Índice de La redención del robot de Sir Herbert ReadCAPÍTULO VICAPÍTULO VIIIBiblioteca Virtual Antorcha

LA REDENCIÓN DEL ROBOT

Sir Herbert Read

CAPÍTULO SÉPTIMO

LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN EN UN ORDEN MUNDIAL



1.- UNA CRISIS CULTURAL

En una carta fechada en 1887, el crítico danés Georg Brandes le dice a Nietzsche que no puede aceptar el título de apóstol de la cultura que éste quería otorgarle. Para mí, toda misión apostólica se ha convertido en una abominación, escribe Brandes. Y agrega:

Los únicos misioneros que conozco son los que se dedican a moralizar, y me temo que mis ideas sobre lo que se entiende como cultura no son del todo ortodoxas. ¿Acaso es nuestra cultura capaz de inspirarnos algo? ¿Y se concibe un apóstol sin inspiración?

Nietzsche respondió diciendo:

No deberíais repudiar la expresión apóstol de la cultura. Pues, hoy en dia, ¿qué mejor apóstol de la cultura que aquél que hace un apostolado de su falta de fe en la cultura?

Ante todo, quiero advertir al lector que parto del mismo punto de vista. Naturalmente, hablo como europeo y es posible que este modo de ver no sea solamente limitado sino que incluso este envuelto en una formidable luz crepuscular. En 1887, la lectura era en Europa un orden establecido, una monumental estructura de prósperas ciudades y apacibles universidades, de respetados eruditos y populares poetas, de exposiciones universales y conocimientos en expansión. Por insípida y estúpida que fuera, por mucho que exasperara a genios como Nietzsche, Brandes y Burckhardt, el hecho es que existía: firme, satisfecha de sí misma y, aparentemente, eterna.

Cuando examinamos la vida intelectual de Europa contemporánea, salta a la vista un contraste abrumador. Dos guerras mundiales han destruido las grandes ciudades y diseminado a sus eruditos. Los instrumentos de la cultura -bibliotecas, imprentas, fábricas de papel- quedaron reducidos a escombros y, aunque luego se los reconstruyó, una tradición quedó rota. Europa sigue dividida física e ideológicamente en dos entidades irreconciliables. Antaño, tales dificultades materiales eran un incentivo que, para decirlo con las palabras de Toynbee, provocaban una respuesta cultural. Tal cosa no se observa en la Europa actual, donde no hay signos convincentes de un movimiento ideológico vital o de una actitud positiva en las artes. Europa está en bancarrota material y mental. Se impone la conclusión de que la época que comenzó con el Renacimiento y, a despecho de interrupcciones y obstáculos, se mantuvo como tradición coherente durante más de cinco siglos, ha llegado a su fin. No se trata de una destrucción violenta o de una desmembración política. Este desmoronamiento es la consecuencia visible de las dos guerras mundiales acaecidas en el lapso de treinta años. Pero hay también algo que no se ve, una enfermedad interna, un cáncer que ha venido carcomiendo la vitalidad europea, y ningún diagnóstico realista puede sostener que la planificación, la reconstrucción o cosas por el estilo, sean la cura para este grave mal. Es preciso encontrar y liberar una nueva fuente de vitalidad que surja de dentro del cuerpo afectado. Ya no se trata de hacer un apostolado de la falta de fe en la cultura pues ella, en este sentido, ha muerto o está por expirar; ahora debemos pensar en la posible germinación de una nueva cultura.

Desde hace un tiempo priva la idea de que nuestra civilización está condenada y nuestra época se ha caracterizado por una forma de historicismo que atribuye a la civilización un ciclo vital orgánico. El más pesimista de estos historiadores, Oswald Spengler, no nos deja ninguna esperanza, estamos irremisiblemente condenados. Arnold Toynbee, el historiador inglés ya mencionado, no es tan pesimista. En efecto, admite que la gráfica descendente de la civilización podría tomar un curso ascendente si adquiriéramos suficiente conciencia de nuestra situación y tomáramos las medidas necesarias para evitar una caída a pico. C. G. Jung adopta una posición similar y su diagnóstico es tanto más valioso por cuanto indica ciertos métodos curativos. Hay otros estudios analíticos y prescripciones de similar profundidad -los de Alfred Weber y Karl Jaspers, por ejemplo-, dignos de mención, pero me limitaré a decir que todos llegan a la misma conclusión: lo único que puede salvar a nuestra civilización es una renovación espiritual o psicológica; la civilización depende de la cultura, y a menos que como pueblo encontremos una nueva visión, estamos sentenciados a muerte.


2. LOS OBJETIVOS DE LA UNESCO

En medio de esta situación mundial, considerada por todos como crítica, surgió una institución oficial llamada Organización Educativa, Científica y Cultural de las Naciones Unidas -UNESCO, en la sigla inglesa- que es uno de los organismos especiales creados por la Carta de las Naciones Unidas. En noviembre de 1946 se realizó en París la primera conferencia general, durante la cual se ratificaron los estatutos. Eligió la ciudad de París para establecer su sede central y es ya una gran organización con un radio de acción casi ilimitado.

La UNESCO nació como consecuencia inmediata de la guerra y sus estatutos muestran que su principal tarea es la de prevenir futuros conflictos bélicos. Esos estatutos comienzan así:

Los respectivos Gobiernos de los Estados que rubrican estos Estatutos en nombre de sus Pueblos declaran: puesto que las guerras comienzan en la mente de los hombres, es allí donde han de construirse las defensas de la paz.

Y luego afirma:

El mutuo desconocimiento de las costumbres y la vida de los pueblos ha sido, durante toda la historia de la humanidad, causa frecuente de la suspicacia y la desconfianza que, tantas veces, ha llevado a las naciones a dirimir sus diferencias en la guerra.

La Carta de la UNESCO enuncia luego las medidas que se tomarán para fomentar la solidaridad intelectual y moral entre los hombres. Incluyen:

Dar a todos amplia e igual oportunidad de educarse; buscar sin restricciones la verdad objetiva; intercambiar libremente ideas y conocimientos; mejorar y aumentar los medios de comunicación.

Más específicamente:

Ayudar al intercambio de ideas mediante la palabra y la imagen a través de todos los medios de comunicación de masas; dar nuevo impulso a la educación popular y a la divulgación de la cultura; recomendar los métodos educativos que se consideren más apropiados para preparar a los niños para las responsabilidades de la libertad; mantener, acrecentar y difundir los conocimientos, asegurando la conservación y protección de los libros, obras de arte y monumentos históricos y científicos heredados por el mundo; promover el intercambio internacional de personas que actúan en los campos de la educación, la ciencia y la cultura; fomentar el intercambio de publicaciones, objetos de interés artístico y científico y otros materiales de información; favorecer la cooperación internacional destinada a poner al alcance de todos los pueblos las publicaciones y los impresos aparecidos en cualquiera de ellos.

Antes de examinar más exhaustivamente los propósitos y las funciones de la UNESCO, querría señalar que se basan en dos supuestos aceptados sin mayor análisis: primero, la cultura es una cosa concreta que se puede manejar a antojo, pasar de mano en mano o intercambiar como si fuera manteca o acero; segundo, esta cultura hecha materia ya está almacenada en universidades, bibliotecas y museos, y sólo aguarda, como el trigo de Egipto, ser distribuida entre las masas hambrientas. Parecen olvidar que, en realidad, la cultura es un cultivo espiritual que, las más de las veces, da plantas pequeñitas como la hierba de los campos, pero que, esporádicamente, produce algún corpulento y fructífero árbol cuyas raíces se hunden en lo profundo de la tierra que le dio vida; y la cultura, por ser esta vida orgánica indígena y perecedera, sólo puede desarraigarse y difundirse con medios artificiales y en un estado de conservación también artificial. Siguiendo la metáfora, lo único que podemos diseminar con resultados positivos, lo único capaz de crear, son las semillas de la cultura. Esto es lo que creo y voy a demostrar.

Antes de exponer mi pensamiento, me atreveré a analizar más detalladamente los ideales que inspiraron la creación de la UNESCO (1). La UNESCO es una reencarnación del Instituto de Cooperación Intelectual y de la Oficina Internacional de Educación, organismos que actuaron antes de la guerra bajo la égida de la Liga de las Naciones. Sus deliberaciones se mantenían en un plano de abstracción intelectual; en rigor, sólo eran sociedades internacionales que se dedicaban a debates que no afectaban en lo más mínimo el curso de los acontecimientos. Hay que reconocer que llevaron a cabo algunas investigaciones técnicas útiles -sobre la restauración de cuadros o de la arquitectura de algunos museos, por ejemplo-, pero la verdad es que sus deliberaciones jamás llegaron al hombre común y no influyeron absolutamente nada sobre la situación cultural de Europa. Sería aún prematuro acusar a la UNESCO de caer en igual parcialidad y aislamiento intelectual; mas los proyectos que hasta ahora ha puesto en práctica denuncian cierto carácter académico. Hasta ahora trabaja en base a conferencias y comisiones, como sus antecesores, y en general muestra igual tendencia a confundir cultura con ilustración y educación con propaganda. Una de las campañas más importantes emprendidas por la UNESCO es la lucha contra el analfabetismo. Esto atestigua la existencia de prejuicios propios de los humanistas científicos y el humanismo científico es, sin duda, la atmósfera intelectual en la cual se concibió y hacia la cual se encauza ahora a la UNESCO. Para el humanista científico es axioma aceptado que el conocimiento -en el sentido de conocimiento de la estructura del universo, de los hechos de la vida, de la historia, la geografía y la economía- constituye la base del progreso humano y, por tanto, debe difundirse al máximo. Si todos los habitantes del globo aprendieran a leer y escribir, y si la UNESCO les proporcionara lo que llaman libros de historia objetivos, entonces, según los humanistas científicos, quedaría resuelto en gran parte el problema de la solidaridad entre los hombres.


3. EDUCACION INTELECTUAL VERSUS EDUCACION MORAL

La falacia que hay tras esta forma de razonamiento es herencia de la evolución sufrida por nuestra cultura desde el Renacimiento, y se debe a la separación de la educación intelectual y la moral que se produjo en esa época. Los filósofos de la antigua Grecia, particularmente Platón y Aristóteles, sostuvieron siempre que la mente y los sentimientos de los niños han de educarse pari passu, en igual medida, paso por paso; y si hubiera de darse prioridad a una sobre la otra, primero estaría la educación de los sentimientos, la educación moral o ética. El ideal propuesto por la UNESCO -buscar sin restricciones la verdad objetiva- habría sido considerado muy peligroso por los griegos. Nunca ha de separarse la verdad objetiva de la subjetiva, habrían argüído. Es más, la primera debe mantenerse siempre dentro de los límites fijados por la segunda. Los límites fijados por la verdad subjetiva son de índole moral, esto es, están determinados por nuestro sentido de la vida buena, por nuestro sentido de la medida o la armonía en los aspectos emotivos y prácticos del vivir.

A partir de la Edad Media, estas dos esferas educativas se fueron separando más y más. Debido a la identificación entre moral y religión -identificación que es producto del desarrollo histórico y nada tiene que ver con la esencia de estas dos categorías- la Iglesia cristiana tuvo la oportunidad de tomar en sus manos la educación moral de la infancia. Nada de malo hubo en esto mientras la Iglesia estuvo también a cargo de la educación intelectual de los niños. Dentro de la Weltanschauung cristiana era posible el desarrollo integral del hombre. Pero, con el tiempo, el auge del humanismo científico y del laicismo hizo perder a la Iglesia el control de la educación intelectual, dejándole únicamente a cargo de la moral.

La situación se puso bastante mala cuando ambos sistemas de educación, sin dejar de ser eficientes, comenzaron a actuar independientemente, como en los siglos XVII y XVIII. Entonces competían dos fuerzas opuestas pero iguales para lograr el dominio de la sociedad: Bossuet y Fénelon cedían terreno poco a poco ante el empuje de Voltaire, Rousseau y los enciclopedistas. En el transcurso del siglo XIX, y más aceleradamente en el nuestro, la Iglesia cristiana fue perdiendo autoridad en los Estados europeos y, como consecuencia, dejó de cumplir su función fundamental dentro de la sociedad, es decir la educación ética de los niños. Prácticamente, la educación moral ha desaparecido por completo de la civilización moderna, salvo en unas pocas comunidades aisladas.

De ello se desprendería que para restablecer la educación moral, es preciso devolverle autoridad educativa a las iglesias. Pero ello significaría olvidar que no existe un vínculo básico entre la educación ética, tal como la definían los filósofos paganos como Platón y Aristóteles, y la fe religiosa exigida por la Iglesia cristiana. Dicho de otra manera, es concebible desde un punto de vista lógico y, en mi opinión, factible, volver a instaurar la educación moral sin necesidad de aguardar un renacimiento religioso. Más aún, afirmaría incluso que el renacimiento religioso, si es que lo deseamos, sería imposible sin la previa reeducación moral de la humanidad. Las conversiones en raptos de éxtasis, los ciegos impulsos emotivos que asociamos con nombres como los de Billy Graham o Aimée Semple MacPherson, no son cimiento de una verdadera religión, la cual requiere siempre, al decir de los más profundos teólogos, que la fe se funde en la razón. Además, el renacimiento religioso de carácter sectario no fomenta necesariamente la unidad social.

Ante todo, es preciso revisar el concepto de la moral en sí. La moral ha quedado irremediablemente confundida con los sentimientos religiosos por una parte, y un código de lo bueno y lo malo puramente racional o legalista por la otra. Mas la moral no es un misterio ni un juicio. Es el ejercicio de la libre voluntad. Es un acto de volición espontánea y el único problema que se presenta aquí es cómo lograr que la voluntad siempre salte instintivamente, por así decirlo, hacia el buen camino. Así lo vieron Platón y algunos educadores posteriores como Pestalozzi y Herbart.

Podría objetarse que no empleo la palabra moral en su sentido aceptado, y debo reconocer que mucho me gustaría que hubiera otra en su lugar. Es un hecho irónico que los pueblos de habla inglesa empleen la forma francesa de la palabra (morale) cuando desean referirse a la integridad social que, a mi parecer, es el verdadero sentido de la moral. Hablamos de la moral de un pueblo. Pero un pueblo que tiene moral -esto es, que está unido por sus actividades sociales, inspiradas en el deseo de ayuda mutua- posee, en el sentido más cabal, los elementos de la moral, que aquí son tanto más fuertes cuanto que no se los formula conscientemente. La base de la moral no está en la fe ni en la razón, sino en un tipo particular de disciplina. La disciplina no tiene nada de misterioso, es simplemente un mecanismo. Los hombres de ciencia la llaman reflejo condicionado. Desde luego, lo importante es saber elegir respecto a qué condicionamos esos reflejos. Pavlov hacía que sus perros respondieran al sonido de un timbre. Con diversos experimentos de este género pudo producir en los animales no sólo una secreción salivar mensurable sino también complejos estados emotivos correspondientes a los síntomas psicopáticos de los seres humanos. Es más fácil crear reflejos condicionados en los niños que en los perros y, en virtud de su mayor sensibilidad e inteligencia, es posible obtener en ellos resultados infinitamente más sutiles. Los psicólogos modernos, por no mencionar a los propagandistas modernos, saben que es perfectamente factible condicionar la mente humana, en especial la mente todavía dúctil de los niños, a patrones de pensamiento y conducta predeterminados.

Por tanto, lo primordial es la elección de esos patrones. Pueden ser arbitrarios o ideológicos, como los impuestos por los jesuitas, los comunistas o los nazis; pero también físicos, como cuando, si son buenos, les encontramos belleza. Los prototipos de tales patrones físicos se hallan en el mundo objetivo, en la naturaleza, en la estructura formal de los fenómenos orgánicos e inorgánicos. Platón fue el primero en llamarnos la atención sobre la conveniencia de imitar esos prototipos. En resumidas cuentas, ellos son los patrones de la virtud a los que ha de condicionarse a todos los niños. La idea central de la teoría educativa de Platón es que basta con criar a los niños en la contemplación de las formas universales, en la práctica de movimientos graciosos y armoniosos, en la realización activa de objetos hermosos, para que sepan reconocer y elegir instintivamente lo bueno. La educación estética crea la virtud ética.

No es el propósito de este libro explicar detalladamente dicha teoría de la educación moral. Me limito a repetir ciertos conceptos que Platón expresó con claridad. Por lo demás, ruego al lector que consulte directamente las obras de Platón si tiene alguna duda, ya sobre la prioridad de la educación moral, ya sobre la relación causal que existe entre virtud moral y educación estética. En un volumen anterior (2) traté ya de formular estos principios de la educación estética en términos modernos; aquí sólo quiero contraponer dos ideales definidamente opuestos y sus correspondientes consecuencias: el de la UNESCO -buscar sin restricciones la verdad objetiva- y el que caracterizaré como dar primacía a la disciplina moral.

Se podría objetar que la UNESCO no deja de reconocer que es necesario fomentar la moral porque declara que las defensas de la paz se han de construir ... en la mente de los hombres y se refiere a la necesidad de establecer los principios democráticos de dignidad, igualdad y mutuo respeto entre los hombres, principios que, sin duda, son de índole moral. Pero luego se argumentaría que a la UNESCO le es imposible intervenir en asuntos en los que entran tantos prejuicios y factores irracionales como la disciplina moral de los pueblos. El buscar sin restricciones la verdad objetiva no es más que la famosa objetividad de la ciencia, ese positivismo lógico que deben aceptar todos los pueblos, razas y credos adheridos a los ideales del humanismo científico. Mas una integridad moral de alcances universales -la unanimidad social en la que participen libremente blancos y negros, chinos y esquimales, capitalistas y comunistas, cristianos y budistas, nacionalistas y místicos- es una empresa que no entra en los programas de la UNESCO.

Sin embargo, es lo único que podría hacer realidad los ideales de aquella organización. Si las guerras empiezan en la mente de los hombres, es imposible evitarlas con publicaciones y enciclopedias, con películas documentales y libros sobre la materia. La mente humana sólo puede dominarse mediante alguna forma de disciplina moral. Por consiguiente, lo importante sería saber si la UNESCO, u otro organismo similar, es capaz de hallar un método efectivo para que los hombres cumplan instintivamente ciertas disciplinas morales. A decir verdad, se trata de una empresa de titanes, pero no es la primera vez que se intenta. Ya me he referido a los métodos educativos propuestos por Platón y Aristóteles, quienes los consideraban de aplicación universal.

Me ocuparé ahora de las disciplinas morales que constituyen la parte práctica de religiones de proyección universal como el budismo, el cristianismo y el islamismo. Y si la UNESCO vacila en afirmar su autoridad es porque no quiere enfrentarse con estas religiones en conflicto y todavía poderosas. Aun cuando cuente con el respaldo de las Naciones Unidas y de la propia bomba atómica, difícilmente se aventure a imponer su autoridad en contra de las arbitrarias interpretaciones de la voz de Dios. En este aspecto, la búsqueda sin restricciones de la verdad objetiva contradice otro ideal proclamado por la UNESCO: el respeto universal de los derechos humanos y de las libertades fundamentales de los pueblos del mundo, sin distinción de razas, sexos, lenguas o religiones.

Naturalmente, podríamos tratar de descubrir una base moral común a los once sistemas religiosos predominantes en el mundo actual, pero no obtendríamos más que un compendio de dogmas nada convincente. Además, pasaríamos por alto la verdad demostrada por todos los grandes educadores: el hombre no se gobierna por preceptos morales, se vuelve moral por obra del hábito. Es probable que los miembros comunistas de las Naciones Unidas hayan decidido abstenerse de participar en la UNESCO (la URSS y Yugoeslavia le negaron su apoyo) por haberse percatado de que una organización asentada en el principio del humanismo científico tarde o temprano se vería frente a un dilema moral. Los países citados tienen una Weltanschauung personal muy positiva: creen en la interpretación materialista de la historia y por eso no pueden adherir al primerísimo de los principios enunciados en los Estatutos de la UNESCO: aquel que afirma que las guerras se engendran en la mente de los hombres. Según la doctrina marxista, los conflictos bélicos tienen su origen en la economía del imperialismo capitalista, vale decir en una esfera mucho más concreta que las abarcadas por la expresión la mente de los hombres. Personalmente, no acepto esta teoría marxista porque me parece una simplificación tan engañosa como la explicación intelectual que ofrecen los forjadores de los Estatutos de la UNESCO. De tener las guerras modernas origen en un campo determinado, éste sería lo inconsciente colectivo de la humanidad. Las conflagraciones son síntoma del nihilismo moral que ha puesto en libertad los instintos rapaces latentes en el hombre y únicamente una revolución que modifique la base social de la conciencia humana puede evitarlas.


4.- LA REVOLUCIÓN NECESARIA

Tal revolución moral no se cumplirá por obra de la propaganda intelectual dirigida a mentes irremisiblemente corrompidas. Una revolución moral ha de ser la total reorientación de la personalidad humana, que sólo puede lograrse con dos métodos que cabría denominar integración y educación.

Mas, dirá alguien, el principal objetivo de la UNESCO es justamente la educación, que ocupa un lugar de preferencia en el nombre de la organización y en la enunciación de sus fines. Pero entre lo que yo entiendo como educación y lo que busca la UNESCO existe una diferencia radical: la misma que hay entre educación moral y educación intelectual.

Por lo demás, los métodos de educación moral que propongo no son los que suelen preconizar las instituciones éticas y religiosas. Lo mismo que ellas, reconozco ciertos valores morales -la justicia, la caridad, la libertad- pero no creo que los métodos adoptados por las distintas iglesias sirvan para concretarlos o preservarlos. Podemos formular preceptos morales, dictar tablas de la ley y mandamientos, y luego hacerlos cumplir con amenazas de castigo y condenación eterna. Con ello conseguiremos que los instintos indeseables desde el punto de vista social queden enterrados en las profundidades de nuestro ser, donde fermentarán hasta convertirse en fuerzas destructoras que luego harán erupción con efectos desastrosos para el individuo y la sociedad. Nada ha demostrado tan claramente la psicología moderna como la relación recíproca que existe entre la frustración y la agresividad, tanto en el individuo como en la sociedad.

La salud personal y social sólo puede conseguirse con un método que encauce las energías destructivas del hombre hacia canales positivos y creadores de modo tal que no queden sentimientos de frustración. Algunos psicólogos conocen este método con el nombre de sublimación; otros lo llaman integración de la personalidad; y esta sublimación o integración debería ser una fase normal de la educación, un proceso natural por el cual ha de pasar cada hombre sin que se ejerza presión o compulsión sobre él. Cuando el proceso natural de integración no llega a producirse, como es el caso de la gran mayoría de adultos de nuestra sociedad enferma -en la cual, por lo demás, nunca se intentó siquiera la empresa- resulta necesario recurrir a alguna forma de análisis y a algún método terapéutico. Precisamos llamar al médico.

Olvidemos por un momento la situación desesperada en que se encuentran las personas que ya sufren trastornos psíquicos y preguntémonos qué forma debería tomar la educación para poder evitar estos males en el futuro.

Cuando Platón y Aristóteles afirman que debe darse prioridad a la educación moral, dan por sentado que el conocimiento y el poder, que todos los atributos de la ciencia y el saber son, no sólo ineficaces, sino también decididamente peligrosos, a menos que se los use para contribuir al bienestar de la humanidad. Por cierto que no tenemos necesidad de demostrarle ese axioma a un mundo agobiado por la amenaza de la bomba atómica. Pero en el actual estado de indecisión moral del hombre -mas bien debería decirse atrofia moral- no hay un reconocimiento universal (es decir, efectivo en la vida pública) de los valores morales; y cuando se da tal reconocimiento, es de carácter puramente intelectual y no está sancionado por los sentimientos. Vemos el mal cuando es objetivo, esto es, cuando sus consecuencias sociales son perceptibles por los sentidos. Pero a nadie se obliga a buscar el bien; las buenas obras son cosa personal y se supone que en ellas está la recompensa. Cabe afirmar que nuestra civilización carece de hábitos naturales de bondad, que sólo tiene ciertos conceptos intelectuales de la bondad, y trata de hacernos poner algunos en práctica con penas legales.

A no dudarlo, todavía hay muchas personas decentes que aspiran a vivir bien y a ser sobrias, industriosas y razonables, según su idea de estas cualidades. Lamentablemente, estas personas -nuestro yo burgués- favorecen sin saberlo nuestra decadencia nihilista. El rechazar los violentos extremos del fascismo y del totalitarismo no nos exime de buscar una solución para los problemas que dieron nacimiento a estas deploradas ideologías. Dada la situación actual de la civilización, la pasividad moral, aún disfrazada bajo la forma de indiferencia intelectual, no es de ningún modo un estado de virtud. En Alemania había millones de ciudadanos buenos y respetables cuya inactividad, como podemos ahora ver claramente, quizá haya sido el peor de los crímenes, sin duda el factor decisivo en una situación funesta.

No basta quedarse a un lado en actitud de fariseica superioridad. Todos estamos implicados en la decadencia de nuestra civilización y el que nuestra apagada indiferencia se encienda al rojo vivo de una justa indignación moral y se tome acción moral es la única esperanza de un futuro de grandeza.

La virtud positiva es virtud activa, y ésta se revela en cierta manera de vivir, en una felicidad o un espíritu lúdico natural que ha desaparecido casi de la Tierra. Tal vez exista una civilización basada en esa forma de vida en algún lejano rincón del globo -en la Isla de Bali, algún pueblecito mexicano o un igloo esquimal- pero jamás la encontraremos en el mundo que se dice civilizado, jamás en nuestra Europa. Bien haríamos en acercarnos a los balineses o a los esquimales para que nos enseñen el arte de vivir, pues entre ellos quizás hallemos los dos secretos esenciales de la educación moral: la intimidad y la acción. Sería descabellado esperar que los medios de comunicación de masas -la radio, la prensa y el cine- sirvan para crear una conciencia moral. Tampoco tendrán influencia moral las palabras si nos limitamos a su uso intelectual. Como bien dijo Platón, el medio fundamental es la actividad estética: la práctica de las artes concretas -únicas manifestaciones basadas en la armonía y el ritmo propios de la naturaleza- infunde, inculca en la sustancia viva del ser humano el sentido de lo bueno y lo noble. Esas formas y relaciones armoniosas son cualidades o esencias que nos es dado extraer del universo material. Algunas de sus dimensiones o modos de operar sólo son asequibles a la intuición o a ciertas formas especiales de conciencia (el sentido del tono absoluto en la música, por ejemplo); otras pueden ser medidas y registradas por el hombre de ciencia, como la periodicidad de los elementos, la estructura armónica de los cristales, las leyes evolutivas de los organismos vivos. Pero la libertad creadora del hombre dentro de ese mundo armonioso sólo puede ser obra de cada individuo, producto del prolongado ejercicio de las disciplinas estéticas: la poesía, la danza, el teatro y las artes plásticas. El ser humano debe ser iniciado en estas disciplinas durante sus primeros años de vida -desde la cuna y el jardín de infantes- y ellas han de ser el fundamento de toda forma de saber y de educación.

Platón no preconizó esta idea, substrato de su teoría educativa, pensando en la formación de nuevos poetas y artistas; como sabemos, no era amigo de los poetas profesionales y los excluyó de su República ideal. Su norte era la personalidad integrada, era crear seres humanos capaces de vivir bien, es decir formar los buenos ciudadanos de su República.

Schiller sacó nuevamente a luz la teoría, pero nadie lo tomó en serio: pese a que Herbart la intuyó, no encontró cabida en la evolución del sistema educativo alemán. En cambio, se le dio lugar en la tradición romántica; y fue un alemán, Friedrich Nietzsche, el filósofo moderno que más se identificó con el espíritu de esta concepción esencialmente helénica del valor moral de la disciplina estética (3).

Es inverosímil que la UNESCO, o cualquier otra organización nacional o internacional proponga un programa que involucre -quede bien claro- la reforma de todas las instituciones académicas existentes, la total ruptura con la tradición pedagógica nacida con el Renacimiento del Saber. Las universidades, las academias, los colegios, las escuelas politécnicas, los laboratorios, los institutos y los establecimientos secundarios -inclusive las escuelas primarias y los jardines de infantes- representan intereses creados que gozan de gran poder desde antiguo. Sería más fácil desbandar a los ejércitos y las marinas de guerra del mundo que a las fuerzas que dirigen nuestros sistemas educativos. Hay que dejarlas morir de muerte natural. Las nuevas instituciones, los nuevos métodos educativos y los pedagogos iluminados que han de proceder a la nueva civilización, irán apareciendo poco a poco, surgirán aquí y allá, en puntos aislados e imprevisibles. A decir verdad, el lugar donde se realizó uno de los experimentos más significativos de nuestros tiempos es la Unión Soviética, el país que adoptó oficialmente la filosofía del materialismo dialéctico. Me refiero al sistema educativo aplicado por Makarenko en las colonias para niños vagabundos, que organizó después de la Revolución. Los métodos de Makarenko no eran específicamente estéticos, pero partían de la base de que la disciplina es el fin y no el medio de la educación, que su función no es la de regimentar la conducta de acuerdo a convencionalismos muertos sino la de crear un organismo social vivo, una feliz comunidad asentada en la cooperación. En este sentido, la palabra disciplina es sinónimo de estilo, y fue esta imponderable cualidad la que se hizo patente en la tierra del materialismo dialéctico, donde se vio que el más imperioso ideal de la educación es dar nacimiento a un nuevo estilo de vida.


5. UN PROCESO MOLECULAR

En general, la única acción verdaderamente eficaz es la personal, celular, local, diría molecular. Sobre este aspecto, reproduciré en mi apoyo palabras de Pestalozzi una vez citadas por Jung:

Ninguna de las instituciones, las medidas o los medios que se emplean para educar a las masas y satisfacer las necesidades de los hombres del agregado social, cualquiera sea su forma o índole, sirven para mejorar la cultura humana. En la gran mayoría de los casos, son completamente inútiles o tienen una acción opuesta a la buscada. En esencia, las cualidades humanas de la raza se desarrollan sólo en el contacto personal directo, en la relación de corazón a corazón. Esto no puede suceder más que en pequeños círculos que gradualmente van creciendo en sentimientos y amor, en confianza y mutua fe. Todo cuanto se requiere para la educación del hombre, para humanizarlo, para convertirlo en hombre verdadero, es cosa de cada individuo y de las instituciones a las que está íntimamente unido en lo sentimental y espiritual. Nunca ha sido ni será cosa de la civilización (4).

Hay otro párrafo de Pestalozzi que ata los dos cabos de mi argumento:

La raza humana no puede mantener su unidad social sin contar con alguna fuerza que cree el orden. La ley y el arte son fuerzas de la cultura que unen a los hombres como individuos en independencia y libertad. Las fuerzas que actúan en una civilización sin cultura juntan a los hombres en masas sólo por obra de su poder, sin cuidarse de la independencia, la libertad, las leyes y las artes.

La independencia, la libertad, las leyes y las artes están todas implícitas en la educación estética; por eso el futuro de nuestra civilización depende de que opongamos la educación estética a la científica y a la intelectual -herencia del Renacimiento- que la reconozcamos como adecuado y total sustituto de esas dos tradiciones en bancarrota. La renovación debe ser de carácter moral y engendrarse en la vida privada y el círculo familiar del hombre humilde; debe ser producto de las primeras fases de la educación y de un hábito constante inculcado en los años de crianza del niño. El único hábito ennoblecedor y capaz de penetrar hasta las más íntimas fibras del alma y el cuerpo del hombre es la actividad creadora con todos sus ritos, ejercicios, festividades y prácticas. El hombre es lo que hace; su manera de hacer determina la calidad de su ser; y sólo cuando el hacer se eleva a la dignidad de arte ordenado o ritual puede entrar hasta los recovecos más profundos del alma.

Espero no haber llevado mi argumentación hasta un plano metafísico que supere los límites de una plática sencilla. Sea como fuere, terminaré tratando de ser lo más concreto y específico que permite el tema tratado. Opino que el renacimiento de una cultura es un proceso que sólo puede producirse a través del individuo. Alles, was anfaengt, faengt stets im Kleinen an (Todo lo que principia, principia en los pequeños). Hago mía la posición de Jung: hay una meta que está a nuestro alcance, y es la de desarrollar y hacer madurar la personalidad de cada individuo. Así como Jung considera que la más alta tarea que hoy le cabe a la psicoterapia es la de dedicarse exclusivamente a lograr el desarrollo del individuo, yo sostengo además que la persona es el único suelo donde puede prender la semilla del renacimiento cultural. Desde luego, no es renacimiento la palabra más adecuada; hace pensar en un hombre que se despierta de una borrachera clásica. No se trata del re-nacimiento de una tradición ya muerta: es imperioso crear otra nueva. Lo que se necesita no es quizás una revaloración de todos los valores, en el sentido nietzscheniano, sino, por lo menos, también en el sentido nietzscheniano, dar impulso a una cultura que mire hacia el futuro, fomentar la actitud dionisíaca en lugar de la apolínea frente a la vida.

El re-nacimiento de un sentido trágico de la vida, el resurgimiento de fuerzas trascendentes refrenadas durante tanto tiempo por la desordenada expansión de los instintos de competencia, por el crudo materialismo o la eliminación de los sentimientos humanos de los procesos del pensar; el retorno a la vida de juegos y ritos significativos; una salud moral positiva en lugar de una inhibición de todo lo vital; una sensación de libertad personal y la consiguiente responsabilidad de dotar de valores a nuestro propio destino: he aquí todos los cambios básicos que se requieren para construir los cimientos de una nueva civilización. Es muy dudoso que cambios tan profundos, sutiles e íntimos puedan cumplirse por acción de secretarías y comisiones, de conferencias internacionales y organizaciones poliglotas. Brotarán en la soledad, en la meditación; en el círculo familiar y el jardín de infantes; en los campos y las fábricas; por obra de la necesidad de resolver problemas específicos y de la disciplina consciente; en la comunidad creadora y en las creaciones comunales; en las representaciones dramáticas y en la construcción de nuevas ciudades; en la danza y el canto; en los momentos de mutua comprensión y amor. Todo lo que se requiere para que estos momentos y estas ocasiones se presenten es que haya paz en el mundo y cese la explotación del hombre por el hombre.

Pero (y ésta es la amarga verdad que debemos aceptar) un mundo donde unos pueblos ejercen hegemonía artificial sobre los otros no es propicio para momentos tan íntimos. Ellos no son necesaria consecuencia de la unidad de las naciones: la unidad de las naciones sólo puede ser consecuencia de ellos. Por ende, debemos empezar por lo pequeño, de distintas maneras, ayodándonos los unos a los otros, buscando la propia paz espiritual, aguardando la chispa del entendimiento que liga a los espíritus que han alcanzado la paz. De esta manera, las células disociadas comenzarán a tomar cuerpo, se unirán, darán nacimiento a nuevas formas de organización social y nuevos tipos de arte. De esta multiplicidad y diversidad, de esta interrelación y emulación dinámicas, surgirán otra cultura y la conciencia de un destino común unirá a todos los hombres como nunca se vio en la historia.




NOTAS

(1) En los últimos tiempos, la UNESCO ha mostrado una saludable tendencia a apoyar a organizaciones independientes que cumplen funciones específicas, como por ejemplo, la Sociedad Internacional para la Educación por el Arte, fundada en 1954 y de la que ya he hecho mención.

(2) Education Through Art, Londres, 1943; ed. rev., 1958.

(3) Cfr. Beyond Good and Evil, pár. 188.

(4) Idem, p. 187, Zurich, 1927.

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