Índice de Cartas sobre la educación de los niños de Johann Heinrich PestalozziCarta DecimaoctavaCarta VigésimaBiblioteca Virtual Antorcha

CARTA DECIMANOVENA

19 de enero de 1819.

Mi querido Greaves:

He supuesto en mi última carta que un niño ha de llegar al período en que comienza a perderse gradualmente la conexión inmediata con la madre.

Los diferentes grados de relajación de este lazo tienen que depender en gran medida de la disposición natural y aun de la constitución física del niño. Un niño enfermizo u otro cuyos primeros movimientos estén marcados por la timidez, no conocerá durante mucho tiempo el afecto o la confianza en ninguna otra persona que la madre.

Pero los niños de una constitución saludable, pronto ofrecerán signos de una inclinación a procurarse la independencia respecto de la asistencia de los demás. Se verá que observan una gran cantidad de objetos que no tienen ningún motivo para atraer su atención; después de la observación o más bien junto con ella, vendrá el deseo; y en vez de expresar esto mediante sus signos usuales y de esperar pacientemente a que se les complazca, intentarán alcanzar el objeto y apropiárselo por sí mismos. Estos ejercicios que al principio son muy imperfectos y algunas veces son hasta ridículos en quienes los realizan, se repetirán cada vez con mayor energía hasta lograr el triunfo y, si éste es imposible, en vez de remitir el deseo sólo logrará aumentar.

He aludido ya a estas impertinencias del niño y he indicado la necesidad de contrarrestarlas con firmeza y con benevolencia.

Pero no las describía como en sí mismas malas o censurables. Las describía como el efecto necesario del instinto animal, el cual, aun llegando al exceso, no puede ser punible en tan tierna edad; y por esta razón, al mismo tiempo que recomendaba un modo afectuoso de contrarrestarlo, o más bien de sustituirlo por algo mejor, me oponía contra toda medida que pudiera proceder de la severidad.

Si con tal plan una madre ha conseguido reprimir los deseos e impertinencias desordenadas, no tendrá la menor ocasión de preocuparse de otros sentimientos que los de la satisfacción de estas pequeñas tentativas de independencia. Hay signos indiscutibles de los progresos que el niño ha logrado. Y si están bien dirigidos pueden considerarse como los precursores de una actividad duradera y laudable.

Todas las facultades parecerán tomar parte en el desenvolvimiento del niño. Todas ellas serán puestas en juego por las circunstancias que rodean al niño diariamente y casi hora por hora.

¿Quién no sabe el acontecimiento que representa para nosotros el poder pasear por primera vez sin auxilio? Es un acontecimiento que se conmemora en la familia y se refiere a todos los amigos que expresan su gozo por la consumación tan largo tiempo deseada.

Ciertamente no deseo estimular su gozo por el acontecimiento; estoy lejos de despreciar su importancia; pero yo desearía, al mismo tiempo que se consagren, junto a las congratulaciones unos cuantos momentos a consideraciones más serias.

El momento en que un niño comienza a pasear sin ayuda de nadie, constituye una época en la historia de su educación. Es, evidentemente, la etapa más marcada de la independencia física respecto de los demás. Pero, al mismo tiempo, ocasiona un nuevo modo de manifestación del afecto.

El niño que es ahora capaz de moverse a su elección, puede también aproximarse a la madre. En vez de buscarla simplemente con los ojos, o de aferrarse a ella con sus pequeños brazos, el niño puede ahora buscar la presencia de su madre; y mientras más apariencia tiene esto de un esfuerzo libre y voluntario, más efecto producirá en la madre como un nuevo signo de afecto que continúa y puede continuar ligándolos por mucho tiempo, después de haber desaparecido la última huella de indefensión que al principio la reclamaba.

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