Índice de La educación activa | 1.8 - Las corrientes pedagógicas modernas convergiendo en la educación activa | 2.2 - Los centros de interés | Biblioteca Virtual Antorcha |
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SEGUNDA PARTE
La escuela ideal para la educación activa
2.1 - El medio ambiente
El ambiente en que tenga que desenvolverse un sistema de educación activa debe ser capaz de ponerse perfectamente al alcance de las necesidades del niño, al nivel de su mentalidad y de los intereses de su edad. Necesitando el niño un margen grande de libertad y una actividad vigorosa que estimule su desarrollo físico y espiritual, un ambiente que tenga muchos elementos de la naturaleza vivificante, aire, sol, espacio amplio, reunirá una de las condiciones fundamentales. Si a esto se añade que el juego y el trabajo, y toda la acción educativa a que se presta un ambiente que participe en gran proporción de las ventajas de la vida de naturaleza o de la vida del campo, están muy cerca de los intereses y de la comprensión del niño, se reconocerá que el lugar de formación primaria deba tener mucha parte de naturaleza y de simplicidad campestre.
En efecto, según la ley biogenética del desenvolvimiento humano, por la cual parece ser que el individuo rehace abreviadamente las etapas culturales por las que ha pasado la humanidad en su desarrollo, el niño empieza haciendo una vida primitiva. Los intereses y las necesidades particulares de actividad van evolucionando con la edad, desde un primitivismo salvaje a una vida cada vez más complicada que tiende a la comprensión y a la adaptación a las situaciones de los adultos, y aun, tal vez, a una superación del refinamiento de éstas.
Un ambiente urbano, ampliamente evolucionado y elaborado por las generaciones anteriores, concuerda muy bien con las necesidades y la mentalidad de los adultos, pero es inadecuado para el niño, que tiene que asentar su formación sobre una vida más sencilla, más a tono con su estado rudimentario de desarrollo. El pequeño tiene que pasar por este primer grado de desenvolvimiento, tomando una gran participación en actividades salvajes y rurales, para poder luego asimilar debidamente y ser miembro de acción en la vida refinada y artificiosa de los centros urbanos.
Por esto, el lugar ideal para la educación -por lo menos en, los primeros años- es el campo. Una casa sencilla, aislada, si es posible, rodeada de terreno practicable, animada por la presencia de plantas y animales, con agua, piedras, arena y múltiples elementos naturales para poder jugar y trabajar, bañada de aire y de luz, es el local que aspira a tener la escuela activa. Si, por las condiciones del clima, pudiera bastar un cobertizo como edificación capital de la escuela, tanto mejor. Lo mismo los juegos que las enseñanzas escolares deben hacerse al aire libre siempre que lo permitan los agentes naturales. El local cerrado no puede ser recomendado más que en los casos de temperatura extrema y en los que los niños tengan que trabajar en cosas que sólo pueden ser hechas en el interior (formación de museos y colecciones, experimentos de laboratorio, etc.). En principio, el niño debe permanecer lo menos posible encerrado entre muros, haciendo valer como limitación el peligro que puede tener su salud, considerada desde el punto de su endurecimiento físico y de su formación intelectual.
Además de lo dicho anteriormente respecto de la necesidad de estas condiciones de lugar para facilitar al niño la práctica de las actividades primitivas que corresponden a su edad y a sus grados de desenvolvimiento, el ambiente amplio e incitador de ejercicios variados es absolutamente indispensable para provocar un desarrollo integral. El espacio reducido de las habitaciones familiares y de las salas de clase, aunque tenga al lado el jardín o el patio de juego -que ya es mucho pedir en la mayoría de los casos- es a todas vistas insuficiente e inadecuado para estimular en el niño las actividades que necesita para su formación. ¡Pobres niños! Demasiado tienen que estar entre paredes en el tiempo de convivencia con los mayores y en los momentos de sujeción a los moldes sociales, para que en la acción que se ejerce directamente sobre ellos para su educación no se les libere como merecen.
Necesitan espacio para juegos constructivos (casas de piedra y barro, puentes rudimentarios, pozos, etc.) y para mil ocupaciones y juegos que se irán sucediendo a medida que sean reclamados por las exigencias de la enseñanza. Hace falta espacio para toda la vida de ejercicio educativo y de trabajo en que ha de desenvolverse el niño. Para un verdadero sistema de educación activa es preciso ponerse en relación con un mundo de cosas muy extenso, ante el cual se pueda obrar en formas múltiples, y por el cual se estimule un desarrollo intelectual intenso. El cultivo de plantas y la cría de animales, con todas sus operaciones anejas y todos los conocimientos científicos a que dará lugar como base experimental o como motivo de aplicación, son recursos excelentes. El taller, o simplemente la colección de herramientas con que construir diversos objetos sencillos, de utilidad en los juegos, en las construcciones o en las enseñanzas, será un elemento indispensable.
La actividad que los pequeños o los jóvenes pueden desarrollar en un ambiente de esta naturaleza, animado, de otra parte, por un espíritu de libertad organizada y de convivencia fraternal de educadores y educandos, es la más propicia para formar la base sólida de los hombres de mañana. No son éstas, condiciones inasequibles, ni pretensiones quiméricas. Están funcionando admirablemente instituciones escolares que proporcionan a los educandos las ventajas del ambiente que aquí señalamos como ideal.
Sirvan de ejemplo las escuelas nuevas como las fundadas por Ferrière en Suiza y por Wyneken en Alemania, y sobre todo, la ya clásica Haubinda (Turingia), escuela situada en pleno campo, donde, mediante los procedimientos experimentales activos, el cultivo y los trabajos manuales, desarrolla con sus alumnos de 12 a 16 años de edad el programa de las escuelas reales superiores de Alemania; sirvan también de ejemplo las escuelas serenas de Italia, que Boschetti-Alberti define así:
Una escuela donde no se separa bruscamente al niño de todo lo que le interesa, sino donde se interpretan sus intereses mismos para su instrucción; una escuela que salva al niño de la opresora rutina escolar, causa de tanto fastidio, disgustos y neurastenia; una escuela donde los alumnos se mueven silenciosa y delicadamente en la libertad, conscientes de lo que deben aprender, sabiendo que deben observar, buscar, escrutar la vida para avanzar en sus estudios; una escuela, en fin, donde se educa al niño haciéndole respirar un ambiente tranquilo, apacible y delicado. (1)
Sólo faltan detalles de adaptabilidad para que se haga florecer en todas partes el mismo principio y para que se tomen medidas de carácter general que solucionen el problema práctico que plantea su adopción en las grandes ciudades. (Véase el capítulo Orientaciones para la creación de nuevas escuelas.)
En algunos casos la escuela activa podrá tomar la forma de comunidad escolar, o la de familia escolar, procurando al niño una formación completa, rigiendo su educación integral y desempeñando incluso misiones que, en general, se reservan a la familia. Otras veces, la escuela se limitará a tener los niños durante unas horas diarias, como en el tipo corriente de las escuelas públicas, y entonces la formación tendrá que hacerse intensificando en aquellas actividades que más estimulen el desarrollo y que mejor puedan subvenir a las deficiencias educativas de la vida del niño. Lo mismo en un caso que en otro, un amplio ambiente incitador de actividades se hace necesario. Por esto se puede decir que ninguna escuela activa debe dejar de tener un trozo de tierra donde cultivar plantas y donde construir, y unos cuantos materiales y herramientas para variados trabajos escolares.
Se comprenderá que en una escuela donde las ocupaciones dinámicas abarcan una parte muy importante de la actividad del niño la sala de clase o aula -elemento capital en la escuela tradicional- pasa a tener una importancia secundaria. Algún pedagogo moderno ha dicho que el mejor banco escolar es aquel en que se sientan menos los niños; nosotros podríamos añadir que la mejor sala de clase es la que los tiene menos tiempo encerrados. Aun tal vez sería mejor prescindir de la denominación sala de clase en la escuela activa, para no confundirla con la sala de embotellar conocimientos con que se ha complacido hasta ahora la escuela verbalista.
Las salas de la escuela activa son lugares de trabajo personal y han de tener carácter de taller, de laboratorio, de biblioteca, de museo, donde los niños trabajen, investiguen, lean, coleccionen. No faltarán grandes pizarras para proyectos, croquis, demostraciones, y fuentes de toda clase de datos necesarios para la resolución de los problemas propuestos, y para dar facilidades en los trabajos emprendidos. Tampoco dejarán de estar a disposición mapas y cuadros explicativos, que sirvan para la consulta de los niños en el curso de sus ejercicios. A los elementos de esta clase se añadirá un decorado sencillo y alegre, que hable a los sentidos y al espíritu del niño, a ser posible hecho por los mismos alumnos, y por lo tanto, renovable y cambiante. La influencia que tiene la disposición y el orden de las cosas que rodean al niño influye demasiado sobre la formación espiritual para que se deje de lado esta cuestión, y no hay duda que la intervención de los mismos niños en disponer armónicamente el medio en que viven unas horas diarias ha de ser altamente saludable.
Muchos de los juegos educativos, ocupación principal en la primera edad, se harán también en el interior, por imposiciones del clima o por la índole de las ocupaciones. La sala de los pequeños todavía puede tener menos el carácter de sala de clase. Aunque todas las ocupaciones estarán impregnadas de aritmética, de geometría, de lenguaje, etc., las materias no se dan como una cosa hecha que hay que introducir en el espíritu del niño de un modo coactivo, sino que cada niño las encuentra por sí mismo al buscar medios que le conduzcan a los objetos deseados, trátese de un juego o de un trabajo.
El ambiente de las salas de los pequeños, como de los mayores, debe permitir un margen muy amplio de libertad, para que puedan desenvolverse convenientemente las energías individuales y la personalidad pueda manifestarse plenamente. La estrechez, la rigidez, el orden externo malograrían las iniciativas de los niños. El orden y la disciplina, elementos necesarios en toda obra, se imponen por sí mismos, condicionados por la necesidad de conseguir las finalidades que se desean. Los niños hablan, se mueven de un sitio a otro exclusivamente para cuidarse del trabajo que tienen entre manos, para documentarse, para buscar un utensilio o para resolver una duda.
Todo esto tiene que ir animado de un cálido espíritu de compañerismo, que se estimulará mediante una estrecha colaboración entre los alumnos, y entre éstos y el maestro. Jamás podría ejercer de verdadero guía de espíritus y de actividades el maestro que se presentara a los ojos de los alumnos como disociado de los intereses que éstos sienten. Cuanto más cerca esté de los alumnos, mejor comprenderá las necesidades que en éstos se susciten, y mejor podrá provocar las reacciones adecuadas. Casi siempre tendrá que dirigir, encauzar, animar, proponer; en muy pocas ocasiones tendrá que mandar.
Es muy comprensible que las condiciones del ambiente espiritual de la escuela dependerán mucho de las cualidades personales del maestro. En la escuela activa, menos que en la escuela verbalista, el maestro no debe ser un almacén de conocimientos, cubierto de asperezas y acritudes de carácter. Para que pueda ser verdadero educador tiene que ser abordable por los niños, sabiendo seguir el ritmo de los pensamientos infantiles para dirigirlos y dominarlos sin oposiciones ni resistencias; y esto es muy difícil de conseguir con un carácter brusco y huraño. Además, el maestro constituye un modelo de hombre que tienen los chicos continuamente a la vista, y hay que reconocer que sus modalidades de carácter influyen mucho en la formación de los alumnos. Jamás debería aceptarse como modelo un hombre impulsivo y fácilmente irritable, propenso a salirse de tono y a perder el dominio de la situación.
Un maestro benévolo, amable, que sepa dominarse a sí mismo y dominar a los demás con su mirada de simpatía y su actitud, siempre adaptada a las circunstancias, es el que mejor animará el ambiente de armonía y de laboriosidad que debe reinar en la escuela activa, lugar de vida natural y campo de nobles aspiraciones y realizaciones.
NOTA
(1).- Boschetti-Alberti, L'école sereine à la prise de Jéricho, L'Éducateur, noviembre, 1926.
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