Índice de La educación activa | 4.5 - La iniciación profesional y científica | Bibliografía | Biblioteca Virtual Antorcha |
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CUARTA PARTE
La educación activa en la vida general y social
4.6 - La iniciación en las empresas.
La iniciación de los jóvenes en la vida económica y social se hace de muy distinta manera según el carácter personal de los directores de las empresas, de los maestros o guiadores. Si éstos son impulsivos, autoritarios, absolutos, el joven a su lado queda en un completo apagamiento de iniciativas. Las palabras del jefe o director tienen, en este caso, el carácter de voces de mando que hay que obedecer ciegamente, sin necesidad de llamar a la inteligencia para que dé el fallo sobre la conveniencia o la inconveniencia de lo que se va a realizar. En cambio, si el jefe o maestro es reflexivo y tolerante, deja cierta libertad de acción a los hombres que tiene a su alrededor, y permite que pongan en juego sus iniciativas y su inteligencia para el mejor logro de los fines de la empresa.
No hay que decir que en la generalidad de los casos el segundo procedimiento es el mejor para la formación de los jóvenes trabajadores. La experiencia lo demuestra y está de acuerdo con los principios de la educación activa. Pues bien; no hay razón para que la iniciativa en las actividades mercantiles e industriales esté sujeta al carácter de los directores, sean éstos los mismos padres, o sean personas extrañas. Es preciso influir para que se adopten otros principios que no sean los de los impulsos del carácter personal, para regir la entrada de las nuevas fuerzas humanas en la vida económica. Para esto es preciso imbuir de los principios de la educación activa a todos los que estén encargados de la dirección de personal joven en fábricas y talleres, en almacenes y oficinas de comercio, en el tráfico y en las funciones agrícolas.
Aunque en la organización económica actual ya no existen apenas aquellas antiguas relaciones de maestro a aprendiz, no deja de influir mucho sobre la formación de los jóvenes el sistema de actuación en que sean habituados. No se trata, en modo alguno, de quitar autoridad y prestigio, elementos necesarios para la buena dirección; sino todo lo contrario. La autoridad y el prestigio no se obtienen con el trato duro y el mandato absolutario, y sí con un régimen de conducción de energías y de reglamentación de voluntades basado en la acción autónoma y en el estímulo personal de los subordinados. La función del jefe ha de ser coordinadora y de impulsión superior, terminando en el punto mismo en que el dirigido pueda hacer sus realizaciones por sus propios medios con todo el margen posible para desplegar sus iniciativas personales.
El director, más que un jefe, ha de ser un guía; más que mandatos, ha de hacer llamadas a los intereses individuales, ha de proponer motivos de actividad, tocando las cuerdas sensibles de la personalidad de sus hombres, dando todas las ocasiones posibles para la expansión individual, mediante labores de creación y de ensanchamiento vital. El joven que se encuentra con libertad de acción para tomar muchas resoluciones bajo el peso de la responsabilidad, con margen para tomar las iniciativas que crea convenientes para el mejor éxito de su labor, por poco asociado que esté a los fines de la empresa, ha de producir el mayor rendimiento de trabajo, y se ha de capacitar de un modo excelente para el desempeño de las funciones que se le han encargado y para la realización de misiones de dificultad creciente.
La organización de los servicios del personal en las empresas ha de ser tal, que permita sacar de los hombres el caudal de sus valores personales de trabajo, dándoles una autonomia armonizada con las conveniencias generales, una libertad de funcionamiento dentro de los límites que marca la unidad funcional de la explotación. Esto no sólo es necesario para una buena iniciación de los jóvenes, sino que también los hombres de todas las edades son susceptibles de introducir perfeccionamientos en sus obras, y, bajo un régimen estimulante e incitador, que deje cierta libertad de acción, podrán aportar continuamente a los fines de la empresa los mejores frutos de su actividad.
Como es natural, este régimen sólo es posible cuando el personal siente como propios los fines de la organización a que pertenece. La disociación, la falta de compenetración entre el director y los dirigidos desvirtuaría la eficacia del procedimiento y llevaría a los abusos de libertad. Pero la existencia de una concordancia espiritual y material entre el elemento trabajador y el director, el interés por las cosas de la empresa y por los fines del trabajo, es sólo posible con un régimen que permita a los individuos obrar de acuerdo con la línea de expansión personal que sale de su propia voluntad y que es gobernada por su propia inteligencia. Las imposiciones y los mandatos suelen ser objeto de choques que dificultan la labor y predisponen el espíritu para la oposición o la resistencia. Todo lo que pueda hacerse sin mandato, por iniciativa personal, tendrá un valor mucho mayor. Siempre que se pueda utilizar la forma de consejo, la invitación, la proposición, el mandato ha de ser rechazado.
Un aspecto muy importante de la iniciación de los jóvenes en la vida económica es la participación que han de tener en las mismas actividades directivas y organizadoras, sobre todo en la relación de padres a hijos. Son muchos los padres que, por excesivo celo por las cosas de la casa que dirigen, quieren llevar de una manera exclusiva y absoluta la administración y dirección, privando a los hijos de la intervención en los negocios y de la participación en los asuntos familiares. La fábrica, la hacienda y la administración toda, son llevadas, en muchos casos, por el padre exclusivamente, manteniendo alejados a los hijos, o utilizándolos como auxiliares sumisos sin voz ni voto. ¡Cómo han de entrar más tarde en el dominio de los bienes paternos, en la dirección de las empresas, si nunca han tenido ocasión de ejercer funciones similares! Aquí también hay que ceder en las impulsiones de carácter, dominando las manifestaciones externas de los espiritus dominantes, quitando los prejuicios que se tengan sobre la ligereza y la poca confianza que merece la juventud, sustituidos por las ideas y los procedimientos de la educación activa.
Los hijos, o los pupilos, han de ser introducidos paulatinamente en los asuntos de las empresas, llevándoles, poco a poco, al desempeño de las funciones directivas. En la práctica se presentan muchas ocasiones para encargarles de misiones delegadas, con pleno ejercicio de las iniciativas personales y con entera responsabilidad. No hay que desconfiar a priori de la incapacidad de los jóvenes; es preciso probarlos y utilizarlos en la medida de sus potencias crecientes. Los ejemplos que nos proporcionan los resultados obtenidos en diversos países, especialmente en los Estados Unidos, por los que iniciaron a los jóvenes en las empresas, con espíritu de coparticipación sabiamente dirigida, son bastante elocuentes para que no se deje de tomar en consideración esta regla fundamental de formación humana y de coparticipación económica.
Los tiempos mismos, el desenvolvimiento natural de las ideas actuales parece extender este orden de cosas. Los principios de la educación activa van imponiéndose, poco a poco, en todos los campos de acción formativa. En la escuela primaria, en la universidad, en la familia, en el taller, se rinde tributo a la labor creadora, a la actividad interesante. Los niños y los hombres tienden a desenvolver sus actividades, movidos por aspiraciones nobles, por necesidades de expansión vital. Empieza una nueva era, marcada por las adaptaciones del sistema de la educación activa.
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