Índice de La redención del robot de Sir Herbert ReadPrólogo de Sir Herbert ReadCAPÍTULO I - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

LA REDENCIÓN DEL ROBOT

Sir Herbert Read

CAPÍTULO PRIMERO
Primera parte

LA EDUCACIÓN DEL HOMBRE LIBRE



1. ¿CUAL ES EL PROPÓSITO DE LA EDUCACIÓN?

El verdadero objeto de la educación -dice William Godwin al comienzo de su Investigación acerca de la justicia política y su influencia en la virtud y la dicha generales (Haz click aquí si deseas consultar esta obra que se encuentra en los estantes de nuestra Biblioteca Virtual Antorcha) (1797)-, igual que el de todo otro proceso moral, es la generación de felicidad. No conozco mejor definición del objetivo de la educación, pero, como toda definición, es regresiva pues nos obliga a retroceder en busca de más definiciones. ¿Qué significa aquí por ejemplo, la palabra generación? ¿Denota un proceso natural que sólo requiere estímulo o bien un régimen que se hace cumplir mediante una didáctica especial? ¿Y es posible definir la felicidad de manera que incluya todos los contradictorios deseos que se dan en cualquier grupo humano medio? Más interesante que la definición en sí es, quizás, la acotación de Godwin que afirma sin el menor asomo de duda que la educación es un proceso moral. Hace un siglo y medio esta opinión podía considerarse como verdad evidente, pero hoy en día no admitiríamos sin discusión que la moral tiene algo que ver en el asunto, lo cual da la pauta de cuánto ha cambiado nuestro punto de vista. El precepto más importa ser bueno que ser sabio no sería aceptado actualmente ni siquiera en una escuela dominical. Aunque no se dice, inconscientemente se da por sentado que la educación es un proceso adquisitivo destinado a la preparación profesional. Nuestro sistema educativo se limita a proveernos de los medios necesarios para lograr determinados fines y las fallas que se le apuntan generalmente Son la insuficiencia de esos medios y lo indefinido de esos fines.

La eficiencia, el progreso, el triunfo, he aquí los objetivos de un sistema basado en la competencia, del cual necesariamente están excluidos todos los factores morales. En este aspecto, al menos, nuestras escuelas reflejan bastante fielmente nuestro orden social.

La felicidad es cosa individual. Es la madurez de cada fruto; el grado máximo de maduración, de sabor, de fecundidad. Pero el fruto pende de un árbol, y aunque no todos los frutos maduren exactamente al mismo tiempo o en la misma medida, la madurez general de ese árbol muestra su estado de salud. El hombre es un ser social, como agrega Godwin en el libro mencionado. En la sociedad, los intereses de los individuos están entrelazados y no pueden separarse. Los hombres deben aprender a ayudarse mutuamente. En otras palabras, la ayuda mutua es uno de los factores de la felicidad individual, y estas dos facetas de la existencia del hombre son interdependientes. La educación es el proceso por el cual se ha de llegar al armónico equilibrio de ambas.

Todas las palabras que podríamos imaginar para expresar los propósitos de la educación -enseñanza, instrucción, crianza, disciplina, adquisición de conocimientos, inculcación de modales o de principios morales- se reducen a dos procesos complementarios que cabría definir como desarrollo individual e iniciación social. Los sistemas educativos característicos de los distintos pueblos de la actualidad no favorecen en absoluto ninguno de estos procesos. Encauzan por la fuerza el desarrollo individual hacia moldes que destruyen su vigor y flexibilidad naturales, y si una persona logra emerger libre e independientemente de ese proceso educativo, se verá enfrentada a una sociedad en cuyo concepto de normalidad no encaja.

Hablar de felicidad es, como decía Aristóteles, una trivialidad: afirmar que es la meta de la educación y de la ciencia política parece algo superficial, especialmente en individuos que presumen de sabios y están muchas veces guiados por el deseo de imponer el sufrimiento como condición previa del goce. En la filosofía cristiana, particularmente, la felicidad incluye siempre una prima. Naturalmente, es muy necesario ahondar en el concepto de felicidad pues no hay quien pronto no descubra cuán efímera es la sensación de bienestar que nos proporcionan la buena alimentación, el medio propicio, la abundancia y la perfecta salud. En suma, la felicidad es psicológica y todas las riquezas materiales nada valen si no gozamos de paz espiritual. Así lo vieron los antiguos filósofos, Confucio y Lao tsé, Sócrates y Aristóteles; y por ello todos definieron la felicidad dentro de los términos en que lo hizo Aristóteles: Una actividad del alma en armonía con la perfecta virtud. Pero ésta es también sólo una definición que requiere otra más, y así Aristóteles tuvo que definir qué entendía por virtud. Llegó a la conclusión de que no hay una virtud sino virtudes intelectuales y morales. La sabiduría y la comprensión, el saber cómo actuar o comportarse en circunstancias dadas, la ciencia de la vida: he aquí uno de los aspectos de la virtud; mas un hombre puede poseer todos estos conocimientos y, sin embargo, ser incapaz de dominar sus propios impulsos y deseos. Puede tener una total comprensión de las cosas y ser, no obstante, una criatura de malas costumbres. Por ende, el conocimiento y la autodisciplina son dos aspectos distintos de la virtud, ambos esenciales para la felicidad y ambos objetivos fundamentales de toda educación normal.

Hay una diferencia entre estas dos facetas de la virtud (que, por seguir la práctica, llamaremos virtud intelectual y moral): la primera puede ser objeto de acuerdo general y la segunda depende del temperamento o la disposición de cada individuo. La virtud intelectual puede ser codificada y aceptada como sistema de creencias y costumbres; la virtud moral en cambio, es función interna de la constitución fisiológica y nerviosa de cada ser humano. Y puesto que un hombre de deficiente virtud moral es difícilmente capaz de apreciar como se debe los valores de la virtud intelectual, la educación ha de dar prioridad absoluta a la virtud moral. Por consiguiente, el primer deber de la educación es buscar cómo desarrollar al máximo las virtudes morales de los niños, vale decir cómo desarrollar al máximo los sentidos físicos de los que está dotado todo individuo, a fin de que maduren hasta llegar a ese estado de temperancia, armonía y habilidad que capacite al individuo para ir en pos de las virtudes intelectuales con libre voluntad e independencia de espíritu.

Aristóteles afirmó que la virtud moral -la personalidad integrada, como dirían los psicólogos modernos- se adquiere con el hábito. La naturaleza nos ha condicionado para que adquiramos hábitos y la forma que éstos han de tomar es inherente a la naturaleza. Las virtudes no surgen en nosotros, pues, ni por obra de la naturaleza ni contra la naturaleza; más bien estamos hechos por naturaleza para recibirlas y luego las perfeccionamos con el hábito.

El modelo de esas costumbres que estamos preparados para recibir, es decir para aprender, se encuentra en la naturaleza, de donde debemos tomarlo, y al habituar a nuestros niños a ése modelo perfeccionaremos su virtud moral y los capacitaremos para conquistar la verdadera felicidad. Esto no significa que seamos esclavos de la naturaleza sino que sólo en ella podemos encontrar nuestra libertad. El hombre libre es hombre de naturaleza, que ha llegado a perfeccionar los modos naturales de conducta.

Ésta es la teoría de Aristóteles; la tomó, en buena parte, de Platón, y por ello hemos de recurrir a este filósofo para conocer detalladamente esos cánones naturales así como el único método efectivo para adaptarnos a ellos. Pero antes permítasenos recordar que desde el Renacimiento la tradición educativa general de Europa y América ha descuidado o desfigurado esta teoría clásica de la educación; en primer lugar, porque no supo diferenciar netamente la virtud intelectual de la moral y, en segundo término, porque olvidó dar absoluta prioridad a la virtud moral al tratar de inculcar la virtud intelectual en mentes aún no preparadas para recibirla. El conocimiento sólo puede injertarse con felices resultados en un tallo de bondad; si lo injertamos en tallos desequilibrados, poco desarrollados y neuróticos, lo único que hacemos es dar fuerza a impulsos que pueden ser malos o corruptos de por sí.


2. LA NATURALEZA: NUESTRO MODELO

Decir que el modelo de la virtud moral ha de buscarse en la naturaleza, no significa que vayamos a adoptar un enfoque científico. Las pretenciosas afirmaciones de ciertos hombres de ciencia han creado prejuicios tales que ha llegado a darse por sobreentendido que la naturaleza es privativa de la ciencia y que el arte está fuera de la naturaleza. La ciencia involucra medida y clasificación, lo que se denomina análisis o método científico. Pero es sólo un método y la sabiduría, que incluye la ciencia también, implica además la síntesis -la aprehensión y comprensión de totalidades y de relaciones, las obras de la imaginación y de la actividad creadora-, en suma, un enfoque de la realidad basado en lo subjetivo y lo sensorial. Este aspecto de la sabiduría podría llamarse método del arte o método estético. Como tal, hemos de considerarlo un instrumento indispensable para la educación; y puesto que el método científico está más allá de la capacidad mental de los niños de corta edad y, por el contrario, el método estético es el natural para ellos, se desprende que el arte es el único método aplicable en las primeras etapas de la educación.

En nuestro siglo se ha producido una revolución mundial en lo que respecta a la apreciación del arte infantil; gradualmente, hemos llegado al convencimiento de que el arte es un instrumento educativo y no meramente una materia de enseñanza como cualquier otra. Los niños tienen su arte particular, vale decir una manera de expresarse en imágenes visuales y plásticas apropiadas a su estadio de desarrollo mental, y este lenguaje pictórico característico de los niños existe por derecho propio y no ha de juzgárselo según los patrones de los adultos. Es un medio de comunicación del cual disponen todos los niños y que puede servirnos para comprenderlos y para guiarlos hacia la comprensión del medio circundante. Ahora el arte no es cosa exclusiva de unos pocos: ya no seleccionamos a un puñado de niños dotados de lo que solíamos llamar temperamento artístico, para educar a esa minoría como artistas. Ahora sabemos que en cada niño hay un artista; y afirmamos que, para lograr un equilibrado desarrollo integral de la personalidad, es esencial fomentar una actividad creadora normal.

Muchos son los filósofos, psicólogos y maestros que contribuyeron a crear esta revolución, pero cabe destacar a John Ruskin, por haber sido el primero en señalar que la actividad artística del niño debe ser enteramente voluntaria, y a James Sully, psicólogo inglés, por haber realizado los primeros estudios serios sobre las características de dicha actividad voluntaria. Siguiendo el camino trazado por Froebel, los grandes educadores de todo el mundo comenzaron a recalcar la importancia de la espontaneidad en todas las formas de la educación. Y en la actualidad se acepta que, entre todas las formas de actividad espontánea, la artística posee un valor educativo especial.

Desde este punto de vista, no podemos tomar al arte como cosa exterior que se ha de insertar dentro del plan educativo general. Por otra parte, debemos saber que la educación no puede ser nunca completa sin el arte. Hay determinada forma de vida que creemos buena y la actividad creadora que llamamos arte es esencial para llegar a ella. La educación no es más que una iniciación en este modo de vida y estimamos que la práctica del arte es la mejor manera de cumplir esta iniciación.

Vale decir que el arte es una forma de educación, un método de enseñanza de todas las materias y no meramente una materia más del programa de estudios. No pretendemos que este concepto del papel educativo del arte sea una novedad; sólo exponemos en términos modernos los mismos ideales que Platón expresó hace veinticuatro siglos. Y cuando decimos que exponemos esos ideales en términos modernos, ello no significa que adaptamos las ideas de Platón a las necesidades del mundo actual, pues respetamos sus conceptos o intenciones hasta el más mínimo detalle. Cuando usamos palabras abstractas como armonía, gracia y ritmo, les damos el mismo significado que les atribuía Platón. Sólo en los vocablos más particulares, como música, pintura o arquitectura, nos apartamos un tanto de Platón porque ilustramos nuestras ideas con ejemplos extraídos de un acervo enriquecido por la experiencia. Esto no implica que estemos más cerca de la verdad que Platón, pero nos encontramos en condiciones de afirmar, en caso de tener fe en la evolución humana, que ahora existe la posibilidad de usar las artes, como la música, la pintura o la arquitectura, en un campo mucho más amplio. Pero sólo la posibilidad. Pues, ¿qué es la historia del mundo moderno, un mundo tan rico en posibilidades, sino una larga crónica de promesas no concretadas, de oportunidades perdidas? Poco se sabe de la enigmática música griega, pero hasta nuestros eruditos clásicos tienen que admitir que la música griega es una manifestación primitiva si se la compara con la música de Bach, de Mozart o de Beethoven. Y, sin embargo, ¿hemos sabido aprovechar debidamente este arte moderno en la educación? Comparada con la música griega, la nuestra constituye un verdadero desarrollo de la sensibilidad humana. No obstante, ¿se le ha dado en las escuelas un lugar acorde con su importancia? Es verdad que tenemos la eurritmia, por la cual Dalcroze se ha hecho acreedor a nuestro mayor agradecimiento ya que, en este aspecto de la educación, nos puso en el buen sendero. Pero dudamos de que siquiera en las escuelas dedicadas íntegramente a los ideales de Dalcroze se haya avanzado en los métodos educativos hasta el punto al que quiso llegar Platón en base a la primitiva música de Grecia.

Platón expuso muy sencillamente las razones por las que creía necesario adoptar un método estético de educación. Nada mejor pues, que transcribir sus palabras:

Atribuimos importancia tan grande a la educación musical -le hace decir a Sócrates en La República (m, 401-2)- porque el ritmo y la armonía penetran hasta las más íntimas profundidades del alma para apoderarse de ella con todo vigor y traen consigo la gracia, cuando el hombre está bien educado mas no cuando no lo está.

Después Platón describe, con bastantes detalles diríamos psicológicos, los efectos exactos que el ritmo y la armonía producen en el espíritu en formación. No se limita, como supónese con demasiada frecuencia al tratar sus teorías educativas, a atribuir estas cualidades exclusivamente a la música. El filósofo afirma que esas mismas cualidades se encuentran en buena medida en la pintura y todas las artesanías similares, el tejido y el bordado, la arquitectura y la manufactura de utensilios en general, y aun en la constitución de los cuerpos vivos y de todas las plantas; pues en todas estas cosas puede haber o faltar gracia. Y añade, porque siempre tiene presente lo negativo, la ausencia de gracia, de ritmo y de armonía está íntimamente relacionada con el mal estilo y el mal carácter.

Esta teoría de Platón es al mismo tiempo tan simple y completa que en verdad resulta innecesario agregar más. La música, la pintura, la fabricación de objetos útiles y las proporciones de los cuerpos vivos y de las plantas, tomadas como base de nuestros métodos educativos, infundirán en el niño la gracia y la armonía que le proporcionarán no sólo un noble porte sino también un noble carácter, no sólo un cuerpo gracioso sino también un espíritu sobrio. Esto ocurrirá, asegura Platón, mucho antes de que el niño sea capaz de razonar, porque inculcará en él lo que llama el instinto de asociación (1) y la razón depende precisamente de este instinto. El niño que lo posea nunca actuará o pensará mal.

En este punto debería, quizá, explicar qué quiso decir Platón con las palabras instinto de asociación, pues este concepto es el fundamento de su teoría de la educación, concepto que, por lo demás, mantuvo durante toda su evolución filosófica. La teoría antes expuesta ha sido extraída de La República (Haz cick aquí, si deseas consultar el libro La República, albergado en los estantes de nuestra Biblioteca Virtual Antorcha). Se trata de una obra de los primeros años de madurez del filósofo. Treinta años después, a la edad de setenta, Platón escribió Las Leyes, considerada por el difunto profesor A. E. Taylor, uno de los mayores eruditos modernos en filosofía platónica, como la menos conocida actualmente de las grandes composiciones de Platón, y, sin embargo, en algunos aspectos, su obra más característica (2). En el Libro II de dicha obra encontramos su teoría de la educación por el arte expuesta nuevamente en términos inconfundibles, tratada, como dice el profesor Taylor, con una profundidad psicológica que no tiene paralelo en La República. Me atrevo a afirmar que esta teoría es tan simple como verdadera. Se reduce a esto: La educación ha de tener como fin hacer que las sensaciones de placer se asocien con lo bueno y las de dolor con lo malo. Ahora bien, tales sensaciones son estéticas, hecho que debe haber sido cosa obvia para los griegos. El adjetivo estético, tal como lo usamos, es frío y abstracto; indica, empero, una relación que para los griegos era muy real y orgánica, una propiedad de las reacciones fisiológicas que se producen en el proceso de percepción.

Ahora bien, dice Platón, en el universo físico, que experimentamos a través de nuestros sentidos, existen ciertos ritmos, ciertas melodías y proporciones abstractas que, al ser percibidas, comunican a la mente abierta una sensación de placer. No es aquí necesario analizar por qué existen dichos ritmos y proporciones; son, simplemente, parte del universo que nos ha sido dado. Y sigue Platón: si podemos asociar con el bien la sensación concreta de placer que nos deparan tales ritmos y proporciones, y con el mal las sensaciones concretas de dolor que nos provocan las cualidades contrarias de inarmonía y fealdad; si podemos hacerlo sistemáticamente en los primeros años de vida, mientras la mente infantil permanece abierta a estas influencias, entonces habremos establecido una asociación entre las sensaciones naturales y espontáneas y el comportamiento dotado de gracia o nobleza. Para que no se piense que atribuyo a Platón más de lo que él quiere decir, citaré textualmente sus palabras en la traducción del profesor Taylor:

Y por lo tanto podría decir: la primera conciencia infantil del niño es de placer y de dolor, éste es el dominio en el cual el alma comienza a adquirir la virtud o el vicio ... Educación quiere decir bondad tal como la adquiere el niño en sus primeros años. En rigor, si el placer y el gusto, el dolor y el disgusto toman la forma debida en el alma del niño antes de que éste llegue a la edad del entendimiento y si, llegado a ella, tales sensaciones están en armonía con su entendimiento gracias a la temprana disciplina en la formación de hábitos apropiados, esta armonía, como totalidad, es la virtud. Pero si consideramos el factor que actúa aquí, la buena disciplina de los estados de placer y de dolor que hace a un hombre abominar de lo que debe abominar y apetecer lo que debe apetecer desde sus primeros años, si aislamos este factor y lo llamamos educación, le habremos dado el nombre justo.

Luego Platón explica sus ideas:

Los pequeños, sean cuales fueren, ... no pueden permanecer constantemente quietos o callados; tratan de hacer movimientos y ruidos. Saltan y brincan, bailan y retozan, al parecer llenos de gozo, y también lanzan toda suerte de gritos. Ahora bien, los animales en general no tienen la capacidad de percibir orden o desorden en estos movimientos, carecen del sentido de lo que llamamos ritmo o melodía.

Pero el hombre, añade Platón, se distingue del resto de la creación animal precisamente por poseer un sentido estético que el filósofo define como la facultad de percibir y de gozar del ritmo y de la melodía. Asociemos este poder de percepción estética con el de discriminación entre el bien y el mal y habremos logrado el fin más fundamental de la educación. El bien se asocia espontáneamente con el placer; y el mal, con el dolor.

Esta es la teoría educativa de Platón, esencialmente simple y claramente cierta. Así lo parece al menos. Entonces, ¿por qué el educador moderno la encuentra tan difícil y, sobre todo, incomprensible? En su Introducción a su versión de Las Leyes, el profesor Taylor ofrece esta explicación:

Para Platón, como buen griego, la fealdad de la conducta moralmente incorrecta es lo primero que resalta en ella, y la belleza de la santidad, si se me permite la expresión biblica, no es una simple metáfora. A juzgar por el tono de gran parte de nuestra literatura, somos menos sensibles en este respecto; tardamos en percibir la fealdad de la mala conducta como tal y hasta parecemos dispuestos a reconocerle carácter artistico a la perversidad. Seria muy aconsejable analizar esta diferencia para determinar si ella no se debe tanto a una confusión por parte de Platón entre lo bello y lo moralmente bueno como a cierta insensibilidad estética de los hombres de hoy en dia.


3. EL ARTE Y LA NATURALEZA HUMANA

Platón era autoritario. Su utopía política ha sido siempre un modelo para los exponentes del Estado totalitario. Por lo tanto, debemos preguntamos si en esta teoría de la educación no acecha una negación de esa libertad e integridad de la personalidad humana que constituye la base de nuestra filosofía libertaria. En caso de predominar la insensibilidad estética, este peligro existiría con toda seguridad; ya no se pondría sensibilidad en la interpretación del orden de la naturaleza, que se tomaría sistemáticamente como rígido molde para el cual se acondicionarían las nacientes facultades del niño. A no dudarlo, también la República de Platón puede considerarse como molde rígido de este género: es la creación de un poeta, mas su belleza es objetiva, calculada, clásica, cual cristal de nieve. Pero la naturaleza es perpetuo desarrollo y la naturaleza humana, fuego y movimiento. Entre la forma propia de ese desarrollo, que es creación de la fuerza vital o comu quiera llamarse, el impulso que anima la materia orgánica, y las formas abstraídas por el intelecto humano, hay una diferencia: la primera es un continuo proceso de libertad o espontaneidad, de desarrollo e integración, en tanto que las últimas resultan de un acto de objetivación, o exteriorización y fijación, de congelación y petrificación. Si alguna crítica cabría formularle aquí a Platón, es el haber hecho una abstracción del proceso natural, transformándolo en un molde definido y medido y destruyendo así su espontaneidad, cualidad que caracteriza a la libertad espiritual de la personalidad humana.

En los últimos sesenta años se han producido dos cambios notables que, por ponernos a salvo de los peligros derivados de la insensibilidad espiritual, nos permiten aceptar la teoría de Platón sobre el lugar del arte en la educación.

Uno de esos cambios es la completa y profunda transformación de nuestro concepto del arte y el otro, la revolución acaecida en el campo de la psicología.

La revolución en el arte no es de ningún modo completa ni tampoco se han establecido definitivamente nuevos estilos o patrones. Para algunos, el arte se encuentra actualmente en estado de confusión y desarticulación. Pero aun el espectador más atónito de nuestro mundo moderno tiene que reconocer que, en esencia, una construcción funcional moderna se acerca más al Partenón que un edificio clásico de nuestra propia época. Tanto la estructura funcional como el Partenón muestran los mismos rasgos fundamentales de toda buena arquitectura -características concordantes con la finalidad del edificio, armonía de proporciones, bello estilo- mientras que una obra contemporánea construida al modo clásico sólo puede considerarse como una fantasía de la impropiedad arquitectónica. En lo que se refiere a la pintura moderna, tampoco debemos aceptar todas sus confusas manifestaciones como pasos conducentes al ideal de belleza acariciado por Platón. No obstante, las personas capaces de ver las cosas sin prejuicios negativos podrán encontrar, en este mar de caóticas expresiones del espíritu moderno, obras de arte que responden a los cánones platónicos y simbolizan la gracia, el ritmo y la armonía que llevaron a Platón a tomar al arte como base de su sistema educativo. Hay un hecho indiscutible: en los últimos treinta años todas las artes han retornado a los principios básicos merced a un espíritu inquisitivo y científico; y aunque no podamos todavía señalar logros artísticos definitorios de una gran época, estamos en situación de comprender la significación del arte como nunca se estuvo desde tiempos de Platón. Tal vez parezca demasiado decir de la filosofía del arte moderno; tal vez sea una afirmación fatua. Pero, por humildes y moderados que seamos, difícil nos resultará encontrar algún período intermedio que muestre tal capacidad de comprensión. Cierto es que el Renacimiento tuvo grandes humanistas, como Alberti, que mucho debían a la doctrina platónica y que, lógicamente, el arte de ese período se aproximaba a los ideales de Platón bastante más que cualquiera de las manifestaciones artísticas producidas hasta ahora por la era actual. Sin embargo, por más que se inclinaran a identificar los ideales morales con los estéticos, ni Alberti ni ninguno de los humanistas posteriores preconizó un método de educación tan radical como lo es el estético. En el fondo, todos ellos eran gramáticos y, como el héroe de Browning (El Funeral del Gramático), habían decidido no vivir sino saber, noble ideal para los pocos que se contentan con vivir sólo de la cintura para arriba pero no un principio aceptable para quienes, junto con Platón, creen que la función de la educación es promover la buena vida.

Si bien el comprender mejor la naturaleza del arte nos ha permitido reconocer cuán verdadera y apropiada es la teoría educativa de Platón, hay algo que nos ha ayudado aún más: la mejor comprensión de la naturaleza humana que nos ha proporcionado la psicología moderna. Para demostrar debidamente este hecho, tendríamos que entrar en terreno técnico, lo cual no sería oportuno aquí; no obstante, enunciaré brevemente las tres tendencias de la psicología moderna que apoyan nuestras afirmaciones.

En primer lugar, el reconocimiento de la significación de la imagen en el pensamiento, de la imagen en todas sus formas. Aquí tomaremos las visuales por simplificar el análisis. Muchos experimentos recientes demuestran que, en los primeros años de vida, la mente del niño está llena de imágenes extremadamente vívidas. Una escuela psicológica afirma inclusive que, en la temprana infancia, le es difícil al niño distinguir entre sus percepciones del mundo externo y sus imágenes secundarias, y que sólo más tarde la imagen-memoria normal se va separando gradualmente de estas vívidas imágenes eidéticas. Sea o no verdad esta teoría, sabemos a ciencia cierta que la etapa siguiente del desarrollo infantil, es decir aquella en que se llega al pensamiento conceptual, sólo puede alcanzarse mediante la paulatina supresión de las imágenes. Ahora bien, la tradición aristotélica en materia de educación tiene como premisa tan absoluta la superioridad del pensar lógico y conceptual que se han tomado todas las medidas para eliminar las imágenes de la mente infantil a fin de convertirla en una eficiente máquina de pensar. Se aceptaba como axioma que los métodos lógicos no tenían rival y es así como todo pedagogo ambicionaba crear un esquema lógico para cada una de las materias del programa de estudios. Además, se estableció experimentalmente que las imágenes no cumplían ninguna función útil en el pensamiento abstracto, y se presumía que cuanto más abstracto el pensamiento, tanto más inteligente. Citemos a un conocido educador británico (3):

Los niños que tenían imaginación más fértil ... no eran de ninguna manera los que mostraban mayor inteligencia en la escuela ... la correlación entre la imaginación auditiva y visual clara y vívida y la inteligencia escolar es muy baja y hasta puede ser negativa ...

No deseamos poner en duda estos hechos establecidos. Hay algo que sí podemos poner en tela de juicio, y es el standard de inteligencia escolar implícito en todas estas pruebas. Aquí encontramos la parcialidad en favor de la lógica en su forma más grosera. Todos conocemos los exámenes y las pruebas por los cuales se fija dicho standard, pues la mayoría de nosotros ha tenido que sufrir ese oprobio. Ahora, apoyados por otras escuelas psicológicas, podemos desafiar esa tradición de la lógica y el raciocinio. No debemos cometer el error de imponer otro patrón exclusivo. La ciencia moderna nos enseña la tolerancia. Hay evidencias de que existen más de un standard de inteligencia y, por cierto, más de una forma de pensar. El propósito del pensamiento es llegar a la verdad, y la verdad, afirmamos, no es propiedad exclusiva de los que tienen un cociente de inteligencia elevado; puede salir también de la boca de niños y lactantes, poetas y artistas, y aún de locos.

La particular escuela psicológica en la que nos basamos logró establecer que niños y lactantes, poetas y pintores, visionarios de toda índole, tienen una cosa en común: una imaginación tan vívida que sólo puede atribuirse a esa clase particular de imágenes que llamamos eidéticas. En muy raras ocasiones este tipo de imágenes, propio de criaturas y lactantes, se conserva hasta después de la adolescencia, y entre estas excepciones se cuentan los poetas, los pintores y los visionarios de todo género. Más aún, si investigamos la naturaleza del pensamiento científico en cuanto actividad inventora y creadora y no mera ordenación lógica de hechos aceptados, descubrimos que también él se fundamenta en imágenes. Toda la física moderna, por ejemplo, está llena de imágenes, desde la manzana de Newton hasta el hombre del ascensor de Eddington. La física moderna encierra quizá más imágenes que la poesía contemporánea.

Visto estos hechos, es innecesario detenernos a defender la utilidad biológica de las artes. Podemos dirigirnos a los hombres de ciencia para convencerlos de esta verdad dándoles como prueba sus propios procesos pensantes. En la medida en que es creador y biológicamente útil, su pensamiento es imaginativo. Con todo, los sistemas educativos por ellos ideados y las pruebas examinatorias con que abruman a nuestros niños no premian la imaginación con buenas notas. Afirman y demuestran que las imágenes no son esenciales para bien pensar. Por eso, hacen todo lo necesario para suprimir estos duendes y entronizar el concepto como soberano absoluto en la mente del niño.

La teoría de la Gestalt es la segunda de las direcciones psicológicas que avalan nuestras aseveraciones. Resulta prácticamente imposible explicar en pocas palabras en qué consiste esta doctrina, mas sus representantes no me desmentirían si dijera que, en términos generales, ella es también una sublevación contra el concepto de que el conocimiento y la ciencia sólo pueden basarse en la lógica. En efecto, los psicólogos de la Gestalt aseguran que los hechos no existen independientemente del acto o proceso de experimentarlos, que los hechos de una situación no son aprehendidos como simple acumulación de partes sino sentidos por el sujeto como totalidad coherente. Recalquemos la palabra sentido, pues el sentimiento en la percepción implica un factor estético. No se trata sólo de percibir una configuración particular sino de preferirla a otras. Esto significa que, dadas las distintas formas de conducta posibles, el individuo elige una por más adecuada o conveniente. Siente que lo es, que de inmediato puede aprehender con gran facilidad esta forma particular y que sus actos subsiguientes son los apropiados. Y como siente que esta forma de conducta específica es la justa, tiende a repetirla y a asimilar a ella otros modos de conducta.

Eso que los psicólogos llaman adquisición de una forma de conducta no es otra cosa que el proceso de aprender, de aprender en el sentido de adiestrarse para hacer algo: caminar, patinar, tejer, pintar, armar una máquina. Dice un psicólogo de la Gestalt:

La gracia y la habilidad van siempre de la mano; sus logros no son nunca el resultado de la combinación de actos torpes o inhábiles. Para hacer algo con gracia y habilidad, hay que encontrar primero la variación afortunada de la conducta, la que sea más adecuada para cada situación.

Esto nos retrotrae nuevamente a Platón. En aquella parte de La República que precede a la teoría de la educación, ya mencionada, Platón analiza la naturaleza de la forma y del ritmo, y afirma efectivamente que las leyes de la forma y del ritmo no están dadas a priori sino que han de buscarse en las acciones más correctas y provechosas. Citaremos ahora un pasaje tomado de La República, y no de un trabajo de un moderno psicólogo de la Gestalt. Al estudiar la ley de los ritmos, Platón declara:

No se debe tratar de establecer una variedad de ellos o estudiar todos los movimientos indiscriminadamente, sino observar cuáles son los ritmos naturales de una vida bien regulada y varonil, y una vez descubiertos, se ha de obligar a los pies y la música a ajustarse al sentido de tal forma de vida, en lugar de adaptar ese sentido a los pies y la música.

Dicho de otra manera, de la manera moderna, las leyes estéticas son inherentes a los procesos biológicos de la vida misma; son las leyes que guían la vida por el sendero de la naturalidad y la eficiencia; nuestro deber como educadores es buscar estas leyes en la naturaleza o experimentarlas y tomarlas como principios básicos de nuestra enseñanza. El equilibrio y la simetría, la proporción y el ritmo, son factores fundamentales de la experiencia; más aún, son los únicos elementos que pueden servirnos para organizar la experiencia en pautas permanentes e involucran, por su naturaleza, gracia, economía y eficiencia. Cuando sentimos que algo es lo justo, sus resultados también lo son; y en este proceso se enriquece y eleva nuestro sentido del goce estético, enriquecimiento medido por el grado de conciencia del individuo.

Llegamos ahora a la última de las teorías psicológicas que presentamos en nuestro apoyo. Es aún más difícil de resumir que la anterior, aunque por razones diferentes, y merece ciertas reservas. Pese a haber emergido ya de las profundidades de nuestro ser, todavía nos debatimos en un tormentoso mar. La teoría de lo inconsciente sigue siendo motivo de discusión; debemos cuidarnos de no atribuir un excesivo valor terapéutico a aquellas formas de la libre expresión que deseamos fomentar como parte de nuestros métodos educativos. Resulta bastante evidente ya que los niños -los de muy corta edad- tienen tantos complejos y represiones como sus padres y maestros, pero el tratamiento de las psicosis y las neurosis infantiles presenta extraordinarias dificultades para el psiquiatra. Naturalmente, no le corresponde al maestro entrar en este campo careciendo, como carece, de la debida preparación profesional, mas el psiquiatra no debería desdeñar la colaboración del pedagogo. Aparte de otros aspectos de la cuestión, los dibujos infantiles, producto de una actividad espontánea, son prueba directa de la disposición fisiológica y psicológica del niño; en opinión de algunos psicoanalistas profesionales, dichos dibujos encierran mayor valor clínico que cualquier otro elemento de juicio. Es ésta una faz del problema que requiere experiencia y conocimientos especiales. Hay, empero, un aspecto más simple que entra en el terreno de nuestra competencia. Sabemos que un niño concentrado en la tarea de dibujar o en cualquier otra actividad creadora es feliz. La experiencia diaria nos ha demostrado que la autoexpresión trae consigo un automejoramiento. En consecuencia, debemos hacer que el niño dedique gran parte de su tiempo a las actividades artísticas, por la simple razón de que ellas son, por así decirlo, una válvula de escape, el camino hacia la ecuanimidad. Son éstos motivos prácticos que deberían bastar para convencer a los renuentes partidarios de la lógica; pero, desde luego, no es el principal motivo por el que pedimos gran parte del tiempo del niño. No podemos esperar que nuestra verdadera razón logre derribar las murallas de la tradición racionalista; parecería demasiado impracticable, demasiado idealista, pues lo que en realidad pretendemos no tiene límites. No pedimos una hora o un día en la vida del niño sino al niño en su totalidad. Creemos tener a nuestro alcance un método educativo de validez absolutamente universal, y que la gracia que podemos inculcar mediante la música, la poesía y las artes plásticas no es una conquista superficial sino la clave de todo conocimiento y de toda conducta noble. Tenemos la impresión de que, si no todas, gran parte de las miserias del mundo actual se debe a la represion de la imaginación y el sentimiento en el niño, al predominio del pensar lógico racionalista que violenta aquellos principios de gracia, ritmo y armoniosa proporción que están implícitos en el orden del universo. Creemos que nuestra función como maestros y modelos, no simplemente como artistas y profesores de arte, consiste, como dijo Platón en uno de sus pasajes más visionarios, en:

Dejarnos guiar por nuestro instinto para reconocer lo que es bello y gracioso, de manera que nuestros jóvenes, rodeados de un clima sano, puedan beber el bien por doquier, y, desde su infancia en adelante, recibir constantemente, a través de sus ojos y oídos, la influencia de las obras nobles, que será cual saludable brisa de regiones felices y que, imperceptiblemente, creará en ellos simpatía y armonía con la belleza de la razón, cuya impronta llevan (4).




NOTAS

(1) Ésta es, naturalmente, la denominación adoptada por Davies y Vaughan, autores de la versión inglesa, que no siempre usan otros traductores. La he aceptado porque representa muy aproximadamente lo que Platón quiere dar a entender.

(2) The LaWs of Plato, trad. de A. E. Taylor, Londres, 1934.

(3) Charles Fax, Educational Psichology, p. 86, Londres, 1930.

(4) Traducción de F. S. Cornford, Oxford, 1941.

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