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CUARTA PARTE
La educación activa en la vida general y social
4.2 - Los juegos. El juguete.
La necesidad de jugar se manifiesta tan patente y tan fuerte en el niño normal, que no es posible sofocarla con el régimen de vida más restrictivo que se imponga. En todos los tiempos y en todos los lugares se ha admitido el juego de los niños, aunque, por regla general, no se ha tenido conciencia de su verdadero papel en el crecimiento y en el desarrollo. Muchas veces se ha permitido que los niños jugasen, por la dificultad que había en impedirlo. No se ha tenido en cuenta la función educativa que tienen los juegos, y, con esto, lejos de favorecerlos y estimularlos, han sido objeto de restricciones.
El juego, como elemento de primer orden que ha de hacer que pueda tener lugar el sinnúmero de actividades propias para el desenvolvimiento físico e intelectual del niño, tiene que contar con medios que le permitan desempeñar cumplidamente su misión. No sólo debe darse la libertad necesaria para que el niño juegue por sí mismo, según vayan presentándosele sus necesidades de actividad, sino que hay que intervenir en el juego para que éste sea más intenso, y para que el niño no esté nunca parado ni aburrido por falta de motivos en qué proyectar sus deseos de acción. Se da muchas veces el caso de que el niño quiere jugar o siente necesidades de hacer algo que mueva sus energías, y no encuentra forma de hacerlo. Ante esto hay que intervenir, proponiendo juegos que respondan a los intereses del niño.
Existen muchos juegos en los que no se necesita instrumento alguno (saltar, correr, juegos de palabras, de canto, etc.), y no por eso dejan de ser ampliamente educativos. Lo esencial es que se propongan finalidades que lleven el niño a la acción vigorosa, que la sola proposición de un juego mueva las energías infantiles, proyectándolas en un sentido determinado. Los juegos sencillos, especialmente los motrices, apenas tienen necesidad de objetivos prefijados; el solo placer de ejercicio, de movimiento puede bastar para hacerlos deseados. Pero los complicados, o los verdaderamente intensos, necesitan de elementos ideales e imaginativos que los vivifiquen (ganar la partida, vencer al contrincante, resolver un problema, imaginarse aviador o carrerista pedestre).
Uno de los juegos imaginativos complicados del que se puede sacar mucho partido educativo es el de la representación de fábulas, sobre todo con niños de 6 ó 7 años de edad. Incluso se practica en las escuelas, como motivo de educación moral y para estímulo de una serie de actividades motrices y de expresión.
En lo referente a los juegos que se hacen con instrumento, con juguete, también se necesita del objetivo hacia el cual proyectar la acción. La imaginación del niño va poniendo continuamente motivos que sirven de motor a sus actos, simulando formaciones y batallas con soldaditos de plomo, organizando séquitos y procesiones con muñecos, carritos y demás. La intervención de los mayores ha de hacerse en este sentido, proponiendo finalidades, alimentando a la imaginación (1), y, sobre todo, buscando los juguetes que mejor se presten, para hacer que el niño sienta, ante ellos, motivos de actividad, invitaciones a que remonte su imaginación y su idealidad, estimulándole a obrar.
Todo el mundo puede haber observado que no son siempre los juguetes más complicados o los más caros, los que satisfacen mejor las necesidades de juego de los niños. Generalmente, los juguetes acabados, que se presentan al niño como una cosa estática, hecha y derecha, en la que él no tiene que poner nada, ni resolver ningún problema, ni despertar sus actividades constructivas, son poco requeridos por los niños. La reacción más frecuente en el niño, ante un juguete de esta naturaleza, es romperlo, despedazarlo ; representa algo inmóvil que se opone a sus necesidades de motilidad, un producto sintético, incomprensible, que el niño quiere cambiar, reduciéndolo a partes. El niño se hace activo ante una cosa que invita equivocadamente a la contemplación y al quietismo.
Desde el punto de vista del desarrollo del niño, tal vez no sea tan malo como a primera vista parece, que se rompan los juguetes; puede haber un trabajo de análisis, un interés por conocer lo que está dentro. Pero esto presenta un grave inconveniente en el aspecto económico, ya que no se puede dar a los niños juguetes con el objeto de que los rompan, y tampoco se les puede acostumbrar a la destrucción, ya que probablemente produciríamos peligrosos espíritus destructivos. Si el pequeño tiene que hacer obra de análisis y de descomposición, como así parece ser, que lo haga con cosas inofensibles, con objetos que no hayan necesitado del esfuerzo de la industria, ni representen gran pérdida económica. Además, se pueden disponer juguetes especiales que permitan al niño la acción analítica y escrutadora sin acudir a la destrucción; el desmonte de piezas puede servir muy bien para satisfacer esta necesidad, a la vez que proponga problemas de habilidad y destreza.
Los juguetes desmontables, sobre todo, si, además de la descomposición de piezas, llevan, como es natural, a la recomposición y a la reconstrucción, son muy indicados para mantener vivo el interés del niño y para estimular el desarrollo. Esta clase de juguetes que podríamos llamar constructivos, son tal vez los que mejor interpretan los principios de la educación activa, proponiendo problemas concretos que resolver, presentando finalidades determinadas hacia las cuales dirigir la actividad. Por esto es de apoyar la corriente que han imprimido en la fabricación de juguetes algunos industriales, orientándose hacia el juguete constructivo, llevados de la intuición que les habrá dado la fina observación de los juegos de los niños, y, tal vez, influidos por las tendencias de nuestra época, muy atenta a las cosas técnicas. El juguete constructivo o juguete técnico, sea fruto de las preocupaciones tecnicistas de los hombres de ahora o del estudio psicológico del niño, responde muy bien a las necesidades infantiles, y es un gran instrumento para la formación intelectual y para la adquisición de las cualidades morales que se piden a las nuevas generaciones. El problema interesante que se propone en un juguete llama las energías del niño, acostumbrándole a poner en juego su capacidad inteligente, su voluntad y su atención, formándole para la realización de obras difíciles y para llevar a cabo labores de tenacidad y constancia.
En este orden de cosas, no sólo debemos considerar los juguetes técnicos (construcción de puentes, casas, aeroplanos, etc.), sino también los de combinación (rompecabezas, recortado y disposición de figuras, etc.), y todo lo que sea en cierto modo producción o transformación, acción dirigida a un objetivo dado, resolución de problemas. La pelota, el diábolo, las bolas, etc. también se prestan a la proposición de diversos problemas de habilidad y destreza. Incluso el niño puede intervenir en la construcción de sus propios juguetes, y entonces se tienen verdaderos juegos constructivos, con problemas bien definidos; pero esto tiene un campo de acción muy limitado y necesita de la colaboración de los mayores.
Los principios de la educación activa, como es natural, no admiten sólo las cuestiones en que se proponen actividades concretas y problemas que resolver: el niño tiene un gran poder de imaginación para animar de actividades fantásticas los juguetes más inertes y estáticos. Mientras hablen a sus intereses de expansión y de vuelo del espíritu, todos sirven. Lo que debería hacerse es una selección en el mercado y fabricación de juguetes, después de haber estudiado los tipos más convenientes a los intereses infantiles y a los ideales educativos que tenemos que hacer dominar, aunque en la entrega de juguetes a los niños debería tenerse en cuenta la variación individual, atendiendo a las conveniencias particulares de cada caso. Cada niño debe tener determinados juguetes de preferencia sobre otros, como cada individuo necesita un trato educativo especial.
Por ahora, la ciencia del niño apenas puede hacer más que informar de un modo general sobre los juguetes más indicados por los intereses de las diversas edades y los que más convengan a las necesidades de formación humana. Todo lo demás tiene que ponerlo el buen sentido, fundado en una atenta observación.
NOTA
(1).- Existen juguetes preparados exclusivamente con fines educativos y aun instructivos, que se emplean en la mayor parte de las escuelas de párvulos y que pueden ser de gran utilidad en la familia. Sirvan de ejemplo los de la Maison des Petits de Ginebra.
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