Índice de La educación activa | 3.7 - Educación moral y religiosa | 4.2 - En los juegos. El juguete. | Biblioteca Virtual Antorcha |
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CUARTA PARTE
La educación activa en la vida general y social
4.1 - En la familia
La educación familiar se desenvuelve, por lo general, en una serie de prejuicios perniciosos que la comprensión de los principios de la educación activa ha de hacer desaparecer. El más extendido de ellos, y el más importante, porque influye de un modo general en toda la acción que más o menos intencionadamente se ejerce en la educación de los pequeños en la familia, es el de la intervención exagerada en la vida del niño. Muchos son los padres que se creen en el caso de tener que intervenir continuamente en la actividad de los niños, imponiendo su voluntad en los más insignificantes detalles, en cosas nimias que el pequeño podría resolver satisfactoriamente por propia cuenta. Esto trae consigo la muerte de las iniciativas del niño, la pérdida de las ocasiones que se le presentarían para juzgar, para elegir, para resolver problemas, para ejercitar y desarrollar sus capacidades intelectuales.
En vez de dárselo todo hecho a los niños, en vez de reprimir los actos espontáneos inocentes, por el mero hecho de que no han sido mandados, hay que ofrecer una amplia libertad dirigida y organizada. Entiéndase bien que no se trata de dejarlos abandonados a sus antojos, ni de mostrarse indiferente o débil ante los caprichos o las diabluras. Hay que distinguir entre la dirección absolutista que se impone a la fuerza y la guía auxiliadora y colaboradora que se busca y se acepta con agrado.
Nunca los padres o los familiares más celosos pueden prever y reglamentar por anticipado todas las posibilidades de acción del niño, y es preciso que le den un margen grande de libertad para que pueda tomar determinaciones y obrar de por sí, aunque sin dejar de estar bajo dirección y consejo. Por esto el papel de los padres consiste en encauzar, hacer que se presenten buenos motivos de acción, disponer las cosas para que se provoquen en el niño situaciones y actividades favorables a su desarrollo.
Esta labor educadora es muy distinta de la que se practica en muchos hogares, donde, unas veces por desidia y otras por un cariño que lleva a la debilidad, los niños gozan de una libertad sin organizar, e imponen sus caprichos de la manera más lamentable, obligando a renunciamientos en los padres, y provocando escenas desagradables, cuando no se llega a situaciones verdaderamente intolerables.
Claro es que la guía y consejo del niño por un ancho campo de autonomía requiere atención constante, y es más difícil de llevar que el trato de inhibición por debilidad o desidia; pero no hay duda que los resultados educativos y aun sólo el ahorro de sinsabores y disgustos en el curso de la misma educación, pagan con creces el desvelo y la acción inteligente de los padres. En cuanto a las ventajas del régimen de libertad dirigida comparadas con las del intervencionismo represivo, los términos se inclinan todos favorables al primero. Los padres que quieren gobernar los más ínfimos detalles de la actividad infantil, que prescriben y ordenan en todo, tienen que chocar forzosamente con la personalidad del niño; porque las continuas prescripciones y ordenanzas no pueden interpretar debidamente las necesidades de desarrollo y expansión. El primer resultado obligado es la tirantez de relaciones entre educador y educando, con todos los disgustos a que da lugar. Por otra parte, los frutos de una actividad intervenida, impersonal, son muy raquíticos desde el punto de vista de la formación. La represión, la limitación del campo de acción del niño significa un atentado a su desenvolvimiento natural. Lejos de hacer obra educativa, constructiva, se hace, en muchos casos, labor de entorpecimiento y destrucción.
¿Cómo hay que ejercer la acción dirigente y estimulante que sirve a las necesidades naturales de desenvolvimiento del niño, cómo hay que dar la libertad organizada que facilita las actividades convenientes, y mantiene al niño en el justo dominio de lo razonable? El medio general para conseguir esto consiste en proporcionar continuamente a los niños objetivos interesantes en qué actuar, motivos de acción que muevan sus energías todas, dentro de las cosas buenas para el desarrollo y la formación. Se tiene que practicar un intervencionismo activo; no la intromisión limitadora y entorpecedera. Hay que ayudar a jugar, hay que buscar móviles de ocupación, hay que dejar en plena libertad de movimientos y de iniciativas siempre que el niño por sus propias fuerzas pueda llegar al resultado propuesto.
Las faltas, las transgresiones serán simples equivocaciones, y como tales serán tratadas. La advertencia ante una equivocación es siempre agradecida; la reprimenda, el castigo es siempre repudiado, y sólo debe ser empleado como único recurso en caso de inutilidad de la advertencia, y aun, bajo la forma de consecuencia natural de la mala acción, no como oposición de lucha contra el sujeto que se ha extralimitado.
Es ciertamente algo difícil, por el momento, en muchos hogares, poner al niño en régimen de libertad organizada. Por una parte, las ocupaciones de los familiares hacen que se adopte una táctica restrictiva que limite el campo de acción del niño, y permita eludir responsabilidades por posibles diabluras. Por otra parte, las casas no están dispuestas generalmente para permitir a los niños una actividad algo extensa y ampliamente autonómica. Las habitaciones cerradas, los muebles de lujo, los objetos ornamentales, no son campo a propósito para las andanzas de los niños. La sala de juego y el jardín faltan y faltarán todavia por mucho tiempo en gran número de casas.
Pero se puede hacer mucho adaptando lo que esté al alcance de lo actual. Es perfectamente compatible, en la mayoría de las familias, atender las necesidades de los niños y las exigencias de las convenciones sociales y del confort doméstico. En casi todas las casas se podrá tener una habitación donde las cosas no puedan padecer mucho los posibles atentados de los niños. Además, para evitar destrozos de muebles y objetos domésticos, no hay como dar al niño ocupaciones suficientes en juguetes y entretenimientos; que no es la manía destructiva que se apodera del niño, como creen muchos, sino el deseo natural de actividad, de experiencia, de prueba, de conocimiento. Si se dan motivos bastantes para satisfacer la necesidad de movimiento y de expansión del niño, se podrá pedir a éste que respete determinadas cosas que haya en la habitación, y, con esto, se le iniciará en la selección y gobierno de sus actos, en el cuidado y atención hacia lo que está a su alrededor, cosa absolutamente necesaria para su formación completa.
En cuanto a los elementos de que se puede disponer para hacer que el niño tenga amplias posibilidades de actividad en una casa limitada de recursos, hay que recordar que no son los juguetes más costosos los que más gustan a los niños. A veces, unas piedrecitas blancas o unos frutos silvestres recogidos en algún paseo por el campo satisfacen más que el juguete industrial delicado. Se pueden encontrar muchos recursos en los mismos desperdicios domésticos (cajitas, cartones, corchos, etc.) con que dar objetivos de actividad, sobre todo si uno organiza juegos y propone ocupaciones, estimulando para la formación de colecciones, de construcciones y de combinaciones que interesen al niño.
Por otra parte, no hay que tener siempre encerrados los niños en la habitación, aunque se disponga de una buena sala de juego. Por el contrario, hay que llevarlos, siempre que sea posible, a un ambiente más adecuado a su manera de ser, a sus necesidades de acción, y a su crecimiento. La vida que se acerque más a la natural, al aire libre, en pleno campo, será la que se elegirá de preferencia. Para que su desenvolvimiento se haga formalmente tiene que pasar por muchas ocupaciones y situaciones, imposibles de darse en la habitación. Además, los elementos naturales, aire y sol, han de influir de un modo decisivo en su constitución física.
Cuando la familia disponga de jardín propio, será relativamente fácil ofrecer el ambiente y el complemento de actividades que necesita el niño. Pero no hay que limitarse a hacer que los niños se paseen por caminos bordeados de parterres vedados e infranqueables, como ocurre en la mayoría de los casos. Por lo menos, hay que ceder un pedazo a los pequeños, para que lo destinen a sus juegos de excavación y de construcción, y, a ser posible, a sus prácticas de cultivo.
Cuando los niños no puedan disponer de un trozo de tierra propio, habrá que llevarlos con frecuencia al campo de juego público o al arenal con que se van dotando poco a poco los parques de las ciudades, a la playa, al campo, a cualquier sitio donde puedan encontrar motivos de actividad que no encuentran en otra parte, y que son necesarios para su desarrollo.
Los niños, que son muchas veces un estorbo para las expansiones de los mayores, suelen resultar víctimas de encierros y desconsideraciones en espectáculos que no son para ellos. No hay derecho a que los mayores estén colocados en sus puntos de vista exclusivos, y no atiendan más las necesidades de los niños organizando, por ejemplo, frecuentes salidas campestres, de las que aprovecharían todos. Los cuidados de la generación que avanza han de pesar mucho más en la vida de las familias; los niños han de hacer ampliamente sus cosas de chico, que demasiado envueltos están en los formulismos sociales; y los mayores no perderían nada viviendo un poco más la vida natural y espontánea de los niños, que excesivamente artificializados están, en su mayoría.
Venimos repitiendo que uno de los ideales de la educación activa sería que los niños vivieran de continuo en el campo, que es donde mejor pueden encontrar aire puro, sol abundante y vida de actividades sencillas, al alcance de su comprensión y de acuerdo con sus necesidades de desenvolvimiento y de formación integral. Pero las exigencias que trae consigo la aglomeración urbana y los inconvenientes con que tropieza el separar a los niños de la familia para tenerlos en el campo, llevan más bien la solución por otro sentido. Por una parte se dota de jardín al mayor número posible de hogares y, por otra, se procura extender la zona de parques en las ciudades.
Pero el jardín o el parque que necesitan los niños no es precisamente el que suele gustar a los mayores. Esos parterres impecablemente cuidados, esos paseos tan bien trazados y conservados, donde no se puede hacer más que contemplar y admirar, donde apenas se pueden poner los pies sin que se altere el orden impuesto por el jardinero, no constituyen, ni mucho menos, el jardín que requieren los niños. La casa, o el parque público, podrán tener una parte de jardín destinada predominantemente a fines decorativos, pero el lugar de expansiones activas de los pequeños, y tal vez también para los mayores, no debe faltar.
Son ya numerosos los jardines domésticos y los parques públicos que tienen un pedazo destinado a los niños; pero éste suele ser insuficiente y pobre. Si se trata de lugares públicos, los niños suelen estar aglomerados y apenas pueden hacer más que montones o excavaciones en la arena. Habría que poder llegar a cultivar plantas, trazar caminos y hacer construcciones.
A medida que los niños vayan adelantando en edad hay que pensar en transformar poco a poco sus juegos, infantiles en pasatiempos y trabajitos de adolescentes. Es muy frecuente que el niño, al llegar a cierta edad, no encuentre en el hogar los atractivos de actividad que necesita, y espere la ocasión de buscar fuera, sólo o en combinación con otros compañeros, compensaciones a veces perniciosas. No hay que dejar abandonado al niño cuando los juguetes inocentes dejan de interesarle. Los estudios o el aprendizaje, por lo regular, solicitarán mucha parte de su tiempo fuera de casa; pero han de quedarle muchos ratos para estar con la familia. Si la casa tiene jardín, piano o algún otro elemento, se podrán ofrecer al joven unos cuantos motivos de actividad interesante, poniendo esos elementos a su servicio e interviniendo para hacerle participar de ellos convenientemente. Pero esto no será suficiente, en la mayoría de los casos, para evitar que los hijos se aburran muchas veces en casa y les tienten otras distracciones que han solicitado su atención por la calle, o en la conversación con el compañero.
Habrá muchas distracciones y actividades excelentes fuera de casa, en juegos, deportes, fiestas, excursiones, en las que las instituciones de educación y la familia podrán intervenir con su ayuda y cooperación. Todo lo que se pueda hacer en el sentido de procurar a los jovenzuelos (muchachos y muchachas) gran número de actividades, resultará insuficiente. Hay que disponer las cosas de suerte que tengan continuamente ocupaciones variadas, sea esto dentro o fuera de casa. Sin embargo, como de todas las maneras tendrán que estar, por lo general, durante mucho rato en casa, bueno será que el hogar ofrezca todas las posibilidades que se puedan dar, para conseguir que los jóvenes no estén nunca sin tener qué hacer. Un pequeño taller para trabajos manuales, o simplemente unas cuantas herramientas para el trabajo de la madera, y tal vez para el del hierro, constituyen un gran medio. En los países cuyos hogares están dotados de estos elementos (Centro y Norte de Europa, especialmente), los habitantes poseen cualidades excelentes de laboriosidad y de sentido práctico, que les hacen sobresalir en el orden económico y social, aunque por su complejidad no podemos atribuirlas a la exclusiva virtud del trabajo doméstico complementario de los jóvenes.
De todos modos, hay que reconocer que las pequeñas construcciones y elaboraciones caseras, la preparación de objetos para los juegos y el sport, la disposición y arreglo de utensilios para usos domésticos o escolares, han de contribuir mucho a la formación general del muchacho, sentando los cimientos de una preparación de práctica utilidad en la profesión futura, sea la que fuere. Además, se aumentarán los atractivos del hogar, se evitarán los peligros de la ociosidad y la vida de familia se hará más intensa, más armónica y más cálida.
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