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CARTA PRIMERA
Yverdón, 1º de octubre de 1818.
Mi querido Greaves:
Me pide usted que le indique, en una serie de cartas, mis puntos de vista concernientes al desenvolvimiento del espíritu del niño.
Me felicito al ver que usted reconoce la importancia de la educación en las primeras etapas de la vida: un hecho que ha sido olvidado casi siempre. El esfuerzo filantrópico nuestro y de las épocas anteriores, se ha dirigido, en general, al mejoramiento de las escuelas y de sus diversos modos de enseñanza. No puede esperarse que yo diga nada en menosprecio de tales tendencias: la mayor parte de mi vida se ha consagrado a la ardua aspiración de combinarlos; y los resultados y reconocimientos que he obtenido, son tales como para convencerme de que mi labor no ha sido vana. Pero, puedo aseguraros, mi querido amigo, por la experiencia de más de medio siglo, y por la convicción íntima de mi corazón, fundada sobre esta experiencia, que no consideraría nuestra tarea ni siquiera medio realizada ni proveería la mitad de las consecuencias beneficiosas para la humanidad, mientras nuestro sistema de mejoramientos no llegue a extenderse a las primeras etapas de la educación: y para lograr esto, requerimos el aliado más poderoso de nuestra causa, hasta donde el poder humano pueda contribuir a un fin que el amor y la sabiduría eternas han asignado a las tendencias del hombre. Sobre este altar ofrendaremos el sacrificio de todos nuestros esfuerzos y si nuestros esfuerzos han de ser aceptados, necesitan ser transmitidos mediante el amor maternal.
¡Sí!, mi querido amigo, este objeto de nuestro ardiente deseo nunca será alcanzado sino mediante el auxilio de las madres. A ellas tenemos que apelar; con ellas rogaremos la bendición del cielo; en ellas procuraremos despertar un profundo sentimiento de todas las consecuencias, de todas las abnegaciones y de todas las recompensas adscritas a sus interesantes deberes. Tomemos una parte activa en esta esfera más importante de influencia. Tal es la aspiración de un anciano ansioso de asegurar todo lo bueno que pueda promover o concebir. Vuestro corazón está unido con el suyo: así lo siento. Estrecho vuestra mano como a quien abraza fervientemente esta causa -no mi causa, ni la de ningún otro mortal-, sino la causa de El que lleva a Sí por caminos de amor a los hijos de Su creación y de Su providencia.
Sería feliz si pudiera hablar algún día, por vuestra voz, a las madres de Inglaterra. ¡Cómo se ensancha mi corazón ante la amplia perspectiva que ha llenado en este momento mi imaginación! ¡Que una grande y poderosa nación que de antiguo aprecia igualmente la gloria de las empresas poderosas que los goces silenciosos de la vida doméstica, procure cimentar la felicidad de la generación naciente, estableciendo el honor y la felicidad de aquellos que un día ocuparan su lugar; asegurando al país su gloria y su libertad mediante la elevación moral de sus hijos! y, ¿no habrá de latir en el corazón de una madre la conciencia de que también ella tiene su participación en esta obra inmortal?
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