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CARTA VIGESIMASEGUNDA
10 de febrero de 1819.
Mi querido Greaves:
Si en armonía con los principios correctos de educación, todas las facultades del hombre han de ser desenvueltas y todas sus facultades dormidas han de ser puestas en juego, la primera atención de las madres debe dirigirse a un tema que generalmente se considera que no exige ni mucho pensamiento ni mucha experiencia y que, por lo mismo, son generalmente olvidados. Me refiero a la educación física de los niños.
¿Quién no tiene unas cuantas sentencias a mano que pueda realmente transcribir pero, quizá, no practicar, sobre la crianza de los niños? Reconozco que se ha hecho mucho por superar los usos antiguos que ejercían sobre los niños las peores influencias. Reconozco que su crianza es ahora mucho más racional y que sus tareas y sus diversiones se han mejorado mucho por una atención juiciosamente prestada a sus necesidades y a sus facultades. Pero, aún queda mucho por hacer; y no mereceremos que se nos reconozca un sincero deseo de mejoramiento si nos resignamos a descansar en la idea de que no es tan mala como pudiera ser o como pudiese haber sido.
El renacimiento de la gimnasia es, en mi opinión, el paso más importante que se ha dado en esta dirección. El gran mérito del arte gimnástico no está en la facilidad con que son realizados ciertos ejercicios, ni en la preparación que se pueda proporcionar para ciertos ejercicios que requieran mucha energía y destreza; aunque tampoco deba ser de ningún modo menospreciada una adquisición de esta suerte.
Pero, la mayor ventaja que resulta de la práctica de estos ejercicios, el progreso natural que se observa en su combinación, comenzando con los más fáciles, y que contienen, sin embargo, una práctica preparatoria para los otros más complicados y difíciles. No hay, quizá, ningún arte en que pueda ser tan claramente mostrado que las energías que parecen faltar no pueden ser producidas, o desenvueltas al menos, por otros medios que por la práctica misma.
Esto puede proporcionar una meta más útil para todos aquellos que están consagrados a la enseñanza de cualquier materia y que tropiezan con dificultades para llevar a los discípulos a aquella eficacia que habían esperado. Que vuelvan a comenzar un nuevo plan, en el cual los ejercicios deban ser diferentemente combinados y los temas hechos avanzar de modo que admitan el progreso natural de lo más fácil a lo más difícil. Cuando falta el talento, comprendo que no puede ser proporcionado por ningún sistema de educación. Pero, me ha enseñado la experiencia a considerar que los casos en que faltan en absoluto las capacidades de todo género, son muy contados. En la mayor parte de los casos, he tenido la satisfacción de encontrar que facultades que han sido enteramente apagadas, porque en vez de ser desenvueltas, se ha obstruido su actuación por una variedad de ejercicios que tienden a desvanecer o a detener su ulterior actuación.
Y aquí, nos ocuparíamos de un prejuicio bastante común concerniente al uso de la gimnástica: se ha dicho con frecuencia que puede ser muy buena para los que son bastante fuertes; pero, aquellos que sufren una constitución débil podrán ser incluso perjudicados por los ejercicios gimnásticos.
Ahora bien, me aventuro a decir que esto se apoya meramente sobre una mala inteligencia de los primeros principios de la gimnástica: no solamente varían los ejercicios en proporción con la fuerza de los individuos, sino que también puede haberlos y han sido ideados los decididamente enfermos. Y he consultado la autoridad de los primeros médicos, quienes declaran que en casos que han caído bajo su observación personal, individuos que padecían afecciones pulmonares, si éstas no habían avanzado mucho, han sido materialmente aliviados y beneficiados por una práctica constante de unos pocos y sencillos ejercicios que el sistema propone en tales casos.
Y por esta razón de que esos ejercicios deben ser bosquejados para cada edad y para cada grado de fuerza corporal, considero esencial que las madres mismas se familiaricen con los principios de la gimnástica para que sean capaces de seleccionar entre los ejercicios elementales y preparatorios aquellos que, según las circunstancias, sean más adaptables y beneficiosos para el niño.
No quiero decir que las madres deban adherirse estrictamente sólo a aquellos ejercicios que puedan encontrar señalados en una obra de gimnasia; pueden variarlos, desde luego, como lo deseen o encuentren oportuno; pero yo recomendaría a la madre que consulte más bien con quien tenga alguna experiencia en el manejo de la gimnasia con niños, antes de decidir si ha de seguir el curso propuesto o ha de adoptar otros ejercicios, siendo incapaz de calcular el grado exacto de fuerza que pueden requerir o el beneficio que los niños pueden lograr.
Si la ventaja física de la gimnasia es grande e incontrovertible, también afirmo que es muy valiosa la ventaja moral lograda. Volvería a apelar a vuestra propia observación. He visto muchas escuelas en Alemania y en Suiza, en las cuales la gimnasia es un aspecto esencial; recuerdo que en las conversaciones que sosteníamos sobre el tema se hacía la observación, que conviene exactamente para mi punto de vista, de que la gimnasia, bien conducida, contribuye esencialmente no sólo a hacer a los niños cariñosos y saludables, que son dos puntos muy importantes para la educación moral, sino también a promover entre ellos un cierto espíritu de unión y un sentimiento fraternal que es muy satisfactorio para el observador: los hábitos de destreza, lealtad y franqueza de carácter, valor personal y virilidad para sufrir el dolor, figuran también entre las consecuencias naturales y constantes de una práctica primitiva y continua de los ejercicios del sistema de gimnasia.
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