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LA REDENCIÓN DEL ROBOT
Sir Herbert Read
CAPÍTULO CUARTO LA SIGNIFICACIÓN MORAL DE LA EDUCACIÓN ESTÉTICA
1.- EL CONCEPTO DE LA MORAL Toda la obra de la educación, su única obra, puede resumirse en un concepto: moral. He aquí la frase inicial de uno de los escritos capitales de la ciencia de la educación: el ensayo de Johann Friedrich Herbart titulado Sobre la Revelación Estética del Mundo como Principal Obra de la Educación. Este trabajo, publicado en 1804 como apéndice de una exposición de los métodos educativos de Pestalozzi, puede considerarse como el primero y más profundo intento de Herbart de dar una base científica a las intuiciones, más empíricas, del gran pedagogo suizo. Todo cuanto expone Herbart en su dogmático planteo, depende del significado que atribuyamos a la palabra moral. Admitiremos que la moral es el objetivo único y absoluto de la educación, sin descontar reparos a esta definición. No se me escapa que, en el mundo contemporáneo, este supuesto no encontraría aceptación universal. Platón, Kant, Rousseau y Ruskin tenían la educación del ciudadano como base de su filosofía social; no así las ideologías políticas modernas, que prácticamente no dan cabida a este aspecto. La moral es hoy en día una idea molesta, y ninguno de los sistemas educativos imperantes en las grandes naciones del mundo actual la toman como fin y norte. Estos sistemas se concentran en lo que llamamos preparación profesional; y si acaso aceptan la formación de buenos ciudadanos, por ejemplo, como parte de esa educación, suelen encararla más bien como enseñanza de una ciega obediencia a una autoridad establecida que como un ejercicio en el que entra la libre voluntad. Procedamos ahora, con ayuda de Herbart y otros filósofos pasados de moda, a hacer algunas definiciones. La voluntad de ser bueno y de obrar bien: he aqui la definición más simple de lo que la humanidad siempre quiso significar con la palabra moral. Mas incluso esta simplisima definición necesita pulimento, pues si no tenemos bien presente que la moral es una voluntad y que ésta debe existir como principio activo en la persona, imposible nos será comprender la esencia de la moral y reconocer los falsos conceptos, que tan fácilmente reemplazan al verdadero. La moral siempre tiende a legalizarse. Cuando descubrimos y acordamos que algo es bueno, nos gusta formularlo como reglas y reglamentos, como preceptos y mandamientos; y, una vez hecho esto, una vez grabadas las Tablas de la Ley, exigimos obediencia. Pero entonces la obediencia deja de ser moral; puede o ser una sumisión basada en el temor o un hábito creado por la conformidad, o, a lo sumo, la aquiescencia intelectual ante un código racional. Ya no es un acontecer (Ereignis), como decía Herbart, un hecho natural, un acto de libertad, un hacer (Machen) al que el alumno llega por si mismo cuando elige lo bueno y rechaza lo malo. Cierto es que la obediencia participa de la esencia de la moral; pero todo depende de lo que se obedece y de cómo se obedece. Dice Herbart: Mas no siempre es moral obedecer al primer mandato fortuito. El individuo que acata debe antes examinar, seleccionar y valorar las órdenes; esto es, él mismo tiene que elevarlas a la categoría de mandato para él. El hombre moral se manda a si mismo (1). En nuestra época, Bergson estableció similar distinción entre lo que llamó moral social y moral humana, cuya diferencia no es de grado sino de índole (2). La moral social es un conjunto de costumbres, un patrón de conducta que se inculca mediante un proceso de enseñanza y busca el beneficio de la estructura social existente; en cambio, la moralidad humana es un sentido místico de obligación, producido por un élan d' amour, un gesto afectivo que abraza a la humanidad toda y constituye una de las más altas manifestaciones de la fuerza creadora de la evolución que se dan en el individuo. No adoptaré tan mística explicación del segundo tipo moral, mas es indudable que Bergson estuvo acertado en diferenciarlo claramente de la moral social y en asignarle lugar mucho más elevado dentro de la escala de los valores humanos. Nos preguntamos ahora, lo mismo que Herbart: ¿qué se manda a sí mismo el hombre moral? En tiempos de Herbart, este interrogante creó gran confusión entre los filósofos. Como es sabido, Kant formuló, por una especie de solipsismo, el imperativo categórico. Mándate a ti mismo, dijo, para seguir los mandatos de tus más profundas intuiciones de la ley moral. Obra siempre según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal. Otros filósofos dieron también su respuesta: diversos conceptos teóricos o utilitarios de la virtud, virtud que, paradójicamente, el individuo debe obedecer por un acto de libre voluntad. Herbart fue el primero en señalar la verdad de las cosas: el hombre moral no se manda a sí mismo hacer algo concreto o definido; simplemente, existe cierta predisposición de la voluntad, cierta disposición a obrar en situaciones dadas. Las categorías de la moral son dinámicas, no estáticas; se inspiran en una forma de energía primaria, una fuente original de fuerza personal, la fuerza de querer, no de hacer. La obediencia se produce cuando una situación concreta hace actuar esta fuerza, cuando la voluntad se torna acción. Por tal razón, Herbart llama a esta voluntad, que es real pero no condicionada, multiplicidad incondicionada. Es importante comprender esta sutil distinción, ya que la teoría educativa que sigue gira en torno de ella. Hay en esta explicación de la disposición moral un hecho fundamental: la obediencia no está subordinada a mandatos específicos, no surge sólo cuando se presentan determinadas circunstancias, más bien es una autoimposición creadora que domina a voluntad todas las manifestaciones del instinto y del deseo. En términos psicoanalíticos, podríamos establecer una correlación entre la multiplicidad incondicionada de Herbart y el superego, al cual Freud atribuye una función algo más amplia que la de la conciencia: es algo que goza de cierta independencia, persigue sus propios fines y no depende del ego en lo que respecta a la energía de que dispone (3). Quien bien comprenda la naturaleza indeterminada de esta energía moral básica, que estrictamente hablando se hace moral sólo cuando se manifiesta en situaciones concretas, se dará cuenta de que es totalmente imposible que dicha energía se origine o forme en el intelecto. Ella ha de ser infalible en su acción, espontánea en su aplicación; pero, como señala Herbart, su composición (4) no puede ser de ningún modo puramente lógica. Imposible es que provenga de una doctrina moral bien clasificada; tal doctrina congela la voluntad y es incapaz de impulsarla. Antes bien, requiere una composición en parte poética, en parte pragmática. En una situación verdaderamente moral, el hombre actúa espontáneamente. No se le ordena actuar, ni siquiera se lo manda a si msmo. No obra como lo hace por cumplir un deber o una obligación, no lo lleva ninguna necesidad teórica; y, como dice Herbart, honrar un mandato no significa acatar lo inevitable.
Nuestro filósofo insiste mucho sobre este punto: en sus actos de obediencia, el hombre moral no tiene conciencia de que en su interior guarda un cúmulo de sentimientos y vida; no tiene conciencia, como diríamos ahora, de que en él existe y obra un superego. No osa aparecer ante sí mismo como el que da el fallo decisivo: la primera condición de la moralidad queda destruida cuando, en algún sentido, la voluntad propia se transforma en causa del mandato, cuando sucede, sencillamente, que una forma de arbitrariedad reemplaza a otra. El hombre moral es intrínsecamente humilde; actúa por necesidad, pero no por una necesidad que pueda siquiera desear someter a la prueba de la razón. El hombre moral obra llevado por una necesidad. Ahora bien, si ella no es racional, legal o social, ¿cuál será? Herbart llega a la conclusión de que, entre todas las necesidades conocidas, sólo nos queda la estética. ¿Puede ser que, en sus actos de bondad, el hombre moral obedezca una necesidad estética? 2. EL JUICIO ESTÉTICO Al contestar en forma afirmativa a esta pregunta, Herbart seguía fundamentalmente a Platón aunque, en realidad, se encontraba bajo la influencia más inmediata de Schiller, cuya Cartas sobre la Educación Estética del Hombre habían aparecido pocos años antes. Acaso haya también influido sobre él Schelling, cuyo sistema de Idealismo Trascendental da importancia capital a la actividad estética, único vínculo entre lo Ideal y lo Real. Mas Herbart no hace mención de estos precursores, y por cierto que no lo necesita pues su razonamiento es tan acabado que se basta por sí solo. En primer término, afirma que el juicio (5) estético es absoluto pues no se apoya en pruebas, no trata de imponerse; no hace caso de inclinaciones: surge ante la sola presentación de su objeto y es entonces espontáneo. Hay tantos juicios estéticos como objetos que invitan a formularlos, y entre esos juicios no existe una relación tal que permita deducir uno de otro por lógica. Verdad es que, dados varios objetos, pueden descubrirse en ellos similitudes formales que, naturalmente, conducen a juicios similares. Mas estas relaciones formales -la armonía en la música, verbigracia- que exigen juicios absolutos o simples, nada demuestran o explican. Antes de Herbart, Leibniz y Kant habían ya reconocido la naturaleza absoluta pero irracional del juicio estético y es probable que Herbart todavía guardara fresca en su memoria la Crítica del Juicio. Sin embargo, Kant nunca se atrevió a establecer esa simple correlación entre voluntad moral y juicio estético que Herbart tomó como base de su teoría de la educación moral. Herbart percibió -y en esto su intuición es decisiva- que todo sistema de educación moral debe imprescindiblemente preparar a los educandos para que lleguen a un estado natural de autodisciplina o dominio interno. Para ello se requiere una forma de ejercicio mental, una práctica de la voluntad que perfeccione su capacidad para elegir, juzgar y actuar. Ya hemos visto que tal elección ha de ser libre; que en ella no entrará ningún elemento de cálculo, pues quien calcula no obedece con su voluntad sino que disciplina con su razón. Herbart encontró en lo que llamaba la revelación estética del mundo la forma de educación que buscaba. Ella consiste en hacer que el niño se ejercite crecientemente en la elección, la apreciación y, quizá, la creación estética. Lo explica así: abrid las puertas del mundo visible ante los ojos del niño, despertad en él tantos deseos como queráis, pero no permitáis que ellos lo abrumen. Enseñadle a discriminar entre el cúmulo de sensaciones despertadas en él. Haced que tome conciencia de que, en su interior, guarda una inconmensurable reserva de fuerza de voluntad que puede liberar cuándo, dónde y cómo lo dicte la necesidad. Esa necesidad será impersonal, una disciplina determinada por su juicio estético, por su gusto innato. Al llegar aquí, Herbart se torna algo oscuro, tal vez porque carecía de gusto innato propio. Me limitaré, pues, a parafrasearlo: imagina al niño como un ser a quien el mundo se le ofrece como un rico círculo abierto, rebosante de múltiple vida, para que él lo examine en todas sus partes (6). Tocará e investigará aquello que esté al alcance de su mano, y el resto lo mirará y transferirá a su mente. Herbart presume que el niño medirá a los individuos, comparará los modos de vida y las clases sociales según su esplendor, sus ventajas y su libertad. Esto supone cierto grado de razón, quizá pedantesca en el niño, pero es de presumir que, con el pensamiento por lo menos, ese niño probará, escogerá e imitará algunas de las cosas que ve. Y aun cuando no elija y sólo vaya a la deriva, en busca de los placeres del momento, de todos modos hará acopio de fenómenos observados con agudeza y, poco a poco, comenzará a sentir la necesidad de diferenciar unos de otros. Herbart piensa que su concentrada reflexión captará todas las relaciones; el contraste de lo ridículo y lo decoroso determinará sus juicios tan fácilmente como su conducta. Estará predispuesto a reconocer y valorar la belleza de la bondad y, en base a estas percepciones, se preparará una ley para si mismo, pues no puede hacer sino esto si es libre y se ha concentrado en la aprehensión estética del mundo que lo rodea y no en los cálculos del egoísmo. Dejaremos aquí a Herbart, porque, llegado el momento de explicar cómo planeará el educador esa revelación estética del mundo, nuestro filósofo dice bien poco, salvo recomendar que se lea desde temprana edad a gran número de poetas clásicos escogidos, a lo cual agrega, más vagamente aún, que los alumnos ejerciten su capacidad de percepción en el conocimiento y la apreciación de todo género de obras de arte. En este aspecto, Herbart estaba irremediablemente limitado por los estrechos conceptos del arte característicos de su época. Hay buenas razones para alimentar la imaginación de los pequeños (Herbart pensaba en los menores de diez años) con los poemas homéricos, ya que la imaginación infantil se acomoda a ese mundo primitivo. No obstante, encontramos más sustancia y más realismo en la breve referencia que hace Herbart acerca de las funciones del juego en la educación. El niño juega en la vida real, dice, y es jugando cómo da vida, para él concreta, a sus imaginaciones. Esta frase recuerda a Schiller, quien tanto recalcó la importancia del juego (Der Mensch spielt nur, wo er in voller Bedeutung des Wortes Mensch ist, und er ist nur da ganz Mensch, wo er spielt: El hombre sólo juega cuando es hombre en el más cabal sentido de la palabra, y sólo es completamente hombre cuando juega). Por último, Herbart vuelve a dar a la revelación estética el significado específico de conocimiento o concepto de la naturaleza cada vez más amplio y de contornos cada vez más precisos, de sistema de fuerzas y movimientos que, manteniéndose rigurosamente dentro del camino iniciado, crea para nosotros un tipo de ley, un orden y una proporción perfectamente definida. El hombre, señala con sutileza, se encuentra en medio de la naturaleza. Él mismo es parte de la naturaleza, cuya fuerza corre por las profundidades de su ser; y el hombre responde a las fuerzas externas con las suyas propias, de acuerdo a su método, su naturaleza, pensando primero, queriendo luego y trabajando después. La naturaleza sigue su cadena a través de la voluntad del hombre. (7). 3. LA CADENA DE LA NATURALEZA Al decir esto, Herbart se ubica directamente dentro del platonismo, y es precisamente Platón quien nos propone las ideas más prácticas para un sistema de educación estética destinado a guiar automáticamente la voluntad moral. Tal sistema, que aparece esbozado en el tercer libro de La República y más ampliamente explicado en el segundo libro de Las Leyes, se basa en dos supuestos, todavía válidos: lo primero que experimenta el niño en la vida son las sensaciones de placer y dolor, y la educación adecuada consiste simplemente en aprender a sentir placer y dolor en relación a lo bueno. Luego Platón formula la misma pregunta que Herbart: ¿qué cosa del universo es siempre, concreta y objetivamente, buena? ¿Qué cosa deparará indefectiblemente placer al hombre? Y su respuesta es tan positiva y excluyente como la de Herbart: sólo la experiencia estética; y, de todas sus formas, la de acción más directa y efecto más infalible es la música. Por ello, Platón aconseja emplear métodos estéticos en toda la educación infantil, recurriendo sobre todo al arte córico, es decir el arte del canto acompañado de música y de danza. El canto está ligado a la poesía; la danza, a la gimnasia; y así, sucesivamente, la educación se expandirá de modo natural hasta incluir, por último, la aritmética, la geometría y la astronomía. Estimo que sería un error llevar a la práctica los ideales de Platón en todos sus detalles, por cuanto su sistema fue creado para una economía social muy diferente de la nuestra. La lucha, por ejemplo, que tenía gran importancia para los griegos debido a su forma de guerrear, no puede tenerla en la educación de la época de las armas atómicas. Para nosotros, lo fundamental es reconocer y, se entiende, aceptar el principio básico de que la educación estética es al mismo tiempo moral, y comprender por qué Platón pudo formular semejante idea con entera seriedad, sin ver en ella nada de paradójico. Desde luego, partía de una doctrina que gozaba de aceptación general en la totalidad del mundo helénico: la doctrina de la armonía universal, de la cual fue Pitágoras el primer representante (8). El concepto de que hay una armonía universal básica se ha mantenido durante toda la historia de la ciencia y de la filosofía, y, en cierto sentido, es naturalmente la hipótesis sobre la cual se apoya la ciencia misma. Cualquiera sea su significación filosófica en otras esferas, lo cierto es que la armonía es la base de todo lo estético, particularmente del fenómeno concreto del arte. Las obras de arte, sean cuales fueren, deparan placer estético cuando son ejemplo de las leyes universales de proporción y ritmo; esto es, de los intervalos armónicos de espacio o tiempo. Una obra de arte puede ir más allá -comunicar intuiciones o pensamientos- mas si carece de una forma armónica básica no es una obra de arte. Esta armonía no ha de ser necesariamente simple pues, como bien dijo Bacon, no hay belleza excelsa que no tenga algo extraño en sus proporciones, requisito que Platón difícilmente habría aceptado con gusto. El sistema educativo de Platón tiene como finalidad crear un concierto entre el arte y la conducta, entre la concreción de la belleza y el ethos de la santidad o la nobleza. Al parecer, Platón se proponía lograr una cosa bien física: el reflejo condicionado. Veamos algunas de las recomendaciones específicas que hace en Las Leyes: Todas las criaturas jóvenes están naturalmente llenas de fuego y no pueden mantener los miembros quietos ni la voz callada. De continuo se lanzan a gritar y saltar desordenadamente; pero, en tanto que ningún otro animal llega a desarrollar algún sentido del orden, la humanidad constituye una excepción aislada. El orden de los movimientos se llama ritmo, el orden de la articulación -la combinación de agudos y gravestono y la combinación de ambos recibe el nombre de arte córico. (L. IX, 664-5). Descubrimos que el arte córico en conjunto es lo mismo que la educación integra, y que una mitad del arte, la relacionada con la voz, consiste en ritmos y melodias ... y la parte en la que intervienen los movimientos corporales tiene una cosa común con los movimientos de la voz: el ritmo; pero las posturas y los gestos son privativos de ella así como la melodía lo es, a su vez, de los movimientos vocales ... La educación de la voz encauzada a lograr su bondad y prolongada hasta que llega al alma, la llamamos, en un sentido, música ... Tocante a la educación del cuerpo -dijimos de ella que era el danzar de las criaturas durante el juego-, cuando el proceso culmina con la bondad del cuerpo, llamaremos gimnasia a la disciplina corporal cientifica dírigida a ese propósito ... Este arte ... tiene su origen en los saltos naturales que dan habitualmente todas las cosas vivas, y en la humanidad ... la adquisición del sentido del ritmo generó la danza; puesto que la melodía sugiere y despierta la conciencia del ritmo, la conjunción de ambos dio nacimiento al juego de la danza córica. (L. IX, 672-3). (9) Estos fragmentos bastarían para mostrar la naturaleza práctica de los conceptos educativos del Platón de la madurez. A diferencia de lo que hacemos actualmente, el filósofo no propone el acopio de conocimientos, la acumulación de hechos, el aprendizaje de la historia, la economía o la física. A su entender, la educación -aclaremos, la de las primeras etapas- es fundamentalmente una cultura física; se ocupa del cuerpo, y la música es la forma de cultura física que produce excelencia mental. Platón sabe que es peligroso dar a la educación un cariz de presuntuosidad: debemos reservar, dice, nuestra seriedad para las cosas serias -esto es, nuestra relación con Dios- y en cuanto al resto, todos debemos aceptar y desempeñar nuestro papel, y dedicar la vida a perfeccionar al máximo nuestro juego. A lo sumo, el hombre es el juguete de Dios, y el mejor modo de vivir es jugar de manera de complacer a Dios. Y Platón termina diciendo: Hemos de pasar la vida jugando -ciertos juegos, es decir sacrificios, cantos y danzas- a fin de ganar la gracia del Cielo ... 4. LA OBEDIENCIA INSTINTIVA Estas ideas de Platón reaparecen, ya en tiempos más cercanos, en Nietzsche, en su filosofía helénica y su alegre sabiduría, como la habría calificado él mismo. Aunque Nietzsche escribió un libro sobre El Futuro de Nuestras Instituciones Educativas, no es allí donde encontramos sus conceptos más medulares sobre la materia, sino en obras posteriores, que se ocupan de modo general de temas filosóficos y éticos. Nietzsche advirtió que, hasta entonces, las ciencias morales no habían tratado verdaderamente el problema de la moral en sí. Efectivamente, el examen de los vanos intentos de varios filósofos de darle una base a la moral le había demostrado que sólo se trataba de formas eruditas de buena fe en la moral imperante. Dicho de otra manera, en su búsqueda de una base para la moral, los filósofos nunca habían mirado fuera de sí mismos, fuera del hombre.
Al igual que Platón, Nietzsche propuso que el hombre volviera sus ojos hacia la naturaleza: ... que nos enseña a repudiar el laisser-aller, el exceso de libertad, y nos inculca la necesidad de limitar nuestro horizonte para cumplir nuestros deberes inmediatos ... que nos enseña a estrechar las perspectivas. Y señaló que todas las cosas de la naturaleza que muestran ... libertad, elegancia, osadía, movimientos de danza y seguridad maestra, que existen o han existido, ya en el pensamiento, ya en la práctica, ya en la palabra y la persuasión, tanto en el arte como en la conducta, son exclusivamente resultado de la tiranía de tales leyes arbitrarias. Luego Nietzsche se refiere a la práctica del arte, y dice que para que el artista pueda arreglar, ubicar, disponer y construir libremente en sus momentos de inspiración, es imprescindible que obedezca cientos de leyes que, por su misma rigidez y precisión, no admiten ser formuladas mediante ideas. Afirma que lo esencial es: ... que haya sostenida obediencia; y de ello resultará, como siempre ha resultado a la larga, algo que da valor a la vida; como, por ejemplo, la virtud, el arte, la música, la danza, la razón, la espiritualidad ... todo lo que sea transfigurador, refinado, tonto o divino (10). La obediencia instintiva a una ley estética: así podría definirse la fórmula propuesta por Nietzsche para la educación, y que es, al mismo tiempo, el fundamento de la virtud o la moralidad. Como se verá, la fórmula es semejante a la de Platón y Herbart, y aunque ninguno de estos filósofos esgrime argumentos exactamente iguales o da la misma importancia a las distintas fases del proceso educativo, todos ellos concuerdan en que las etapas esenciales son: a) reconocer la necesidad de un orden disciplinario que está más allá de la moral; b) aceptar que la armonía estética es la única necesidad de este género y c) llegar a una obediencia de carácter instintivo por obra de la educación moral. Creo que ahora sólo nos queda por rectificar las ideas erróneas que se tienen sobre la naturaleza de la disciplina. En el mejor de los casos, la disciplina se concibe como método para alcanzar determinado fin: firmeza en el peligro, valor ante la adversidad, fortaleza, conformidad social, etc. Incluso suele considerársela sencillamente como el control sistemático de los movimientos naturales, como lo inverso de la libertad. Todos sabemos muy bien qué significa la buena disciplina en los círculos escolásticos. Esta forma de ver la disciplina distorsiona por completo su verdadera naturaleza, especialmente en lo que concierne a la educación. A nuestro entender, la disciplina debería tomarse como fin y no como medio. Es una rama de la enseñanza que inicia al alumno en un rito positivo: el dominio ritualista de los movimientos del cuerpo y del campo de la atención. La disciplina de grupo o disciplina social, es eso mismo que Platón denomina sacrificio, es decir la práctica de ritos en masa. Recuerdo que un filósofo, que conocí en mi juventud, hacía todos los años un peregrinaje a Aldershot Military Tattoo por considerarlo como la más grande obra de arte entonces existente en Inglaterra. Ahora contamos con el arte del ballet, que es mucho más accesible para el público en general y constituye un ejemplo, en menor escala, del valor estético de las acciones disciplinadas. Cuando Platón y Nietzsche hablan de disciplina, piensan en este tipo de acción coherente y de ninguna manera en un estado de cobarde obediencia impuesto, vara en mano, por un implacable maestro. El valor de esta disciplina reside en la libertad que otorga. No es solamente un mecanismo que da libre curso a la inspiración, como lo saben por experiencia los escritores y los artistas; también asegura que esa inspiración sin obstáculos, que la mente, lo mismo que el cuerpo, actúe sin trabas, con economía y precisión. La forma atlética, la forma estética, la forma ética: en los tres casos es completamente válido aplicar el término forma, pues ella es, en todos, fundamentalmente idéntica. Platón asevera además que la forma en el sentido físico trae consigo la forma en el sentido espiritual o el ético; o bien que, al menos, nos es dado crear, mediante la educación, una inevitable asociación entre la forma física y la ética, efectuándose la transición por medio de ejercicios estéticos (el arte córico, por ejemplo) que sean en parte físicos y en parte espirituales. Acaso deberíamos vacilar antes de calificar de inevitable la relación entre la educación estética y la virtud moral. Platón da a entender claramente que, una vez embarcados en su sistema educativo, navegamos indefectiblemente hacia la virtud moral. El elemento de libre elección, de libre voluntad, sólo interviene cuando decidimos someternos a esa educación. Es probable que las investigaciones modernas acerca de los reflejos condicionados vayan en apoyo de Platón; mas también debemos tratar de conciliar nuestra teoría con la estructura de la personalidad mental que nos ha revelado el psicoanálisis. 5. LOS RITUALES EN COMÚN Lamentablemente para nuestros fines, el psicoanálisis es la ciencia de la psicología individual y, salvo el ensayo de Freud sobre la psicología de los grupos y la obra de Trigant Burrow y sus colaboradores, se ha ocupado poco y nada por estudiar positivamente la moral social. El superego o ego ideal, que representa el principio moral en el psicoanálisis, aparece casi siempre tratado como estructura aislada y personal. Mas la moral se caracteriza fundamentalmente por ser universal o, cuando menos, común a un grupo dado. En Platón, por ejemplo, el concepto del hombre virtuoso está indisolublemente unido al del buen ciudadano, no hay ninguna diferencia entre ambos. En una importante nota de su ensayo sobre la psicología de grupo (11) Freud reconoce que deja sin resolver parte del enigma de las formaciones grupales. En este campo debería realizarse un análisis psicológico mucho más profundo y amplio. Hay un sendero que, por la imitación, conduce a la empatía, esto es a la comprensión del mecanismo por el cual nos es dado adoptar alguna actitud frente a otra vida mental. Además, queda mucho por explicar acerca de las manifestaciones de las identificaciones existentes. Éstas hacen, entre otras cosas, que el hombre restrinja su agresividad hacia las personas con quienes se ha identificado y trate de evitarles dificultades y de ayudarlas. Anteriormente, Freud había explicado que la identificación -término técnico del psicoanálisis, que designa la expresión de un vínculo afectivo con otra persona- puede producirse cada vez que uno percibe que comparte una cualidad con otro individuo que no es objeto del instinto sexual. Freud dice: Entrevemos ya que el mutuo vínculo que une a los miembros de un grupo tiene la naturaleza de una identificación de este género, basada en una importante cualidad afectiva común; y hasta cabe sospechar que esta cualidad común reside en la índole del vinculo con el líder. También hay razones para suponer que aún estamos muy lejos de haber agotado el problema de la identificación y que nos encontramos frente al proceso que la psicologia llama empatía (Einfühlung), la cual cumple principal papel en la comprensión de lo inherentemente extraño a nuestro ego que hay en los demás. Aquí nos limitaremos a las consecuencias afectivas inmediatas de la identificación y dejaremos a un lado su significación en la vida intelectual (12). Mas lo que nos interesa aquí es precisamente esa significación del proceso de identificación en la vida intelectual. Quizá Freud
no se haya dado cuenta de que, al decir que existe un sendero que, por la imitación conduce a la empatía, estaba indicando el camino del arte (13). Verdad es que existe otro camino, el de la identificación con el líder, el camino totalitario en el cual no hay relación empática con otras personas Sino sólo ciega obediencia a una voluntad. Pero eso no es lo que entendemos como moral: la moral es esencialmente mutualidad, el compartir un ideal común. Y el proceso que nos mueve a compartir un ideal común no es otro que el indicado por Freud: la creación de una relación empática con nuestros conciudadanos mediante rituales comunes, mediante la imitación de los mismos modelos, reuniéndonos, por así decirlo, en la forma o cualidad común de la obra de arte universalmente válida. Desde este enfoque psicológico, la función social del arte adquiere importancia adicional, ya que nos salva de la identificación con el líder, excluye la tiranía de la persona y nos une en la belleza impersonal del arte. No niego que, antes de asumir papel tan importante, en el desarrollo educativo y social de la humanidad, el arte necesita ser modificado. Demasiadas veces, es una expresión descarriada, parcial y hasta perversa de la armonía universal. Demasiadas veces es sólo la expresión de fantasías personales, de impulsos egoístas y agresivos. Está prostituido por propósitos que destruyen su naturaleza estética. Es preciso que, sin demora, ampliemos y purifiquemos íntegramente nuestro concepto del arte. Platón vio esta necesidad y elaboró detallados planes destinados a establecer un control e irrefutables cánones para el arte. Pero el dirigir y censurar entrañan siempre el peligro de la obediencia ciega, de la conformidad sin voluntad. La perfección del arte debe surgir de su práctica: de la disciplina de las herramientas y los materiales de trabajo, de la forma y la función. Por este motivo, la educación ha de dar prioridad a todas las formas de la actividad estética, pues en la creación de cosas bellas, nuestros sentimientos se cristalizarán en pautas que constituyen los moldes de la virtud. Tales pautas son, en efecto, sociales, son las pautas adoptadas por las relaciones humanas y cuya armonía es parte de la armonía universal, que se manifiesta en la vida tanto como en el arte.
NOTAS
(1) Las citas de Herbart han sido tomadas en general de The Science of Education and the Aesthetic Revelation of the World, trad. H. M. y E. Felkin, Londres, 1892.
(2) Les Deux Sources de la Morale et de la Religion, p. 31, París, 1932.
(3) New lntroductory Lectures, p. 82, trad. W. J. H. Sprott, Londres, 1933.
(4) Herbart emplea la palabra
(5) Juicio es la traducción usual de Urteilskraft, pero no considero acertado emplear este término en relación a la experiencia estética. La palabra juicio no da tanta idea de discernimiento o discriminación como la alemana; tal vez reconocimiento sea la que mejor conviene a esta experiencia.
(6) Casi simultáneamente, Wordsworth hacía sus incomparables descripciones del universo en expansión del niño. Véase su poema Influencia de los objetos naturales en el despertar y robustecimiento de la imaginación en la niñez y la primera juventud, compuesto en 1799.
(7) Recordamos nuevamente a Wordsworth; véase The Recluse, versos 110-151 y Lines Composed a Few Miles above Tintern Abbey, versos 75-111.
(8) Werner Jaeger puso de relieve lo significativo de esta doctrina en los fundamentos del pensamiento griego:
Todos los maravillosos principios del pensamiento griego -principios que han llegado a simbolizar su atributo más esencial e inabrogable- fueron creados en el siglo sexto ... Uno de los pasos capitales de ese proceso fue la reinvestigación de la estructura de la música. El conocimiento de la verdadera naturaleza de la armonia y el ritmo, obtenidos con esa investigación, bastaría para darle a Grecia un lugar permanente en la historia de la civilización, por la influencia que ha tenido en casi todas las esferas de la vida ...
Esta armonía se expresó como la relación entre las partes y el todo. Pero en el fondo de esa armonía, se encontraba el concepto matemático de la proporción, que, creían los griegos, podía presentarse visualmente mediante figuras geométricas. La idea de la armonía del mundo es compleja: significa armonía musical -en el sentido de bella concordancia entre distintos sonidos- y estructura matemática armoniosa según rígidas reglas geométricas. La influencia ejercida por el concepto de la armonía en todas las facetas de la vida griega fue inconmensurablemente grande. No sólo afectó a la escultura y la arquitectura sino también a la poesia, la retórica, la religión y la moral. Grecia toda tomó conciencia de que, hiciera lo que hiciese, el hombre estaba gobernado por una estricta regla que, lo mismo que la de la justicia, no podía transgredirse impunemente: la regla de lo adecuado o propio (vocablos griegos que no podemos reproducir. Nota de Chantal López y Omar Cortés). Quien no vea la ilimitada acción de esta ley en todas las esferas del pensamiento griego de la época clásica y posclásica, no podrá comprender cuánto pesó en la educación el descubrimiento de la armonía. Los conceptos de ritmo, relación y valor medio están íntimamente emparentados con la armonía o adquieren contenido más preciso gracias a ella. Puede decirse, no sólo de la idea del cosmos sino también de la armonía y del ritmo, que era necesario que Grecia descubriera su existencia en la naturaleza del ser, para aplicarlos luego en el mundo espiritual y encontrar orden y método en la vida humana. Paidea, the Ideals of Greek Culture, vol. 1, pp. 1640-5, trad. Gilbert Highet, tercera ed., Cambridge, Mass., 1946, Oxford, 1946.
(9) Trad. A. E. Taylor, Londres, 1940.
(10) Beyond Good and Evit, pár. 188.
(11) Group Psychology and the Analysis of the Ego, p. 70, trad. James Strachey, segunda edición, 1940.
(12) O. cit., pp. 65-6. (Subrayado por el autor)
(13) Werner Jaeger (o. cit., II, n. 86, 403) apunta que, en La República, al referirse a los distintos tipos de poesía, Platón usa la palabra imitación para denotar no el copiar algún objeto natural sino el proceso por el cual el poeta o el autor se asimila (vocablos griegos que no podemos reproducir, Nota de Chantal López y Omar Cortés) a la persona a quien retrata, suprimiendo así momentáneamente su propia personalidad. He aquí una exacta descripción del proceso de empatía.
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