Índice de La redención del robot de Sir Herbert ReadCAPÍTULO VIIBiblioteca Virtual Antorcha

LA REDENCIÓN DEL ROBOT

Sir Herbert Read

CAPÍTULO OCTAVO

EL ARTE COMO PRINCIPIO UNIFICADOR EN LA EDUCACIÓN



1.- EL INTERNACIONALISMO

Se ha dicho muchas veces, no sin cierto orgullo, que las artes visuales son un idioma internacional. Casi todas las actividades de carácter internacional tienen por fin eliminar o romper las barreras que separan a los pueblos, sean estatales, aduaneras, lingüísticas o, simplemente, comerciales. Las artes visuales no conocen tales barreras, ya de tiempo, ya de espacio. Constituyen una lengua universal, que si bien tiene acentos provincianos, es esencialmente un lenguaje de símbolos que sirve para comunicarse de un país al otro y a través de los siglos sin el menor obstáculo.

Sólo por este hecho, las artes visuales han adquirido en nuestra época nueva significación para los pueblos que, ahora más que nunca, tienen conciencia de la necesidad de un mutuo entendimiento. El adelanto técnico de los medios de comunicación -el transporte aéreo, el telégrafo, la televisión- han acercado a los pueblos, pero, cuánto más los acercan estos medios materiales, tanto más agudamente sienten la barrera idiomática que sigue separándolos.

Desde luego, este problema tendría una solución lingüística, es decir la creación de una lengua internacional que se enseñará a los niños de todos los países. Los idiomas internacionales presentan dos desventajas: hay que aprenderlos de memoria y nunca dejan de ser artificiales. Son incapaces de expresar espontáneamente las intuiciones y los sentimientos más profundos del hombre. Las artes visuales, por el contrario, no tienen ninguna de estas limitaciones, pueden intercambiarse con toda libertad y ser plenamente valoradas por los pueblos civilizados sin sufrir mengua de su autenticidad. Con todo, es menester examinar sus alcances y posibles aplicaciones antes de asegurar que son la ansiada panacea.

En primer término, analizaremos el concepto de internacionalismo, palabra ambigua en verdad. ¿Qué es una nación? ¿En qué se diferencia del concepto expresado por los términos raza, pueblo, sociedad o Estado? Platón y Aristóteles, filósofos politicos de la antigua Grecia, hablaban invariablemente del Estado, del Estado en su calidad de aspecto colectivo de un pueblo; hasta la época de Rouseeau inclusive, los principios de gobierno nunca se aplicaban a amorfas entidades raciales o nacionales: eran formulados para regir asociaciones voluntarias de seres humanos individuales, sin distinción de razas. En lo primordial el famoso tratado de Rousseau se proponía demostrar que el Estado se establece libremente por contrato entre personas que tienen una conciencia política y que no es una entidad impuesta arbitrariamente por factores sanguíneos o geográficos, por el despotismo o el destino. El Estado es producto de un pacto legal. En reemplazo de la personalidad individual de cada una de las partes contratantes, escribió Rousseau, este acto de asociación crea un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos integran la asamblea y le confiere unidad, identidad común, vida y voluntad.

Sigamos con la definición de Rousseau:

Esta persona pública, así formada por la unión de todas las demás personas, llevaba antaño el nombre de ciudad y ahora lleva el de República o cuerpo político; sus miembros la llaman Estado cuando es activo, y Potencia cuando se la compara con sus similares. Los individuos asociados en este organismo se conocen colectivamente como pueblo y separadamente como ciudadanos, para denotar que comparten el poder soberano, y como súbditos, para denotar que se someten a las leyes del Estado. Lamentablemente, estos términos suelen confundirse y usarse uno en lugar del otro ... basta con saber distinguirlos cuando están empleados con exactitud (1).

No está en mi intención examinar El Contrato Social de Rousseau o su concepto del Estado; simplemente, quiero hacer notar que sus amplias definiciones no incluyen la palabra nación, cosa muy significativa. La nación y el concepto de internacionalismo basado en ella, son invención de la era moderna.

En rigor de verdad, Rousseau emplea el término en las frases finales de su tratado cuando afirma que no es su propósito estudiar el Estado en sus relaciones externas, que incluirían el derecho de las naciones, el comercio, el derecho de guerra y conquista, el derecho público, las ligas, las negociaciones, los tratados, etc.. De esto se desprendería que el vocablo se usaba cuando era necesario establecer una distinción entre los diferentes Estados, en su calidad de potencias individuales. Vale decir que la palabra nación designaba un concepto legal; probablemente su uso quedó establecido en las obras de los juristas ingleses como Jeremy Bentham, John Austin y Sir Henry Maine, que fueron los primeros, hace cien años, en ocuparse de los aspectos internacionales del derecho. Al parecer, el vocablo internacional fue creado por Bentham para calificar lo que llamaba esa rama de la jurisprudencia que trata sobre las mutuas transacciones entre soberanos como tales (2).


2. EL UNIVERSALISMO

Siguiendo el hilo de mi razonamiento, reiteraré el concepto de Rousseau de que el Estado es la asociación voluntaria de personas que actúan libremente y añadiré que, tratándose de las mutuas transacciones entre las personas (a distinción de los Estados), no corespondería hablar de internacionalismo, el cual se basa en el separatismo y la agresividad de las naciones. La palabra más apropiada sería, indudablemente, universalismo. El concepto de internacionalismo es de carácter legal o político; el de universalismo, filosófico. Como tal, se le atribuye un significado indebidamente restringido, en especial en la filosofía medieval. Así como yo lo entiendo, el término abarca la integridad del mundo natural, todo lo que en él existe y la totalidad de ideas o conceptos generales. Este es el sentido que le da el cristianismo, cuando se dice religión universal: nadie habla de una iglesia internacional. Tampoco podemos hablar de arte internacional cuando en realidad pensamos en el arte universal.

Lo universal es también natural, pues naturaleza es el nombre general con que nos referimos a todos los objetos que vemos en nuestro universo, el universo de las cosas. Rousseau creía que nuestras ideas tienen validez universal únicamente en la medida en que se basan en la percepción directa de las cosas y consideraba que la educación natural es aquélla que parte de tales percepciones. Ello significa que la educación natural es la progresiva asimilación y coordinación de las impresiones que recibe el niño a través de sus sentidos cuando comienza a explorar el mundo de cosas que lo rodea. Este es el motivo por el cual Rousseau atribuía tanta importancia al estímulo de la curiosidad infantil. El orden que el niño introduce en sus percepciones es de naturaleza estética pues está determinado por un instinto animal de adecuación o armonía. Rousseau siempre diferenció el raciocinio, que es una facultad mental tardía, de la sensibilidad moral, que se basa en el armonioso desarrollo de los sentidos. De ahí a decir que la educación debe ser estética, sólo hay un paso.

Ahora afirmaremos, cualesquiera sean las conclusiones a que ello nos conduzca, que las reacciones infantiles ante el universo de las cosas son también universales, constantes en la raza humana, naturales en todos los niños. El niño americano no reacciona de modo diferente del chino, o el europeo del africano: el proceso de percepción infantil es uniformemente humano. Estimo que éste es el hecho más significativo que nos ha permitido establecer la observación científica del arte infantil de los últimos cincuenta años. Sea que usemos el método comparativo y reunamos pruebas en muestras internacionales de arte infantil, sea que empleemos el método analítico e indaguemos el desarrollo mental de los niños tomados individualmente, siempre nos encontraremos ante un mismo fenómeno universal: los pequeños de todas las razas usan idéntico lenguaje de signos y símbolos.


3. UN LENGUAJE UNIVERSAL

¿Podría este factor universal pero ignorado del desarrollo humano servir como base de ese lenguaje universal que Rousseau consideraba imperativo crear para la comunicación entre los hombres? Rousseau reclamaba

una suerte de órgano sensitivo común (sensorium commune) capaz de percibir los hechos dondequiera ocurran y de ser vínculo que una a todos los individuos (3).

Pero Rousseau no advirtió que este vínculo podía ya existir, en estado rudimentario, en la expresión natural que damos a nuestro sensorium commune, esto es, en las artes plásticas. Al elaborar el concepto legal de dicho vínculo arribó a su ideal del contrato social que, de alguna manera (nunca especificó claramente cuál), uniría a todos los pueblos en la obediencia de una legislación universal.

La concepción de Rousseau es filosófica y se funda sencillamente en algo tan poco concreto como es el sentimiento que denominamos conciencia. La conciencia, podemos admitir con Rousseau, es natural en el hombre, anterior a toda educación, un simple don de la naturaleza (4).

Pero la conciencia no es más que un sentimiento, un estado del espíritu, hasta que se le da forma y ello ocurre cuando se la objetiva, es decir cuando los sentimientos se organizan y transmiten a otros como objetos afectivos. La disciplina del arte precede y determina a la de la conciencia. Este es el dogma enunciado por Platón que debe ser la base de la filosofía de la educación por el arte.

La actividad artística infantil -cuyo desenvolvimiento, cuando no está inhibido, es paralelo al de la percepción en general- es al principio una objetivación espontánea de las sensaciones. Designo este proceso deliberadamente con la palabra objetivación a fin de diferenciarlo de la expresión en general, la cual puede internalizarse como pensamiento o manifestarse exteriormente en forma de gritos y gestos efímeros. Pronto el niño revela un deseo de perpetuar lo que siente, de dejar constancia visual y sensible de una realidad invisible. Ésta no es todavía la etapa de la representación, que es el deseo consciente de indicar la apariencia de las cosas percibidas antes que la sensación experimentada en el acto de percepción. Es la etapa de la sustitución, en la cual basta un símbolo.

Varios investigadores, especialmente Rhoda Kellogg, de San Francisco, han demostrado que lo que hace la criatura para expresarse desde el momento en que puede valerse de una tiza o un lápiz, evoluciona desde ciertos garabatos básicos hacia símbolos constantes. Con el transcurso de los años, esos dibujos básicos se van convirtiendo en la representación consciente de objetos percibidos: el signo sustitutivo se toma imagen visual. Aunque los hombres de ciencia objeten que no se ha analizado este proceso con suficiente profundidad como para justificar una generalización, lo cierto es que contamos con una hipótesis que consideraremos válida hasta tanto no se demuestre su falsedad. Según ella, todos los niños siguen la misma evolución gráfica en su búsqueda de un modo de simbolización. De los amorfos garabatos de la criatura surgen primero ciertas formas básicas -el círculo, la cruz vertical, la cruz en diagonal, el rectángulo, etc.- que luego se combinan de a dos o más para formar ese amplio símbolo conocido como mandala: un círculo dividido en cuartos por una cruz. Dejemos por ahora el significado psicológico general de este proceso. Sólo me interesa llamar la atención sobre el hecho de que es universal y se lo encuentra no sólo en el garabatear de los niños sino en todos los signos que quieren simbolizar algo, desde la edad neolítica en adelante.

La señora Kellogg demostró que, con pequeñas modificaciones, el símbolo básico, el mandala, puede ser perfecto sustituto de muy diversos objetos. Si los brazos de la cruz que divide el círculo salen de la circunferencia, la forma básica se convierte en símbolo del sol; alargando el diámetro lateralmente y agregando dos líneas que salgan de la base del círculo, tendremos un hombre; otros cambios de la forma básica nos dan una casa, un vehículo, un árbol, y así sucesivamente. Las modificaciones del mandala pueden servir como lenguaje simbólico capaz de abarcar toda la experiencia perceptiva del niño, un lenguaje que es universal. Al principio es geométrico y monocromático; luego, cuando puede disponer de ellos, el niño comienza a usar los colores, al parecer indiscriminadamente. Pero también los colores tienen un significado psicológico, y el pequeño llega a asociar los distintos colores con diferentes experiencias particulares, acorde con el desarrollo de su vida afectiva. Nuevamente pasaré por alto gran número de investigaciones que intentaron estudiar la correspondencia entre color y experiencia, tanto en su carácter de simple asociación como en su significación inconsciente. En la medida en que estas correspondencias son de índole perceptiva, pueden estar determinadas por los colores que predominan en el medio donde se desenvuelve la criatura, pero algunas asociaciones tienen un significado más amplio y se observan en los niños de todo el mundo: el rojo es fuego, ira o sol poniente; el azul es agua o algo profundo; el amarillo es flor y sol de mediodía. Únicamente cuando la vida afectiva del niño ha sufrido tensiones o privaciones desusadas adquieren los colores un significado desacostumbrado o irracional (5). En general, el simbolismo del color es tan universal como el de la forma.


4. UNA LEY NATURAL

Me ocupé hasta aquí de los primeros seis o siete años de vida del niño, es decir del período en el que la nación o el Estado todavía no interviene, como parte interesada, en su educación. Hasta esa edad, el pequeño se encuentra en manos de un maestro eficiente, que lo educa siguiendo las líneas dictadas por el interés o los deseos del niño. El interés inmediato, para citar nuevamente a Rousseau, ésa es la fuerza motriz, la única capaz de llevarnos lejos sanos y salvos. Después de cumplir el niño los siete años, se cierne en su horizonte algo nuevo, que nuestro educador llama vida o realidad, y que significa obligaciones y obstáculos que entran en conflicto con su interés inmediato, los modales y las costumbres, el trabajo y la competencia que reinan en la sociedad dentro de la cual han nacido él y el niño. Entonces se abandona el principio de universalidad y se lo sustituye con la táctica de la conveniencia social. Tratamos de consolarnos y reconciliarnos con este triste proceso hablando ampulosamente de moldear el carácter, ejercitar el intelecto, disciplinar el espíritu. Todas estas frases sólo buscan disimular la verdadera naturaleza del proceso: dejamos a un lado el interés inmediato. reprimimos o falseamos los actos instintivos y frustramos las tendencias naturales. Volviendo a Rousseau:

Cuando ningún prejuicio o institución creados por el hombre obstaculiza nuestras tendencias naturales, la felicidad, tanto de niños como de hombres, consiste en gozar de la libertad.

Alguien me dirá que la historia ha demostrado que esta doctrina es peligrosa. Mas todo depende de cómo interpretemos la historia y cómo definimos la libertad. Las trágicas consecuencias de la Revolución Francesa y de los aún más importantes movimientos sociales producidos en nuestra época no provinieron del respetuoso cumplimiento de la doctrina de Rousseau. Muy por el contrario; todas estas revoluciones fueron una perversión de ella y en ningún momento tuvieron por norte el verdadero concepto de libertad. El gozar de libertad sigue siendo nuestro ideal, pero olvidamos que sólo el hombre que desea lo que es capaz de ejecutar y hace lo que sea desea es verdaderamente libre. En este momento de graves conflictos internacionales deberíamos analizar esta máxima fundamental, como la llamaba Rousseau, que es la raíz de todas sus reglas educativas. Rousseau buscó siempre lograr una correspondencia entre actos y medio. No debe haber contradicción entre el medio y la sensibilidad en pleno funcionamiento. La naturaleza nos proporciona tal medio armonioso, pero, faltando ella, es decir viviendo en una sociedad artificial, el fin de la educación debería ser reproducir las condiciones naturales de modo que la sensibilidad del niño tenga libertad para desarrollarse únicamente en el contacto con las cosas, vale decir libre de situaciones que involucren conflicto entre el deber y el deseo.

Hoy en día desconocemos tal realismo moral pues damos por sentado que el conflicto es inevitable y tratamos de resolverlo mediante la autoridad. Aceptamos que el choque entre deseo y deber es condición natural del hombre y nos proponemos dominar el deseo por la fuerza de la ley. Es cierto que admitimos la existencia de leyes naturales, incluso en la jurisprudencia, y en cierta medida lo que llamamos derecho consuetudinario o costumbre se asienta en ella. Desgraciadamente, en general nos gobernamos por leyes estatuidas y hasta la educación se ha convertido en sistema estatuido, establecido por actos de la legislatura, dirigido por consejos y comisiones, en un sistema que no da cabida a los deseos personales.

A este concepto de la educación podemos oponerle un ideal que busca la libertad en la necesidad, en la necesidad de vivir acorde con la naturaleza y las leyes naturales. Las leyes de la vida orgánica, las leyes físicas y las de la evolución cósmica constituyen todas una disciplina que no tiene necesaria correspondencia con las legislaciones estatuidas de las naciones, una disciplina que es condición imprescindible de nuestra existencia. La obediencia de esas leyes nos depara la perfecta libertad, que es también la forma perfecta hacia la cual evoluciona la especie humana.

La mayoría de estas leyes son representables mediante símbolos: mediante estructuras geométricas que dan forma concreta a proporciones numéricas de todas las dimensiones posibles. En su larga evolución, el hombre ha ido adquiriendo gradualmente conciencia de estas formas universales y el estado de conciencia mismo podría definirse como un tener conocimiento de la forma. La simple sensación no llega a ser conciencia, pero la capacidad para retener las sensaciones como imágenes, para comparar y combinar estas imágenes en estructuras dotadas de sentido, eso sí es conciencia o estado consciente. Pero no necesariamente mantenemos dichas estructuras en el plano de lo consciente: las integramos en la estructura en evolución de la mente misma. Se transforman en los patrones de percepción, determinados por factores físicos, y dominan nuestros hábitos mentales sin que tengamos conciencia de ello. Estos patrones de percepción se llaman arquetipos y también son universales.

A medida que se desarrolla la conciencia, tales arquetipos se hunden por debajo del nivel de conciencia, desde donde ejercen control inconsciente de nuestra imaginación y nuestro pensamiento. Son los patrones o moldes en los que entran automáticamente nuestros sentimientos y fantasías. Lo arquetípico es universal; en su evolución, las civilizaciones siempre descubren y repiten las mismas imágenes, los mismos símbolos y fantasías. Estos arquetipos no son fantasmas, sino cosa muy real; son estructuras que forman parte de nuestra mente, dirigen nuestras actividades mentales y, hecho especialmente significativo para este estudio, estructuran nuestros sentimientos amorfos. Estos sentimientos estructurados reciben el nombre de obras de arte.


5. UN ORDEN VISUAL

El mecanismo de la imaginación sigue siendo un misterio científico. La psicología sólo puede teorizar acerca de fenómenos tales como la acumulación y clasificación de las miríadas de sensaciones que entran en el cerebro, la estimulación y rememoración de estas imágenes latentes, su espontáneo agrupamiento en pautas significativas determinadas por una prenoción momentánea, los procesos de la atención y la voluntad, etc. Pero todo comportamiento humano de base física está regido por leyes, y estos aspectos de nuestra psicología no tienen por qué ser excepción.

Nuestra teoría de la educación por el arte parte de la hipótesis de que las imágenes que evocamos durante cualquier actividad cognoscitiva tienen significación universal y corresponden a algo permanente e inmutable de la naturaleza del hombre. Luego, si esta hipótesis es correcta, la búsqueda de tales imágenes es una empresa común a la humanidad entera. Por propensión natural, todos los hombres están unidos en el deseo y la búsqueda de imágenes o arquetipos universales, de esas formas que Platón identificó con la Verdad.

Las formas de Platón son metafísicas, aunque en algunos curiosos pasajes de sus obras sugiere que estas ideas arquetípicas tienen estructura geométrica. Hay en Philebus (6) un pasaje, demasiado conocido para reproducirlo aquí, que si bien pudo desconcertar a filósofos posteriores, es verdaderamente una intuición de la naturaleza formal de los arquetipos. En sus esfuerzos por salir del amorfo mar de sensaciones y sentimientos, la mente se aferra a un andamio de precisas figuras geométricas. Nada demuestra esto tan claramente como ese proceso, en el cual las formas básicas van surgiendo lenta pero sostenidamente de los garabateos infantiles, en apariencia carentes de sentido. La forma, el patrón básico, precede a la identidad y el significado dirige la imaginación y determina la inteligencia. Los arquetipos son los elementos estructurales del orden visual, de la cognición misma, y por definición son universales.

El orden visual ... Analicemos por un momento el sentido de esta frase al parecer insignificante. En relación al desarrollo individual, precede y prepara la aprehensión racional: cuando no damos una estructura ordenada a nuestras sensaciones visuales, nos sentimos momentáneamente confundidos o, si el desorden persiste, perdemos la razón o el juicio. Las diversas formas de esquizofrenia se deben a este desarreglo de nuestras percepciones. Pasando del individuo a la persona pública, a la humanidad en su aspecto colectivo, puede afirmarse, no por simple analogía, que el orden visual es lo distintivo o característico de toda civilización. Desde los primeros poblados de la edad neolitica hasta las grandes civilizaciones de Egipto, Asiría, Grecia y Roma, estas entidades colectivas se distinguieron por el orden visual, manifestado en sus edificios, planes de riego, campos de cultivo, alfabetos y signos visuales; y el progreso de tales civilizaciones está medido por el grado de refinamiento posterior del orden elemental de sus albergues, herramientas, armas y signos primitivos. Podría decirse que la civilización es el logro del orden visual. No concibo definición más significativa que ésta.

Observaremos, pues, que, así como el individuo concreta un orden visual merced a ciertas formas arquetípicas elementales, una civilización se desarrolla por obra de la combinación y refinamiento de las mismas formas visuales básicas. La historia de la arquitectura griega, verbigracia, puede interpretarse como el gradual refinamiento de las proporciones de las figuras geométricas primarias como el cuadrado, el rectángulo, el triángulo, el cono y el cilindro, y de la combinación de todas ellas. Los elementos decorativos añadidos a estas estructuras no tenían significación estructural. La escultura, que no debe identificarse con la arquitectura, es un arte que sigue sus propios procesos distintivos de refinamiento visual.

Todos los grandes estilos arquitectónicos son producto de este mismo proceso de ordenamiento visual y sus diferencias están determinadas, simplemente, por la prioridad que dan a una u otra figura geométrica. La única diferencia fundamental que hay entre el orden clásico y el gótico es la que existe entre el arquitrabe y la bóveda, entre la forma rectangular y la curva como solución de un mismo problema. Vale decir que, dentro de ciertos límites, el refinamiento es un proceso arbitrario que da lugar al libre juego de la sensibilidad humana (cuya variedad es función de la diversidad de climas y capacidad técnica). Mas el deseo de lograr el orden visual es universal, y el camino seguido para alcanzarlo ha sido recorrido una y otra vez por todas las civilizaciones conocidas. Ahora queremos llegar a un orden visual universal que corresponda a una civilización también universal. ¿Cómo puede llevarse esto a cabo?

Desde luego, sólo mediante un proceso de refinamiento que comience por las formas arquetípicas y base en ellas un orden, un arte y una civilización universales. Tal vez el único motor capaz de impeler este proceso de ordenamiento visual sea el deseo universal, tal vez la invención de este proceso debe estar precedida por la voluntad universal de realizarlo. Indudablemente, esta voluntad existe en la mente del hombre. No descuento que haya impulsos contrarios, como el de autodestrucción, instinto de muerte diagnosticado por Freud. Pero a éste se enfrenta una fuerza opuesta, la libido, el instinto de vida, y cabe suponer que todos nuestros esfuerzos están sujetos a esta dialéctica fundamental de la existencia ... una idea ya conocida por los filósofos antiguos. Mas eso que llamamos civilización, el mejoramiento del modo de vida animal, está construido sobre el impulso erótico, el deseo de vivir y propagar la especie. Es precisamente este impulso lo que educamos mediante el arte y nuestra doctrina de la educación por el arte es una salutación a Eros, un reconocimiento del hecho de que lo único que puede desafiar a la muerte es la afirmación eterna de la voluntad creadora del hombre.


6. SALUTACIÓN A EROS

La voluntad creadora del hombre es también la voluntad de amarnos los unos a los otros, por cuanto creamos el orden visual no para nuestro propio deleite sino para comunicarnos mutuamente lo que sentimos. Por eso podemos decir que nuestra filosofía de la educación por el arte es un saludo a Eros. Viene al caso repetir aquí los conceptos expresados por James Baldwin en su Carta desde una Región de mi Mente:

El amor arranca las máscaras que tememos y tras las cuales no podemos vivir. Uso la palabra amor no simplemente en el sentido personal sino para denotar un estado existencial o estado de gracia, no en la infantil acepción norteamericana de dar y recibir felicidad sino en el sentido crudo y universal de indagación, osadía y evolución (7).

Este es también el sentido que yo atribuyo al vocablo amor. La voluntad de amar, la voluntad de vivir, la voluntad de crear y comunicar nuestros verdaderos sentimientos a nuestros semejantes, son todos aspectos de Eros y lo único que puede borrar los odios raciales que ahora ensombrecen la existencia humana.

Presumo, por consiguiente, que la voluntad de vivir debería preponderar y prepondera efectivamente, y que, además, se expresa como búsqueda instintiva del orden. Pero también reconozco -como han de hacerlo todos- que la naturaleza humana tiene origen animal y que el hombre es un ser rapaz con instinto de matar, lo cual no es más que otro aspecto, el evolutivo, del instinto de muerte. Si éste se manifiesta en la creación de los instrumentos de destrucción, el instinto de vida está representado por el paulatino refinamiento de esas armas, que les hace perder su función destructiva y las convierte en obras de arte, en objetos rituales que ya no están consagrados al sacrificio y la matanza sino a la vida y la resurrección. Lo mismo que las herramientas, las viviendas y todas las cosas que el hombre aprendió a hacer, las armas están sometidas a la ley de refinamiento, al instinto de orden (8). Lo cual equivale a decir que la imaginación siempre busca y encuentra formas arquetípicas. La civilización es la búsqueda de estas formas y entra en decadencia cuando deja de crearlas. La civilización, escribe un antropólogo que se proclama realista y antirromántico, es producto de la evolución y expresa la ley más antigua de la naturaleza. Enterrado mucho más profundamente que la conciencia, el territorio o la sociedad, se encuentra ese oscuro, misterioso e indefinido mandato de la especie: el instinto de orden, que existe desde mucho antes que el impulso rapaz de nuestra naturaleza animal (9). Este antropólogo, Robert Ardrey, cree en el pecado original, o sea en la fealdad fundamental de la naturaleza humana. Yo también, pero además creo en la belleza original, que es el antídoto del pecado o la fealdad. Creo en la belleza original, que es el uso constructivo de la libido, del instinto de vida. El arte es domesticación de los instintos. El arte y sólo el arte, dijo Tolstoi, puede terminar con la violencia. Por eso digo que el arte es un proceso de refinamiento, pero un proceso práctico, una destreza que mide las vastas fuerzas del instinto contra las formas arquetípicas. Dominamos los instintos, aun los rapaces, dándoles forma. Las formas son universales, están más allá del individuo rapaz, de las naciones guerreras: son las formas del arte uinversal. Superponer el instinto del orden a los instintos rapaces, tal el propósito de la educación, particularmente de la educación por el arte. El orden es universal, el arte es uno: la educación universal mediante el arte es la base del orden universal de la sociedad, de la civilización universal. No concibo otra base, pues el orden es algo físico, una estructura que es parte integrante de nuestra vida instintiva, y por tomar forma en nuestra sensibilidad moral, ese orden es estético, es arte. Por ende, el arte universal es el fundamento más seguro y quizás el único que puede darnos una paz perdurable.

Las consideraciones arriba expuestas son de carácter general y filosófico y pueden parecer muy ajenas a las terrenas actividades de colegios y universidades. No obstante, estoy convencido de que la educación por el arte tiene vital importancia para la presente situación mundial y de que sólo una filosofía de la educación que sea simultáneamente una filosofía de la vida puede ayudarnos a salir del paso. Creo que en los principios del arte, que son los de la actividad creadora, tenemos un antídoto contra las fuerzas destructivas que hoy amenazan la existencia de la raza humana. Si no logramos basar la educación en los instintos naturales de orden, ésta será por siempre impotente frente a las fuerzas de destrucción. El instinto de orden es el único instinto natural capaz de dominar al de destrucción, al instinto mortal. Con la palabra arte designamos la única actividad humana capaz de crear el orden universal en todo cuanto hacemos, en pensamiento e imaginación. Educación por el arte significa educación para la paz.




NOTAS

(1) The Social Contract, trad. G. D. H. Cole, pp. 15-16, Londres, 1913.

(2) Introducción a Principles of Morals and Legislation (1879), tomado de la Enciclopedia Británica, T. XIV, p. 694, 11' ed. 1910.

(3) Social Contract, primera versión; tomado de Political Writings of Jean Jacques Rousseau, ed. C. E. Vaughan, Vol. I, p. 449 y s., Cambridge, 1915.

(4) Cfr. Ernest Hunter Wright, The Meaning of Rousseau, p. 140, Oxford, 1929.

(5) Cfr. Colour Formation of the Unconscious psyche, Jolande Jacobi, Palette, N° 12, Basilea, 1963.

(6) Philebus, 51 b, c.

(7) The Fire Next Time, pp. 102-3, Londres, 1963.

(8) Cfr. Herbert Read, The Origins of Form in Art, pp. 66-68, Londres y Nueva York, 1965. (En castellano, Orígenes de la forma en el arte, Editorial Proyección, Buenos Aires, 1967).

(9) Robert Ardrey, African Genesis, p. 352, Londres, 1961.

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