Índice de La educación activa 1.5 - Educación funcional o activa 1.7 - La educación activa y las necesidades socialesBiblioteca Virtual Antorcha

PRIMERA PARTE
Principios y problemas fundamentales

1.6 - El juego, el trabajo y la enseñanza

Tal como se presentan los términos de la educación activa, el problema práctico consiste en buscar actividades que sean la satisfacción de las necesidades que tiene el niño y, además, en estimular a éste para que se provoquen otras necesidades que sean motivo de reacciones convenientes para los fines educativos. Lo primero es relativamente fácil; se trata de interpretar los impulsos y de obedecerlos. En esto, gracias al poder de reacción que tiene la naturaleza humana, el mismo individuo busca los medios para darse satisfacción adecuada (alimento, juego, etc.). Aquí, el educador sólo tiene que dar facilidades, acceder y obedecer, aunque tenga siempre la previsión de lo que conviene para la educación, y se encuentre en el caso de limitar o de encauzar las necesidades. No ocurre lo mismo cuando hay que provocar deseos para despertar actividades que conduzcan a objetivos que estimamos convenientes para la formación del individuo. El trabajo es doble, y los recursos, limitados a las capacidades de estímulo y de producción del educando.

Hay que hacer que el niño adquiera ciertas nociones, ciertos estados de espíritu, ciertos hábitos morales, y es posible que no todas las actividades que se requieren para estas adquisiciones correspondan directamente con las necesidades que el niño siente. De hecho ocurre en muchos casos -variados según los temperamento y las características individuales- que el niño no siente espontáneamente necesidad de aquellas actividades.¿Qué medios auxiliares podrán emplearse para hacérsela sentir?

Nada más indicado que el juego educativo y el trabajo productivo. No se trata de convertir la escuela en campo de juegos y en taller. Si se quiere, será campo de juego y lugar de trabajo; pero el juego y el trabajo de la escuela podrán muy bien ser lo que pida la formación humana integral de los alumnos y lo que señalen los mismos programas de enseñanza. Los ejercicios educativos y las enseñanzas que, presentándose en la escuela con su propio carácter científico-docente, encarnen perfectamente con las necesidades que sienten los alumnos, no tienen por qué tomar elementos de juego o de trabajo. No obstante, son muy pocas las formas docentes y los ejercicios educativos que, sin tener algo de lo que anima los juegos y el trabajo creador, sean capaces de poner a los alumnos en condiciones de desenvolver convenientemente sus actividades. Este algo que anima los juegos y el trabajo es el objetivo deseado, la finalidad sentida, la noción de una realización que tiende a una utilización práctica o a un simple goce del espíritu.

Las materias escolares que gustan a los niños, las que se aprenden con facilidad, las que desempeñan una función verdaderamente formativa son las que se aproximan más al juego o al trabajo creador. Las narraciones históricas, con su parte pintoresca y anecdótica que invita al vuelo del espíritu (juego) y hace revivir los hechos; los concursos de méritos que traen consigo la lucha, son muy bien acogidos por los niños. El trazado de mapas y croquis, la formación de colecciones y herbarios, y otros ejercicios que participan del trabajo personal creador u ordenador, son las labores predilectas de la escuela actual. No hay razón alguna para que este tipo de enseñanza no se haga más extenso, y aun se convierta en exclusivo. Para esto no es necesario cambiar fundamentalmente los programas. Del dictado escrito para quedar muerto en un cuaderno, al dictado que tenga que ser materia para recitar en una fiesta escolar que preparen los niños, va una enorme diferencia en cuanto a interés y estímulo. Sin que padezca en lo más mínimo la enseñanza de la ortografía - antes al contrario- se pueden encontrar numerosos motivos que hagan al niño el dictado necesario. Una lección sobre polígonos, dada ante el propósito de repartir unos trozos de tierra que cultiven los alumnos, con la necesidad que sienten éstos de que se haga debidamente el reparto, será mucho más provechosa que si se da porque está marcada en el programa.

Hace falta dar mucha vida a la escuela, son indispensables muchas cosas con las cuales poder actuar, muchos objetivos que realizar; y es algo difícil encontrar finalidades concretas capaces de estimular convenientemente a los niños para tantas actividades como se necesitan para la educación y la enseñanza. Pero, afortunadamente, el niño es muy estimulable por la ficción, y ésta ofrece recursos ilimitados al educador que sepa utilizarla. Cuando no se tengan personas determinadas a quienes escribir las cartas escolares, se podrán muy bien inventar seres imaginarios.

¡Con cuánto interés escribe el niño la carta a los Reyes de Oriente para que le traigan lo que desea! En las escuelas se pueden tener muchos Reyes de Oriente a quienes comunicar los deseos infantiles y con quienes relacionarse para animar muchas actividades escolares.

Puede hacerse muy bien que el niño se finja médico, por un momento, para conseguir que sienta necesidad de aprender un punto de higiene. Incluso pueden simularse escenas enteras de la vida de los adultos, a modo de los juegos de imitación que organizan con tanta frecuencia los mismos niños, para cuyo desenvolvimiento se necesiten determinados conocimientos comprendidos en el programa escolar y en el plan de formación de los alumnos. La imaginación da muchos recursos y basta que un niño se considere, durante unos minutos, albañil, maquinista, aviador, para sentir vivamente necesidad de enterarse de multitud de cosas de ciencias y de artes. Aprovéchese el educador cuando pasa este interés para suministrar lo que piden los programas escolares y procure que, cuando la necesidad de aprender esté ya satisfecha, se pase en seguida a suscitar otro motivo, con otra ficción o con una realidad deseada.

De esta manera los conocimientos se ponen al servicio de los propósitos, de las aspiraciones, y desempeñan su propia función, que es la de guiar a la acción. El saber por el saber no tiene razón de ser, ni es posible que se adquiera si no existe en el individuo un propósito, una finalidad o una tendencia que le lleve a la idea de su utilización en la vida ordinaria o profesional. En los adultos se tiene generalmente interés por el saber, aunque no se tenga que hacer de él una utilización inmediata, porque se le considera un instrumento general para resolver los problemas que se pueden presentar. Además, cada punto nuevo del saber puede ser objeto de relaciones directas con los problemas de la vida práctica, gracias a la experiencia que se tiene de esta clase de relaciones. La infancia es más pobre en este aspecto, y con ella tenemos que renunciar totalmente a aprender por aprender, haciendo que todos sus actos de aprendizaje sean provocados por la necesidad de conseguir algo deseado.

En la primera edad, tal vez se tendrá bastante con el saber que se pueda estimular en realizaciones que, en el fondo, son pura ficción y juego. Sin embargo, será necesario que se empiece pronto a poner la ciencia y las adquisiciones escolares al servicio de realidades más parecidas a las de la vida de adulto. Los niños también pueden adquirir conocimientos, estimulados por el deseo de poseer realmente ciertos objetos, y de producir determinados efectos. No hay duda que la personalidad está bastante desarrollada en la edad escolar para que los alumnos sientan necesidad de ejercer su influencia sobre las cosas reales, y de hacer obra creadora.

Uno de los elementos principales con que puede contar la escuela para procurar a los niños finalidades sentidas, dentro de la esfera de las realizaciones comparables a las de la vida adulta, es el trabajo manual. Pero hay que evitar que el trabajo manual limite al educando a trabajar por trabajar. Es preciso que el niño trabaje por conseguir algo que desee, para obtener un objeto que necesite; debe tener un plan ideal que haga desarrollar todos sus actos y aplicar todas sus energías; los impulsos de voluntad que muevan sus reacciones deben tener la visión clara de un fin determinado que se ansía. Una vez será la construcción de una cometa, otra, la de un carrito de madera o la de un objeto artístico con que adornar la escuela o con que obsequiar a los padres el día de su cumpleaños. Para estos trabajos interesantes se necesitan ciertos conocimientos sobre materiales (ciencias naturales, industria), sobre formas y medida (dibujo, matemáticas), cierto sentido práctico, iniciativa, habilidad, constancia y otras cualidades que la escuela tiene que fomentar y que difícilmente se podrían ejercitar y estimular si los niños no encontrasen un número grande de motivos de acción atractiva.

Sin duda, estos motivos no utilizarán sólo el trabajo estrictamente manual. Son muy pocos los trabajos en que sólo actúa la mano, aun dejando a parte el concurso de los elementos nerviosos centrales y la intervención intelectual. Como instrumento muy importante de trabajo, la mano ha proporcionado calificativo para toda una serie de labores de base corporal. El trabajo que se haga en la escuela activa no sólo abarcará las labores en que la mano desempeña el papel principal, sino también aquellas en que son otros los órganos que llevan el peso central. Lo mismo unas que otras pueden ser objeto de excelentes actividades educativas, y pueden ofrecer al niño las buenas finalidades deseadas.

El cultivo de plantas nos da el tipo característico de una obra inteligente, fuente de experiencia científica y motivo de interés por saber, realizada en condiciones excelentes de ejercicio físico, y de producción manual y corporal. Todos saben que el niño busca por si mismo esta clase de ocupaciones, procurando satisfacer necesidades naturales de actividad creativa y ordenadora, en juegos que se proponen construcciones de toda especie, utilizando los más variados materiales que encuentra a su alcance (piedras, barro, ramas, madera, etcétera). Ésta es la mejor señal de que en este punto existe un recurso muy bueno para organizar actividades educativas y para despertar intereses de instrucción. Casi basta la proposición de hacer un objeto concreto que se relacione en algo con la vida del niño, para que éste ponga en juego todas sus energías y aptitudes.

Si esta manera de reaccionar en la escuela, moviéndose siempre hacia fines deseados, trabajando por ideales sentidos, da lugar a que se aprendan muchas cosas y a que se aprendan mucho mejor que por los procedimientos verbalistas todavía muy corrientes -lo cual es muy importante para la instrucción del individuo- no hay que perder de vista otras funciones suyas tal vez más trascendentales. La voluntad, que se ejercita en vencer dificultades opuestas a las realizaciones deseadas, se forja para las luchas del mañana; los impulsos voluntarios que se pongan plenamente al servicio de los ejercicios escolares, también se pondrán más tarde al servicio de los trabajos de la vida. El individuo acostumbrado desde pequeño a vivir en la actividad de un trabajo que entusiasma y que llena la vida, será más tarde el trabajador activo y entusiasta. El muchacho que en la escuela adquiere conocimientos, se documenta ante la necesidad que de ello tiene para conseguir un fin deseado, será el profesional estudioso que se afana en introducir perfeccionamientos en sus obras. Iniciado desde temprano a hacer obra personal, su vida ha de ser una creación sucesiva, una aportación continua a las adquisiciones de los hombres, que este es el mandato supremo que tenemos todos en este mundo. El niño cuya actividad educativa ha participado de los elementos del juego será el hombre que pondrá en el trabajo serio de la vida la alegría estimulante que hace de la existencia un eterno juego.

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