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CARTA VIGESIMACUARTA
27 de febrero de 1819.
Mi querido Greaves:
En la rama de educación de que he tratado en las dos últimas cartas, concibo que a los elementos de la música deben agregarse los elementos del dibujo.
Todos sabemos por experiencia que entre las primeras manifestaciones de las facultades de un niño se da un deseo y una tentativa de imitación. Esto explica la adquisición del lenguaje y las primeras e imperfectas tentativas de imitar los sonidos musicales, comunes a la mayor parte de los niños cuando han oído una música que les ha complacido. El progreso en ambas cosas depende en una parte mayor o menor de la atención que los niños hayan prestado a las cosas que les rodean y a su rapidez de percepción. Del mismo modo que se aplica esto al oído y a los órganos del lenguaje, se aplica también al ojo y al empleo de la mano. Los niños que muestran alguna curiosidad por los objetos puestos ante sus ojos, comienzan pronto a emplear su ingenio y su habilidad en copiar lo que han visto. La mayor parte de los niños intentan construir algo a imitación de un edificio, con los materiales que logran tener a mano.
Este deseo, que es natural en ellos, no debe ser olvidado. Como todas las facultades es capaz de un desenvolvimiento regular. Es conveniente, pues, proporcionar a los niños juguetes que faciliten estos primeros ensayos y en ocasiones, ayudarles. Ningún estímulo de esta clase es nunca perdido, y nunca dejará de aplaudirse un acicate que promueva el placer inocente y que conduzca a una ocupación útil. Aliviándole de la monotonía de su vida diaria y sus continuas molestias e introduciendo variedad en sus pequeñas diversiones, actúa como un estímulo para su ingeniosidad y agudiza su observación conforme gana en interés.
Tan pronto como son capaces de realizar el intento, no hay nada tan bien calculado para este objeto como alguna práctica elemental del dibujo.
Hemos visto el curso de los ejercicios preparatorios por el cual algunos de mis amigos han conseguido facilitar estas actividades en algunos niños muy pequeños. Sería poco razonable esperar que pudieran comenzar por dibujar algún objeto que se les presente, como un conjunto. Es necesario analizarles las partes y elementos de que constan. Siempre que se ha hecho así, el progreso ha sido sorprendente, y sólo comparable con la complacencia con que han seguido los niños sus actividades favoritas. Mis amigos Ramsauer y Boniface han emprendido la tarea verdaderamente útil de combinar tal curso en su progreso natural de los ejercicios más fáciles a los más complicados; y el número de escuelas en que se ha aplicado satisfactoriamente su método confirma la experiencia que de su mérito hemos hecho en Yverdón.
Las ventajas generales que resultan de una práctica temprana del dibujo son evidentes para todos. Los que están familiarizados con el arte se ve que miran casi todos los objetos con ojos muy distintos que el vulgar observador. El que tiene el hábito de examinar la estructura de las plantas y de manejar un sistema de botánica descubrirá un número de caracteres salientes de una flor, por ejemplo que no será notado por los que no están familiarizados con aquella ciencia. Es la misma razón por la que en la vida común la persona que tiene el hábito de dibujar, especialmente del natural, percibirá fácilmente muchas circunstancias que son comúnmente desapercibidas y forman una impresión más correcta aun de tales objetos, que el que no se detiene a examinarlos minuciosamente si no se le ha enseñado nunca a mirar lo que ve con la intención de reproducirlo. La atención para modelar exactamente el conjunto y la proporción de las partes, que es requisito para que nos habituemos a tomar un boceto adecuado, produce en muchos casos mucha enseñanza y diversión.
Para poder lograr este hábito, es material y casi indispensable que los niños no se vean reducidos a copiar de otro dibujo, sino que se les permita dibujar de la naturaleza. La impresión que nos da el objeto mismo es tanto más profunda mientras más placer obtenga el niño en ejercitar su habilidad para intentar reproducir lo que le rodea y lo que le interesa, en vez de trabajar para obtener una copia de lo que ya no es sino una copia y tiene por tanto en su apariencia menos vida o interés.
De análoga manera, es mucho más fácil dar una idea del tema importante de la luz y la sombra y de los primeros principios de la perspectiva, en cuanto influyen en la representación de cada objeto, colocándolo inmediatamente ante los ojos. La asistencia que se presta, no debería extenderse de ningún modo a una dirección en la ejecución de cada detalle; algo habría que dejar a la ingenuidad y algo también a la paciencia y a la perseverancia: una ventaja que se ha logrado después de algunas tentativas infructuosas, no se olvida fácilmente; sino que proporciona mucha satisfacción y estimula para nuevos esfuerzos y el gozo con el éxito final atribuye un sabor a la desilusión primera.
Después de los ejercicios del dibujo vienen los de modelado en los cuales puede emplearse el material más convenientemente. Éstos producen, frecuentemente, una diversión aún mayor. Aun cuando no se dé el talento mecánico, el placer de ser capaz de hacer algo por lo menos, es para muchos una excitación suficiente; y, lo mismo el dibujo que el modelado, si se enseñan según principios fundados en la naturaleza, tendrán mayor uso cuando los discípulos hayan de abordar otras ramas de la instrucción.
De éstas mencionaré aquí dos solamente: la geometría y la geografía. Los ejercicios preparatorios por los cuales hemos introducido un curso de geometría, ofrecen un análisis de las diversas combinaciones bajo las cuales son agrupados los elementos de la forma y de las cuales consta cada figura o diagrama. Estos elementos son ya familiares al discípulo al que se ha enseñado a considerar cada objeto con la tendencia a descomponerlo en sus partes originales y a dibujarlo separadamente. El discípulo no será, desde luego, un extraño respecto de los materiales cuyas combinaciones y proporciones se le enseñan ahora. Debe ser más fácil comprender las proporciones de un círculo, por ejemplo, o de un cuadrado, a quien no solamente ha encontrado ocasionalmente estas figuras, sino que está ya familiarizado con la manera según la cual, se han formado. Junto con esto, la doctrina de los sólidos geométricos, que no puede ser, de ningún modo enseñada sin modelos ilustrativos, es mucho mejor comprendida y mucho más profundamente impresa en el espíritu cuando tienen los discípulos alguna idea de la construcción de los modelos y cuando son capaces de fabricar al menos los que ofrecen menor complicación.
En la geografia, el dibujo de los mapas es un ejercicio que no debe olvidarse en ninguna escuela. Proporciona la idea más exacta de la extensión proporcional y de posición general de los diferentes países; da una noción más clara que ninguna descripción y deja en la memoria la impresión más permanente.
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