Índice de Cartas sobre la educación de los niños de Johann Heinrich PestalozziCarta TrigésimaprimeraCarta TrigesimaterceraBiblioteca Virtual Antorcha

CARTA TRIGESIMASEGUNDA

25 de abril de 1819.

Mi querido Greaves:

¿Necesito señalar el motivo por el cual he dicho que debe prestarse primordial atención a la educación física e intelectual? ¿Necesito recordarle que yo considero que estas ramas conducen simplemente al fin superior -a calificar al ser humano para el uso libre y pleno de todas las facultades implantadas por el Creador- y a dirigir todas estas facultades hacia la perfección del ser entero del hombre para que pueda ser capaz de actuar en su peculiar situación como un instrumento del Poder infinitamente sabio y poderoso que le ha llamado a la vida? Esta es la concepción de la educación como debiendo llevar al individuo a ponerse en relación con su Hacedor, concepción que le proporciona al mismo tiempo humildad para reconocer la imperfección de sus tentativas y la debilidad de su poder, y le inspira el valor de una confianza inquebrantable en todo lo que es bueno y verdadero.

En relación con la sociedad, el hombre debe ser preparado por la educación para ser un miembro útil de ella. Para ser verdaderamente útil es necesario que sea verdaderamente independiente. Sea la independencia que puede surgir de las circunstancias sea la que se adquiera por el uso honorable de sus capacidades, o sea debida al ejercicio más laborioso y a los hábitos frugales, es claro que la verdadera independencia tiene que aparecer y desaparecer según la dignidad de su carácter moral, más bien que con las circunstancias afluentes o con la superioridad intelectual o el ejercicio infatigable. Un estado de servidumbre o de merecida pobreza, no es más degradante que un estado de dependencia respecto de consideraciones que delatan la pequeñez de espíritu, o la falta de energía moral o de sentimientos honrados. Un individuo cuyas acciones llevan el sello de independencia del espíritu no deja de ser un útil y estimado miembro de la sociedad. Encuentra un lugar en la sociedad, que le pertenece a él y no a otro, porque lo ha obtenido por su mérito y lo ha asegurado por su carácter. Sus talentos, su tiempo, sus oportunidades y su influencia se han dirigido hacia un cierto fin. Y aun en los más humildes menesteres de la vida se ha reconocido siempre que hay individuos que por la inteligencia, la franqueza, el carácter honorable de su porte y de su conducta y por la tendencia meritoria de sus actividades, merecen ser mencionados juntamente con aquellos cuyos nombres fueron ilustrados por el halo de su noble nacimiento y por la gloria, todavía más brillante, de su genio o de su mérito. Que tales casos no sean sino excepciones y que estas excepciones sean escasas, es debido al sistema de educación que prevalece generalmente y que no está calculado para promover la independencia del carácter.

Considerando al hombre como un individuo, la educación debe contribuir a proporcionarle la felicidad. El sentimiento de felicidad no surge de circunstancias exteriores; es un estado del espíritu, una conciencia de la armonía lo mismo con el mundo interior que con el exterior: asigna sus debidos límites a los deseos y propone a las facultades del hombre las más elevadas aspiraciones. Porque es feliz aquel que coloca sus deseos dentro del alcance de sus medios y puede rechazar todo deseo individual y egoísta sin que le robe su reposo: aquel cuyo sentimiento de satisfacción general no es dependiente de la gratificación individual. Y es también feliz, aquel que siempre que su yo está fuera de cuestión y se trata de la más elevada perfección de su mejor naturaleza o de los más elevados intereses de su raza, no conoce límites para su esfuerzo y puede comentarlos con sus más íntimas esperanzas. La esfera de la felicidad es ilimitada; se extiende conforme se amplía la perspectiva; se eleva conforme se levantan los sentimientos de su corazón; crece con su crecimiento y se fortalece con su fuerza.

Para proporcionar el carácter que aquí describimos a las acciones y a la vida de un individuo, considero necesario que todas las facultades implantadas en la naturaleza humana sean adecuadamente desenvueltas. No es que deba ser alcanzada la virtuosidad en una determinada dirección o que aspirase ansiosamente a un grado de excelencia que sea el privilegio exclusivo del talento preeminente. Sino que hay un grado de desenvolvimiento de todas las facultades que está lejos del refinamiento de cualquiera de ellas; y la gran ventaja de que discurran así las cosas es que se prepara el espíritu para una aplicación más especial a cualquier dirección de los estudios que sea la más congénita con sus inclinaciones o que esté conexionada con ciertos propósitos.

Con respecto al derecho que tiene todo ser humano a un desenvolvimiento juicioso de sus facultades por parte de aquellos a quienes está confiado el cuidado de la infancia, aspiración cuya universalidad no parece ser suficientemente reconocida, permítaseme utilizar un ejemplo que en una ocasión me fue presentado por un amigo. Siempre que encontramos un ser humano en una situación de sufrimiento y próximo al pavoroso momento en que está para terminar la escena de sus penas y de sus alegrías en este mundo, nos sentimos movidos por una simpatía que nos recuerda que por baja que sea su condición terrena, hay aquí también uno de nuestra raza sometido a las mismas sensaciones de alegría y de dolor alternados -nacido con las mismas facultades, con el mismo destino, con las mismas esperanzas de una vida de inmortalidad. Y cuando nos acogemos a esta idea ansiamos aliviar sus sufrimientos y proporcionar un rayo de luz a las tinieblas del instante de la partida. Este es un sentimiento que brota del corazón de cada uno, aun de los jóvenes y de los aturdidos y aun de aquellos poco acostumbrados a la visita del infortunio. ¿Por qué, entonces, pudiéramos preguntarnos, hemos de mirar con descuidada indiferencia, aquellos recién llegados a la vida? ¿Por qué han de inspirarnos tan poco interés los sentimientos y la condición de los que entran en esta variada escena de la cual, si nos parásemos a reflexionar podríamos contribuir a aumentar el goce y a disminuir la suma de sufrimientos, de descontento y de inquietud? Y la convicción de todos los que son competentes para hablar por experiencia es la de que esto pudiera lograrlo la educación. Que debe realizarlo es la convicción y que puede lograrlo algunas veces, es la tendencia constante de todos aquellos que están sinceramente interesados por el bienestar de la humanidad.

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