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TERCERA PARTE
La educación activa en la escuela actual
3.7 - Educación moral y religiosa
En el capítulo 2.4 referente al Ejercicio integral hablamos de la necesidad de que la educación moral se haga en la vida entera de la escuela. Lo mismo puede decirse de la educación religiosa, con la cual la moral se anima y complementa.
En la escuela corriente es perfectamente factible prescindir de una enseñanza memorística y teórica -incomprensible y completamente inútil para los niños- sustituída por una formación moral y religiosa verdaderamente intensa ante los hechos y las cosas. Todo el ambiente de la escuela debe ser impregnado de un aire de moralidad y religiosidad en que se templen los espíritus de los niños. Todas las labores escolares pueden ofrecer motivos de acción y juicio que influyan grandemente sobre la conducta. Y, si el conjunto de labores escolares y la vida general de la escuela no ofrecen ocasiones suficientes para iniciar en las prácticas rectas y justas, y para aumentar el espíritu con los sanos principios eternos, también se pueden organizar ejercicios especiales encaminados a este fin. La lectura de biografías, el comentario de los grandes hechos de los hombres célebres, los pasajes de la historia sagrada, las narraciones verdaderamente formativas de la vida de Jesús, de María y de los santos, etc., proporcionarán material muy interesante para los niños y muy adecuado para fomentar el sentimiento religioso y la idealidad moral. El maestro que se crea incapaz de establecer un régimen general que encuadre perfectamente las necesidades de formación moral y religiosa dentro de la actividad toda de la escuela, tendrá que recurrir ampliamente a estos procedimientos directos; tendrá que trazarse un plan de acción especial, tal vez una enseñanza; pero de todos modos será conveniente que lo refiera todo a la vida corriente de la escuela, aprovechando los motivos que den lugar a lecciones vivas de religión y moral.
Para esto habrá que tener presentes sobre todo, los principios psicobiológicos expuestos en la primera parte de este libro, referentes a la finalidad de los actos humanos. El punto de vista de la escuela tradicional que consideraba al niño como una criatura inclinada al mal no puede ser mantenido en las adaptaciones de la escuela activa, aunque tampoco pueda sustentarse en absoluto el punto de vista contrario. Las conclusiones de los estudios psicológicos y morales recomiendan una posición media encaminada a dejar cierta libertad para que se puedan desenvolver las buenas tendencias, a prestar atención a todo lo que pueda influir en la conducta del individuo, a intervenir en todo momento en que éste equivoque sus actos, auxiliándole y evitándole la posibilidad de una desviación. Aun la práctica demuestra que es bueno inclinarse a la benevolencia, sin caer en la transigencia y en la debilidad. Una máxima fundamental que se desprende de la actuación de un gran educador español, Francisco Giner, nos dice que si queremos hacer hombres buenos tenemos que tratar a los niños como si fuesen buenos; pero no se debe tener la deliberación de cerrar los ojos a lo malo que pudiera existir en ellos, sino que hay que poseer un amplio espíritu de perdón y el ánimo de darles confianza en la adquisición de un estado de bondad compatible con la convivencia social, el goce de la elevación moral y el deseo de vida inmortal.
La inflexibilidad de trato y el disciplinamiento de los actos han de tener siempre consigo la posibilidad de que el individuo, por sus propios medios, pueda vencer las dificultades que presenta la regulación de la conducta. Más que acción represiva, el educador ha de ejercer misión estimulante; más que privación de lo malo, debe haber amplia posibilidad para hacer lo bueno. Muchas veces se sigue el camino del mal por ignorar el del bien. En ocasiones se obra perversamente por debilidad e incapacidad de obrar de una manera recta y justa. Por lo menos así se deben presentar las cosas a los niños.
El maestro ha de distinguir muy bien, en las transgresiones de los alumnos, lo que es producto casi necesario de las circunstancias, de lo que es francamente deliberado e intencionado. Y aun dentro de esto, ha de estudiar el proceso de las reacciones del niño, dando ocasión a que los actos equivocados puedan corregirse y hacerse de nuevo acertadamente, por propia virtud del individuo.
El trabajo estimulante, la labor hecha con móviles sentidos, sobre todo si se realiza en colaboración de alumnos y maestro, con un amplio régimen de autonomía, ha de favorecer grandemente el desenvolvimiento y fortalecimiento de las virtudes morales, acostumbrando al niño a ser dueño de sus actos y a conducirse según los sanos principios que va descubriendo.
Es muy frecuente en los niños, sobre todo cuando se acercan a la edad de la adolescencia, salirse de las vías de lo recto, por hacer alardes de valor y osadía. El valor es algo muy noble que el hombre desea tener en todas las edades; pero el valor de hacer malas acciones es, al mismo tiempo, cobardía de seguir sin cesar el buen camino, debilidad ante las solicitaciones del mal. Esta inversión de puntos de vista puede producir magníficos resultados en educación moral.
Muchos jóvenes han caído en el vicio por deseo de singularizarse; los excesos son considerados corrientemente como actos de valor. Si desde la primera infancia las diabluras fueran tratadas como debilidades en vez de atrevimientos; si las correcciones, en vez de simples represiones, fueran llamadas que condujeran a los actos de verdadero valor, si las valentías pasaran del campo de las malas acciones a servir de estímulo en el círculo de los actos nobles, con seguridad se evitarían muchas desviaciones de conducta. En la infancia y en la juventud se contesta con réplicas malhumoradas, se pronuncian palabras malsonantes, se fuma, se hurta, etcétera por culto al atrevimiento y a la valentía. (¿Quién no ha oído a un inductor en una cuadrilla de mozalbetes decir: si no haces esto no eres nadie?) Precisa, pues, esforzarse en quitar los elementos ideales de valerosidad que pueda haber en esta clase de actos, pasándolos todos hacia la esfera de las buenas acciones, y relegando todo lo reprobable al dominio de la cobardía. Esto supone una táctica especial por parte del educador.
Siendo la exaltación del valor personal, de la astucia, de la valentía, del atrevimiento, un móvil importante en muchas acciones trascendentales (buenas y malas), es necesario transportar el centro de esta exaltación a los actos justos, a las acciones elevadas. Para esto hay que dar al joven ocasiones suficientes para que pueda satisfacer sus necesidades expansivas de valor dentro del campo de la buena conducta. Entonces ya no tendrá que salirse a buscar motivos de expansión valerosa y de atrevimiento en las acciones reprobables. El mismo dejará de considerarlas valerosas, mereciéndole, en cambio, el dictado de cobardes, acostumbrado como estará a ver manifiesto el valor en la esfera de lo noble y elevado.
Niños que tienen muy desarrollado el sentimiento del valor, lo mismo pueden ser criminales que héroes, según se fije su centro de expansión en el circulo de las bajas pasiones o en el de la idealidad refinada; tal es el poder de la exaltación del valor en muchos individuos.
De ahí que en la escuela han de presentarse muchos motivos de acciones buenas y valerosas, acciones que den el noble orgullo del mérito y la satisfacción de concordar con los elevados ideales humanos. Las manifestaciones de la vida íntima de los escolares, la convivencia en los juegos y en el trabajo, las misiones de acción benéfica que se pueden encargar a los alumnos, individualmente o por grupos, para dentro o fuera de la escuela, pueden proporcionar múltiples objetivos de actividad valerosa de buen temple moral.
Mucho más que utilizar la represión y las prohibiciones, se darán motivos para obrar bien, para hacer obras de mérito. En vez de dejar el niño abandonado con la amenaza del castigo, para que reaccione en el sentido de lo bueno indiferente, y a veces fastidioso, se le ha de poner frente a nobles objetivos que le interesen y alimenten sus ansias de expansión. Desde la primera edad escolar es capaz de interesarse por fines de elevada idealidad. La construcción de juguetes para dárselos a unos huerfanitos pobres, la plantación y cuidado de árboles en un sitio de dominio público, el acompañar a casa a un compañero pequeño, y las mil iniciativas a que da lugar el sistema de la educación activa, haciendo que el niño tenga siempre motivos nobles hacia donde dirigir su actividad, apartará del individuo la tentación de las malas acciones, encauzándolo por el camino de los buenos hábitos.
El niño que se acostumbra a poner su esfuerzo al servicio de lo justo, y encuentra en ello la satisfacción del deseo de mostrar su valor, de extender su personalidad, de servir a elevados ideales, jamás caerá en el vicio y en la depravación. Si alguna vez reacciona mal, él mismo lo atribuirá a una debilidad suya, e inmediatamente pondrá la enmienda. No hay duda que con esto se fomentará el ideal vivificador de la obra de los grandes hombres de acción, que es el dejar huellas de su paso por la tierra, influir sobre sus semejantes para dejar sentir los beneficios de su actuación, extender el dominio de su personalidad, ejerciendo sobre los hombres y las cosas la acción de su potencialidad bienhechora.
Para esta labor de disciplinamiento moral son necesarios muy pocos discursos; la mayor parte de las veces basta la simple advertencia o la insinuación ante los hechos. La lógica de las cosas, con los resultados y conclusiones naturales que de ellas se desprenden, es mucho más elocuente que las disertaciones, las lecciones y los apelativos abstractos.
Además de la educación moral y religiosa, en muchas escuelas se da como obligación la enseñanza de un programa fijo de religión y de un texto rígido que hay que hacer aprender a los niños. La religión que, presentada convenientemente en la escuela, es un poderoso factor educativo, por responder a las tendencias infantiles de imaginatividad, de simbolismo, de vuelo del espíritu, que se traducen en verdaderas necesidades religiosas, presentada como exposición de principios incomprensibles y de reglas muertas, es casi siempre una tortura del niño, y un esfuerzo infructuoso del educador. Los adaptadores de los procedimientos de la escuela activa han de procurar hacer compatible la enseñanza de la religión con las necesidades y el estado psicológico del niño, en beneficio de su misma formación religiosa. Los principios de la religión, las reglas de conducta, los preceptos, serán todos referidos a la vida de los alumnos, aprovechando los actos, las obras, las realizaciones interesantes de la escuela para hacer sentir a los niños el aspecto religioso de los ideales por los cuales mueven su actividad, el valor trascendental de sus obras de mérito, el deseo de inmortalidad.
El individuo cuya vida sea desde sus primeros años una actividad puesta al servicio del respeto a lo creado, una labor de perfeccionamiento y de acercamiento a la divinidad; el niño que se acostumbra a levantar los ojos al cielo en demanda de ayuda para sus obras meritorias, y a inclinarse respetuosamente ante el poder sobrehumano; el joven cuyo ambiente eleve su espíritu con tendencias a la idealidad suprema, cuya actividad alimente su afán de producir obras de mérito, de sembrar el bien y, con esto, de alcanzar vida eterna, será el hombre mejor preparado, humanamente y religiosamente.
Nota importante: Como final de esta parte dedicada a la adaptación de la educación activa en la escuela primaria actual, será bueno reproducir las conclusiones aprobadas en el XXI Congreso de la Société Pédagogique de la Suisse Romande, que son una prueba de lo mucho que se viene haciendo en el seno del magisterio por convertir en activas las escuelas.
Tesis 1a.- La actividad debe ser considerada como el principal agente de desarrollo. Puede ser espontánea o impuesta.
Tesis 2a.- Sólo la actividad espontánea es entera y perfectamente educativa; es la base de la escuela ideal. Sin embargo, su utilización en la escuela primaria es limitada, y el lugar que se le asigna es inferior al que ocupa la actividad impuesta;
esto, por las razones siguientes: a) el número crecido de alumnos en nuestras clases obliga a practicar, casi siempre, una educación colectiva; b) se pide a la escuela pública que dé un minimum de instrucción en un tiempo bastante corto; c) los medios económicos de que dispone la escuela primaria pública no son suficientes. Por esto el maestro tendrá que recurrir con frecuencia a la actividad impuesta, aunque el valor educativo de ésta sea inferior al de la actividad espontánea.
Tesis 3a.- La necesidad de proporcionar a los alumnos de la escuela pública un minimum de conocimientos indispensables obliga al maestro a dividir el programa: Programa mínimo y programa de desenvolvimiento.
Tesis 4a.- El objeto de la actividad escolar no es, necesariamente, obtener un aumento de saber; numerosos trabajos escolares están destinados a satisfacer la necesidad de obrar, a fin de favorecer el desenvolvimiento del espiritu y del organismo.
Tesis 5a.- La escuela activa puede ser realizada en el marco de la organización escolar actual; está basada sobre la transformación de los métodos -y no sobre el cambio de las instituciones escolares- y sobre una actitud nueva adoptada por el maestro; el maestro no se limita a enseñar; dirige la indagación y el estudio. Las ramas de enseñanza y los programas de estudio, aligerados, de la escuela activa, son los mismos que los de la escuela tradicional.
Tesis 6a. - La práctica de la escuela activa no exige una transformación en la disposición de las clases; en una mesa situada al fondo de la clase está dispuesto el material de experimentación; un mobiliario sencillo (vitrinas y cajas) está destinado a tener algunas plantas o animales, en los cuales el niño observa el desenvolvimiento (germinación, metamorfosis de los insectos, etc.). El maestro deberá gozar de la mayor libertad para el arreglo de su clase.
Tesis 7a.- Los trabajos manuales constituyen un medio excelente de educación; su importancia no debe ser exagerada; pero sería de desear que se instalase una sala de trabajos manuales en todas las escuelas. La actividad manual no es más que una parte de la actividad escolar.
Tesis 8a.- Para adaptar la escuela activa a la escuela primaria deberá tenderse a introducir, en todos los trabajos escolares, la actividad basada sobre el interés. Para responder a los intereses especiales de las muchachas, hay que tender a introducir y a completar la enseñanza doméstica por medio de trabajos prácticos, e iniciar a las jóvenes en su misión materna, mediante el contacto con niños pequeños.
Tesis 9a.- La disciplina no está fundada en la violencia y la represión. No obliga a los niños a la inmovilidad. La disciplina se establece de un modo natural cuando la atención está concentrada sobre el objetivo de la actividad.
Tesis 10a.- Educación moral. Al proponer la ejecución de trabajos colectivos, el maestro procurará sustituir el espiritu de competición por el de colaboración y de ayuda mutua. La enseñanza de la moral contribuye muy poco al desenvolvimiento de las cualidades colectivas. La actividad espontánea, o aceptada por el yo, desarrolla y afina el sentido moral, y acrece la potencialidad del individuo.
Como voto final, el Congreso pide que se creen clases de escuela activa, llamadas de ensayo, en gran número de municipios urbanos o rurales. (Véase XXIème Congrès de la Société Pédagogique de la Suisse Romande. Sonor, Ginebra, 1924, y también L'Éducateur, números 14, 16 y 17. Lausana, 1924.
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