central, dominante); otros, en su mayor parte conscientes, también se dirigen predominantemente a la expansión biológica, pero obedecen a finalidades concretas que se propone el sujeto, responden a necesidades diferenciadas que se proyectan en objetos determinados y en ideales sentidos.
Así cada acción aparece con su fin propio, que se corresponde con una necesidad del individuo. Las manifestaciones de la necesidad individual son muy complejas y muy diversas, diferenciándose varios grupos bajo los nombres de apetencias, gustos, intereses, aspiraciones. entusiasmos. Para que éstos se puedan satisfacer, hace falta que existan fines concretos que hagan determinar la acción. Y estos fines deben ser la plasmación misma de la necesidad. Los fines propuestos desde fuera del sujeto deben ser fieles intérpretes de las necesidades individuales. Actividades y ejercicios impuestos (mandatos de jefes, de educadores), deben reunir condiciones especiales de concordancia con las necesidades biológicas del individuo y, a ser posible, deben hacer sentir como propios los fines que los informan. De lo contrario, serían realizados con protestas y llegarían a tener las negras características de los trabajos forzados.
El ejercicio favorable a la satisfacción de las necesidades vitales se caracteriza por el asentimiento del individuo. Si, además de asentimiento, se tiene gusto, interés, entusiasmo, es señal de que el ejercicio tiene un grado mayor de conveniencia para el desarrollo individual, siempre que se trate de individuos normales y equilibrados.
Por esto se puede decir, de una manera general, que la actividad que se proponga en la educación debe presentar estas caracteristicas reveladoras de su conformidad con las necesidades biológicas. Apetencia, gusto, interés, entusiasmo, son los signos de las reacciones biológicas acertadas, como lo son de las reacciones educativas que sirven intensamente a las necesidades de desarrollo. Por ellos conoceremos si los casos concretos de actividad que se propongan al educando son adecuados, y en qué grado.
En educación no se trata sólo de encontrar para el niño o el joven actividades que no estén en contraposición con las necesidades biológicas, en cuyo caso notaríamos una aceptación indiferente; es preciso que los actos propuestos para educación procuren, en todo lo posible, la satisfacción directa de aspiraciones vitales. Para que el ejercicio resulte más activo y más educativo, hay que procurar que tenga bien clara y definida su finalidad y que ésta sea deseada, es decir, que se presente al individuo como la concreción de un gusto o de una aspiración suya.
En todas las actividades libres entra el fin concreto deseado, el ideal, como regulante y estimulador de energía. Incluso lo ponemos en el juego, y es lo que solicita los impulsos de voluntad para servir a las ficciones y a las luchas inocentes, de la misma manera que los llama para el servicio de las cosas más serias.
El niño cuando juega, se propone ganar la partida, conducir un automóvil (aunque sea de hojalata), llegar a la meta, subirse a un árbol. Siempre que tiene necesidad de moverse, de saltar, de probar su habilidad, su destreza, su ingenio, cosa indispensable para su desenvolvimiento, el niño busca un fin concreto donde dirigir su actividad. Este fin constituye el móvil, el motivo de la acción.
Algunas veces, el niño salta, corre, sin tener un móvil fácilmente definible. Su necesidad de acción mueve los reflejos del movimiento, y el niño salta y corre sin que se dé cuenta de ello. Pero en este momento propongámosle una finalidad que hable a sus gustos o a sus aspiraciones; digámosle, por ejemplo, que vamos a probar quién llega antes a un sitio determinado, él o nosotros. Su cara cambia de aspecto; todo revela interés y entusiasmo. Su energía parece multiplicarse y el ejercicio pasa a ser violento. No es el mismo de antes; toda su atención, todas sus energías, todas sus aptitudes se ponen en juego y se concentran para la consecución de aquella finalidad: llegar al punto señalado.
Aquí tenemos dos tipos perfectamente distintos de actividad, y los dos son función del fin biológico del niño. El primero tiene lugar sin que se ponga propiamente en juego la función mental; es superficial, desarrolla poca energía. Es que carece de fin inmediato, de móvil concreto. El segundo, por el contrario, es central, intenso; está dirigido a una finalidad definida cuya consecución está en el interés del individuo.
El mismo ejercicio hecho teniendo delante una finalidad definida, un objeto sentido, o hecho sin móvil directo, sin estímulo concreto, cambia completamente. No hay que decir cuál de las dos maneras es la mejor desde el punto de vista del desarrollo.
Precisa reconocer, sin embargo, que los juegos sin fin concreto son muy poco numerosos. El mundo de la ficción es muy ríco y da al espíritu infantil ideales muy claros y definidos en todas las actividades algo complicadas para las cuales la vida práctica ordinaria es insuficiente. Y es fuerza que así sea en el níño para que se pueda mantener su tensión intelectual y física, para que se le ofrezcan continuamente problemas que resolver, puntos hacia dónde proyectar sus actos, única manera de obligarse a un trabajo de adaptación a situaciones variadas y a un ejercicio de desenvolvimiento.
Si no se tuvieran fines concretos, en identificación con el mismo individuo, no habría estímulo. Las necesidades perentorias se colmarían mecánicamente, con sujeción a una cierta ley de fatalidad, y las funciones elevadas del espíritu no tendrían lugar para manifestarse. En la infancia, que es la época más trascendental del desenvolvimiento, el estímulo de la actividad, mediante fines concretos bien sentidos por el sujeto, debe ocupar el sitio preferente. Por la ficción (juego) se puede encontrar multitud de móviles de ejercicio. Este será un recurso valioso en la acción educativa. Pero el niño tiene que hacer su preparación para la vida seria, y, aunque ésta ofrece muchos elementos que son comunes con los del juego, se exige en la edad primera una iniciación en las cosas que hacen los mayores. No sólo hay que educar (desenvolver), sino que también hay que enseñar (dar técnicas para la vida social y económica).
El juego, bajo el estímulo del mundo imaginativo, que es tan rico en el niño, constituirá un elemento de primer orden en todo buen sistema de educación. Pero junto al juego se podrá preparar al educando un caudal muy rico de actividades serias que serán tan estimulantes y tan interesantes como el mismo juego, si se buscan objetos de ejercicio y de trabajo que sean verdaderas aspiraciones del niño. Si las labores escolares, y todos los ejercicios educativos, se presentan al sujeto como conducentes a fines que él desea, éste pondrá a servicio todas sus energías y así tendrán ocasión de manifestarse y de desenvolverse todas sus aptitudes. Y si los fines deseados y las aspiraciones de los mismos niños fueran insuficientes, ahí está el educador para estimular la presencia de deseos nuevos, para hacer sentir ideales, para proponer obras cuya sola visión ideal mueva los recursos individuales e invite a una acción plena y organizada, la mejor para el desarrollo, la más educativa.
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